jueves, 5 de septiembre de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 41

Él lo perdería con el tiempo. Ella seguía siendo una novedad y estaba allí, disponible y dispuesta a acceder a todas sus exigencias. Sin embargo, sólo Dios sabía cuándo se cansaría ella de él, porque, cada día que pasaba en aquella casa, cada noche que se acurrucaba en sus brazos, satisfecha después de hacer el amor, sentía renacer sus antiguos sentimientos. Trató en vano de resistirse, de recordar que no eran sentimientos recíprocos, que su matrimonio era de conveniencia. Pero había tomado una decisión: aceptar un matrimonio sin amor, aceptar lo que era mejor para Leo, aunque, para ello, la verdadera Paula fuera desapareciendo hasta que sólo quedara de ella la fachada de una mujer que no era nada más que la madre de Nicolás Alfonso y la esposa de Pedro Alfonso. ¡Pero no debía pensar en esas cosas! Había tomado la mejor decisión: era evidente al ver a Pedro y Nicolás juntos, que en aquel momento habían salido del agua y se hallaban frente a ella. Dejó el periódico y alzó los brazos para agarrar a su hijo sin mirar a Pedro.

-Ven aquí, cariño. ¿Te lo has pasado bien?

-Papá —dijo el niño sonriendo mientras los ojos se le cerraban.

-Sí, has nadado con papá, ¿Verdad? —seguía sin mirar a su marido porque le parecía que había algo inquietante en él. Reprimió un escalofrío y se concentró en secar a Nicolás— Tiene que dormir —le dijo finalmente.

Cuando estuviera en la habitación del niño, su deseo de Pedro disminuiría. Si se quedaba más tiempo, él se daría cuenta de su nerviosismo y adivinaría la causa.

-Ya he llamado a Analía para que venga a por él —dijo Pedro mientras le quitaba a Nicolás—. Le pagamos para que se ocupe de él. Así podrás seguir leyendo. ¿Lo ves? Nicolás está contento.

Así era. El niño comenzó a llamar a Analía en cuanto la vió entrar.

-De acuerdo —dijo Paula, que tenía la esperanza de que Pedro se marchara en cuanto lo hiciera Nicolás.

Volvió a agarrar el periódico, pero él se quedó mirándola. Sintió que la garganta y los senos le ardían. Que Pedro la mirara la ponía nerviosa. En vez de marcharse, él se tumbó en la hamaca que había al lado de la suya y lo hizo de lado para mirarla. Ella se estremeció de deseo. Trató de decir algo para romper el silencio.

-No he visto mucho a Diana desde la boda —la relación entre ambas era cortés y correcta, nada más.

Paula no veía sentido a pedirle explicaciones por haberle mentido sobre Pedro y Candela, pero tampoco se le olvidaba.

-Diana está muy ocupada —contestó él en un tono que a Paula le pareció de desaprobación.

—¿En serio?

-Sí.

Había destellos de ira, en sus ojos, era indudable. ¿Se habrían peleado Diana y él? ¿Se habría cansado él de una vez de su conducta esnob y manipuladora? Era demasiado desear. Pero Paula no se echó atrás. Sabía por experiencia propia el daño que Diana podía causar y tenía que saber lo que sucedía.

-Me habías dicho que vendría para aconsejarme sobre cómo desempeñar el papel de condesa.

-No desempeñas un papel, Paula. Eres la condesa Alfonso, recuérdalo.

-Es poco probable que se me olvide —rodeada del lujo adquirido por los Alfonso durante generaciones, se sentía una intrusa, una impostora. Seguía sin acostumbrarse a tener criados.

-No te preocupes, Diana continuará haciendo frente a las responsabilidades de condesa hasta que estés preparada para sustituirla. Pero creo que es mejor que, mientras tanto, alguien más compatible contigo y más de fiar, sea tu mentora.

¿Más de fiar? Parecía que Diana había caído en desgracia. Paula, que al fin y al cabo era humana, se alegró.

—¿En quién has pensado? —por unos segundos creyó que se iba a encargar él.

-En Candela.

-Me gustaría mucho —después de la tirantez inicial, se habían llevado bien. Le gustaban su franqueza y su ingenio—. Si a ella le parece bien —añadió con desconfianza.

-Estoy seguro de que sí. Ya me ha dicho que quería venir a verte.

-Pero no me ha llamado.

-No hay duda de que ha dejado que los recién casados tuvieran tiempo para ellos antes de empezar a hacerles visitas.



Paula lo miró perpleja, como si la idea de la luna de miel le resultara extraña. El se sentía totalmente frustrado. Por muy apasionadamente que hicieran el amor, siempre se las arreglaba después para poner una distancia entre ambos, tal como había hecho aquel día desde que había llegado a la piscina. Por supuesto que no quería que fingiera que lo adoraba, pero aquella distancia permanente fuera del dormitorio lo molestaba. Quería... En realidad, no sabía lo que quería, pero, claramente, no una esposa que lo tratan como a un desconocido salvo cuando estaba desnudo y dentro de ella. Entonces le respondía con todo el entusiasmo que él deseaba.

Con sólo pensar en el sexo con Paula se despertó su virilidad, mientras ella seguía allí sentada, haciéndole preguntas sobre Diana. Había creído que el matrimonio le daría un respiro en el deseo ardiente que experimentaba por ella. Sin embargo, cuanto más la poseía, más la deseaba. Y no sólo en la cama. Se acarició la mandíbula para aliviar la tensión que experimentaba. Ella no se vestía provocativamente para atraerlo. A pesar de los fondos ingresados en su cuenta corriente, seguía llevando la ropa sencilla y barata de siempre, no prendas de diseño ni zapatos caros, ni siquiera lencería sexy. Y, sin embargo, a él le resultaba más atractiva que cualquier otra mujer en ropa interior de encaje que recordara. Envuelta en una gruesa toalla, con el pelo mojado y sin maquillar, hacía que el corazón le latiera muy deprisa. Había vuelto a casa antes para estar con Nicolás, y realmente se lo había pasado muy bien con él. Pero no había podido evitar distraerse con Paula, sentada al lado de la piscina, tan enfrascada en la lectura que era evidente que su marido no le interesaba. No la entendía.

-Aún no has salido de casa —dijo él.

-No quería tener que enfrentarme a la prensa. No estoy habituada a que se me preste tanta atención.

-Organizaré una breve sesión fotográfica en pocos días. Les daremos la oportunidad de retratar a la feliz pareja. De ese modo, la presión disminuirá. Cuando quieras salir, díselo a los empleados y organizarán un dispositivo de seguridad. No tendrás nada que temer.

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