La risa de su hijo emocionó a Pedro, pero fue ver a su esposa sonriendo con Nicolás en brazos para que mirara por la ventana del ferry lo que le removió algo en su interior que ni siquiera sabía que existiese: la barrera que lo había separado de quienes trataban de acercársele demasiado. Llevaba semanas derrumbándose. Día a día, la relación con Paula y el niño se había ido intensificando y convirtiendo en algo inesperado que nunca creyó que podría sentir. Y debería haberlo esperado con Nicolás, su hijo. A pesar de que sus padres nunca habían dado muestras de sentir nada por él salvo un ligero placer si se portaba bien y frialdad si los interrumpía en un momento inoportuno, sabía que tenía que existir un vínculo entre padre e hijo. Al enterarse de que tenía un hijo, actuó de inmediato para conseguir la custodia, desesperado por asegurarle al niño los cuidados de un padre que lo quisiera, aunque sabía que le quedaba todo por aprender sobre el amor. Lo que no había esperado es que se produjera con tanta facilidad. La felicidad que Nicolás había llevado a su vida y el sentido de responsabilidad eran inauditos, y no los cambiaría por nada. Miró a Paula y observó cómo se le iluminaba la cara al sonreír. Toda una vida de relación con las mujeres le había enseñado que sería un estúpido si le entregan el corazón en bandeja a una de ellas. Y, sin embargo, en las semanas anteriores se había sentido a gusto con ella, aunque sin dejar de ser consciente del deseo sexual que ya era una constante en su vida, pero relajado como nunca se había sentido con otra mujer. Tan relajado, que se veía obligado a recordar que, como el resto de su sexo, podía engañar a un hombre. Sin embargo, al mirarla en aquel momento, encantada porque él había accedido a hacer algo normal, como ir a pasear en ferry por el lago, sin tener que subir a una limusina ni a ninguno de sus «juguetes de hombre rico», le resultaba difícil creer que fuera una fría calculadora. Y lo más sorprendente era que no quería creerlo. Confiaba en ella, le gustaba, no sólo la deseaba. Era una mujer diferente de las demás. Su falta de interés por el dinero era genuina. Y aunque utilizaba la cuenta, se gastaba el dinero en juguetes y libros para Nicolás, no en ropa para ella. Era totalmente opuesta a su madre, cuyo instinto maternal era nulo. Paula era una madre maravillosa.
Pedro se había dado cuenta de que el contrato prematrimonial en el que le ofrecía una fortuna si se quedaba con Nicolás no hubiera sido necesario, ya que Paula no se separaría de su hijo por nada del mundo. Por eso le gustaba. Y por muchas otras cosas, como su espíritu indomable al no darse por vencida ante la dislexia y la sensación de no dar la talla; su inteligencia; su dignidad. Era la esposa de la que cualquier hombre se sentiría orgulloso en muchos sentidos. Pensó en cómo habían hecho el amor aquella mañana, y su mirada se dirigió al liso vientre de ella. Era posible que estuviera embarazada. Sintió una satisfacción primaria ante la idea de verla engordar debido al embarazo. Se lo había perdido la primera vez, pero, la siguiente, participaría en todo momento.
-Signor Conte.
Pedro se distrajo de sus pensamientos para mirar a la mujer de pelo gris que había frente a él. Un sexto sentido hizo que Paula se volviera a mirarlo. No estaba lejos y, con la cabeza inclinada, escuchaba a una mujer. La intensidad con la que lo hacía hizo que Paula presintiera algo malo. La mujer le resultaba familiar. Bruno, que estaba al lado de ella, también los observaba y no parecía dispuesto a intervenir. Pero pasaba algo.
—Bruno, ¿Puedes agarrar a Nicolás, por favor? —el guardaespaldas la miró sorprendido, pero ella se volvió hacia Pedro.
La mujer lo había tomado del brazo y él estaba muy pálido. La mujer inclinó la cabeza y Paula la reconoció: era Rosa, el ama de llaves de Pedro cuando vivía en su casa de las colinas, detrás del lago. Rosa había sido muy afectuosa con ella. La había animado cuando trataba de hablar en italiano. Y, sobre todo, se había preocupado de que comiera cuando la relación con Pedro se había hecho añicos. Paula se apresuró por el pasillo para saludarla, pero estaba preocupada por la expresión helada de Pedro. Lamentaba haberle pedido que se dieran un paseo en ferry en vez de en un barco privado para pasar un día normal con gente que no supiera quiénes eran. ¿Había sido un error? Cuando llegó a dónde estaba Pedro, Rosa se había marchado y el ferry estaba llegando al muelle. Los pasajeros comenzaron a levantarse, pero él permaneció inmóvil, como si estuviera clavado en el sitio. El miedo se apoderó de Paula. A pesar de que no quería quererlo, se había vuelto a hacer un sitio en su corazón. Le proporcionaba mucho placer, la consolaba cuando lo necesitaba y hacía que se sintiera especial. No podía seguir fingiendo que no le importaba, que no lo quería.
—Pedro.
Él la miró como si no la viera. Después la atrajo hacia sí para apartarla de los pasajeros que se dirigían a la salida.
—¿Nicolás está con Bruno? Muy bien —su voz sonaba como siempre, pero parecía distinto.
—¿Qué pasa, Pedro?
—Vamos —le pasó el brazo la cintura—. No pasa nada. Nicolás y Bruno ya vienen.
Paula sabía que pasaba algo, pero hasta que no llegaron a la mansión no obtuvo respuestas.
Ay noooo!!! Ya quiero saber que le dijo!!!
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