jueves, 14 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 30

Cuando Paula al fin encontró el valor para salir del cuarto de baño, se alegró de que Pedro se hubiera marchado. Se metió en la cama y lloró hasta quedarse dormida. A la mañana siguiente se encontraba fatal y se dirigió al cuarto de baño para observar en el espejo la imagen de su cara hinchada y sus ojos rojos. Había leído que llorar era una especie de catarsis que purgaba las emociones, pero a ella sólo le había dejado un horrible dolor de cabeza. Le llevó algún tiempo darse cuenta de que alguien llamaba a la puerta. Al abrir se encontró con el sonriente camarero.

—Servicio de habitaciones —anunció mientras entraba con el carrito.

—Debe de ser un error. Yo no he pedido nada —protestó ella—. Debe de haberse equivocado.

—Habitación 158, desayuno para dos —insistió mientras empezaba a servir el contenido del carrito—. Zumo de naranja, café, huevos, croquetas de patata, bollos…

—Sólo quiero un par de aspirinas y una taza de té —murmuró con el estómago revuelto.

—Desde luego tienes un aspecto horrible esta mañana. Suerte que los editores de Vogue no pueden verte —una voz familiar sonó a sus espaldas—. Gracias — Pedro despidió al camarero y entró en la habitación con gesto preocupado ante el aspecto de Paula.

—He pasado una noche horrible. Es normal que tenga este aspecto —dijo furiosa.

—Para mí siempre serás la mujer más preciosa del mundo, Paula mou.

—No lo hagas —dijo ella con lágrimas en los ojos cuando él se acercó.

—Siento que hayas pasado una mala noche. Si te sirve de consuelo, la mía ha sido peor.

Ella lo miró a la cara y notó las arrugas alrededor de sus ojos y su boca. Con mala noche o sin ella, seguía teniendo un aspecto fabuloso.

—Tengo entendido que hoy estás libre —dijo él alegremente, aunque sin explicar cómo lo sabía—. Pensé que podríamos desayunar relajadamente y pasar el resto del día de visita por la ciudad, o ir de excursión en ferry a Manhattan. Se tardan unas tres horas y las vistas son excelentes.

—¿Por qué? —preguntó Paula con voz ronca mientras intentaba no contagiarse de su entusiasmo.

—¿Por qué ir en barco? Es más relajante que ir por carretera, pero hay muchas excursiones en autobús si lo prefieres.

—No es eso lo que quiero decir, y lo sabes. No tienes que pasar el día conmigo. No cambiará nada —dijo torpemente con las mejillas rojas ante la mirada inquisitiva de él.

—No espero que te metas en mi cama como pago por un entretenido día de excursión —dijo él secamente—. Sólo me apetece pasar algo de tiempo contigo, Paula —añadió con dulzura antes de besarla ligeramente con evocadora ternura. Luego levantó la vista y la miró a los ojos—. No sé lo que te sucedió en el pasado, pedhaki mou, y no puedo obligarte a confiar en mí. Algo… alguien evidentemente te hizo tanto daño que desconfías de todos. Pero yo no me marcharé sin más.

—¿Aunque nunca sea capaz de hacer el amor contigo? —susurró ella—. Porque no puedo, Pedro. Anoche pensé que sí. Te deseaba muchísimo —admitió con una sinceridad que le conmovió a él—. Pero cuando llegamos a… me quedé helada —las lágrimas llenaron sus ojos.

—Nunca es mucho tiempo —Pedro la rodeó con sus brazos y besó sus cabellos—. Vayamos día a día. Anoche te quedaste bloqueada porque yo te metí prisa y no estabas preparada. Entiendo que la confianza sea importante para tí, Paula. Necesitas saber que no te haré daño. Sólo te pido una oportunidad para demostrarte que puedes tener fe en mí.

Era imposible resistirse a él, pensó Paula mientras descansaba la cabeza contra su pecho. En lugar de estar enfadado o impaciente, él era todo comprensión y cariño.

—Espero que tengas hambre —Pedro le besó la punta de la nariz mientras la guiaba hasta la mesa—. Éste es un desayuno al estilo de Nueva York.

—Me muero de hambre —contestó Paula, sorprendida de que fuera así. Tras la horrible noche pasada, creyó que nunca más volvería a probar bocado, pero para su sorpresa, descubrió que había recuperado el apetito. Se sentó y se sirvió un plato de huevos revueltos—. ¿Me acompañas?

Su tímida sonrisa le provocó una punzada de dolor en el estómago a Pedro. Sin maquillar y con el pelo recogido en una coleta, parecía joven e inocente. Aunque él seguía preguntándose hasta dónde llegaba realmente esa inocencia. No dudaba de que hubiera dicho la verdad sobre su total falta de experiencia con el sexo. Sólo se preguntaba cómo no se había dado cuenta antes. Él era culpable de haberse creído toda la basura publicada sobre ella. Su participación en actos benéficos debería haberle indicado que no era la caprichosa supermodelo que aparecía en la prensa. Paula era preciosa por dentro y por fuera, pero también emocionalmente frágil y asediada por los demonios de su pasado. Él había pasado una noche infernal, sabiendo que no tenía ni el tiempo ni la capacidad para ayudarla. Tenía obligaciones que ella desconocía, una carga en forma de niña que siempre sería su prioridad. ¿Cuándo sería un buen momento para dejar caer que tenía una hija de ocho años? Nunca se había encontrado en esa disyuntiva. Desde la muerte de Mariana, jamás había sentido la necesidad de profundizar en ninguna de sus relaciones tanto como para que saliera Catalina a relucir.

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