martes, 13 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 14

A pesar de la antipatía que Paula sentía por el y del hecho de que tuviera un hijo de otro hombre, no conseguía eliminar el sentido de posesión que lo invadía cuando estaba con ella y que lo consumía. Nunca había experimentado un sentimiento igual. Quería odiarla por la desacostumbrada debilidad que provocaba en él. Pero las manchas violáceas que ella tenía debajo de los ojos atrajeron su atención. Se necesitaba más de una noche sin dormir para que aparecieran. Experimentó una opresión en el pecho al darse cuenta de lo pálida que estaba. La noche anterior había visto que estaba fatigada, pero se hallaba demasiado abrumado por su propia reacción ante ella para percatarse de que se hallaba exhausta. Estaba impaciente por resolver el enigma que lo perseguía y muy ocupado perdiéndose en las curvas de ella para reconocer hasta qué punto Paula era vulnerable. Sintió remordimientos por haber dado rienda suelta al deseo sexual que cobraba vida cada vez que ella estaba cerca.

—¿Dónde está tu novio? ¿Por qué no te ayuda? —le espetó, sorprendido ante sus propias palabras. No acostumbraba a manifestar lo que pensaba.

Ella lo miró con ojos apesadumbrados y él supo de modo instintivo que le ocultaba algo.

-Estoy bien sola. No necesito que nadie...

-Claro que lo necesitas. No deberías vivir en esta zona con un niño —echó una breve ojeada al barrio venido a menos—. Tu novio debería ayudarte.

Ella siguió en silencio. Pedro sintió un deseo, poco habitual en él, de discutir acaloradamente; él, que era el rey de la ecuanimidad, un maestro a la hora de sublimar emociones inútiles y de perseguir sus metas con obstinación. ¡Aquella mujer lo alteraba! Las últimas veinticuatro horas habían sido una montaña rusa de sentimientos desconocidos que se burlaban de su control habitual.

—¿Quién es, Paula? ¿Por qué lo proteges?

—¡No protejo a nadie! —murmuró ella—. No hay nadie. Lo que te dije...

-Me dijiste que habían discutido, pero eso no justifica que abandone a su hijo y a su madre —sintió una cólera terrible al pensar en que otro hombre había dejado a Paula embarazada—. ¿Es alguno de tus compañeros de trabajo?

-No seas absurdo.

No había nada absurdo en ello. Trabajar juntos provocaba intimidad. El mismo había tenido que trasladar a su secretaria por tomar su relación laboral por otra cosa, y había perdido la cuenta de las empleadas y socias que habían creído que el trabajo era la vía perfecta para metérsele en la cama.

—¿Está casado? ¿Es eso?

Paula observó su rostro encendido y trató de luchar contra la sensación de irrealidad que la invadía. Parecía verdaderamente perplejo. Negó con la cabeza como si quisiera despejársela.

-No hay ningún hombre en mi vida —Paula vaciló—. Me lo inventé para que me dejaras en paz.

-Claro que lo hay, no lo niegues.

—¿Me estás llamando mentirosa? —su negativa a aceptar su palabra reabrió una herida nunca cerrada. Tampoco la había creído en otro tiempo. ¿Por qué iba a ser diferente en aquellos momentos? El dolor se mezcló con la furia.

-Ahórrame el espectáculo de tu inocencia —dijo él con desdén—. No te quedarías embarazada tú sola. ¿O quieres decir que fue una inmaculada concepción?

—¡Canalla! —explotó y le dió una bofetada. Pero, de pronto, se dió cuenta de lo que implicaban sus palabras y se sintió aliviada: Alessandro no estaba allí para llevarse a Nicolás. ¡Claro que no! Había mostrado su desinterés y desaprobación desde el principio y le había dejado claro que ni el niño ni ella eran lo bastante para él y su círculo de amigos. ¿Por qué creyó que Pedro había cambiado? ¿Por qué una parte de ella seguía pensando estúpidamente que era el hombre idealizado del que se había enamorado? Era como si le hubiera arrebatado cruelmente la última brizna de esperanza—. Eres de lo que no hay, Pedro. No debía haber creído que habías cambiado.

—¿Cambiar? ¿Yo? —preguntó él, asombrado.

—Sí, tú, cobarde —Paula se llevó la mano al estómago en un intento de contener las náuseas—. Después de todo este tiempo te niegas a reconocer a tu hijo.

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