martes, 3 de septiembre de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 37

-No lo dirás en serio.

—¿Sabes una cosa? Me estoy cansando de que me digas lo que digo en serio o lo que siento.

Se apartó de ella bruscamente. Paula estaba libre, la falda ya no le sujetaba las rodillas ni su mano estaba puesta en la parte más íntima de Pedro. Se sintió aliviada, desde luego.  Inspiró profundamente. En unos instante se levantaría y... Unas manos poderosas le subieron desde los tobillos por las pantorrillas y las rodillas. Cuando quiso reaccionar, habían llegado a los muslos y se habían detenido en las ligas que Candela había insistido en que se pusiera. Atónita, lo miró a la cara. Él observaba sus propias manos jugando con las ligas. Las sensaciones increíblemente eróticas que le producían sus caricias la dejaron sin aliento. Intentó incorporarse para apartarlo de sí, pero era demasiado tarde, pues él ya había subido más arriba y de un simple tirón le rompió las bragas. La mirada de Pedro detuvo el instantáneo movimiento de ella para cubrirse. Sintió que la sangre le hervía al ver aquella mirada: deseosa, posesiva, intensa... El aire se hizo más espeso y tuvo dificultades para respirar. La lana suave de los pantalones masculinos le rozó los muslos cuando él se puso de rodillas entre sus piernas y se las abrió. El deseo explotó en su interior y la sangre comenzó a circularle más deprisa en sus temblorosos miembros. Tenía que resistirse al poder de seducción de Pedro. Pero en aquel momento, frente a la realidad del desenfrenado deseo masculino, su propio deseo anuló toda resistencia. Lo único en lo que pensaba era en que no la había traicionado, en que no había tenido otra amante cuando estaban juntos y, si decía la verdad, ni siquiera desde que se habían separado. Lo que sentía por él no había muerto.

—Lo único que me haría detenerme ahora sería que me dijeras que no quieres —Pedro alzó la cabeza y la inmovilizó con la mirada—. ¿Vas a decirme que no quieres? —al tiempo que hablaba, uno de sus dedos se deslizó por los pliegues húmedos más sensibles y vulnerables de Paula.

Ella experimentó una sacudida ante la avalancha de emociones que le produjo aquella caricia íntima. Se sentía viva y llena de deseo. Abrió la boca para decirle que parara, pero el dedo de Alessandro se introdujo en su interior y los músculos de ella se aferraron a él. Casi sollozó de placer ante la suave e insistente caricia. Aquello era simplemente maravilloso. Hacía tanto tiempo y...

—Paula, estoy esperando que me contestes.

Era su última oportunidad, pero el ritmo y el ángulo de la caricia cambiaron, y el mundo estalló en mil pedazos a su alrededor mientras una oleada de sensaciones la invadía a causa del contacto de sus dedos. Sintió mucho calor cuando se produjo el repentino clímax, tan intenso y alucinante como ningún otro. Sólo la mirada de Pedro la mantuvo entera. En medio de la exquisita delicia que abrumaba sus sentidos, los ojos de él no se apartaron de los suyos. Instantes después, él la penetró con un poderoso movimiento y las piernas de Paula le rodearon las caderas. Aquello era mejor, mucho mejor. Su virilidad la llenaba por completo. Lo sentía respirar en su cuello, mientras su pecho se apretaba contra el de ella y le frotaba los senos. Él le pasó los brazos por debajo del cuerpo y la levantó para que cada embestida le llegara más adentro.  Los músculos de ella habían comenzado a relajarse, pero incitados por la fuerza imparable de Pedro, volvieron bruscamente a la vida. Al escucharlo decir su nombre, al sentir que sus dientes le arañaban el cuello, la tensión volvió a crecer dentro de ella y respondió a aquella pasión tan primitiva que nunca antes había experimentado del mismo modo. La fuerza que empujaba a Pedro era tan elemental, que Paula sintió como si la hubiera marcado con un hierro candente de por vida. Y le encantó. Una última embestida, y Paula miró a Alessandro a los ojos cuando una explosión más intensa que la primera los sacudió a los dos. Oyó que decía su nombre, se oyó a sí misma gritar, sintió el calor de la semilla de Pedro en su interior al tiempo que una ola se los llevaba a los dos y se derrumbaban juntos.

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