jueves, 29 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 35

La puerta estaba abierta y Pedro entró y la cerró con el pie. Ella seguía en sus brazos y sintió su respiración agitada, aún más que al subir las escaleras. ¿Eran imaginaciones suyas que la abrazaba con más fuerza para atraerla hacia su fuerte pecho? Su cuerpo despedía un calor que la traspasaba y disolvía la tensión de sus músculos. Volvió la cabeza con cobardía, incapaz de mirarlo, por miedo a que él viera en su cara los restos del deseo que la seguía acosando. Por mucho que lo intentan, nunca conseguiría eliminarlo. Pero tenía que ocultarlo. Comenzó a respirar de modo audible al ver la cama que ocupaba un extremo de la inmensa habitación. Una guirnalda de rosas colgaba del cabecera y pétalos rojos se extendían por las sábanas.

-Nuestro lecho matrimonial.

La voz profunda de Pedro tenía una inflexión que ella hubiera estado a punto de jurar que era de satisfacción. Pero sabía que no deseaba intimidad, ni la deseaba a ella. Aquella unión era práctica, necesaria, un asunto legal. Quiso hablar, pero no le salieron las palabras. Y se percató de cómo el corpiño del vestido le realzaba los pechos y de la dureza de sus pezones. Enrojeció de vergüenza y calor en el vientre. Se movió en los brazos de él y rogó que no se diera cuenta de las reacción de su cuerpo.

—Tus primas han tenido mucho trabajo.

-Es otra tradición. Se supone que las rosas traen la felicidad a un matrimonio e incluso la fertilidad.

Paula estaba desesperada por escapar. No podía seguir manteniendo aquella fachada de compostura. Él hacía que sintiera cosas que no le estaban permitidas, que no podían ser.

-La unión ya es fértil. Tenemos a Nico y no...

Se calló al ver que él, en vez de dejarla en el suelo, la llevaba a la cama. Instantes después, ella aspiró el aroma sensual de las rosas. Automáticamente se sintió incómoda con la larga falda y el velo. Alzó la mirada y se quedó inmóvil. La expresión de deseo salvaje de Pedro hizo que el corazón se le desbocara. Se dijo, sin creérselo, que era por miedo.

-No vas a condenar a Nicolás a ser hijo único, ¿Verdad?

Alessandro miró a la mujer que ya era suya y experimentó una satisfacción como nunca había sentido, mayor incluso que la que le produjo volver a poner a flote la empresa familiar. Aquella mujer era su esposa. Y no debería sentirse así, porque sólo se trataba de una opción conveniente y razonable para salvaguardar los intereses de su hijo. Pero en aquel momento, los únicos que predominaban en el pensamiento de Pedro eran los suyos propios. Aquella semana había sido una prueba de resistencia más dura que ninguna otra. Había tenido que dominar repetidamente el impulso de hacer suya a Paula, de calmar el deseo y la sensación de que ella llenaría el vacío que experimentaba. Cuando la vió avanzar por la nave de la iglesia, había experimentado un deseo irresistible y había necesitado recurrir a toda su fuerza de voluntad para esperar y no echársela al hombro y llevársela a un sitio donde pudieran estar a solas. Tumbada frente a él como una exquisitez en espera de su aprobación, Paula avivó un fuego en sus venas para el que sólo había un remedio: sexo.

Alessandro tomó aire lentamente y aspiró el aroma a flores y a mujer que lo había perseguido toda la tarde. Candela había hecho un buen trabajo, ya que el vestido realzaba todas las curvas de su esposa. Se había vuelto loco en cuanto se lo vió puesto y se había pasado la mitad del banquete comiéndose con los ojos el escote de su esposa en vez de atender a los invitados. Al bailar, le había puesto las manos en la cintura, demasiado pequeña para una mujer que había dado a luz. No le importaba no recordar lo que había habido entre ellos. Lo único que importaba era el presente y dar rienda suelta a su desesperada lujuria. La espera que se había impuesto tocaba a su fin. Alzó la mano y se deshizo el nudo de la pajarita.

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