Paula abrió los ojos, sorprendida por la vocecita que la llamaba, antes de recordar dónde estaba.
—Pasa, Catalina —murmuró mientras sonreía somnolienta.
—Papá dijo que no te despertara —admitió temerosa la hija de Pedro—. Pero hoy vamos a Poros y ya no puedo esperar más —la niña saltó a la cama con los oscuros ojos brillantes de emoción—. Será genial. Iremos en el barco de papá y, cuando lleguemos a la isla, podremos nadar en el mar. Vendrás a nadar conmigo,¿Verdad?
—Por supuesto —prometió Paula—. En cuanto me duche estaré lista. ¿Qué hora es?
—Casi las nueve —dijo Catalina—. Quise despertarte antes, pero papá dijo que estabas cansada porque a veces tienes pesadillas —saltó de la cama y siguió a Paula hasta el cuarto de baño—. Yo solía soñar con un monstruo, pero papá me dijo que no tuviera miedo porque él lo echaría. ¿Tú sueñas con monstruos, Paula?
—Antes sí —dijo Paula—. Pero tu papá también echó a los míos.
—Papá es el mejor —dijo Catalina con tal adoración en la voz que conmovió a Paula.
Recordaba cuando ella pensaba lo mismo de su propio padre, y cómo se sintió cuando él la abandonó. Pedro no se parecía a su padre, reconoció. Nunca abandonaría a su hija. Llevaba en Grecia una semana y era evidente que la hija de Pedro era feliz, equilibrada y que confiaba en el amor de su padre. Catalina siempre sería la prioridad de Pedro y Paula lo admiraba y respetaba por ello. Ella nunca se sentiría celosa de su amor por la niña, pero el fantasma de la esposa muerta era otra cosa.
—¿Tardarás mucho en ducharte? —preguntó Catalina con una impaciencia mal contenida.
—Cinco minutos como mucho —le aseguró Paula—. ¿Dónde está tu papá?
—Nos espera en la terraza. Le diré que estás casi lista —Catalina salió de la habitación mientras lanzaba una última súplica—. ¡Date prisa, Paula!
Diez minutos más tarde, Paula estaba duchada y vestida. Estaba casi tan excitada como Ianthe por la excursión, y se dirigió al ascensor tras aplicarse un poco de maquillaje y unas gotas de su perfume preferido. Al descubrir la muerte de Gerardo Stone, se sintió conmocionada. Le costaba aceptar que el hombre que le había provocado tanto dolor y angustia mental se había marchado para siempre. Aunque no había visto a su padrastro desde hacía años, la idea de que siguiera fantaseando con ella le repugnaba. La noticia la había liberado de su condena, y las barreras mentales que la impedían mantener una relación sexual desaparecían poco a poco.
A medida que avanzaba la semana, ella fue consciente de haber enterrado el pasado y miraba al futuro con renovado optimismo. La idea de hacer el amor con Pedro ya no la aterrorizaba. Pero, para su frustración, él no había hecho ningún intento de llevarla a la cama. Al principio, ella pensó que quería darle tiempo para asimilar la muerte de su padrastro. Cada noche la acompañaba hasta su dormitorio y la besaba hasta dejarla aturdida de deseo, y antes de desearle buenas noches y marcharse a su propia habitación. A medida que pasaban los días, y las noches, ella sentía cada vez más dudas y se preguntaba si su aparente reticencia a avanzar en su relación no sería por otro motivo. La esposa de Pedro estaba muerta, pero su recuerdo no. Cada estancia de la villa estaba decorada con obras suyas, unos cuadros y unas exquisitas esculturas, reflejo del enorme talento de Mariana. Pensaba en lo trágico de la muerte de una mujer guapa, joven y con talento, que tenía tanto por lo que vivir. Era normal que Pedro hubiera estado locamente enamorado de su esposa, y en Catalina, la viva imagen de su madre, tenía un permanente recuerdo de lo que había perdido. A cualquier mujer le costaría competir con Mariana, y ella no tenía siquiera intención de intentarlo, pensaba Paula al llegar a la terraza donde Pedro esperaba sentado a la sombra de la pérgola.
—Buenos días, Paula, ¿Has dormido bien?
Pedro levantó la vista del periódico y la miró con aprobación, haciendo que ella se sonrojara. A pesar de ser una de las mujeres más fotografiadas del mundo, tenía poca confianza en sí misma y no podía evitar pensar que desmerecía al lado de la exótica belleza de Mariana.
—Demasiado bien —murmuró a modo de disculpa. Por primera vez en años era capaz de dormir sin miedo a las pesadillas—. No sabía que fuera tan tarde, pero ya estoy lista —añadió sonriente al ver aparecer a Catalina.
—Bien, nos marcharemos en cuanto desayunes.
—Pero si no tengo hambre —dijo ella rápidamente.
—Pues no vamos a ninguna parte hasta que hayas comido, pedhaki mou — sentenció Pedro.
—¿Nunca te han dicho que eres el hombre más mandón del mundo? —le espetó Paula mientras se sentaba a la mesa y sonreía a la doncella que le sirvió una taza de café.
—Nadie se había atrevido a hacerlo —admitió Pedro con una sonrisa devastadora que la dejó sin aliento—. Contigo rompieron el molde, Paula mou.
Estaba guapísimo con sus vaqueros ajustados y su camiseta negra. Paula sintió el loco impulso de arrancarle el periódico de las manos y besarlo en la boca de una forma que no le dejara lugar a dudas sobre lo que ella deseaba. Pero no era el momento indicado, admitió, ni tampoco el lugar, con Catalina por ahí. Se obligó a concentrarse en un trozo de naranja, pero al levantar la vista, se quedó parada ante la hambrienta mirada de Pedro, antes de que cambiara de expresión. A lo mejor su corazón pertenecía a Mariana, pero lo que no podía negar era que la deseaba a ella. La idea hizo que se acalorara, consciente de que sus pechos se habían endurecido y que sus pezones presionaban su top de algodón. Por sentido común, no debería acompañarles a Poros. Pero el sentido común nunca había triunfado sobre el amor.
Pero que poca confianza en si misma tiene esta chica!!
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