martes, 24 de septiembre de 2019

La Impostora: Capítulo 13

Y por ello tenía que fingir un poco más; seguir haciendo lo que mejor se le daba, igual que hacía en su trabajo como asistente personal. Sus conocimientos y experiencia en el mundo de la publicidad y la resolución de conflictos la habían hecho ganarse la confianza de los ejecutivos para los que trabajaba, y podía hacer uso de todas esas cualidades para ayudar a la familia Alfonso en un momento como ése. Sin duda, Marcos pasaría una larga temporada en el hospital y ella iba a asegurarse de hacerles la estancia lo más llevadera posible a todos sus familiares. Los días pasaron muy despacio. La familia afrontó la incertidumbre con entereza y, por fin, tres días más tarde, el médico acudió a la sala de espera. Paula casi tenía miedo de esperar algo bueno, pero entonces el hombre esbozó una sonrisa.

—El señor Alfonso ha hecho muchos progresos en los últimos días. Está saliendo del coma inducido y evoluciona favorablemente. Es evidente que la recuperación será larga, pero estoy seguro de que con el apoyo de su familia saldrá adelante.

Pedro y Federico bombardearon al médico con preguntas, pero el abuelo permaneció quieto en su butacón. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Paula se agachó junto a él y tomó sus arrugadas manos en las suyas propias.

—Son buenas noticias, abuelo. Marcos se va a poner bien. Es fuerte, y va a conseguirlo.

Alfredo Alfonso levantó una mano y le acarició el cabello con gentileza.

—Gracias. Sé que lo conseguirá. Es un Alfonso. Ahora debemos luchar contra la maldición antes de que sea demasiado tarde.

Paula ya había oído algo acerca de la maldición, pero nadie le había dicho claramente de qué se trataba.

—¿Demasiado tarde? —le preguntó al anciano—. ¿Por qué iba a ser demasiado tarde?

—El tiempo se acaba. Ellos no quieren creerlo. Ni siquiera Pedro —el anciano sacudió la cabeza lentamente y entonces la miró fijamente—. Pero tú puedes hacer algo. Puedes ayudar a romper el hechizo. La maldición no espera.

—Señor, no preocupe a la señorita de esa manera —dijo Javier antes de que el abuelo dijera nada más—. Gracias, señorita Chaves. Nuestra vigilia no ha sido tan dura para estos dos ancianos gracias a usted.

—Bah, ancianos. Lo dirás por tí —dijo Alfredo, riéndose a carcajadas.

Paula se incorporó lentamente. No quería oír nada más acerca de la maldición por el momento. Con la mejora de Marcos ya no la necesitarían tanto, así que ya era hora de afrontar la realidad. Cuando el médico se marchó todos acordaron irse a casa un rato y regresar por la tarde. Se acercó a Pedro y le tocó el brazo.

—Me voy a casa ahora. ¿Te veo luego?

—Te llevo a casa —dijo Pedro, dando un paso adelante.

—No. No es necesario. Estoy acostumbrada a tomar un taxi.

—Y no deberías. Eres mi prometida y debería ser yo quien cuidara de tí y no al revés. Gracias por todo lo que has hecho.

—De nada, Pedro, pero, en serio, es lo que siempre… —Paula vaciló antes de continuar—. Es lo que yo haría por cualquiera en esta situación. No tienes que pensar en nada más que en tu hermano.

Durante un instante Paula creyó que él iba a insistir en que le dijera lo que había estado a punto de decirle, pero, afortunadamente, no lo hizo. Se despidieron del resto de la familia y entonces se marcharon. El viaje de vuelta a la casa de campo de Valeria fue más corto de lo esperado. Después del enorme susto que les había dado Marcos, Pedro parecía tener prisa por retomar su vida. Cuando el coche se detuvo frente a la casa, Paula se volvió para darle las gracias, pero él ya se estaba bajando del vehículo para abrirle la puerta.

—Gracias —repitió ella, aceptando la mano que él le ofrecía.

Mientras bajaba del coche, Paula notó que él le tocaba con insistencia el dedo anular, palpando la marca pálida que le había dejado el anillo de compromiso de David.

—¿Dónde está tu anillo? ¿Por qué no lo llevas?

De repente Paula se acordó del sobre que Valeria le había dado antes de irse.

—Yo… Yo, eh, me lo quité la noche en que regresé. No quería ensuciarlo mientras lavaba los platos. Y con todo lo que ha pasado, olvidé ponérmelo de nuevo.

Buscó en el bolso y sacó la llave de la casa. Abrió la vieja puerta y fue hacia la mesita donde había dejado el sobre de su hermana. ¿Y si Pedro lo había visto allí? De ser así, sin duda se preguntaría quién era esa tal Paula. ¿Y si había leído la nota de Valeria? Palpó el sobre y el ostentoso anillo de diamantes le cayó en la palma de la mano. Se lo puso rápidamente. La fría banda de platino le congelaba la piel, sellando la mentira de la que era cómplice.

—¿Lo ves? Ya está en su sitio —dijo, sonriendo.

Pero él no sonrió, sino que continuó mirando el anillo y después reparó en el sobre del que lo había sacado. No había visto más que el dorso del sobre, pero había tenido tiempo de ver la letra de ella. ¿Acaso Valeria había estado a punto de romper con él? ¿Por qué si no había puesto el anillo en un sobre? Ella había arrugado el sobre de inmediato. ¿Acaso iba dirigido a él?

Pedro cerró los ojos un momento, negándose a admitir que la idea de seducir a Valeria resultaba más agradable de lo que quería creer. Todo lo que hacía lo hacía por su familia. Nada más.

—¿Quieres tomar un café antes de irte a casa? —le preguntó ella, pero su voz sonaba tensa, como si en realidad quisiera que se marchara cuanto antes.

Pero Pedro no la iba a dejar escapar tan fácilmente. Nadie se deshacía de los Alfonso así como así. Manteniendo las sospechas a raya, dio un paso adelante, y entonces ella retrocedió un poco. Él sonrió. Ella podía correr, pero no podía esconderse.

—No. Gracias. No quiero café.

De forma deliberada, dejó caer la mirada hasta llegar a sus labios. Y entonces ella se los humedeció, casi sin darse cuenta de lo que hacía. La mirada de Pedro descendió un poco más… Y ella respiró con dificultad. Su pecho subía y bajaba violentamente, dejándola en evidencia. Él dió otro paso hacia ella. Podía ver sus pezones erectos, apretándose contra el fino tejido de su vestido.

—¿Quieres otra cosa? —preguntó ella, acorralada contra la mesa, extendiendo una mano por delante como si así pudiera detenerle.

—Sí, otra cosa —volvió a mirarla a los ojos y entonces fue hacia ella con paso decidido.

La mano que Paula tenía levantada se estrelló contra el abdomen de él y entonces se deslizó sobre su pectoral, dejando un rastro de fuego a su paso. Pedro la agarró de la cintura, la apretó contra sus propias caderas y entonces la besó. En cuanto sus labios tocaron aquella boca, supo que la mujer que tenía entre sus brazos no era Valeria Chaves.

No hay comentarios:

Publicar un comentario