jueves, 19 de septiembre de 2019

La Impostora: Capítulo 11

Al darse cuenta de que él esperaba una respuesta, Rina buscó algo que decir a toda velocidad.

—Tengo que comprar algunas cosas.

—¿Y entonces por qué no hiciste lo que siempre haces? Dejarle una lista a la empleada de la limpieza.

Paula trató de reprimir un suspiro y se acordó de su hermana de todas las formas posibles. Desde ese momento tendría que caminar sobre cristales rotos.

—Necesitaba hacer un poco de ejercicio —le dijo, encogiéndose de hombros—. Además, hace una mañana estupenda y no te esperaba tan pronto. ¿Cómo está Marcos?

—Los médicos dicen que van a sacarlo del coma inducido hoy mismo. El abuelo y Javier están en el hospital, así que pensé venir a buscarte más pronto.

—De acuerdo, entonces sígueme —sugirió Paula, dando media vuelta y volviendo a subirse en la bici.

—También podríamos dejar aquí la bici y recogerla cuando regresemos —dijo Pedro, levantando una ceja.

—No. No puedo hacer eso. ¿Y si me la roban? ¿Qué dirían los dueños?

—Valeria, déjalo ya. La bici es mía. Y la casa también. Bueno, en realidad es de mi familia. Ya lo sabes.

De repente todas las piezas encajaron en el puzle; el maravilloso castillo que había visto por la ventana, cerca de los acantilados; el apellido de Pedro… Valeria se alojaba en Governess’s Cottage; una propiedad de la familia.

—Bueno, de todos modos quiero guardarla. No quiero que te vayas a enfadar conmigo ni nada parecido —alegó intentando que sonara como una broma.

Él esbozó una media sonrisa que la hizo pararse en seco. Cuando estaba serio, era rabiosamente guapo, pero con esa sonrisa cínica, resultaba irresistible.

Paula empezó a pedalear con energía; temerosa de salirse del camino y terminar en la cuneta. Cada vez que apretaba un pedal era consciente de la visión que él tenía desde atrás: sus pantalones blancos de algodón, ciñéndosele al trasero y a los muslos. Al llegar a la casa, estaba sudada y acalorada. Además, se había manchado el pantalón con la grasa de la cadena, así que fue a cambiarse un momento antes de salir hacia elhospital. Dejando a un lado su propia maleta, abrió el armario de Valeria y agarró la primera cosa que encontró; un vestido de flores con una etiqueta de firma, nada que ver con las prendas económicas a las que ella estaba acostumbrada. Valeria siempre había preferido vivir el presente y darse todos los caprichos y, por una vez, Paula estaba de acuerdo. Sabía que a su hermana no le molestaría que tomara prestada su ropa. De hecho, ella misma se lo había sugerido. Sin embargo, tenía la sensación deque ese vestido en particular era algo especial. El tejido, deliciosamente exquisito, se deslizaba sobre su cuerpo como una caricia. Después de ponerse unos zapatos de salón con los dedos al descubierto, fue hacia el cuarto de baño para retocarse el maquillaje y echarle un vistazo al teléfono. Un mensaje de Valeria. Por fin. Paula reprimió un gemido de frustración. ¿Por qué tenía que contestarle justo cuando no podía llamarla ni escribirle otro mensaje?

"Siento no haberte contestado antes. Espero que todo vaya bien con Marcos. Por favor, hagas lo que hagas, no le digas a Pedro lo que he hecho. Te llamaré pronto. Te quiero. Valeria".

A Paula se le cayó el corazón a los pies. Se había preparado para contárselo todo a Pedro y ahora Valeria volvía a pedirle que siguiera guardando el secreto. Después de pensarlo unos segundos, decidió darle algo más de tiempo a su hermana. Con un poco de suerte, ella estaría de vuelta en un par de días y todo volvería a la normalidad. No sin reticencia, silenció el teléfono móvil. No podía utilizarlo en el hospital.

—¿Valeria? ¿Estás lista? Tenemos que irnos.

La voz de Pedro, proveniente del otro lado de la puerta del cuarto de baño, la hizo sobresaltarse. Abrió el grifo, se echó un poco de agua fría en la cara.

—Un segundo. Casi he terminado —le dijo.

Buscó su perfume, se echó unas gotas detrás de las orejas y se recogió el pelo en un moño rápido. Ésa era la ventaja de tener la misma melena pelirroja; podían llevarla de la misma manera. Se miró en el espejo por última vez. Podía hacerlo. Podía afrontar cualquier cosa, por lo menos cualquier cosa quen no entrara en el terreno personal.

—Me gusta tu perfume —le dijo Pedro, al salir de la casa—. Es distinto del que sueles llevar —añadió, respirando hondo.

Paula tragó con dificultad. Había pasado por alto ese pequeño detalle. Se volvió hacia él y sonrió al tiempo que se ponía unas gafas de sol. Valeria siempre le había advertido que sus ojos la delataban.

—Me lo compré en Francia. ¿Te gusta?

Desde detrás, Pedro se inclinó hacia ella y volvió a olerla. Sus labios estaban a un milímetro del cuello de ella.

—Mm, sí. Me gusta mucho.

Paula sintió un escalofrío en la nuca que se propagó por su espalda a la velocidad de un relámpago; tanto así que perdió el equilibrio. Pedro la sujetó con fuerza, impidiendo que cayera.

—Estoy bien —dijo ella rápidamente, zafándose de él antes de que las cosas fueran más allá.

¿Qué se había dicho a sí misma unos minutos antes? Podía hacerlo. Podía afrontar cualquier cosa. ¿Cualquier cosa?

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