-Gracias —le dijo ella, de nuevo sin mirarlo a los ojos.
—Te indicarán los mejores sitios para ir de compras, que sin duda será una de tus prioridades.
—¿Para qué voy a ir de compras? ¿Para comprarme un traje para la sesión fotográfica? No hace falta. Candela me ha hecho un traje y un vestido. Estoy segura que uno de los dos servirá.
-Desde luego, pero querrás empezar a disfrutar de tu dinero y comprarte un nuevo guardarropa.
-No me hace falta. Tengo ropa suficiente hasta que llegue el invierno. Entonces me tendré que comprar un abrigo.
—¿Un abrigo? —el verano acababa de empezar. ¿A quién se creía que iba a engallar?—. Con todo ese dinero a tu disposición, ¿Pretendes que me crea que no tienes interés en gastártelo?
-Ya sé que me das dinero para mis gastos...
—¡Dinero para tus gastos! —Paula era de lo que no había. Acababa de reducir su nueva fortuna a meros gastos domésticos—. Es mucho más que eso. Lo sé porque lo pago yo.
-No hace falta que emplees ese tono acusador —sus ojos lanzaban chispas, lo cual aumentó el enfado de Pedro.
-Y tampoco hace falta que finjas que mi generosa pensión es una miseria.
-No sé de qué me hablas —Paula se había puesto rígida.
Pedro se levantó y se puso a pasear a lo largo de la piscina para que se le pasara el enfado que los jueguecitos de ella le producían. Detestaba aquella forma de fingir. Lo siguiente serían sus quejas de que el dinero no le alcanzaba.
-Claro que lo sabes. Te leíste el contrato prematrimonial con tanto cuidado que debiste leer cada palabra por duplicado. Tienes dinero suficiente en tu cuenta corriente para llevar un modelo de Gucci, de Versace o de Yves Saint Laurent todos los días del año —le pareció que se había puesto pálida. Y al acercarse, observó la confusión de su mirada.
-No hablarás en serio.
Él se negó a manifestar la sospecha de que, sin ese incentivo económico, un día los abandonaría a Nicolás y a él.
—Tienes que vestir como corresponde a mi esposa. Pero todo esto ya lo sabes. Firmaste el contrato antes de casarnos, donde se especificaba todo.
Al ver que ella apartaba los ojos con expresión culpable y la forma en que se aferraba a los brazos de la hamaca lo detuvieron. Un instinto que había ido afinando al cabo de años de acuerdos comerciales le indicó que pasaba algo importante.
-Sí, lo firmé —se mordió el labio inferior con fuerza y se llevó las rodillas hacia el pecho.
Parecía totalmente vulnerable. ¿Qué demonios le pasaba? Pedro siguió la dirección de su mirada hasta el periódico doblado y las gafas y se dió cuenta de que estaba en la misma página de noticias internacionales que estaba leyendo cuando él llegó.
—¿Qué te pasa, Paula? —era imposible que tardara tanto en leer una página. Ella lo miró con miedo—. Te leíste el contrato. Te ví —observó que tragaba saliva con dificultad.
-Empecé a hacerlo —seguía sin mirarlo—, pero creí que sólo decía que no obtendría nada de tí si me divorciaba. Así que firmé. No sabía nada de esa gran suma de dinero.
-Mentirosa —susurró él—. Te ví. Leíste la última página antes de firmar —vió que se sonrojaba, aunque seguía estando muy pálida. Una idea espantosa lo asaltó, una idea increíble.
-Sabes leer, ¿Verdad?
—¡Claro que sé leer! —se incorporó con los ojos llenos de furia—. ¿Cómo iba a hacer mi trabajo si no supiera? Pero no leí el contrato. Empecé, pero estaba exhausta, estresada y... —hizo una pausa tan larga que Pedro pensó que no seguiría hablando—. Y soy disléxica. Por eso llevo gafas con cristales tintados, porque me ayudan a concentrarme. Pero a veces, sobre todo si estoy cansada, me resulta casi imposible leer porque las líneas desaparecen y las palabras se unen entre sí. Los documentos legales son los peores.
Se produjo un silencio. A Pedro se le contrajo el corazón al darse cuenta de lo que le había costado decirle la verdad. Quiso abrazarla, pero sabía que lo rechazaría.
-No es algo que vaya contando por ahí —prosiguió ella tratando de sonreír con labios temblorosos.
-Pero a mí me lo habías contado antes, ¿Verdad? Cuando estábamos juntos —lo sabía, lo presentía, aunque no lo recordaba.
-Sí, lo sabías. Claro que sí.
Habían compartido no sólo la pasión, sino también los secretos. Pedro volvió a tener la sensación de que estaba a un paso del abismo. Inspiró profundamente mientras trataba de entender lo que Paula le había revelado.
-Pero estás leyendo las noticias internacionales —en un periódico famoso por sus análisis profundos e incisivos.
-Que lea lentamente no significa que sea tonta. Leo las noticias internacionales porque me interesan, aunque tarde más que otros. Hay días, como hoy, en que voy más lenta, ¿De acuerdo?
-De acuerdo —el sentimiento de culpa le corroía el pecho al recordar cómo casi la había obligado a firmar el contrato prematrimonial.
Ya sabía que estaba exhausta y estresada, pero no tuvo escrúpulos para aprovecharse de su debilidad para obtener lo que quería, como habría hecho en cualquier transacción comercial. Pero aquello no era un asunto de negocios; no era tan sencillo.
-Lo siento —murmuró mientras ella se frotaba los brazos como si tuviera frío.
Era evidente que la dislexia constituía un problema emocional para ella y quem estaba a la defensiva—. No era mi intención insinuar...
—¿Que soy tonta?
-Por supuesto que no. Nadie lo pensaría.
—¿Eso crees? —sonrió con expresión dolorida.
—Paula, háblame —le dijo mientras la agarraba por los hombros y se los masajeaba para que disminuyera su rigidez. Su dolor le hacía sentir incómodo, nervioso, con deseos de protegerla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario