Sólo ella sabía que no podía estar más lejos de la realidad. El aliento de Pedro quemaba sobre su piel y ella tembló cuando él la acarició con los labios desde el cuello hasta el pecho. Con infinita dulzura pasó la lengua por la areola en movimientos circulares que se acercaban cada vez más al sensible pezón.
—No tienes ni idea de cuánto he soñado con hacer esto —murmuró él antes de cerrar la boca alrededor del pezón.
La sensación era tan intensa que pareció partirla en dos, y ella arqueó la espalda y se aferró a él mientras sus palabras penetraban lentamente a través del velo de sensualidad que la envolvía.
—Quiero hacerte el amor, mi dulce Pauli.
—¡No! —ella reaccionó instantánea y violentamente—. No me vuelvas a llamar así.
«No sabes las fantasías que tengo contigo, Pauli. ¿Te cuento lo que me gustaría hacerte?».
Ella se puso en pie y se colocó el tirante del vestido con tanta fuerza que sus uñas le dejaron marcas en la piel. La voz de su padrastro había resonado en su cabeza y, por un instante, no era Pedro el que estaba en el sofá sino Gerardo Stone, quien se reía de ella mientras ella intentaba ignorar sus avances y continuaba con sus tareas escolares.
—Me llamo Paula, ¿Me oyes?
—Alto y claro, pero no tengo ni idea de qué sucede —gruñó Pedro sin ocultar su aturdimiento y frustración—. ¿Qué te pasa? Theos, hace un minuto estabas en mis brazos, cálida y dispuesta y de repente sacas las uñas como un gato salvaje —dijo al ver las marcas en su hombro—. Cuéntame, Paula —suplicó—. ¿Qué he hecho mal? Si te he ofendido…
—No. No has hecho nada mal. Soy yo —ella negó con la cabeza mientras la sensación de angustia la abandonaba lentamente—. Esto no se me da bien — murmuró mientras señalaba el sofá donde minutos antes ella había respondido a sus besos con tanto ardor.
—A mí no me pareció que lo hicieras nada mal —dijo él amargamente—. Me deseabas, Paula. No sólo era yo —se acercó a ella, pero ella se separó—. Algo te ha asustado, pero no puedo ayudarte si no confías en mí, pedhaki mou.
—¡No necesito ayuda! —aulló ella mientras reconocía que él, seguramente, tenía razón. Debía de pensar que estaba loca. Y a lo mejor lo estaba. Su reacción no había sido normal y aun así, durante unos momentos, ella se había deleitado en el placer que él había suscitado en ella.
El estridente sonido de un móvil rompió el frágil silencio, pero él no hizo ademán de contestar.
—¿No deberías contestar?
—Puede esperar. Esto es más importante. Tú y yo —dijo con una decisión que despertó el pánico en ella.
—No existe ningún tú y yo. ¿No lo entiendes, Pedro? No te deseo —el teléfono había dejado de sonar y la voz sonó dolorosamente estridente.
—Ése no era el mensaje que enviaba tu cuerpo.
—Pues está sobrevalorado. No estoy en el mercado del sexo ocasional.
—Eso no es lo que he oído —la mandíbula de Pedro estaba rígida e intentaba controlar su ira.
El teléfono volvió a sonar y ella aprovechó para ponerse la chaqueta apresuradamente.
—Tengo que irme —murmuró.
—Paula, perdóname… eso ha estado fuera de lugar.
—Olvídalo —le espetó ella mientras se daba la vuelta—. Y por favor, contesta esa llamada.
—Tenemos que hablar, Paula —dijo mientras se disponía a colgar la llamada, pero al ver de quién era, dudó—. Lo siento, tengo que contestar.
—Quisiera ir al baño —balbuceó ella.
—Por ahí —él señaló la puerta que había al final del salón.
La puerta daba al dormitorio y ella siguió hasta el baño interior, llenó el lavabo de agua fría y se la echó por el rostro. Por Dios, ¿Qué le estaba pasando? Se miró al espejo en busca de respuestas, pero el rostro que la miraba estaba destrozado y los ojos llenos de sombras. ¿Qué pensaría Pedro de ella? Cerró los ojos como si pudiera así dejar fuera sus pensamientos. No quería pensar. Sólo quería volver al protector nido de su piso y esconderse. Se inclinó hacia el espejo y respiró hondo varias veces en un intento de recomponerse antes de volver a atravesar el dormitorio de Pedro. La puerta estaba entornada y ella oía su profunda voz. Hablaba en griego y ella se preguntó quién estaría tan ansioso por hablar con él. Por su gesto, ella dedujo que se trataba de alguien muy cercano. Su voz era dulce e íntima y su cuerpo estaba relajado, a diferencia de la tensión mostrada minutos antes. ¿Tenía una amante en Grecia? Sin duda sería una belleza de ojos oscuros y bonitas curvas que le ofrecía sexo sin complicaciones y que no estaría obsesionada por sus fantasmas. Con lágrimas en los ojos, ella contempló la enorme cama que dominaba la habitación. Si las cosas hubieran sido diferentes, si ella hubiese sido diferente, ¿Le habría hecho Pedro el amor en esa cama? ¿Le habría quitado el vestido, tumbado sobre las sábanas y continuado la devastadora exploración de cada curva y punto sensible?
Ella deseaba ser la mujer que él quería que fuese. La fría y segura Paula Chaves, el arquetipo de la moda y experimentada seductora que igualaría cada una de sus caricias y le volvería loco de deseo. Deseaba ser una mujer fascinadora, pero su padrastro había dañado irreparablemente su autoestima y, con ella, sus posibilidades de mantener una relación amorosa. Mientras tragaba con dificultad, volvió a mirar por la puerta. Pedro estaría a punto de terminar su conversación y tenía derecho a exigir una explicación por su comportamiento. La idea era insoportable y ella se dirigió hacia otra puerta que, esperaba, comunicaría con el pasillo del hotel. Minutos después, salía del ascensor para dirigirse a la recepción y pedir un taxi. No había motivo para prolongar la agonía y, desde luego, ya no podría soñar con mantener una relación con él después de haber demostrado que era incapaz de responder como una mujer normal. Mientras salía del hotel a la carrera, temió que Pedro la siguiera de cerca. Sólo se relajó cuando el taxi arrancó. No sabía que él había llegado al vestíbulo unos segundos tarde, sin poder hacer nada salvo ver cómo se marchaba.
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