martes, 27 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 32

Su capacidad de centrarse en lo que le interesaba era una de las claves de su éxito en los negocios. Y a pesar de que trataba de ocultarlo, su carácter posesivo estaba muy desarrollado. De pequeño no le gustaba compartir los juguetes y, de adulto, se aferraba a lo que tenía. Si hubiera sentido... apego por Paula, la habría reservado para él solo en vez de desfilar con ella ante los tiburones dispuestos a perseguir a una mujer atractiva. Pedro negó con la cabeza. El no tenía relaciones serias ni creía en el amor. Aquello era imposible. Había demasiadas preguntas sin respuesta, y ella era la única que poseía la clave. Incluso la relación de la familia de Paula con ella lo desconcertaba, pues ningún miembro iba a ir a la boda, lo cual no era propio de las familias que él conocía.

Pedro salió de la habitación para buscarla y la halló en el salón, tumbada en uno de los incómodos sofás antiguos que Diana había colocado allí. Con su falda, su top y su cola de caballo, era un soplo de aire fresco en aquella habitación de ambiente formal y cargado. Se le acercó, pero ella no se movió. Una de las sandalias le colgaba del pie; la otra estaba en el suelo. Él dirigió la mirada a su pie descalzo, que, con las uñas pintadas de rosa, lo atraía de forma ridícula. Recorrió con la vista su tobillo, la pantorrilla, la rodilla y la parte del muslo que dejaba ver la falda. Recordó sus ágiles piernas rodeándole en la suite del hotel, el olor almizclado que despedía al estar excitada, el sonido de sus gemidos pidiendo más, el momento glorioso que habían compartido al estar a punto de consumar aquella... necesidad. Sólo con recordarlo sintió que se endurecía, que lo estaba deseando y que estaba preparado. Pero se resistió de forma instintiva. Lo que le había dicho Diana le hizo detenerse. No podía ser verdad que Paula se hubiera vuelto tan importante para él antes del accidente. ¡El que muy pronto había aprendido a no confiar en el amor ni en fidelidad del sexo femenino! Tenía que haber otra explicación de su relación con Paula y de cómo hacía que se sintiera: quería protegerla. Era ridículo, pues se trataba de la misma mujer a la que había pedido que se marchara por estar con otro hombre. Y sin embargo... Se sentía invadido por emociones turbulentas y desconocidas. Estaba habituado a que su vida discurriera del modo que había planificado, donde no tenían lugar las emociones, o no lo habían tenido antes de ella.


A pesar de las horas que había dormido en el largo vuelo desde Melbourne, Paula tenía todavía manchas oscuras debajo de los ojos. La preocupación hizo un nudo en el estómago de Pedro. Sin pararse a pensarlo, la tomó en brazos sin hacer caso de la sensación de familiaridad que lo invadió como una cálida ola cuando la aproximó a su pecho. Era evidente que ya la había tomado en brazos antes. La iba a dejar en la cama, donde descansaría mejor y después iría a ver a Nicolás. Había acabado de subir las escaleras, cuando Paula se despertó. Entreabrió los labios al sonreír somnolienta. Unos ojos brillantes como las estrellas lo miraron y el deseo explotó en el interior de Pedro tensándole todos los músculos del cuerpo. En vez de dirigirse a la habitación de Paula, giró hacia su suite automáticamente. Lo esperaba una tarde de placer redescubriendo los encantos femeninos de ella. Aceleró el paso.  Entonces, la sonrisa de ella desapareció de sus labios y sus ojos dieron señales de alarma. Apretó la boca y trató de deshacerse de su abrazo. La excitación de Pedro desapareció con la misma rapidez con que había aparecido. Ninguna otra mujer lo había mirado tan horrorizada.

—¿Qué haces?—le preguntó ella en tono acusador, al que él no estaba acostumbrado.

-Llevarte a la cama. Tienes que descansar.

La tensión de Paula aumentó y se puso rígida. Los ojos le echaban chispas.

—¡No! Tengo que ver a Nicolás.

-Nuestro hijo —Pedro hizo una pausa para saborear las palabras— está en manos de una niñera muy capacitada.

Al ver que ella abría la boca para protestar, él se le adelantó.

-Más adelante buscaremos a alguien que se ocupe permanentemente de él, pero, de momento, puedes estar tranquila porque está en buenas manos.

Paula inspiró profundamente y él deseó no ser tan consciente de la suave presión del seno de ella contra su pecho. Era una refinada tortura.

-Puedo ir andando.

-Casi hemos llegado —afirmó él dirigiéndose otra vez hacia la habitación de Paula. Seguía sintiendo la tensión de su cuerpo sin saber a qué atribuirla. La inquietud volvió a apoderarse de él, así como el pesar por lo que había sucedido por la tarde.

—Siento que no te avisaran de que sería Candela quien vendría a hablar contigo del vestido de boda —lo dijo con lentitud, pues no acostumbraba a pedir excusas—. Me acabo de enterar ahora mismo —y le resultaba difícil creer que Diana hubiera hecho algo de tan mal gusto.

Aunque él no confiara en Paula y ésta lo hubiera traicionado, su conducta y la de su familia debían ser irreprochables. A partir de aquel momento, sus propios empleados se harían cargo de los preparativos de la boda en vez de su madrastra.

-No pasa nada —dijo Paula—. Tuvimos una conversación muy... instructiva — por un momento lo miró a los ojos, pero apartó la mirada bruscamente.

A Pedro le pareció evidente que no aceptaba sus disculpas y experimentó una curiosa sensación de vacío. Fue cuestión de un instante, pues enseguida la desechó y la sustituyó por el resentimiento al ver que ella dudaba de su palabra.

-Candela hará un trabajo excelente. Es una de las nuevas diseñadoras italianas con más talento.

-No me cabe ninguna duda. Tiene ideas muy inteligentes —parecía tan entusiasmada como si le fueran a tomar las medidas para la mortaja.

Pedro se sintió herido en su orgullo. ¡Y pensar que había estado a punto de llevarla a su dormitorio! Empujó la puerta de la habitación de Paula y la depositó rápidamente en la cama como si fuera a contagiarle algo. Era preferible tener habitaciones separadas hasta después de la boda para que ella se acostumbrara a la idea del matrimonio y para que él pudiera dominar esos sentimientos no deseados que experimentaba.

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