jueves, 26 de septiembre de 2019

La Impostora: Capítulo 18

—Bueno, parece ser que ella pensaba lo mismo que tú. Según la leyenda, ella se sintió traicionada, así que irrumpió en el castillo de la familia durante los festejos de la boda y acusó al barón de haberle robado a sus hijos. Él lo negó todo, obviamente, pero lo más terrible de todo es que sus propios hijos también lo hicieron. Negaron que ella fuera su madre. Ella perdió la razón y entonces el barón ordenó que la llevaran a las mazmorras del castillo, situadas en las cuevas de los acantilados. Sin embargo, justo antes de que se la llevaran por la fuerza, ella maldijo al barón y a sus nueve hijos, incluyendo los suyos propios. Juró que si en nueve generaciones no aprendían a casarse y a querer con honor, verdad y amor, la estirpe se extinguiría para siempre.

—¿Maldijo a sus propios hijos?

Pedro se encogió de hombros.

—Estaba loca. ¿Qué quieres que te diga?

—La volvieron loca, más bien. Y sus propios hijos se volvieron contra ella — Paula asintió lentamente—. Entiendo por qué hizo lo que hizo. Pero también sé que debió arrepentirse mucho después.

—Nunca sabremos si sintió remordimiento o no. Algunos dicen que escapó de sus captores cuando llegaron a los túneles que pasaban por debajo del castillo. Dicen que huyó por uno que terminaba en una apertura que daba directamente a los acantilados. La leyenda cuenta que cuando los soldados la acorralaron, se arrancó el collar del cuello y lo arrojó al mar. Al parecer dijo que la piedra solo volvería a la familia cuando se rompiera la maldición y entonces se arrojó al mar.

—Oh, no. Eso es horrible.

—Trágico. Sí. Su cuerpo apareció en la orilla días después, pero jamás encontraron el collar.

—¿Y la maldición? ¿Ha ocurrido?

Pedro se encogió de hombros.

—¿Quién sabe si sus deseos se hicieron realidad o no? Es cierto que la familia ha disminuido en los últimos trescientos años, pero eso es lógico, con tantas guerras, mala salud, mala suerte… El abuelo, mis hermanos y yo somos los últimos descendientes de los hijos de la institutriz, y somos la novena generación.

—Honor, verdad y amor. Ésas son las palabras que aparecen en el escudo de la familia, ¿No? —Paula bebió otro sorbo de cava.

—Sí. No sabía que lo habías visto —dijo Pedro, asintiendo.

—Lo ví en la puerta de tu despacho, el día que Marcos tuvo el accidente. Supongo que tiene sentido que ella eligiera esas tres condiciones, sobre todo si su amante no cumplió con ellas. Bueno, ¿Tú lo has hecho?

—¿Hacer qué?

—¿Has cumplido con las condiciones de la institutriz? ¿Se ha roto ya la maldición?

Pedro se quedó perplejo. ¿Cómo se atrevía a juzgarle así? Mordiéndose la lengua, forzó una sonrisa.

—Bueno, ¿Qué te hace pensar que los Alfonso íbamos a vivir de otra manera?

La falsa Valeria, Paula en realidad, hizo girar la copa de cava muy lentamente y lo miró durante unos segundos, como si se estuviera pensando mucho la respuesta.

—Bueno, estaba pensando en lo que dijo la institutriz, en cómo expresó la maldición. Es como si quisiera recordarle los valores de la familia.

—Se había vuelto loca. ¿Quién sabe lo que estaba pensando en ese momento? Bueno, ya basta de historia —Pedro se inclinó adelante y la miró fijamente—. ¿Por qué no me cuentas algo de tu familia? No hemos tenido muchas oportunidades de conocernos mejor. Creo que ya es hora de que nos conozcamos un poco mejor, ¿No crees?

Las pupilas de Paula se dilataron un instante y entonces volvieron a la normalidad. Pedro no tuvo más remedio que reconocer que ella era muy buena; una actriz excelente.

—¿Qué quieres saber?

Él le agarró la mano por encima de la mesa y empezó a girar el solitario que una vez había puesto en el dedo de su hermana Valeria.

—¿Hermanos? ¿Padres? ¿Cómo ha sido tu vida?

Para sorpresa de Pedro, ella sonrió.

—Tengo una hermana y también a mi madre. Por lo demás, supongo que no ha sido un camino de rosas. ¿Y qué me dices de tí?

Pedro se dió cuenta de que estaba intentando esquivar el tema.

—Oh, tampoco ha sido un camino de rosas —dijo, forzando una sonrisa—. Mis padres murieron en una avalancha hace bastantes años. El abuelo se hizo cargo de todos nosotros cuando no éramos más que unos chiquillos. Creo que eso lo ha hecho envejecer demasiado.

—No lo creo. En todo caso, tener que meteros en cintura constantemente debió de mantenerle más joven y saludable. Y viendo cómo es con vosotros, estoy segura de que no se arrepiente de nada. Siento mucho que hayas perdido a tus padres siendo tan joven.

—Gracias. ¿Y tú? Háblame de tus padres —dijo, dando unos pocos rodeos. No quería preguntarle directamente por la hermana para no ponerse en evidencia.

Ella sonrió y su mirada se volvió distante.

—Mis padres se pasaron toda la vida compitiendo el uno contra el otro. Supongo que visto desde fuera debe de parecer muy raro, pero a ellos les funcionaba. Siempre tenían que ser los mejores en todo. Creo que ésa es la razón por la que nos metieron a mi hermana y a mí en los deportes de competición. Ganar era todo para ellos, en un juego de cartas, en el deporte, en cualquier cosa… A veces trabajaban juntos para ganarle a alguien, y otras competían el uno contra el otro. Las cosas no siempre fueron… fáciles en casa. Bueno, mi padre murió hace un par de años a causa de una neumonía que se complicó. Fue terrible para todas nosotras, pero parece que mi madre ya está empezando a aceptar su muerte. Como él ya no está, se han acabado las competiciones. Se ha tranquilizado bastante y parece que se toma la vida con más calma.

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