martes, 17 de septiembre de 2019

La Impostora: Capítulo 8

Paula se sentó en el asiento trasero de una elegante limusina negra, al lado del patriarca de los Alfonso. Su mente estaba llena de instantáneas de Pedro Alfonso, el novio de su hermana. Entendía muy bien lo que Valeria veía en él, porque ella misma lo estaba experimentando. Todo estaba mal. Valeria y ella nunca se habían sentido atraídas por el mismo hombre. Jamás. A las dos les gustaban los hombres morenos y altos, pero Valeria era mucho más superficial que ella. Siempre se enamoraba de triunfadores; hombres que acaparaban toda la atención de los flashes, mientras que Paula siempre se fijaba en hombres discretos, ésos que solían pasar desapercibidos a pesar de sus muchas cualidades; alguien como David, un hombre que triunfaba en la sombra y cuyos éxitos, desafortunadamente, no lo habían llevado en la dirección que ella esperaba. David había terminado enamorándose de su jefa.

—Es la maldición, ¿Sabes? —dijo el abuelo de Pedro de repente, interrumpiendo sus pensamientos.

—¿La maldición?

—Ya veo que no te ha dicho nada todavía. Claro. No podía ser de otra manera. Él no cree en ello, pero es verdad.

Presa de una gran curiosidad, Paula trató de preguntarle a qué se refería, pero el anciano masculló algo en español y se quedó dormido de inmediato.

—¿Está bien? —le preguntó a Javier, inclinándose adelante—. Acaba de quedarse dormido.

—Sí, el señor está bien —dijo Javier, esbozando una sonrisa y mirándola por el espejo retrovisor—. Está cansado, pero no quiere admitir que ya no es tan fuerte como antes.

Al llegar a la casa de campo de Valeria, Javier la acompañó hasta la puerta y luego se marchó con el abuelo. Por primera vez desde su llegada, Paula pudo ver con claridad el salón principal. El techo tenía las vigas al descubierto y el yeso color albaricoque daba un aspecto acogedor y cálido a toda la casa. Encendió la televisión, incapaz de soportar el silencio absorbente que reinaba en el lugar. Dejó el bolso sobre una mesa y fue hacia la pequeña cocina. Su estómago ya empezaba a hacer ruido a causa del hambre. Abrió la nevera y se llevó un gran alivio al ver que su hermana había dejado algo de comida. Queso, algunos vegetales, huevos y un poco de leche pasada de fecha. Frunció el ceño. No era propio de su hermana dejar perecederos caducados en la nevera antes de hacer un viaje. Aquella extraña situación no hacía más que complicarse por momentos. ¿Acaso Valeria se había ido a Francia con prisas, esperando poder regresar antes? ¿Pero, de ser así, por qué había vuelto allí de nuevo?

Paula se rindió. La cabeza empezaba a dolerle de tanto pensar. El estómago volvió a recordarle que hacía más de ocho horas que no probaba bocado. Agarró los huevos y los vegetales que parecían más frescos y se preparó un plato de verduras fritas. Al día siguiente tendría que ir a comprar algo, sobre todo si Valeria  iba a volver pronto. Poco después de terminar de comer, oyó el ruido de un coche que se acercaba. Abrió la puerta y se encontró con el lujoso deportivo de Pedro. Con el corazón desbocado, le vió bajar del vehículo e ir hacia la puerta. Se había quitado la chaqueta del traje y también la corbata. Parecía cansado y somnoliento, y era evidente que las noticias no eran muy buenas.

—¿Marcos? ¿Se va a recuperar? —le preguntó cuando llegó junto a ella.

—Ha superado la operación y está en la unidad de cuidados intensivos. Nos dejan entrar de uno en uno, y solo durante unos minutos. Fede y Karen se van a quedar esta noche, y yo volveré a primera hora mañana.

Al verle así, Paula no pudo resistir la tentación de consolarle. Abrió los brazos, invitándole a pasar, y él la estrechó en los suyos sin dudarlo ni un instante.

—Se recuperará, Pedro —murmuró ella, dejándose envolver por el calor que manaba de sus poderosos músculos.

—Han hecho todo lo que han podido y ahora todo depende de él —susurró él con una voz profunda y conmovedora.

Paula sintió una punzada de dolor al oírle hablar así. Los tres hermanos debían de estar muy unidos y ella apenas podía imaginarse lo que estaban pasando en esos momentos.

—Es joven y fuerte —le dijo, buscando las palabras adecuadas—. Estoy segura de que va a conseguirlo.

—No sé lo que haré si no es así.

Paula cerró los ojos y trató de contener las lágrimas que amenazaban con derramarse en cualquier momento. Poco a poco se zafó de él y fue a cerrar la puerta.

—Ven. Te prepararé algo caliente… A no ser que quieras algo más fuerte.

—No. Un café será suficiente. Quiero mantenerme sobrio por si me llama Fede.

Paula asintió y fue hacia la cocina. Mientras preparaba el café, le agradeció a su hermana la valiosa información que había incluido en la carta. Gracias a eso sabía que a Pedro le gustaba el café solo y con mucha azúcar. Por el rabillo del ojo le vió sentarse en uno de los butacones, apoyando los codos sobre las rodillas y frotándose los ojos. En cuanto el café estuvo listo, lo vertió en una taza grande y se lo llevó en una bandeja junto con una cuchara y un bol de azúcar.

—Gracias —le dijo él, agarrando la taza y echándose dos azucarillos.

Paula se acomodó en el butacón de enfrente y le observó en silencio mientras se tomaba la bebida caliente.

—¿Más? —le preguntó cuando él dejó la taza sobre la mesa.

—No, gracias. Supongo que debería volver a la ciudad, a casa —bostezó—. Mejor ahora que luego.

—Podrías quedarte aquí —le dijo ella, aunque en realidad no sabía cuántas habitaciones tenía la casa de campo.

De repente una idea inquietante se coló entre sus pensamientos. ¿Y si él esperaba que durmieran en la misma cama? ¿Y si quería buscar consuelo en sus brazos? Después de todo era el novio de su hermana y eso era lo más normal en esas circunstancias. ¿En qué estaba pensando cuando le había invitado a quedarse?

—¿Estás segura? —le preguntó Pedro, mirándola.

Paula se preguntó qué había hecho. Siempre podía fingir cansancio y un dolor de cabeza, pero, ¿y si la atracción que sentía por él la llevaba a hacer algo que no debía hacer? Por suerte, la razón se impuso al miedo. Él estaba exhausto y era más que improbable que tuviera energía suficiente para hacer algo más que dormir. Además, era el prometido de su hermana y ella jamás hubiera traicionado la confianza de Valeria de esa manera.

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