jueves, 15 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 18

-Mis recuerdos desaparecen varios meses antes de la muerte de mi padre —dijo él en tono seco, lo que indicaba que consideraba la amnesia una debilidad que debiera poder dominar—. No recuerdo haberte conocido —el modo de decirlo implicaba que aún tenía dudas sobre la historia que le había contado—. Esos meses constituyen una laguna en mi memoria. Ni siquiera recuerdo ir conduciendo antes del accidente, sólo que me desperté en le hospital.

Paula se sentó en una mecedora con Nicolás de pie sobre los muslos mientras le sujetaba por las manos. Era un juego que al niño le encantaba. Y de paso, ella podía dar un descanso a sus piernas temblorosas. Lo que le había revelado Alessandro le había supuesto un golpe terrible. Sentía náuseas y temblaba al pensar en él herido de tanta gravedad que se había quedado amnésico.

-No me has contado cómo fue el accidente —hizo una pausa mientras se preguntaba si se le notaba mucho la preocupación. Trató de no mirar la cicatriz en la sien de Pedro.

-Iba conduciendo a Milán. El coche patinó en el suelo húmedo cuando giré bruscamente para evitar a otro que conducía por mi carril pero en dirección contraria.

Entonces había sido de camino al despacho. Prefería conducir él mismo porque decía que lo ayudaba a establecer las prioridades laborales de cada día. Y tenía que haber sido poco después de que ella se marchara. ¿Acaso había pensado que su partida alteraría el preciado horario laboral de Pero? Su ridícula ingenuidad la seguía dejando perpleja.

—¿Y estás bien? ¿No ha habido más efectos secundarios? ¿No tienes dolores?

A pesar de lo que se dijera a sí misma, no había conseguido eliminar por completo sus sentimientos hacia Pedro. Debería despreciarlo por cómo la había tratado, pero experimentaba sentimientos encontrados.

-Estoy perfectamente —hizo una pausa tan larga que ella dejó de mirar a Nicolás y alzó la vista. La miró a los ojos como si viera en ellos su deseo de saber todos los detalles—. Tuve suerte. Sufrí desgarros y un par de fracturas. Me recuperé enseguida. Sólo estuve en el hospital unas semanas. Lo más preocupante fue la pérdida de memoria, pero los especialistas afirman que no hay nada que hacer salvo dejar que la naturaleza siga su curso. No hay más daños cerebrales.

Paula se recostó en la mecedora, aliviada.

-Entiendo.

Aquella extraña conversación no le parecía real, dado su pasado en común. Pensó en las implicaciones de lo que acababa de oír. Aunque él no la recordara, la noche anterior la había seducido con una pasión que había atravesado todas las defensas que tanto trabajo le había costado levantar en los dos años anteriores. ¿Cómo lo había conseguido si ni siquiera la recordaba? ¿Era un amante tan formidable que lograba que todas las mujeres tuvieran la certeza de que lo único que querían era a Pedro Alfonso? La intimidad que había compartido con él, que siempre había considerado especial y maravillosa, ¿era algo que él había tenido con innumerables mujeres?

—¿Y tu esposa? —prosiguió sin poder evitar la amargura de su voz—. Supongo que no está contigo.

—¿Mi esposa? ¡No creerás que estoy casado!

-Estabas soltero cuando me marché, pero te veías con una mujer con la que pensabas casarte, la princesa Candela.

Él, por supuesto, sólo se casaría con una de su misma clase, una aristócrata rica. Paula tragó saliva al recordar cómo había hecho caso omiso de las advertencias de la madrastra de Pedro sobre sus intenciones y sobre el verdadero lugar de ella, un lugar temporal, en su vida, y cómo había basado sus esperanzas en las palabras tiernas y apasionadas que él le susurraba al oído, en el éxtasis de estar con él, de que la amara. ¡No! ¡La única que había amado había sido ella! Él sólo buscaba sexo.

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