—¿Que le ha ido bien? —Pedro negó con la cabeza de forma brusca—. ¿Crees que está bien que mi hijo sea ilegítimo?
Durante unos segundos, Paula miró, impotente, su expresión de indignación y ultraje. En un mundo ideal, Nicolás habría nacido en una familia que lo habría querido, con unos padres unidos por un compromiso mutuo.
-Hay cosas peores —dijo ella en voz baja mientras se abrazaba a sí misma para calmar un antiguo dolor que la laceraba: el dolor de los sueños rotos.
Había hecho todo lo posible para que Pedro se enterara del embarazo. Pero aunque lo hubiera sabido, aunque le hubiera propuesto que se casaran, nada cambiaría el hecho de que no era un hombre en quien pudiera confiar ni el hecho de que ella nunca encajaría en su mundo.
—¿Y crees que a mi hijo le seguiría yendo bien si se cría en un barrio venido a menos, entre ladrones y chulos?
-Estás exagerando —contraatacó ella al tiempo que pasaba por alto el sentimiento de culpa de no haber podido encontrar nada mejor—. No es para tanto. Además, tengo intención de mudarme.
—¿En serio? ¿Y cómo vas a encontrar algo mejor con tu sueldo?
Paula se mordió los labios ante su tono de superioridad. No importaba que su sueldo fuera el mejor teniendo en cuenta su currículum ni que trabajara mucho para ganarlo. A largo plazo tenía perspectivas de ascender, pero mientras tanto...
-A Nico no le faltará de nada. Nunca le ha faltado.
Durante unos segundos, la mirada de Pedro se ablandó.
-Debe de haber sido difícil arreglártelas sola.
Ella se encogió de hombros. No pensaba en ello, ni en que sus hermanos y su padre estuvieran dispersos por el mundo y no hubieran tenido tiempo de visitarla cuando Leo nació, ni tampoco después. Le habían enviado regalos, eso sí. Lo habían hecho con la mejor intención y se preocupaban por ella a su modo, distantes y no comprometidos. Pero ella hubiera deseado que uno de ellos hubiera hecho el esfuerzo de estar con ella cuando se sentía sola, cuando la depresión rivalizaba con la determinación de salir adelante. Paula lanzó una mirada desafiante a la persona que, precisamente, había tenido todo el derecho a estar con ella cuando Nicolás nació. Pero eso pertenecía al pasado.
-Estoy acostumbrada a arreglármelas sola —era varios años menor que sus hermanos y la última hija de unos padres absorbidos por su profesión, por lo que se había criado sola— Nico y yo estamos bien.
-No es suficiente para mi hijo. Se merece más.
Paula apretó los labios para no asentir. Quería que su hijo tuviera las mejores oportunidades, las que una madre soltera y de clase trabajadora no podría ofrecerle.
-Lo que Leo necesita es amor y sentirse seguro. Y eso se lo doy.
-Claro que es lo que necesita. Y se lo daremos. Juntos.
-Ni hablar. Lo que hubo entre nosotros se ha terminado.
«Murió hace dos años, cuando me traicionaste con otra mujer y luego me acusaste de serte infiel», pensó, pero no lo dijo. No tenía sentido remover el pasado. Tenía que centrarse en el futuro, en lo que fuera mejor para Leo.
—No terminará nunca, Paula —su voz era como una caricia—. Tenemos un hijo.
Ella juntó las manos, horrorizada al darse cuenta de que le temblaban. Sus palabras le traían a la memoria vívidas imágenes de cuando habían sido amantes.
—¡Pero eso no es motivo para casarse! Podrás verlo un padre tenía derecho a ello.
Además, a pesar de la conmoción que le causaría ver a Pedro de forma regular, sería un alivio para ella que Leo conociera a su padre. Todos los niños se merecían...
—¿Verlo? ¿Crees que es lo que quiero? ¿Lo que necesita mi hijo?
Pedro recorrió el espacio que los separaba de un solo paso y se inclinó hacia ella como una fortaleza inexpugnable. Ella se puso a temblar ante el impacto de su poderosa presencia.
—Tienes unas ideas muy raras sobre la paternidad prosiguió él—. Ya me he perdido el primer alto de vida de mi hijo y no pienso perderme ninguno más.
-Lo que quería decir era...
-Ya sé lo que querías decir —se detuvo y la miró como si fuera de otro planeta—. Nicolás es mi hijo, carne de mi carne y sangre de mi sangre. Me niego a visitarlo de vez en cuando mientras se cría en el otro extremo del mundo.
—¡Pero casarnos! Es absurdo.
-Supongo que preferirás eso a la otra opción.
-¿Qué opción? —preguntó Paula con la voz rota mientras un presentimiento se apoderaba de ella al ver la mirada de Pedro.
-Una batalla legal por la custodia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario