martes, 24 de septiembre de 2019

La Impostora: Capítulo 15

—Buenos días, mi amor.

La voz de Pedro, tan suave y envolvente como el chocolate negro, inundó sus sentidos desde el otro lado de la línea, endureciéndole los pezones y lanzando rayos de fuego que la recorrían de arriba abajo.

—Espero que hayas dormido bien —le dijo él—. Pensé que te gustaría conocer un poco más la isla. ¿Vamos esta tarde?

Paula reunió sus extraviados pensamientos y trató de formar palabras coherentes.

—¿Esta tarde?

—Sí —dijo él—. Voy a ver a Marcos ahora por la mañana y a primera hora de la tarde tengo que ir a la oficina, pero luego estoy libre. Puedo recogerte a las cuatro o a las cinco. Damos un paseo por la costa y después regresamos a mi casa para cenar. ¿Qué me dices?

¿Su casa? ¿Cenar? ¿Qué se traía entre manos? Por mucho que le hubiera sorprendido en un primer momento, ella sabía que Valeria y él no tenían una relación tan íntima, a pesar del compromiso que los unía.

—¿Valeria?

Paula creyó que podía oír la sonrisa en su voz.

—Sí… Sí. Me encantaría —dijo ella finalmente.

Por lo menos tendría todo el día para ella; tiempo suficiente para hacer acopio de coraje y defensas.

—Um, ¿Me pongo algo especial?

—Buena pregunta. Podemos tomar algo en el puerto, así que ponte algo elegante. ¿Qué tal lo que llevabas la noche en que me declaré? Siempre estás preciosa con ese vestido. Bueno, nos vemos esta tarde. Hasta luego.

Paula permaneció junto al teléfono unos segundos incluso después de colgar. Sus dedos asían el auricular de plástico con fuerza y sus nudillos blanqueaban. El vestido que Valeria llevaba la noche en que se le había declarado… ¿Qué podía hacer? No tenía ni idea de qué vestido se trataba y no tenía forma de averiguarlo si su hermana no la llamaba. Sin saber muy bien lo que hacía, fue hacia el dormitorio y abrió las puertas del armario. No era muy grande y Valeria no parecía almacenar mucha ropa en él. Sin embargo, por mucho que lograra acotar la búsqueda, Valeria bien podía haberse llevado el vestido a Francia. Paula se dejó caer en el borde de la cama y contempló el contenido del armario. Los ojos ya empezaban a escocerle con el picor de las lágrimas. De repente aquella estúpida farsa fue demasiado para ella. Quería mucho a su hermana y habría dado su vida por ella, pero continuar con aquella obra de teatro le estaba pasando factura de una forma que jamás hubiera esperado. Quizá lo mejor fuera decir la verdad de una vez; contarle a Pedro que su hermana tenía miedo del compromiso y que le había pedido que se hiciera pasar por ella. Después de todo, él se merecía la verdad. No obstante, Valeria parecía tener razones poderosas para seguir adelante con la mentira y, fuera como fuera, ella era su hermana. En el Paula nunca había tenido motivos para dudar de ella y era su deber ayudarla. De haber sido al contrario, su hermana hubiera hecho lo mismo por ella.

Se levantó de la cama y empezó a rebuscar entre las prendas, tratando de adivinar cuál sería el vestido, sin mucho éxito. En realidad el problema no era para tanto. Podía decir que el vestido estaba en la lavandería o que lo había manchado de maquillaje o algo parecido. Podía hacerlo. Por su hermana Valeria era capaz de hacer cualquier cosa. Solo tenía que recordar aquellas aventuras de la infancia en las que se hacían pasar la una por la otra. No obstante, esa vez era diferente. En esa ocasión, por primera vez en toda su vida, deseaba lo que su hermana tenía con una fuerza que jamás había experimentado. Alejarse de Pedro, cuando Valeria regresara, iba a ser la decisión más dura de toda su vida. Paula miró su propia maleta, escondida al fondo del armario, y enseguida supo lo que iba a llevar esa noche. El vestido que se había comprado justo antes de ir a Isla Sagrado no tenía nada que ver con su estilo habitual. Más bien se parecía a las prendas glamurosas que solía escoger Valeria. Era muy corto y sedoso, con dos finos tirantes que terminaban en un generoso escote. Incluso se había comprado un sujetador especial sin tirantes y también un tanga a juego. Nada más probárselo en la tienda, se había dado cuenta de que era perfecto para ella; la prenda ideal para una mujer despechada. Aquel vestido la hacía sentir poderosa, femenina, fuerte… Sí. Podía fingir ser otra persona, pero lo haría con su propia ropa y sus propios tacones de vértigo.

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