martes, 10 de septiembre de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 49

La volvió a besar al tiempo que la levantaba del suelo pasándole un brazo por las caderas y el otro por el torso y apretándola contra sí como si quisiera que sus cuerpos se fundieran en uno. Pero eran uno. Se pertenecían mutuamente.

-Pepe...

-No —su lado cobarde no quería oír sus ruegos para que deshicieran el matrimonio.

Volvió a besarla mientras daba unos pasos con ella hasta que su espalda tocó la pared. Paula estaba atrapada en sus brazos, no podía escapar, y él se concentró en estimular sus sentidos con toda la pasión que había en su interior. Ella le respondió con el ardor habitual; incluso con más. Tal vez, pudiera convencerla.

-Pepe —la necesidad de respirar hizo que ella volviera a decir su nombre. Le puso los dedos en los labios para que no la volviera a besar y pudiera hablar.

-Pepe, por favor.

Había emoción en su voz. A él se le encogió el corazón de terror al darse cuenta de que no podía seguir posponiendo lo inevitable. Se apartó para mirarla a la cara, pero sin soltarla.

—¿Me quieres?—los ojos de Paula expresaban asombro y dudas.

Él era un hombre orgulloso que había aprendido desde pequeño a no confiar en nadie, pero lo que sentía era tan inmenso que no lo podía ocultar.

—¿Lo dudas, Paula? —le acarició la frente, la mejilla y los labios—. Creo que te quería ya antes de ver tu foto en el folleto. Y, desde luego, desde el momento en que te tuve en mis brazos en la suite del hotel, cuando estuve a punto de morirme de placer al tenerte conmigo —tragó saliva porque se le estaba formando un nudo en la garganta—. Y cuando te ví con nuestro hijo... —la besó con dulzura—. No sabía lo que era el amor hasta que te conocí. Ahora lo sé. Es la maravillosa sensación que experimento cuando pienso en ti, cuando recuerdo tu sonrisa. Es el deseo de protegerte y cuidarte todos los días del resto de nuestras vidas, el deseo de compartir mi vida contigo. Me moriría si te fueras. Antes de conocerte vivía sólo a medias. Por favor —ya no le importaba abrirle su corazón y mostrarse vulnerable. Lo único que le importaba era que Paula siguiera con él.

—¡Oh, Pepe! —lo besó en los labios con fervor y él sintió que las lágrimas de ella le mojaban las mejillas—. Pepe —repitió ella mientras lo besaba en la barbilla, los labios y la cara—. Te quiero mucho. Siempre te he querido, pero creía que nunca sentirías lo mismo por mí.

Él se estremeció a causa de la sorpresa, pero, al levantar la cabeza, vió la sinceridad de su expresión. Paula brillaba como si una luz la iluminara desde dentro. A pesar de todo, aún seguía sin creerla.

-Pero querías dejarme. Acabas de decirlo.

Su sonrisa, a pesar de los ojos llorosos y la cara bailada en lágrimas, fue lo más hermoso que había visto en su vida.

-No, no podría hacerlo. Jamás. Me quedaré para siempre, Pepe. Lo que quería decir antes era que no podía aceptar un matrimonio que no fuera real, con responsabilidades de verdad. No podía soportar que te avergonzaras de mí, no dar la talla para ser tu condesa.

-No vuelvas a decir eso, piccolina. Eres la esposa perfecta en todos los sentidos —se deleitó en sus propias palabras—. Con respecto a la comida —prosiguió—, ha habido un error. No invité a Diana a ocupar tu puesto, sino que...

El beso de ella le impidió seguir hablando, seguir pensando. Lo besó con toda la dulzura y la ternura que confiere el amor. Y Pedro sintió cómo le penetraba en los huesos. Y le devolvió lo que ella le ofrecía con tanta generosidad. La amaba. La amaría hasta el fin de sus días. Saberlo era glorioso, aterrador y maravilloso. Cuando por fin se separaron unos centímetros, ella susurró:

-Me lo cuentas después.

