Las últimas noticias del hospital no eran alentadoras. En lugar de intentar sacar a Marcos del coma, los médicos habían decidido prolongar su estado dos días más. Los airbags lo habían salvado de daños mayores en la cabeza, pero tenía una inflamación en el cerebro que era preocupante. Cuarenta y ocho horas más de suplicio y esperanza. Pedro se apoyó contra el respaldo y miró a su hermano Federico. Estaban en la sala de espera. De alguna manera tenían que salir adelante, de alguna manera Marcos tenía que conseguirlo.
No necesitaba oírlo de su boca para saber que su hermano estaba pensando en la última noche que habían pasado los tres juntos. Había sido semanas antes, la noche en que el abuelo había sufrido el ataque al corazón. Se habían reunido en la mansión para cenar. Pedro había anunciado su compromiso con Valeria, pero Marcos no se había dejado engañar. A pesar del acuerdo al que habían llegado tres meses antes, Marcos sabía que su hermano no tenía ninguna intención de casarse con su prometida. Los continuos sermones del abuelo respecto a la maldición de la institutriz ya se hacían insoportables; tanto así que el mismo Federico había decidido seguir adelante con el matrimonio que nunca había pensado tomarse en serio, y Marcos y Pedro se habían visto obligados a prometer que harían lo que fuera necesario para hacer feliz al abuelo. El matrimonio entre Karen y Federico había salido bien de puro milagro; los Alfonso era orgullosos y testarudos.
Pedro sintió un escalofrío. A lo mejor el abuelo tenía razón. A lo mejor la maldición se estaba cerniendo sobre ellos y el accidente de Marcos era un aviso. Su lado más racional rechazó aquella idea peregrina, pero su corazón no fue capaz de hacerlo. ¿Podían tener un efecto tan nefasto las palabras de una mujer despechada nueve generaciones más tarde? Volvió a sentir esa mano fría que le recorría la espalda y entonces suspiró, nervioso. La espera se hacía interminable y le dejaba demasiado tiempo para pensar. Ni Federico ni él podían abandonar el hospital en esos momentos. La situación de Marcos era crítica y no podían dejarle solo. Se revolvió en el incómodo asiento. No era de extrañar que el abuelo se hubiera cansado tan pronto. El mobiliario de la sala del hospital era insufrible. ¿Y dónde estaba Valeria? Se había marchado dos horas antes con el abuelo y Javier, con el pretexto de solucionar un par de cosas, pero aún seguía sin aparecer. ¿Qué podía ser tan importante en un momento como ése? Su lugar estaba a su lado, o por lo menos tenían que verla a su lado.
De pronto oyeron un ruido junto a la puerta. Federico y él intercambiaron miradas de desconcierto y se pusieron en pie. La puerta se abrió y entonces entraron varios empleados de mantenimiento, cargados con grandes carritos, uno vacío y los demás llenos de bultos. Valeria entró detrás de ellos con una sonrisa en la cara.
—¿Nuevos muebles? —preguntó Pedro, mirando de reojo a su novia.
¿Acaso se había vuelto loca? ¿Muebles nuevos en una sala de hospital?
—Sí —dijo ella, apartándose para que los hombres pudieran retirar las incómodas sillas y después colocar un mullido sofá y dos butacones reclinables—. Muebles nuevos. Es imposible estar cómodo en esas sillas —señaló el carrito que estaba fuera—. Además, si hubiera traído solo un butacón para el abuelo, él no lo habría querido, ¿Verdad?
—Sí. Claro —reconoció Pedro, pasando junto a uno de los empleados—. Seguro que lo habría rechazado —él la miró con cierto escepticismo.
¿Desde cuándo se había vuelto tan perceptiva y atenta?
Ella le devolvió la sonrisa y entonces él sintió algo inesperado y completamente nuevo hacia ella; algo cálido y profundo. La sensación lo tomó por sorpresa y lo hizo sentir incómodo durante un tiempo. No estaba acostumbrado a sentir algo así por una mujer. Normalmente su relación con las mujeres se reducía al plano físico, y con Valeria las cosas nunca habían sido diferentes, hasta su regreso de Francia. ¿Cómo era posible que la Valeria divertida y despreocupada que había conocido durante los eventos ecuestres pudiera ser la misma persona que en ese momento se preocupaba por el bienestar de su abuelo? Aquello no tenía sentido. Parecía que se estaba tomando su responsabilidad hacia la familia muy seriamente; mucho más de lo que él jamás había querido. De repente había dejado de ser la chica de la que podría deshacerse fácilmente al romper el compromiso y, si bien no tenía intención alguna de casarse con ella, no podía evitar sentir un desconocido sentimiento de protección hacia ella; un sentimiento que le decía que no podía hacerle daño. Estiró los brazos y la abrazó. Ella lo miraba con ojos de sorpresa, pero su cuerpo acabó relajándose contra él. Suave contra duro… Femenino contra masculino… Y era tan agradable, increíblemente agradable. Cada rincón de su cuerpo estaba en sincronía con el de ella, y sus corazones parecían latir al unísono.
—Gracias —le dijo en un susurro, apoyando la barbilla sobre su cabeza—. Te agradezco mucho lo que has hecho.
—De nada. Me gusta poder ser de ayuda —dijo ella, tratando de restarle gravedad al asunto—. Además, solo he alquilado el mobiliario, pero también pensé que a tu familia le gustaría donar los muebles al hospital para otras familias que estén pasando por lo mismo.
Sabiendo que su cuerpo podía delatarla en cualquier momento, Paula se zafó de él y comenzó a caminar por la estancia. Una parte de ella deseaba no haber accedido al engaño de Valeria. Hubiera querido decirle la verdad al entrar en su despacho por primera vez, pero no podía hacerle algo así en esos momentos. Ella sabía muy bien lo que era ser rechazada de esa manera. Sabía de primera mano lo que era un compromiso roto, con un ser querido en el hospital, debatiéndose entre la vida y la muerte.
Divina Pau poco a poco se va ganando su corazón....
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