martes, 19 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 35

Paula durmió a ratos y se despertó de madrugada. Las dos horas que siguieron las dedicó a ensayar lo que quería decirle a Pedro. Tras la ducha se secó el pelo antes de elegir unos pantalones blancos de lino y un top de seda. El efecto final era frío y elegante. A las ocho ya no aguantó más y subió a su habitación con el corazón a punto de desbocarse. La paciencia y comprensión de él la noche anterior le había demostrado que era de fiar y sabía que no tendrían una relación normal hasta que ella le hablara de su padrastro. A lo mejor Pedro sería capaz de borrar la idea que Gerardo Stone había grabado en su mente de que el sexo era algo sucio y repelente. El sentido común le decía que hacer el amor era algo natural, pero necesitaba la fuerza y la sensibilidad de él para convencerse de ello.

—Ya sé que es pronto, pero no podía esperar más —dijo ella tímidamente cuando Pedro abrió la puerta—. Pensé que podíamos desayunar juntos… —se quedó parada ante la mirada de él.

Su rostro estaba demacrado y profundos surcos rodeaban su boca. Iba impecablemente vestido, pero era evidente que no había tenido tiempo de afeitarse.

—Pedro, ¿Qué sucede?

—Tengo que irme a casa. Hoy. Ahora —su acento pronunciado reflejaba el estrés que sufría, y se giró para hablar en griego por el móvil—. Lo siento, Paula — dijo cuando hubo colgado—, se trata de una emergencia. No he conseguido un maldito vuelo, de modo que he alquilado un avión privado —cerró su maleta y echó un último vistazo a la habitación antes de dirigirse hacia la puerta, donde ella le cortaba el paso—. Te llamaré.

—¿Qué ha sucedido? ¿Qué clase de emergencia? Por favor, Pedro, no me dejes al margen —suplicó—. A lo mejor puedo ayudar.

—Ha habido un accidente en Grecia —dijo él tras respirar hondo—. Todo está controlado y no puedes hacer nada, pero necesito volver a casa lo antes posible.

—Pero, ¿Quién? ¿Algún miembro de tu familia? ¿Por qué tanto secreto? —gritó Paula, cuando de repente la idea le vino a la cabeza—. ¿Tienes una amante en Grecia?

—Theos, ¿Por qué siempre piensas lo peor? —gruñó él con furia—. No tengo ninguna amante en Grecia… ni en Grecia ni en ninguna otra parte.

—Entonces, ¿Quién ha resultado herido en un accidente? —preguntó ella—. Creía que éramos amigos, Pedro, que había algo entre nosotros. ¿No me lo puedes contar?

—Mi hija se ha caído de la bicicleta y está en el hospital con una conmoción. Las pruebas han detectado una ligera inflamación en el cerebro. Por eso tengo que irme.

Paula intentaba asimilar sus palabras. Tenía que ser alguna especie de broma macabra. Era Pedro, el hombre a quien había decidido confiar su vida tras una larga noche. ¿Cómo podía tener una hija y no habérselo dicho?

—¿Tu hija? —preguntó con la boca seca—. ¿Tienes una hija? ¿Cuándo… cómo? No lo entiendo.

—Es muy sencillo —dijo él bruscamente. Tenía un nudo en el estómago, pero no había forma de explicarlo delicadamente cuando su adorada niña estaba herida en el hospital—. Mi esposa dió a luz a nuestra hija, Catalina, diez meses antes de morir.

—De modo que… ¿Tienes una hija de ocho años?

—Casi nueve —contestó—. Mira, entiendo que sea un golpe para tí, pero no tengo tiempo de hablar sobre ella… ahora —abrió la puerta y salió—. Te llamaré, pedhaki mou.

—¡No lo hagas! —Paula se rió amargamente—. No me llames así. Es más, no me llames en absoluto. No quiero volver a oír hablar de tí, Pedro.

—No seas ridícula —a punto de marcharse, él se paró y la miró a la cara—. Tenemos que hablar, Paula —luego suavizó el tono al ver el dolor en sus ojos—. Pero ahora mismo mi prioridad es Catalina, debes entenderlo.

—Siempre debería ser tu prioridad, Pedro —ella lo miró como si lo viera por primera vez y el desprecio de su mirada fue como una puñalada para él—. Cielo santo. Se trata de una niña de ocho años, huérfana de madre, y tú vuelas hasta la otra punta del mundo para intentar convencerme de que me acueste contigo. ¿Qué clase de padre eres?

—No la he dejado sola —le espetó él furioso—. Catalina siempre ha pasado mucho tiempo con mi hermana y su familia. Considera a Luciana como a una madre y a sus primos como hermanos.

—No es lo mismo —dijo Paula—. Eres su padre, y la dejaste para estar conmigo. Sé muy bien lo que se siente al ser abandonada. Ser relegada por otra mujer. Eres como mi padre, y no puedo creer que fuera tan estúpida como para empezar a confiar en tí.

—¿Cuándo te he dado motivos para dudar de mi palabra? —preguntó él con los ojos llameantes.

—¡Tienes una hija! —gritó Paula—. Una hija a la que ni siquiera mencionaste a pesar de buscar mi confianza. ¿Por qué no me lo dijiste? —dijo ella, asaltada por una enorme decepción.

Pedro la miró imperturbable. De repente parecía muy lejano y ella se dió cuenta de que no lo conocía en absoluto.

—En el esquema general de las cosas —continuó ella—, yo no soy importante para tí, ¿Verdad?

—Al principio no lo eras —admitió él—. Siempre he mantenido mi vida privada separada de Catalina. Muchas mujeres consideran a un padre soltero multimillonario como objetivo de matrimonio.

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