—Oye, un Alfonso en el hospital es más que suficiente, ¿No?
Él esbozó una sonrisa dulce.
—Dos, si cuentas con el abuelo en la residencia.
—Tienes razón —dijo ella, sonriendo—. Dicen que tres son multitud, así que es mejor no tentar a la suerte, ¿Verdad?
—Voy a sacar las cosas del coche.
Paula no pudo ocultar la cara de sorpresa. ¿Las cosas? ¿Acaso solía dormir a menudo en casa de Valeria?
—Siempre llevo algo para cambiarme en el coche por si me quedo en casa de alguno de mis hermanos —añadió él al ver su reacción.
—Iré… Am… Voy un momento al cuarto de baño mientras vas a por tus cosas.
Paula corrió al dormitorio y escondió su maleta en el pequeño armario. Rápidamente buscó algo que le sirviera de pijama en la cómoda de su hermana y encontró una camiseta de tamaño maxi. De camino al cuarto de baño oyó entrar a Pedro. La vieja cerradura de metal encajó en su sitio con un estruendoso clic que retumbó por toda la casa. Tragó con dificultad. Tenía un tenso nudo en la garganta. Qué no hubiera dado en ese momento por hablar con su hermana. Cerró la puerta del cuarto de baño tras de sí y se lavó la cara. Se cepilló el pelo y también los dientes, repitiéndose una y otra vez que al fin y al cabo no era necesario. Pedro Alfonso y ella no harían otra cosa que dormir esa noche. Cuando se puso la camiseta, el corazón le latía sin ton ni son. Si no lograba controlarse terminaría en el hospital. Aferrándose al blanco lavamanos de porcelana, trató de respirar hondo varias veces. Podía hacerlo. Lo único que tenía que hacer era quedarse profundamente dormida. Era tan simple como eso. Abrió la puerta. pedro la esperaba sentado en la cama, con un pequeño maletín de cuero entre las manos. Al verla salir levantó la vista.
—¿Seguro que no te importa? —le preguntó.
—Claro que no —dijo ella fingiendo una indiferencia que no sentía.
—No tardaré mucho —le dijo él, levantándose y yendo hacia el cuarto de baño—. Puedo dormir en el sofá si lo prefieres.
—Como si fueras a caber en él —Paula forzó una sonrisa—. No seas tonto. No me importa. De verdad.
Pedro asintió levemente, entró en el aseo y cerró la puerta. Paula se metió bajó las sábanas y respiró hondo, aspirando todo el aroma a lavanda de la ropa de cama. A lo mejor él se tomaba su tiempo. A lo mejor incluso se quedaba dormida antes de que saliera del cuarto de baño. Se volvió hacia el borde de la cama, cerró los ojos y trató de relajarse, sin mucho éxito; tenía el cuerpo tan tenso como una cuerda. Cuando él salió de cuarto de baño, apagó la lámpara de noche y un segundo después ella sintió cómo se hundía el colchón a su lado. La joven contenía la respiración.
—Jamás pensé que pasaríamos nuestra primera noche de esta forma —dijo él de repente.
¿La primera noche? Paula masculló algo inconsecuente a modo de respuesta. Aquella afirmación era más verdadera de lo que él podía imaginar. Bajo las sábanas podía sentir el calor de su cuerpo masculino a unos escasos milímetros. De repente cambió de postura y la rodeó con el brazo, atrayéndola hacia sí, apretándola contra poderoso pectoral.
—Que duermas bien —le dijo suavemente—. Y gracias. Me alegro de no estar solo esta noche.
Paula guardó silencio y siguió escuchando. Los ojos le escocían en la oscuridad. En pocos minutos la respiración de él se hizo regular y profunda; su cuerpo se relajó contra ella. A lo lejos podía oír el murmullo del mar; en sincronía con el susurro de su respiración. Poco a poco empezó a relajarse y se dejó llevar por la marea que la envolvía.
Pedro supo el momento exacto en el que Valeria se dejó llevar por el sueño. Sus suaves curvas se acurrucaban contra él y era tan agradable abrazarla, tan agradable… Una parte de él se resistía a dormir. Hizo un esfuerzo por recordar por qué estaba allí; recordó las circunstancias que lo habían llevado a la cama de Valeria esa noche. El recuerdo de Marcos en el hospital, conectado a todas esas máquinas, incapaz de respirar por sí mismo, era más de lo que podía soportar. Abrazó a Valeria con más fuerza y ella se pegó a él aún más. Su firme trasero le rozaba la bragueta. En otras circunstancias, la hubiera hecho despertar, para perderse en sus curvas femeninas. Por mucho que quisiera mantener la relación en un nivel platónico, no podía negar que estaban comprometidos, aunque solo fuera de cara a la galería. Al fin y al cabo no eran más que un par de adultos sanos con impulsos e instintos naturales. Pero un Alfonso no podía sucumbir a las tentaciones tan fácilmente. Desde un principio, había sentido un gran alivio al ver las costumbres antiguas de Valeria; sus besos recatados, el rubor de sus mejillas… Por lo menos así sabía que ninguno de los dos saldría herido cuando terminaran con la farsa. Ni reproches ni corazones rotos… Pero esa noche, sin embargo, necesitaba tenerla en sus brazos; algo que hasta ese momento jamás había sentido. Ella parecía muy distinta ese día. No sabía muy bien de qué se trataba, pero era algo más que el café que se había tomado en el hospital. Despedía un halo de calma que nada tenía que ver con aquella chica fiestera por la que se había sentido atraído al principio. Había algo nuevo en ella; algo que le llegaba muy adentro. ¿Cómo era posible que las cosas hubieran dado un giro tan grande en tan poco tiempo? Finalmente Pedro se dejó vencer por el sueño, embriagado por la desconocida fragancia del cabello de Valeria. Fuera lo que fuera lo que había obrado semejante cambio, ella era justo lo que necesitaba esa noche.
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