jueves, 8 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 9

Pero su mente se había embarcado en una batalla perdida, pues su cuerpo ya había capitulado.

—!Yo! —tenía que escapar, que mantenerse firme—. No quiero...

Era demasiado tarde. Guiado por el instinto infalible de un depredador nato, Pedro aprovechó su momentáneo descuido e introdujo la lengua en su boca abierta. Paula se quedó sin respiración mientras lo que la rodeaba estallaba en mil pedazos. Él le acarició la lengua y la parte interna de las mejillas. La sujetó con fuerza por la nuca e inclinó más la cabeza para poder entrar más adentro con una lenta meticulosidad que hizo que ella se estremeciera. Paula le agarró los hombros con fuerza. Dejó de sentir pánico. Movió la boca con precaución al mismo tiempo que la de él, siguiendo la danza del deseo que muchas otras veces habían bailado. Imitó los movimientos masculinos y, lentamente, como si se despertara de un periodo de hibernación, sintió que la fuerza de la vida le estallaba en las venas. Pronto comenzó a responder a las exigencias de él con las suyas propias. Estaba en la gloria. Deslizó las manos de los hombros al cuello y de allí a su pelo corto, que acarició con dedos desesperados. Él era real, sólido, maravilloso, no el efímero fantasma de sus sueños. Lo necesitaba cerca, más cerca, para satisfacer su reavivado deseo que le pedía más. Embriagada, recordó a medias a Alessandro dándole placer, abrazándola con fuerza como si nunca fuera a soltarla, la chispa instantánea de reconocimiento y comprensión que se había producido entre ambos cuando se vieron. Pero eran sombras de recuerdos porque se hallaba enfrascada en volver a aprender cómo era Pedro, cómo eran su pelo, sus labios y su lengua, el acero caliente de sus brazos en torno a ella, los músculos y huesos de su largo cuerpo, su sabor y olor. Se apoyó en él, deleitándose al sentir sus senos contra el duro pecho masculino. Se puso de puntillas para conseguir más, para aproximarse más a él, para perderse en el lujo y la excitación de sus besos.

Pedro lanzó un gemido apagado mientras la rodeaba con el otro brazo por las nalgas y la levantaba del suelo. Paula se entregó a cada una de las exquisitas sensaciones que experimentaba: la unión de sus bocas, la formidable fuerza que la envolvía, la piel ardiente bajo sus dedos mientras le acariciaba la mandíbula y las mejillas. Él comenzó a andar hasta que ella sintió algo sólido contra la espalda. ¿Una pared? ¿Un sofá? Había perdido el sentido de la orientación. Él inclinó las caderas y el deseo estalló en ella. La pelvis de ambos se hallaban perfectamente alineadas, el pesado bulto de los pantalones masculinos anunciaba el placer que llegaría. Ella comenzó a sentir un latido punzante entre las piernas, una necesidad a flor de piel que la hacía retorcerse de anticipación.

—¡Cómo me tientas! ¡Como una sirena! —murmuró él con voz ronca.

Paula echó la cabeza hacia atrás e inspiró con fuerza. Pedro le besó ardientemente la cara y el cuello y cada beso provocó una pequeña explosión de placer en el tenso cuerpo de ella Y el no dejaba de empujarla con su cuerpo como si pudiera deshacer la barrera formada por la ropa de ambos y provocar el éxtasis que anhelaban. Bajó la mano hasta el muslo de ella para agarrarle la falda y subírsela.  Abrió la boca porque presentía vagamente que debería protestar, pero él volvió a introducirle la lengua, dejándola sin respiración y sin capacidad para pensar. Y volvió a darle placer con un beso tan dulce y tan exigente a la vez que aniquiló los últimos restos de resistencia por parte de ella, que alzó las piernas y le rodeó las caderas. El deseo agridulce que experimentaba entre las piernas y, aún más profundamente, en el vientre se convirtió en un latido regular. Apretó con fuerza las caderas de él con las piernas. Y él, como si la hubiera entendido, se apretó más contra ella y llevó su erección justamente hasta... allí. ¡Sí! Era lo que ella quería, que le calentara el cuerpo y el alma que llevaban tanto tiempo helados. Las grandes manos masculinas bajaron por debajo de su falda arrugada y después le subieron por los muslos hasta tocarle la piel desnuda y temblorosa.

—Llevas medias —murmuró él—. Tu forma de vestir volvería loco a cualquier hombre.

Ella no lo escuchaba. Sintió su aliento en sus labios, pero no entendió lo que decía, sólo su tono de aprobación. Le desabrochó la pajarita, desesperada por sentir su piel en las manos. Los dedos masculinos se deslizaron por sus muslos. Se retorció mientras le tiraba de la camisa hasta que consiguió rompérsela y que se abriera. Él manifestó su aprobación con un torrente de palabras italianas, pero apenas se dió cuenta, pues se hallaba en el paraíso mientras le acariciaba el vello y la piel y sentía los rápidos latidos de su corazón. El movió las manos y le rozó con los nudillos la tela húmeda de las bragas.

—Cara, sabía que lo deseabas tanto como yo —le introdujo los dedos por debajo de la goma mientras trataba de quitarse el cinturón.

La dura e implacable realidad reapareció para ella en un momento de helada claridad. La embriagadora excitación se evaporó mientras la mente comenzaba a funcionarle ¿Lo produjo la ansiosa caricia de sus dedos en el más íntimo de todos los lugares? ¿La forma experimentada en que se había desabrochado los pantalones? ¿La petulante satisfacción de su voz? Su mente le gritó indignada que ni siquiera la deseaba a ella, sino sólo sexo, una satisfacción física, y que cualquier mujer le serviría, pero era ella la que estaba disponible. Más que eso, dispuesta, desesperada por tenerlo. Horrorizada, se quedó inmóvil. ¿Qué había hecho? Consentir que su soledad y los recuerdos de la felicidad que habían compartido la dejaran caer en una tentación que la destruiría.

—¡No! ¡Para! —avergonzada, lo empujó con todas sus fuerzas mientras se retorcía para apartarle las manos y bajar las piernas—. ¡Suéltame!

Se movió de forma tan inesperada que él no pudo impedírselo e incluso se retiró unos centímetros preciosos que permitieron que ella bajara las piernas, y fue entonces, al poner los pies en el suelo, cuando se dio cuenta que lo que tenía detrás era una pared. Tuvo que esforzarse en controlar el temblor de sus piernas para no caerse. Él había estado a punto de tomarla contra una pared de su suite! ¡Y completamente vestida! Después de todo lo que había pasado, ¿Cómo podía haber sido tan débil?

-Paula...

No hay comentarios:

Publicar un comentario