martes, 19 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 33

Paula era consciente de la mano que ascendía bajo su falda, pero la presión de la boca de él contra la suya le producía tal oleada de emociones que no sintió temor ni repulsión cuando él acarició suavemente el pequeño triángulo de seda entre sus muslos. El deseo la inundó de calor y humedad, y contuvo el aliento cuando él introdujo los dedos bajo su tanga para iniciar una exploración nueva y maravillosa. Ella se abrió como una flor al sol y, con sumo cuidado, él deslizó un dedo en su interior mientras sentía el espasmo de sus músculos. Estaba más tensa de lo que él esperaba y no quería hacerle daño, pero ella parecía ansiosa por presionarle para que continuara con sus caricias. Cerró los ojos con todo el cuerpo concentrado en las increíbles sensaciones que Pedro le despertaba. Su cuerpo ardía en llamas y ni siquiera estaba segura de lo que deseaba, sólo sabía que era allí donde lo deseaba y, con un pequeño grito, impulsó sus caderas contra la mano de él.

Pedro pareció percibir las tumultuosas sensaciones que se agolpaban dentro de ella y empezó a mover un dedo con caricias rítmicas al mismo tiempo que frotaba con el pulgar el extremadamente sensible clítoris. El mundo de Paula estalló. Una contracción tras otra la desgarró. Era algo aterradoramente nuevo y, al mismo tiempo, tan exquisito que no sentía miedo. Lanzó la cabeza hacia atrás y gritó, ignorante del placer que le producía a él contemplarla alcanzar el clímax por primera vez. Una emoción profundamente primitiva surgió en Pedro. Paula era suya y solamente suya. Ningún otro hombre la había acariciado así, ni la había hecho gritar de placer. Ella le pertenecía y, mientras los temblores cesaban, él se juró que siempre la cuidaría. Todavía la acosaban los fantasmas del pasado. Todavía quedaba mucho camino por recorrer antes de que ella sintiera la confianza suficiente para entregársele por completo. Pero esperaría. Haría acopio de su fuerza de voluntad para controlar el deseo que amenazaba con desbordarle y, algún día, su paciencia recibiría la recompensa y él podría penetrarla completamente hasta que sus dos cuerpos se fundieran en uno. La sola idea ya bastó para que su pene presionara incómodo contra los pantalones y, de un salto, se puso en pie con ella en brazos. La presión de su cuerpo contra el suyo pondría a prueba hasta a un santo, pero había prometido no meterle prisa y lo iba a cumplir.

Paula sintió que la habitación daba vueltas y abrió los ojos para descubrir que Pedro la llevaba en brazos hasta el dormitorio. Él le había proporcionado más placer del que ella pensó que era posible sentir. Incluso en esos momentos, todavía sentía pequeñas oleadas de sacudidas que la invadían. Era justo que él quisiera experimentar el mismo éxtasis sexual y ella intentó controlar unos pequeños escalofríos de aprensión. Cuando la tumbó sobre la cama, ella lo miró en silencio mientras sonreía tímidamente, ignorante de la vulnerabilidad que reflejaba su mirada. Él no era un bárbaro y no tenía nada que ver con el baboso simulacro de hombre que había sido su padrastro: Pedro jamás se burlaría de ella ni la haría sentirse sucia. Pero cuando él se inclinó sobre ella, sintió que le faltaba el aire.

—Te dejaré tranquila para que te desnudes —dijo él en un tono casual.

Ella lo miró confusa cuando él le alcanzó el camisón y todavía más cuando volvió a hablar.

—¿Te traigo algo? ¿Una taza de té?

No hay comentarios:

Publicar un comentario