jueves, 1 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 5

—Tienes diez minutos —repitió él.

—¿Y si no voy?

—Tú decides. Tengo que hablar contigo de asuntos personales. Creí que preferirías hacerlo en mi suite, pero, desde luego, puedo verte mañana mientras trabajas. Me parece que compartes el despacho con otros colegas. Es de suponer que nuestra conversación no les molestará.

Paula se imaginó cómo reaccionarían sus compañeros ante Pedro y sus «asuntos personales».

—No hay duda —prosiguió él con su delicioso acento—de que a tu jefe no le importará que trates un asunto privado en horas de trabajo. Aunque creo que todavía estás en periodo de prueba ampliado.

Paula se quedó muda al saber que había investigado sobre ella. ¿Cómo, si no, sabía lo del largo periodo de prueba a causa de haber conseguido el empleo sin el currículum adecuado? Se suponía que esos detalles eran confidenciales. Se puso a la defensiva al volver a sentir que no daba la talla, que no era lo bastante buena. Y aún más al sentirse acorralada y tener que hacer frente a una fuerza implacable e incontenible que amenazaba con dominarla. Experimentó el amargo sabor de la derrota. ¿O era el del miedo? El del miedo a que, a pesar de su negativa inicial, Pedro estuviera allí para quitarle a Nicolás.

—Dentro de diez minutos —le confirmó ella.



Pedro miraba la ciudad por la ventana sin ver los edificios, pues en su cerebro había aparecido la imagen de unos ojos azules grandes y cándidos. Una oleada de calor lo invadió desde la entrepierna al recordar el suave cuerpo de ella apoyado en el suyo. Desde el momento en que la había visto en el salón de baile, lo supo. El reconocimiento que había experimentado al ver la foto no fue nada comparado con la certeza instantánea de esa noche: esa mujer era suya. Se tomó de un trago el café que el mayordomo le había preparado. El breve recuerdo que había tenido le indicaba que no se habían separado en términos amistosos. ¡Lo había dejado plantado! Ninguna otra amante le había hecho algo así. Pero estaba completamente seguro de que seguía habiendo algo entre ellos, algo que explicara la molesta insatisfacción que lo perseguía desde el accidente. ¿Por qué se habían separado? Tenía la intención de descubrir todo lo que no recordaba de los meses anteriores al accidente. Y no dejaría que ella se escapara hasta haber obtenido respuestas. Desde el momento en que la abrazó tuvo la abrumadora sensación de que tenían un asunto pendiente. Y había algo más, aparte de la sensación inmediata de conexión y pertenencia: una agitación en su interior que tenía que proceder sin duda de emociones largo tiempo aletargadas. Había observado a Paula, la había escuchado y se había quedado estupefacto por la intensidad de los sentimientos encontrados que experimentaba. Había recurrido a toda su fuerza de voluntad para recuperarse de las heridas y sacar a flote el tambaleante negocio familiar. Había bloqueado todo lo que no fuera la necesidad de levantar una empresa que estaba al borde del desastre. Lo demás se había vuelto borroso, y hasta aquel momento nadie había conseguido alterar su serenidad; ni su madrastra, ni las muchas mujeres que habían pretendido llamar su atención, ni sus amigos.

A pesar del amplio círculo social en que se movía, era una persona solitaria como su padre, que se había aislado y concentrado únicamente en los negocios después de que su primera esposa lo traicionara y abandonara. En consecuencia, Pedro había aprendido muy pronto la forma de hacer las cosas de los Alfonso y había ocultado tras una fachada de calma su pena y desconcierto infantiles. Con los años, la fachada se había vuelto real. Había desarrollado la habilidad de reprimir las emociones fuertes y de distanciarse de su propia vulnerabilidad. Hasta aquella noche al ver a Paula Chaves, en que había... sentido cosas: descontento, deseo, pérdida. Frunció el ceño. No tenía tiempo para emociones, aunque sí para la lujuria. El deseo físico no le resultaba ajeno y se saciaba con facilidad. Pero las inquietantes sensaciones que le bullían en el pecho le resultaban desconocidas y eran producto de algo más complejo.

Llamaron a la puerta. Agradecido por la interrupción de sus desagradables pensamientos, dejó la taza y se dió la vuelta mientras el mayordomo cruzaba el vestíbulo. Se sintió sorprendido al darse cuenta de que estaba muy tenso. ¿Desde cuándo él, Pedro Alfonso, se ponía nervioso? Incluso cuando los especialistas le habían hablado de las complicaciones de sus heridas y de un periodo de larga convalecencia, sólo se había sentido impaciente por salir del hospital, sobre todo después de saber el impacto que había tenido su accidente, que se produjo poco después de la muerte de su padre. Los buitres habían comenzado a volar en círculo, dispuestos a aprovecharse de los errores que su padre había cometido en los últimos meses, cuando Pedro se hallaba incapacitado.

—La señorita Chaves, señor —el mayordomo la condujo al salón.

Ella se quedó en el umbral como si estuviera a punto de salir corriendo. La sorpresa de la conexión entre ambos volvió a golpear el pecho de Pedro. Ella levantó la mano con brusquedad para retocarse el pelo, pero la bajó al darse cuenta de que él la miraba. La tensión era palpable mientras se miraban a los ojos.

Paula Chaves parecía fuera de lugar en medio de la opulencia de la suite más exclusiva de todos los hoteles de Melbourne, a no ser, desde luego, que estuviera allí para proporcionar un servicio personal a su ocupante. Pedro pensó en el tipo de servicio «personal» que le gustaría recibir. Daba igual que conociera a muchas mujeres más hermosas, inteligentes y triunfadoras, que combinaban la elegancia con la habilidad para los negocios y estaban deseando compartir su cama. Paula tenía algo que la diferenciaba de ellas. Sus curvas horrorizarían a las mujeres que conocía en Milán y que siempre estaban a dieta. Llevaba el pelo recogido en una especie de moño. Iba maquillada discretamente y llevaba un traje de chaqueta azul marino que ninguna de las conocidas de Pedro se pondría ni aunque la mataran. Sin embargo, el modo en que se le había iluminado la cara de la emoción unas horas antes apuntaba a un atractivo más sutil. Y tenía unas piernas... Sus bien formadas pantorrillas y tobillos finos con zapatos de tacón y medias oscuras revivieron la adormecida libido de Pedro, que quería seguir explorándolas para descubrir si seguían siendo igual de atractivas en toda su longitud. El instinto, ¿o era el recuerdo?, le decía que eran soberbias, del mismo modo que sabía que la curvilínea figura de Paula y sus deliciosos labios le proporcionarían placer. Por fin dejó de mirar a la mujer que lo había atraído desde el otro extremo del mundo. Tenía que dejar de pensar en ella como fuera.

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