jueves, 29 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 36

—¡Pedro!

Su mirada era intensa, febril, como si el hombre totalmente controlado que conocía hubiera sido sustituido por un ser medio salvaje. Parecía peligroso, voraz. Había pasado de ser un magnate a ser un pirata en cuestión de segundos. Paula sintió un delicioso escalofrío, a  pesar de que trataba de ser razonable. Dormir con Pedro no resolvería nada si él no se sentía comprometido. «Pero lo que quiere no es dormir», le susurró una voz demoníaca en su interior, mientras ella, fascinada, veía caer la pajarita al suelo. Pedro comenzó a desabrocharse la camisa. Paula se echó hacia atrás en la cama.

—¿Qué haces? Esto no forma parte del trato —dijo sin aliento. Casi parecía una invitación.

-El trato era casamos, piccolina. Ahora eres mi esposa —respondió él con un ronco gruñido, que en lugar de atemorizarla la encantó.

Paula cerró los ojos. Al abrirlos, Pedro estaba a horcajadas sobre sus muslos. La recorrió con la mirada como si no tuviera aquel precioso vestido puesto, como si estuviera allí para que la tomara. Ella sintió un escalofrío que se burló de todas sus protestas lógicas. La verdad era que, despojado del barniz de las convenciones sociales, Pedro resultaba aún más atractivo. Su machismo descarado excitó todas las hormonas de Paula.

-Pedro. Realmente no quieres hacer esto —«Ni yo tampoco», intentó decir sin conseguirlo.

Se había apartado de ella desde el momento en que supo de la existencia de Nicolás. Su fría distancia la había convencido de que para él era un objeto, fácil de usar y de desechar, sin valor intrínseco. El dolor volvió a apoderarse de ella y cerró los ojos. Llevaba toda la vida luchando contra la experiencia del rechazo y diciéndose que, en efecto, ella era importante.

—¿Que no quiero hacer esto? —le espetó él como un disparo—. ¿De qué hablas?

-Quieres que a los invitados les parezca que somos un matrimonio de verdad, pero ha sido suficiente con traerme hasta aquí. No hace falta seguir con la farsa.

—¿Qué farsa? —habló en voz baja, pero claramente indignada—. Estamos casados de verdad. Eres mi esposa de verdad. Y yo, tu marido, el único hombre de tu vida. Recuérdalo.

-No hay más hombres en mi vida —deseó que se apartara de ella.

Estar aprisionada por su largo y ágil cuerpo le estaba destrozando el pulso. Lo sentía latir entre las piernas, en un sitio que de repente le parecía vacío y necesitado. El hermoso vestido la impedía respirar.

-Y, a partir de ahora, no los habrá. Recuérdalo.

-No necesito a ningún hombre —sólo necesitaba a Nicolás.

-Entonces no deberías haberte casado conmigo.

-No me vas a utilizar como si fuera un objeto, Pedro. Nos hemos casado por el bien de nuestro hijo, pero no me vas a usar a tu conveniencia —le dolían las mandíbulas de la tensión y se esforzaba en hablar con calma, a pesar del torrente de emociones que sentía.

—¿A mi conveniencia? ¿Crees que esto es conveniente? —le agarró la mano y la puso en su entrepierna.

La mano de Paula tocó una enorme y poderosa dureza que se la llenó por entero. Tragó saliva al recordar toda la energía que había en su interior. El deseo la recorría de arriba abajo y apretó los muslos al sentir la húmeda prueba de que él la seguía excitando como ningún otro hombre. El pulso se le disparó cuando se inclinó hacia ella inmovilizándola con su fuerza superior y, sobre todo, con una promesa de placer en los ojos. La excitación sexual estalló en su interior. Y no debería desearlo, pero lo hacía con desesperación, a pesar del orgullo, a pesar de todo.

-Desde que ví tu foto, he estado excitado.

Ella vió en sus ojos un atisbo de confusión que se unió a la suya propia al observarlo. ¿La había deseado? ¿No la consideraba únicamente una fuente de información para recuperar la memoria perdida?

-He estado deseando a una mujer a quien ni siquiera conocía. Y en Melbourne... —gimió mientras se dejaba caer bruscamente entre sus piernas.

El gemido excitó terriblemente a Paula. La invadieron los recuerdos de Pedro exteriorizando su deseo y su placer mientras permanecían unidos por la pasión. Se revolvió debajo de él en un infructuoso intento de aliviar la necesidad que experimentaba en su vientre.

—¿Sabes lo que supuso para mí dejarte ir?

Ella negó con la cabeza. El era una persona con un gran control sobre sí mismo, pero al mirarlo a la cara, que expresaba un deseo incontrolable, comenzó a dudarlo.

-Por primera vez en dos años deseaba a una mujer, pero era evidente que no estabas preparada. Estabas agotada y agobiada por los cambios que se habían producido en tu vida.

¿Por primera vez en dos años? No debía de haberle oído bien. Pedro era muy viril y disfrutaba del placer sexual. Cuando todo lo demás había desaparecido y su relación se volvió vacía, él siguió siendo un amante apasionado, con una necesidad feroz de ella y de darle placer.

—No trates de halagarme. No me importan las amantes que hayas tenido desde que estuvimos juntos —mintió ella—. Así que no tienes que fingir que...

—¿Y si es verdad? ¿Y sí no hubiera habido ninguna otra después de tí?

Se quedó alucinada ante la idea de que Pedro hubiera sido célibe y que sólo hubiera vuelto a sentir deseo al volverla a ver, como si el subconsciente lo hubiera reservado exclusivamente para ella. No, eso eran tonterías, las estúpidas imaginaciones de una mujer que había estado muy enamorada.

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