—Todos creían que era torpe porque no sabía leer. Todo el mundo. Siempre estaba al fondo del aula. Incluso cuando llegué a la escuela secundaria y una profesora sospechó lo que me pasaba, a la gente le siguió resultando más fácil creer que era estúpida.
-Los niños pueden ser crueles.
-No sólo los niños. Mi padre es profesor universitario; mi madre tenía un negocio. Mis hermanos sacaban notas excelentes. A todos les resultaba difícil adaptarse a mí. No daba la talla.
—¿Adaptarse a tí? Tendrían que haberte animado y cuidar de tí.
-Prefirieron dedicarse a sus cosas.
El dolor que su voz traslucía indicó a Pedro el escaso apoyo que le habían brindado, lo cual lo enfureció. Los niños necesitaban más de los padres que la mera satisfacción de sus necesidades básicas. De pronto se dio cuenta de que Paula y él tenían mucho en común: los dos habían tenido que cuidar de sí mismos desde muy jóvenes.
-Incluso cuando dejé de trabajar en empleos sin futuro y reuní el valor para matricularme en un curso de dirección de hoteles, lo consideraron algo menor, sin importancia —sus ojos carecían de expresión.
—Paula —la abrazó. El corazón le latía aceleradamente por las emociones que experimentaba. Se había enfadado con ella y había desconfiado de ella, pero, al ver el dolor que había tratado con tanto esfuerzo de ocultar, sintió compasión y una urgente necesidad de mejorar las cosas. El dolor de ella lo vivía como si fuera suyo. Nunca había experimentado semejante empatía por ninguna otra persona, ni un impulso tan poderoso de protegerla—. No eres alguien sin importancia, Paula. Eres una madre maravillosa. Todo el que vea a Nicolás se dará cuenta. Además, sobresales en tu trabajo —ya se había ocupado de averiguarlo en Melbourne—. Y no has consentido que la dislexia te impidiera estudiar. Eres una mujer especial. No lo olvides.
Le acarició la espalda lentamente y percibió que su tensión comenzaba a disminuir. Pero siguió abrazándola, y no sólo porque fuera la mujer que llevaba meses siendo el centro de sus sueños eróticos, sino porque quería consolarla. La ternura y los remordimientos que sentía después de haber escuchado su historia, y la ira al ver cómo la habían tratado, lo abrumaban. No quería pensar en la facilidad con que la había malinterpretado, pues, si lo hacía, tendría que considerar que también la había juzgado mal en otras cosas. Seguía recordando la pregunta que ella le había hecho en la noche de bodas: «Creo que no me traicionaste, Pedro. ¿Te resulta tan difícil creer que no te traicioné?».
Pedro aspiró el aroma de los mechones de pelo esparcidos por la almohada. Se enrolló uno en el dedo y rozó con la punta el pecho desnudo de Paula. Ella se estremeció. A pesar de lo cansada que estaba después de hacer el amor, seguía respondiendo. Igual que él. Era como si ella se le hubiera introducido en los huesos, en la sangre. Pero seguía sin ser suficiente.
-Cuéntame cosas de nosotros —murmuró—. ¿Qué hacíamos juntos? ¿Cómo era? —se dio cuenta de que a ella se le había alterado la respiración. La miró y vió que se estaba mordiendo el labio inferior.
-¿De verdad quieres saberlo?
Él asintió. Necesitaba comprender más que nunca. Conocer el pasado podría ayudarle a entender el presente.
-Fue como una tormenta de verano, como un rayo surgido de repente. Fue repentino y abrumador, maravilloso y terrorífico; e innegable.
—¿Te refieres al sexo?
-No —hizo una mueca, decepcionada, y se subió la sabana para apartarle la mano.
-Dime, ¿Qué hacíamos juntos?
—Todo. Me enseñaste a esquiar. Hacíamos senderismo y escalada. Te preparaba cordero asado al estilo australiano y tú me hablabas de los vinos italianos y de la historia de la zona.
Pedro se sintió confundido. ¿La había llevado a hacer senderismo y a escalar? Le rodeó la cintura con el brazo y la apretó contra sí mientras todo comenzaba a dar vueltas.
—¿Qué te pasa, Pedro? ¿He reavivado un recuerdo?
-No, ningún recuerdo —dijo en tono cortante, que no pudo evitar, ya que no se hacía a la idea de que probablemente nunca volvería a recordar.
Pero lo que le sorprendió fue que hacer senderismo y escalada eran sus dos aficiones preferidas para desconectar del trabajo. Escalaba con uno o dos amigos, siempre hombres; y hacía senderismo solo. La idea de compartir su tiempo más preciado con una mujer lo dejaba perplejo.
—¿Caminábamos juntos por la montaña?
-Era maravilloso —respondió Paula-. El paisaje era precioso. Por la noche nos sentábamos a planear hacia donde nos dirigiríamos el fin de semana siguiente.
—¿En serio?
-No me crees —se apartó de él y se apoyó en el cabecero de la cama.
—Te creo —quería saber más cosas, pero no era el momento—. Háblame de Nicolás. ¿Cómo era al nacer? ¿Te diste cuenta desde el primer momento de lo inteligente que era?
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