jueves, 28 de noviembre de 2019

Desafío: Capítulo 48

Las oficinas de Alfonso Construction estaban en el centro de Atenas. Paula pasó del calor de la tarde al frío del interior del edificio. El corazón le latía con fuerza mientras se dirigía al ascensor. Sabía, por la hermana de Pedro, que el despacho estaba en la última planta. Luciana también le había advertido de que el humor de su hermano era pésimo desde su vuelta de Poros y que pensaba que ella era la única capaz de hacerle sonreír de nuevo. Eso parecía poco probable, pensó mientras el ascensor se paraba en la última planta. Tenía cuidadosamente ensayado lo que iba a decir, pero llegado el momento su confianza se esfumaba poco a poco. Respiró hondo y sonrió a la elegante mujer que supuso era la secretaria de Pedro mientras se dirigía al despacho. La mujer dijo algo en griego, seguramente algo referente a que él no quería ser molestado, pero la ignoró y abrió la puerta. Él parecía cansado y extrañamente abatido. No quedaba señal alguna de su habitual arrogancia, pensó ella mientras sentía su cuerpo reaccionar instintivamente a su masculinidad. Él debió de oír el sonido de la puerta, pero ni siquiera se molestó en levantar la vista mientras emitía un seco comentario en griego.

—Hola, Pedro.

Ella no sabía qué esperar y le asustó la mirada de dolor salvaje de sus ojos antes de ocultar sus emociones. Durante unos segundos, ella había leído en su corazón y sintió que le flaqueaban las piernas.

—Paula. Qué… agradable sorpresa —dijo fríamente—. ¿Qué haces aquí? —era típico de Pedro saltarse los rodeos e ir directamente al grano.

—¿No lo adivinas? —preguntó ella.

—Hace tiempo que dejé de intentar adivinar lo que pasaba por tu cabeza. ¿Por qué no me lo dices y así nos ahorramos tiempo los dos? —se reclinó en el asiento y la contempló descaradamente, como un sultán que inspeccionara a su última concubina.

Paula lo miró tranquilamente a los ojos. Su falda era más corta de lo habitual y mostraba sus largas y finas piernas envueltas en unas medias negras. Ella observó fascinada el rubor que aparecía en las mejillas de Pedro mientras sus ojos se deslizaban hasta sus talones. El deseo, esa feroz química que siempre había existido entre ellos, brillaba en sus ojos. Al menos era algo, pensó ella. La pasión era una emoción tan fuerte como el amor y, si hacía falta, la utilizaría para atarle a ella hasta que él ya no supiera dónde terminaba la pasión y empezaba el amor.

—A lo mejor esto te da alguna pista sobre el motivo de mi visita —ella atravesó la habitación mientras se desabrochaba la chaqueta y la dejaba caer al suelo.

No llevaba nada debajo, salvo un sujetador negro. Se echó el pelo atrás y oyó a Pedro respirar hondo, aunque su expresión seguía impasible.  Con estudiada lentitud, ella se bajó la cremallera de la falda y movió las caderas para que se deslizara por sus muslos. Le resultaba increíblemente liberador deshacerse de las capas de ropa una a una. Pedro la había liberado de la idea de que su cuerpo era pecaminoso. Estaba orgullosa de sus pechos y su fina cintura, así como de sus infinitas piernas y del calor de la mirada de él, reflejo del placer que sentía al contemplar sus curvas.

—Muy bonito —dijo él en tono de suprema indiferencia—. Tu amante australiano es un chico con suerte.

—¿Quién? —Paula lo miró aturdida.

—Lisandro, o como quiera que se llame. Ese insecto de pelo largo y ojos de cucaracha.

—Te refieres a Leandro Travis, el cantante del más famoso grupo de música pop de Australia —Paula sacudió la cabeza—. ¡Estás celoso!

Pedro ni siquiera se dignó a responder, pero la ira de su mirada debería haber bastado para que ella saliera huyendo.

—Para tu información, me senté junto a Leandro en la presentación de una película y la prensa inmediatamente se inventó la historia de que estábamos liados. En mi mundo sucede constantemente.

—No me gusta tu mundo —gruñó Pedro con una actitud muy griega.

—No pasó nada —le aseguró ella con alegría. Él estaba celoso y eso tenía que significar algo—. El único hombre que deseo eres tú.

Ella se inclinó hacia delante y tiró de su corbata para atraerlo mientras buscaba sus labios con renovada confianza. Durante unos tensos segundos él permaneció rígido antes de rodearla con sus brazos y sentarla sobre sus rodillas.

—Paula mou, no creo que lo soporte mucho más —gimió cuando al fin levantó la vista para mirarla—. Te amo —las palabras le salieron del alma—, más de lo que pensé que sería posible amar a otro ser humano. Pero mi necesidad por tí me destroza.

—Pero yo pensé… —dijo Paula mientras la felicidad se instalaba en ella—. Pedro, yo también te amo, con todo mi corazón —aseguró con una emoción que ya no tenía que ocultar.

—¿Por qué me abandonaste entonces? —gruñó él—. Aquella noche en Poros, cuando Catalina se asustó por la araña, estuviste tan fría y distante que supe que te perdía. Pero no puedo cambiar el hecho de que tengo una hija.

—Quiero a Catalina casi tanto como a tí —le aseguró Paula con dulzura mientras se sonrojaba—. Nunca sentiría celos de ella, pero me costaba aceptar que todavía amaras a su madre. Cata me explicó aquella noche que habían pasado su luna de miel en Poros.

—¿De verdad? —Pedro frunció el ceño—. Es cierto que llevé a Mariana a Poros, pero nos alojamos en la villa de un amigo en la otra punta de la isla. La granja la compré hace un par de años para tener un lugar donde llevar a Cata, y le hablé de la luna de miel porque creo que es importante que ella conozca todos los detalles sobre su madre. Mariana murió hace mucho tiempo —añadió—, y por el bien de Cata, siempre la recordaré, y por eso tengo sus obras de arte repartidas por la villa. La amaba, sí —admitió mientras abrazaba a Paula con más fuerza—. Era una chica dulce. Nos conocimos poco después de la muerte de mis padres y supongo que yo necesitaba recrear la sensación de familia, pero mi tristeza era por la pérdida de tan joven vida y, cuando pienso en ella ahora, lo hago con afecto. Tú eres el amor de mi vida, pedhaki mou. Junto con Cata, eres mi razón de vivir.

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