martes, 12 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 28

—Pedro —ella gimió cuando él de repente la levantó en vilo y se dirigió decidido al dormitorio. Las alarmas sonaban en su cabeza, pero ella las ignoró.

Durante años sus estúpidos bloqueos la habían impedido explorar su propia sexualidad, pero eso había terminado. Quería que Pedro le hiciera el amor. Quería que la liberara de su prisión de terror y que le demostrara que era una mujer sexualmente normal. Cuando él la tumbó sobre la cama, ella se aferró a él como si temiera que se fuera a marchar.

—Tranquila, pedhaki mou, no hay prisa —murmuró dulcemente cuando ella lo agarró por los hombros y tiró de él.

Él no lo entendía, pensó. Tenía que hacerlo, en ese instante, mientras sus nervios todavía aguantaran. Con un gemido, ella buscó su boca mientras sus manos le desabrochaban la camisa para acariciar su pecho. Él tenía un cuerpo increíble, firme y fuerte, con los músculos del abdomen claramente visibles bajo su piel morena. El vello arañaba ligeramente sus manos y ella tembló al imaginar cómo se sentiría contra sus pechos.

—Me toca —bromeó él cariñosamente mientras sus manos desataban el vestido, como si le leyera el pensamiento a Paula, que deseaba que deslizara la tela hasta dejar al aire sus pechos.

Ella observó cómo se oscurecía su mirada y reconoció el apetito animal, y gimió suavemente cuando él se agachó sobre ella, piel contra piel. Los labios de él avanzaron sensualmente por la boca de ella, por el cuello y hasta el suave valle entre sus pechos. Paula contuvo la respiración cuando tomó esos pechos en sus manos y acarició con la lengua los sensibles pezones erectos. Una exquisita sensación la inundó y ella le acarició el cabello mientras lo apremiaba en silencio para que continuara. Quizás porque advirtió su desesperación, él se introdujo un pezón en la boca y lo chupó hasta que ella se arqueó bajo su cuerpo y empujó las caderas contra él con un efecto demoledor.

—Theos, Paula, no creo que pueda esperar —murmuró mientras levantaba la cabeza y mostraba el rostro del deseo. Luego lamió el otro pezón mientras observaba fascinado cómo se endurecía.

Paula cerró los ojos y se entregó a las maravillosas sensaciones que Pedro despertaba en ella. Su cuerpo ardía y el dolor en la boca del estómago se acentuó hasta convertirse en un grito de deseo. Ella movió las caderas, mientras aumentaba el calor entre sus muslos, convencida de que quería que sucediera, incluso cuando él deslizó el vestido por debajo de sus caderas. El roce de sus manos en sus muslos hizo que ella temblara de excitación. Únicamente estaba vestida con el diminuto triángulo de raso y respiró hondo cuando él deslizó los dedos por debajo para acariciar los suaves rizos entre sus muslos. «Esto es bueno», pensó cuando las primeras dudas empezaron a asaltarla. Ella era consciente de sus dedos que se deslizaban hacia abajo y sabía instintivamente que iba a separarle las piernas para tocarla allí donde ella más lo deseaba. Ella quería que él continuara, lo deseaba desesperadamente, pero el frío se instalaba en su cuerpo y sus músculos se tensaron ante la imagen mental de la lasciva sonrisa de su padrastro.  «¿Quieres que te diga dónde me gustaría tocarte, Pauli?».

—¿Qué sucede, Paula mou? —Pedro la miró y sonrió con tierna pasión.

Ella lo miró, deseosa de relajarse, pero no podía, y cuando él la acarició de nuevo, ella juntó las piernas y le empujó.

—¡No, no! No puedo. Por favor, Pedro, déjalo. Por favor —susurró mientras inconscientemente pedía su perdón al ver cómo su rostro se ponía rígido—. Lo siento. No puedo hacerlo. Lo siento.

Mientras él se echaba a un lado, ella agarró el vestido y se lo puso a toda prisa. Se sentía enferma, a punto de vomitar. Sería la humillación completa y respiró con dificultad. Apenas se atrevía a mirar a Pedro, segura de encontrar disgusto y desprecio en su mirada. Pero cuando al fin lo hizo, no encontró nada de eso. Simplemente parecía cansado y, curiosamente, abatido. Ella sentía que le había herido y la idea la descompuso.

—Debes de odiarme —ella no quería llorar delante de él, pero no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas.

Le oyó suspirar y se cubrió el pecho cuando se acercó. Se había abrochado mal la camisa, otro reflejo más del dolor que ella le había provocado.

—¿Por qué debo de odiarte? —preguntó con dulzura.

—Debes de pensar que me burlo de tí, que te excito deliberadamente para… — ella se derrumbó, incapaz de continuar.

—¿Era eso lo que hacías, Paula? ¿Me provocabas deliberadamente? —su voz no reflejaba ninguna emoción. La idea de que él la despreciara la obligó a mirarle a los ojos.

—No. Te deseaba. Pensé que podría hacerlo. De verdad pensé que podría con ello —susurró con voz ronca.

Pedro frunció el ceño. Ella le había correspondido con tal pasión que él había pensado que deseaba hacer el amor con él. La idea de que ella se había esforzado en «poder con ello», le resultaba repugnante. ¿Pensaría que él era una especie de ogro? Sin embargo había parecido tan ansiosa cuando él la llevó al dormitorio… Sabía que había ido demasiado deprisa para ella, y eso le ponía furioso. Había planeado tomárselo con calma y había ido a Nueva York con la intención de conquistarla hasta ganarse su confianza. En cambio se había comportado como un hombre de Neardenthal. Era lógico que ella lo estuviera mirando con terror.

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