Pedro se despertó con la luz del sol. Durante un instante, se sintió desorientado, sin saber dónde estaba ni con quién. Sin embargo, su cuerpo no tardó en recordar. El suave aroma del cabello de Valeria y el calor de su piel lo envolvían por doquier. Ella había perdido un poco el bronceado dorado y el deseo de acariciar su aterciopelado muslo, desnudo bajo las sábanas, era irresistible. Cerró los ojos y respiró profundamente, aspirando la embriagadora fragancia de su piel. Sus ojos se abrieron bruscamente. Llevaba tanto tiempo privado de aquel regalo sensorial que la experiencia era explosiva. Recorrió su cuerpo con la mirada una vez más. Fueran los cambios los que fueran, no podía evitar sentir cierto placer al observarla mientras dormía. Su compromiso sin ataduras nunca había incluido charlas matutinas, hasta ese momento. A lo mejor podía despertarla de la forma más agradable que conocía.
De pronto oyó el discreto timbre de su teléfono móvil, proveniente del pequeño salón de la casa. Había cosas más importantes en ese momento que descubrir si Valeria sabía tan bien como indicaba su dulce aroma. Se levantó de la cama, intentando hacer el menor ruido posible. Ella masculló algo entre sueños y volvió a acurrucarse en la almohada. Todavía tenía oscuras ojeras bajo los ojos y su rostro seguía tan pálido como el día anterior cuando se había presentado en su despacho. Fuera lo que fuera lo que hubiera estado haciendo recientemente, no eran unas vacaciones. Pedro se puso los bóxers y fue al salón para contestar a la llamada. Aunque no fueran del todo buenas, las noticias sobre Marcos sí eran esperanzadoras. Además, ya era hora de tomar el relevo de Federico y Karen. Se dió una ducha rápida, se puso una muda limpia y dejó una nota en la encimera de la cocina.Antes de marcharse volvió al dormitorio una vez más. Ella había vuelto a moverse y por debajo de la sábana asomaba uno de sus pies, moviéndose lenta y sutilmente. La camiseta se le subió un poco más por encima de los muslos y dejó al descubierto sus nalgas redondas y bien formadas. Sus ojos se movían por debajo de los párpados. Pedro sintió ganas de cruzar la habitación y darle un beso en aquellos labios carnosos y rosados. Sin embargo, con solo pensarlo, sus dedos asieron con más fuerza el picaporte de la puerta. Sacudiendo la cabeza, cerró la puerta tras de sí y siguió su camino. ¿Cómo había ocurrido? ¿Cómo era posible que no pudiera sacársela de la mente cuando antes sí podía hacerlo con tanta facilidad?
Paula se estiró bajo las sábanas de algodón, bostezó y se incorporó de un salto. ¿Pedro? ¿Dónde estaba él? Agarró el borde de la camiseta y tiró hacia abajo, pero entonces, al ver lo mucho que le marcaba el pecho, la soltó de golpe. Se puso en pie de un salto y fue hacia la puerta con sumo sigilo. Escuchó con atención durante unos segundos, pero no oyó nada. Abrió la puerta con cuidado y volvió a escuchar. Solo se oían los pájaros cantando. Él se había marchado. Buscó el móvil y llamó a su hermana, pero la llamada se fue directa al buzón de voz. Durante un instante se sintió tentada de seguirlo intentando una y otra vez hasta que Sara contestara, pero entonces pensó que su hermana nunca la había evitado a propósito, así que dejó un mensaje:
"Ha habido un accidente. Marcos está herido. Seguro que hoy también me están esperando en el hospital, y no sé por cuánto tiempo podré seguir con esta farsa. Por favor, llámame, Valeria".
Con un suspiro de exasperación terminó la llamada y se dirigió hacia la cocina. Y entonces vió la nota de Pedro. La leyó rápidamente. Él iba a mandarle un coche a eso de las diez. Paula miró el reloj de pared. Tenía algo más de dos horas para prepararse; dos horas para averiguar cómo iba a decirle toda la verdad. Buscó algo de ropa limpia y fue a ducharse. Con un poco de suerte podría ir al pueblo a comprar algo antes de que él volviera. No podía hacerle frente con el estómago vacío. La enorme bicicleta negra, con una cesta delante, resultaba bastante imponente. Paula se rascó la cabeza un par de veces. ¿Iba a atreverse a montarla? No tenía casco, ni cadena de seguridad, ni marchas… Además, a juzgar por la espesa maraña de telarañas que la cubría, llevaba muchísimo tiempo sin moverse en el trastero de la casa de campo. Se estremeció. Odiaba a las arañas, pero tenía que comer y el desayuno había terminado con los pocos víveres que quedaban en la casa. Haciendo acopio de toda su valentía, se subió a la bicicleta y echó a andar. Llevaba un rato pedaleando cuando se topó con una nube de polvareda en el camino. Hasta ese momento había creído que se trataba de un acceso privado, así que se llevó una gran sorpresa al ver que otro vehículo iba hacia ella; un vehículo que se movía a gran velocidad, a juzgar por el polvo en suspensión. Al verlo acercarse, no tardó en reconocer el flamante deportivo de Pedro. Él aminoró un poco y se detuvo rápidamente en el camino de tierra. Paula esperó a que la polvareda se asentara antes de ir hacia él.
—¿Qué demonios estás haciendo? —le preguntó él, bajando la ventanilla.
—Voy en bici. Tengo que llenar la nevera.
—¿Y desde cuándo vas en bici a comprar? —le preguntó él, bajando del vehículo de lujo.
Paula tuvo tiempo de mirarlo de arriba abajo. Llevaba unos pantalones color gris claro y un suéter blanco con las mangas subidas hasta los codos y dejando al descubierto unos poderosos antebrazos, fornidos y bronceados. Sus ojos color almendra estaban ocultos detrás de unas gafas de sol y la suave brisa que corría en ese momento le agitaba el cabello.
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