-Pero es importante para que lo entiendas.

Ella le sonrió y el corazón de Pedro dejó de latir.

—Y lo haré, Pepe —dijo ella mientras él recuperaba el pulso—. Pero puede esperar. No hay nada más importante que esto —lo agarró de la barbilla y lo miró a los ojos—. Te quiero, Pedro Alfonso. y vamos a ser muy felices.



-Una vez  más, gracias a todos por su generosidad —Paula echó una mirada alrededor del salón de baile, lleno de gente que le sonreía. Se sintió enormemente aliviada. Quienes habían acudido a la comida la habían acogido con entusiasmo y generosidad—. Y, por favor, cuando acaben de comer, salgan a disfrutar del jardín.

Hizo un gesto con la cabeza y las cortinas se descorrieron y se abrieron las puertas que daban al jardín. Llegó el sonido de risas infantiles mezclado con el de la música. Se había instalado un parque infantil y los destinatarios de los fondos que se recogieran ese día se divertían en él. Algunos niños procedían de orfanatos; otros padecían una discapacidad; y otros se recuperaban de una enfermedad grave.

Paula bajó del podio entre los aplausos de los asistentes. Buscó con la mirada a Pedro, que estaba al fondo de la sala. Su gesto de asentimiento y su sonrisa le confirmaron lo que por sí misma veía: que la comida y el discurso que tanto le había costado preparar habían sido un éxito. Supo que estaba orgulloso de ella. Pero fue el amor que expresaba su mirada lo que le llegó al fondo del corazón. Tardó mucho tiempo en cruzar el salón andando entre las mesas, ya que tuvo que pararse a hablar con quienes conocía y con otros deseosos de conocerla. Cuando llegó adonde estaba Pedro, le pareció que había estrechado cientos de manos y respondido a miles de preguntas. Y estaba encantada. Le había conmovido el apoyo de los invitados a las causas caritativas que había elegido.

—Tienes un talento innato para esto —le dijo Pedro mirándola con aprobación. Le tomó la mano y se la llevó a los labios. Inevitablemente, ella se estremeció, y él sonrió al reconocer el efecto que le producía—. Les has hecho reír e incluso llorar. Nunca había visto semejante entusiasmo en un evento para recoger fondos.

Paula miró a Nicolás, contento y con los ojos brillantes, en brazos de su padre. Se llenó de alegría al verlo tan feliz y al sentir el vínculo que los unía a los tres.

-Muchos de ellos son padres. Además, ¿Quién va a negarse a ayudar a esos niños y a hacerles la vida un poco más fácil?

Pedro la atrajo hacia sí con el brazo que tenía libre y ella se le acercó, contenta de que la abrazara.

-La industria hotelera perdió un tesoro cuando te marchaste —murmuró él—. Pero no voy a devolverte. Eres la perfecta condesa Alfonso. Eres perfecta para mí, piccolina —inclinó la cabeza.

-Pepe —siseó ella—. No podemos. Aquí no.

Él le respondió besándola hasta que ella sintió que se derretía y se aferró a él. Poco después, ella se dió cuenta de que Nicolás se inclinaba hacia ellos para que lo abrazaran y de que había ruido a su alrededor: el sonido de risas y más aplausos. Pedro alzó la vista y saludó a los invitados con la mano. Después se dirigieron al jardín.

-No podemos dejarlos así —protestó ella.

-Claro que podemos —le aseguró él—. Hoy es fiesta para los niños de la localidad —le miró la tripa, todavía lisa y sonrió de forma posesiva. Vamos a dejar que el nuestro disfrute de la fiesta antes de escabullirnos para ir a pasar el fin de semana a la casa de la montaña —sujetó bien a su hijo y tiró de Paula para que saliera con él a disfrutar de la agradable tarde..

Ella lo hizo de buena gana ya que sabía que no había otro lugar en el mundo donde prefiriera estar.




FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario