jueves, 28 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 47

Antes de que ella pudiera reaccionar, él la besó en la boca. Fue un beso salvaje y posesivo que exigía ser correspondido. Paula se aferró a él desesperadamente, mientras se le partía el corazón en mil pedazos. ¿Cómo podía decirle que sabía exactamente lo que quería de él cuando era lo único que él no podía darle? Su corazón pertenecía a esa preciosidad griega que había dado a luz a su hija. Había elegido a Mariana como esposa y años después de su muerte, seguía rodeado de sus obras de arte como si fuera incapaz de dejarla marchar. Ella sería siempre la segunda. Y aunque lo amaba más que a su vida, no podía aceptarlo.

El vuelo a París pareció eterno. Paula se alegró de poder viajar en primera clase, que ofrecía mucha más comodidad para sus largas piernas. La primera clase era uno de los privilegios de su carrera, aunque durante las tres últimas semanas ella había llegado a la conclusión de que sería capaz de sacrificar su preciosa carrera por el amor de Pedro. En el aeropuerto de París alquiló un coche y pasó unas horas infernales buscando la apartada residencia de su madre en el norte de Francia. Cuando llegó a la casa rural que su madre compartía con su tercer marido, ya era casi de noche. Pedro había dicho que Juan Aldridge era un hombre decente, y ella esperaba, por el bien de Alejandra, que fuera cierto. No había tenido mucho contacto con su madre durante los últimos cinco años, pero su corazón estaba hecho trizas y necesitaba alguien con quien consolarse.

—¡Paula! ¿Qué haces aquí? No es que no seas bienvenida, claro está —balbuceó Alejandra Aldridge al abrir la puerta—. Es maravilloso poder verte, querida. Casi había perdido la esperanza de que vinieras a verme —dijo mientras agarraba la mano de Paula y la conducía hasta la casa—. Tienes que conocer a Juan. Está en el jardín, le llamaré —al rato volvió y sonrió alegremente a Paula—. Supongo que te ha traído ese encantador hombre tuyo. Me prometió que intentaría convencerte para que nos hicieras una visita. ¿Dónde está?

—¿Qué hombre? —preguntó Paula contrariada.

—Pedro, por supuesto —contestó su madre en un tono que indicaba que no podría haber otro hombre en la vida de Paula—. Estaba tan preocupado por tí cuando vino hará un mes. Y fue tan amable cuando le hablé de mi divorcio de tu padre. Parecía entender cuánto te había afectado —de repente se quedó atónita ante las lágrimas que descendían por las mejillas de Paula—. ¿Qué sucede, cariño? ¿Han reñido? Seguro que se podrá arreglar. Pedro te quiere muchísimo.

—No es verdad —gimió Paula, incapaz de ocultar más su angustia—. Sigue enamorado de su primera esposa. Su casa está llena de recuerdos de ella. Incluso me llevó al lugar donde pasaron su luna de miel. Ella era preciosa e inteligente y yo no puedo competir con su recuerdo.

—No seas boba. No creo que tengas que competir con nadie —dijo Alejandra con firmeza mientras la abrazaba—. Puede que no haya tenido mucho éxito en la elección de mis dos primeros maridos y puede que te sorprenda, pero Gerardo Stone no era el hombre encantador que pensé al principio —dijo ella, sin percibir el dolor que apareció en el rostro de Paula—. Pero reconozco el amor cuando lo veo, y lo ví en los ojos de Pedro cuando hablaba de tí —aseguró—. Ahora ven a comer algo. Estás demasiado delgada, y no creo que te estés alimentando bien. Después podrás darte un baño y meterte en la cama. Mañana verás las cosas mejor. No sé nada sobre la primera esposa de Pedro, pero estoy segura de que eres la mujer a quien ama.

—Creo que he cometido un terrible error —dijo Paula mientras se tapaba la cara con las manos—, pero tengo tanto miedo de volverme celosa y posesiva como… —se paró en seco, avergonzada.

—Como lo era yo —Alejandra terminó la frase por ella—. Paula, hay tantas cosas que debí haberte explicado —añadió con tristeza—. Durante gran parte de mi vida, he sufrido de trastornos depresivos que, afortunadamente, están controlados con medicación. Pero durante muchos años luché yo sola con mis sentimientos — admitió—. Hubo un momento, cuando eras pequeña, en que me volví paranoica y obsesiva, y tu padre no lo soportó. La verdad es que eché a Miguel de mi vida, pero hasta años más tarde no acepté, gracias al apoyo de Juan, que yo fui en parte responsable del fracaso de mi primer matrimonio.

Alejandra se enjugó las lágrimas con una mano temblorosa. El gesto conmovió a Paula al reconocer la fragilidad de su madre. No era de extrañar que hubiera sido un objetivo fácil para Gerardo Stone. Todo el resentimiento acumulado contra su madre por su parte de culpa en lo sucedido con su padrastro se esfumó. Alejandra pensaba que hacía lo mejor para su hija al proporcionarle una figura paterna, sin saber que el hombre elegido era un monstruo. Si supiera lo que ella había sufrido por culpa del alegre tío Gerardo, la destrozaría. Se juró que jamás se lo diría a su madre. Pertenecía al pasado. Gerardo estaba muerto y ya no podía hacerle daño. Pedro era la única persona que conocía su secreto y la que había logrado que ella superara sus miedos. Él había mostrado una paciencia infinita con ella y una gran sensibilidad, pero ella lo había despreciado.

—Tengo que volver a Grecia —murmuró.

No sabía si era amor lo que Alejandra había visto en los ojos de Paula, pero ya no le importaba. Las últimas tres semanas sin él habían sido tan horribles que ella estaba preparada para tragarse su orgullo y admitir que lo amaba. Él siempre amaría a Mariana, pero no podía hacerle el amor a un recuerdo.

—Lo siento, mamá, pero no puedo quedarme. Volveré pronto. Tengo que volver con Pedro y…

—Y decirle que lo amas —dijo su madre con dulzura—. Supongo que no servirá de nada que intente convencerte de que te quedes hasta mañana, de modo que te llevaré al aeropuerto.

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