Besar a Valeria siempre había sido agradable, divertido, pero no tenía nada que ver con lo que estaba ocurriendo en ese momento. Lo que sentía era volátil, explosivo, como una llamarada que lo quemaba por dentro. El sabor de aquellos labios embriagaba sus sentidos e intensificaba su ansia hasta extremos insospechados. Y porque podía, le pedía más y más. Le rozó los labios con la lengua una y otra vez hasta que ella entreabrió la boca. Sabía que debía parar, que debía preguntarle quién era en realidad y por qué estaba fingiendo ser Valeria, pero la lógica no tenía lugar entre sus pensamientos. Su cuerpo femenino se fundía con el de él y sus caderas se rozaban contra su miembro viril hasta despertar un deseo que amenazaba con consumirlo por completo. Una ola de temblores lo sacudió por dentro mientras recorría su cuello con los labios. Aquello era auténtica pasión, sin reservas. La mujer ardiente que tenía en sus brazos no era la criatura escurridiza que lo había mantenido a raya durante semanas. No podía dejar de besarla. La mano que la sujetaba por la cintura descendió un poco hasta abarcar su trasero; la misma talla, pero faltaba la dureza de una amazonas.
Aquella mujer no era Valeria Chaves, sin ningún género de dudas. ¿Pero entonces quién era? Poco a poco la soltó y ella abrió los ojos. Tenía los labios ligeramente hinchados y húmedos, como si lo invitara a seguir besándola. Pedro luchó contra sus propias emociones. La cruda realidad era que ella no era quien decía ser y tenía que averiguar quién era exactamente. Su familia había sido el objetivo de oportunistas cazafortunas en numerosas ocasiones, y él había tenido que desarrollar un instinto especial para ellas que, sin embargo, no le había funcionado muy bien esa vez. Ella había pasado desapercibida, pero tampoco era prudente abordarla tan pronto.
—Tengo que irme, te veo mañana, ¿De acuerdo?
—Sí —dijo ella con voz entrecortada.
De alguna manera encontró la forma de arrancar la mirada de ella. Dejó caer los brazos y se dirigió hacia la puerta de entrada. Ya en el coche, trató de reflexionar un poco. Ella era igual que Valeria; tenía el mismo aspecto y la misma voz, pero definitivamente no era ella. Estaba completamente seguro de ello. Buscó entre sus recuerdos y trató de recordar todo lo que sabía de Valeria Chaves aparte de su talento como jinete. Alguna vez había mencionado que tenía familia en Nueva Zelanda. ¿Una hermana? Quizá… Sí. Era una hermana. Ambas habían competido en eventos ecuestres durante la adolescencia, pero Valeria había seguido con ello y había llegado a representar a su país en los campeonatos. ¿Pero qué había hecho su hermana? Pedro sacudió la cabeza, haciendo un esfuerzo por recordar. Cuando llegó a su departamento, un lujoso ático situado frente a la bahía de Puerto Seguro, seguía sin encontrar una respuesta. No obstante, ¿Cómo de difícil podía ser buscar información sobre la hermana de Valeria Chaves en la era de Internet y los medios de comunicación?
Un rato más tarde tenía los datos que buscaba en la pantalla del ordenador. Una hermana gemela idéntica… Pedro bebió un sorbo del delicioso vino que se había servido y miró los resultados de la búsqueda con atención. No debería haberse sorprendido tanto. Sin embargo, la noticia no dejaba de asombrarlo. Paula Chaves se estaba haciendo pasar por su hermana gemela, y se había comprometido, según decía el titular que acompañaba a la foto de aquel periódico local. En la instantánea ella aparecía junto a un hombre que debía de ser su prometido. ¿Pero por qué estaba en Isla Sagrado su hermana? ¿Y dónde estaba ella? ¿Qué plan maquiavélico escondían aquellos preciosos rostros? La información recogida en Internet revelaba que las hermanas venían de orígenes muy humildes y evidentemente el dinero debía de ser un reclamo para ellas. ¿Cómo si no podían mantener el estilo de vida de Valeria? Los patrocinadores no duraban siempre y las exhibiciones ecuestres eran un negocio muy caro.
La rabia creció en su interior, lenta, pero aplastante. ¿Cómo se habían atrevido a engañar a un Alfonso? Ambas tenían una lección que aprender. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para proteger a su familia, aunque eso significara tener que acercarse mucho más a la nueva Paula Chaves. Pedro bebió otro sorbo de vino y lo saboreó lentamente, dando rienda suelta a sus pensamientos. A partir de ese momento sería él quien llevaría la voz cantante en aquella obra de teatro dirigida por las hermanas Chaves. Aunque aún no lo supieran, habían encontrado la horma de sus zapatos.
Paula se miró en el espejo con ojos cansados. La noche anterior había sido la peor desde su llegada a la isla, la peor desde que David había roto el compromiso con ella. Valeria la había llamado a última hora de la noche y, aunque la comunicación no fuera buena, el mensaje sí había sido muy claro. Fuera lo que fuera lo que estaba ocurriendo en Francia, estaba pasando por un momento difícil y contaba con ella para mantenerlo todo en orden en Isla Sagrado. Llena de vergüenza a causa del beso que había compartido con Pedro, le había prometido a su hermana que haría lo que hiciera falta para mantener la farsa hasta su regreso. Se llevó las manos a la boca. El recuerdo de los labios de Pedro era demasiado vívido. Había sucumbido a sus caricias como si estuviera hecha para él y, al hacerlo, había traicionado la confianza de su hermana. Abrió el grifo y se echó agua fría en el rostro, una y otra vez, frotándose la cara hasta irritarse la piel. Buscó una toalla, se secó y entonces se miró en el espejo una vez más. Las cosas no habían mejorado demasiado. Tenía el mismo aspecto horrible que cuando se había levantado. De repente el timbre de un teléfono interrumpió sus pensamientos.
—¿Hola? —dijo, con la esperanza de oír la voz de Valeria.
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