martes, 13 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 13

—¿Qué quieres?

-Hablar. Tenemos un asunto pendiente —no esperó a que ella contestan, sino que le hizo sitio en el asiento.

¿Un asunto pendiente? ¿Así era como definía a un niño pequeño? Se sintió sin fuerzas, pero tenía que enfrentarse a Pedro y tratar de mantener cierto control de la situación. Se dirigió hacia el vehículo con paso vacilante, se montó y se sentó en un asiento de cuero que parecía recién salido de la fábrica. Sólo lo mejor valía para el conde Alfonso. Y en ningún caso, a ella, una madre soltera corriente y sin pizca de glamour, se la consideraría «lo mejor». Pedro se lo había dejado muy claro en Italia. Pero ¿Había decidido que su hijo era otra historia? La puerta de la limusina se cerró y ella cerró los ojos. Ya no había escapatoria posible. Se abrochó el cinturón y lo miró de reojo, que no parecía contento a pesar de haber conseguido que subiera al coche. Su inquietud aumentó: estaba en clara desventaja con respecto a él. No se dignó a preguntarle adónde iban. Si no quería hablar, le seguiría la corriente, lo cual le daría tiempo para hacer acopio de todos sus recursos. Al mirar hacia delante mientras trataba de controlar sus pensamientos, vió la nuca de Bruno. Y, de repente, lo reconoció.

-¡Anoche estaba en mi calle! —exclamó Pedro mientras se echaba hacia delante para asegurarse. Mientras recorría su calle de madrugada hacia su casa, había vacilado al ver a un hombre con vaqueros y cazadora de cuero delante de ella. Parecía esperar a alguien, pero comenzó a andar en dirección contraria. Ella aceleró el paso—. Bruno, tu guardaespaldas, estaba anoche frente a mi casa —al ver que Pedro no contestaba se volvió hacia él, furiosa—: Ni siquiera te molestas en negarlo.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—¿Le dijiste que me siguiera? —Pedro ya había investigado sus datos personales y, después, había enviado a su guardaespaldas a espiarla. No tenía escrúpulos a la hora de invadir la intimidad ajena.

-Por supuesto —la miró con frialdad, como si se preguntara a qué venía tanto alboroto—. Era tarde. Tenía que asegurarme de que llegaras bien.

La explicación le cortó la respiración y se recostó en el asiento.

—¿Tratabas de protegerme?

-Estabas sola en la calle a una hora en que deberías estar en casa.

Le hablaba como a una adolescente que necesitara la guía paterna, no como a una mujer de veinticinco años con un hijo al que mantener. Pero no se indignó, sino que sintió un calor interior, una chispa de placer al saber que le importaba lo suficiente como para preocuparse de su seguridad. En otra época se había sentido encantada por cómo la cuidaba, por cómo le demostraba su naturaleza protectora. Hasta que se dio cuenta de su error. Lo que le había parecidopreocupación por ella había sido su forma de mantenerla aislada, separada del resto de su vida, una táctica deliberada para que ella no se diera cuenta de que la estaba utilizando.

-Soy totalmente capaz de cuidar de misma. Ya lo hacía antes de que aparecieras —estaba orgullosa de lo que había logrado.

Al llegar a Australia, tenía el corazón destrozado y había perdido la seguridad en sí misma. Ni siquiera había planeado ir a Melbourne, pues, debido al estado en que se hallaba, se limitó a subirse en el primer avión que salió. Y había construido una nueva vida para Nicolás y para ella, y trabajaba mucho para lograr la seguridad económica que necesitaba.

—¿Ah, sí? —preguntó él en tono escéptico mientras le lanzaba una mirada glacial—. ¿Crees que vives en un barrio adecuado para criar a un niño?

Todos los músculos del cuerpo de Paula se tensaron. Habían llegado al quid de la cuestión. Creyó que la acusaría de ser una mala madre y que exigiría sus derechos. Pero él permaneció callado.

-El piso es soleado y cómodo, y puedo pagarlo —no era acertado aludir a su falta de dinero, pero, sin duda, él ya lo sabía.

Había estado trabajando hasta ponerse de parto, pero se había gastado sus escasos ahorros en los meses posteriores al nacimiento de Nicolás. Si no hubiera sido por el dinero que le había enviado su padre, no habría podido salir adelante. Después, gracias a su puesto en el hotel, llegaba a fin de mes, aunque la mayor parte del sueldo se le iba en las necesidades de su hijo y el alquiler.

—¿Y el sitio en el que está? El barrio se está convirtiendo en un centro de tráfico de drogas y prostitución —apuntó él sin molestarse en ocultar su desaprobación.

-Las noticias exageran —mintió ella sin querer reconocer que había mencionado uno de sus miedos. Unos días antes se habían vuelto a encontrar jeringuillas en el parque, y había decidido que, a pesar de las amistades que había hecho, buscaría otro sitio para criar a Nicolás.

-Si tú lo dices —replicó él en tono aburrido.

Paula se sintió desconcertada cuando él no aprovechó la ocasión para criticarla por su incapacidad para cuidar al niño y para plantearle la custodia compartida. Pero a Pedro parecía no interesarle y ella sintió renacer la esperanza. Pero, si no estaba allí por el niño, ¿Qué quería de ella?

Pedro trató de calmarse. Estaba furioso desde que había recibido el informe aquella mañana, y su furia se debía a que Paula viviera en ese barrio, a que estuviera con un hombre que se negaba a cuidar de ella y su hijo, y a que él, se preocupara por ella. Se maldijo por su estupidez. Ella lo había dejado en la estacada y había seguido con su vida. El debiera hacer lo mismo. Su dignidad y su honor así se lo exigían. Y lo haría cuando averiguara todo lo que quería saber sobre aquellos meses en blanco. Sin embargo, la sensación de conexión íntima persistía y era más intensa que la fría lógica alrededor de la cual giraba su vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario