jueves, 12 de septiembre de 2019

La Impostora: Capítulo 1

—¡Pau! ¡Estoy aquí!

Valeria Chaves se volvió y una gran sonrisa se dibujó en sus labios. La roja cabellera de su hermana era inconfundible entre la multitud que esperaba en la zona de llegadas. No había tenido ningún problema al pasar por la aduana, lo cual era de agradecer a esas alturas del viaje. Arrastrando la maleta, se abrió paso hasta su hermana, que la esperaba con los brazos abiertos.

—Me alegro mucho de verte —dijo Paula.

—¿Qué tal el viaje? Supongo que mal. Cuánto tiempo, ¿Verdad? —dijo Valeria, sin esperar una respuesta.

A pesar de la alegría que la embargaba, Paula reparó en la cara de cansancio de su hermana y en sus oscuras ojeras.

—¿Vale, estás bien? ¿Seguro que no te importa que me quede contigo?

Realmente esperaba que su hermana no hubiera cambiado de idea. Valeria la había invitado a pasar unos días en su casa de Isla Sagrado nada más enterarse de la abrupta ruptura de su compromiso, y Paula había aprovechado la oportunidad para escapar un tiempo. Sin embargo, tampoco quería ser un estorbo. Valeria acababa de comprometerse con un hombre llamado Pedro Alfonso. A Paula le parecía un nombre un tanto pretencioso, pero, según le había dicho Valeria, la familia era prácticamente de la realeza en aquella diminuta isla república del Mediterráneo. Después de una exitosa gira por Francia, Sara había participado en varias exhibiciones ecuestres patrocinadas por los Alfonso y en poco tiempo sus emails se habían llenado de alabanzas para la hermosa isla y también para los hombres que en ella vivían. Un día había mencionado a un tal Pedro Alfonso y a partir de ahí todo había sido muy rápido. El compromiso, no obstante, los había tomado un poco por sorpresa. El tal Pedro debía de ser un hombre muy particular, pues su hermana Valeria no era fácil de cazar.

—Vamos a tomarnos un café y charlamos un poco —dijo Valeria, esbozando una débil sonrisa.

—¿No podemos hablar de camino a tu casa? —preguntó Paula, confundida.

En ese momento lo que más deseaba era darse una ducha, tomar algo caliente y dormir diez o doce horas. No volvería a sentirse como una persona hasta la mañana siguiente. El viaje desde Nueva Zelanda a Isla Sagrado, con todas sus escalas y cambios de avión, le había llevado más de treinta y siete horas, y todavía no había terminado.

—Es un poco complicado y no tengo mucho tiempo —dijo Valeria—. Lo siento mucho. Te lo explicaré luego. Te lo prometo, pero ahora mismo tengo que volver a Francia.

—¿Qué? —a Paula se le cayó el corazón a los pies.

Sabía que Valeria había ido a visitar a unos amigos que vivían en el sur de Francia poco tiempo antes; gente a la que había conocido en una de las exhibiciones. Sin embargo, su regreso a Isla Sagrado estaba previsto para ese mismo día. Lo habían planeado así, para llegar a la isla al mismo tiempo.

—¿Volver a Francia? ¿Pero no acabas de llegar?

Valeria asintió con la cabeza, esquivando la mirada de su hermana.

—Sí, pero todavía no estoy preparada para volver aquí. Pensaba que sí lo estaría, pero necesito más tiempo. Toma —sacó un sobre del bolso y se lo dió a Paula—. Te escribí esto por si no nos encontrábamos esta tarde. Mira… Lo siento mucho. Ojalá tuviera algo más de tiempo. Sé que has venido porque necesitabas mi apoyo, pero yo necesito tu ayuda. Te lo he escrito todo en esta carta y te prometo que volveré tan pronto como resuelva un par de asuntos pendientes. Ve a la casa de campo. Ahí dentro tienes la llave. Ponte cómoda, y cuando yo vuelva, tendremos una buena sesión de cotilleo, como en los viejos tiempos. Y nos quitaremos todas las preocupaciones, ¿De acuerdo?

De repente los altavoces vibraron con la última llamada para los pasajeros del vuelo con destino a Perpignan.

—Oh, ése es el mío. Lo siento mucho, hermanita —dijo Valeria, llamándola por el apodo cariñoso que solía usar cuando quería convencerla de algo—. Sé que te dije que estaría aquí para tí, pero… —se levantó de la silla y le dió un abrazo—. Te compensaré. Te lo prometo. ¡Te quiero mucho!

Un segundo después ya no estaba allí. Atónita, Paula la vió alejarse en dirección a la puerta de embarque. Valeria se había ido de verdad; la había abandonado el primer día. Sin darse cuenta, cerró los puños y arrugó el sobre que tenía en las manos. El ruido del papel la hizo darse cuenta de que allí estaba la respuesta, la única que podía conseguir en ese momento. Era más pesado de lo que esperaba. Dentro había una carta y una llave; y algo más que lanzaba unos brillantes destellos… Dándole la vuelta al sobre, dejó que todo cayera sobre la mesa. El misterioso objeto aterrizó con un ruido metálico. Conteniendo el aliento, lo tomó de la mesa. Era un enorme diamante engastado en un fino anillo de platino; muy típico de Valeria. Solo ella hubiera podido meter algo tan valioso en un sobre de papel. Sintió la vieja exasperación que siempre la invadía ante la inconsciencia de su hermana. Desdobló la carta y, mientras la leía, sus dedos se cerraron alrededor del anillo.

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