martes, 20 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 24

Paula apretó los puños cuando Alessandro le dijo lo que había temido oír.

— Soy su madre. El tribunal me dará la custodia.

—¿Estás segura? —hizo un mínimo gesto negativo con la cabeza, como si la compadeciera por su ingenuidad—. ¿Tienes un buen abogado? ¿Tan bueno como los míos?

«Además de los millones de los Alfonso para respaldarlos», pensó Paula aunque él no llegó a decirlo.

—No me quitarías... —la voz se le quebró al ver que él la miraba sin pestañear.

Lo haría. Haría lo que fuera para quitarle a Nicolás. Se alejó de él y trató de tomar aire con desesperación y de controlar sus pensamientos. La opresión que sentía en el pecho le impedía respirar y la tensión comenzó a oprimirle las sienes. Alessandro se equivocaba. ¡Tenía que estar equivocado! Ningún tribunal le arrebataría un hijo a su madre. Y sin embargo...

Paula se paró tambaleándose frente a una enorme ventana. La riqueza y el poder de Pedro estaban muy por encima de los que ella o su familia, si estuviera dispuesta, tenían. Él vivía en un mundo compuesto por familias increíblemente ricas, privilegiadas y bien relacionadas, a las que no podían aplicarse las reglas habituales. ¿Se iba a atrever ella a enfrentarse a Pedro? No tenía nada de qué preocuparse, ya que era una buena madre y Nicolás se desarrollaba muy bien. Pero la venenosa semilla de la duda siguió creciendo en su interior. Le atormentaba la idea de su pequeño piso en un mal barrio, lo mejor que había podido conseguir con su escaso sueldo. ¿Se utilizaría eso en su contra frente a los inmensos recursos de los Alfonso? Pedro tenía muchas formas de conseguir lo que quería, incluso sin tener que compartir la custodia. ¿Y si se negaba a devolverle a Leo después de una visita? ¿Y si no lo dejaba marcharse de Italia? Ella no tenía recursos para ir allí y recuperar a su hijo. Estaría a merced de él. Sintió un escalofrío y se llevó la mano a la sien. Aquello era una pesadilla. El hombre al que había amado no la hubiera amenazado así, con independencia de cómo se hubieran separado, ni le habría robado a su hijo. Pero ese hombre ya no existía. No recordaba lo felices que habían sido. Para él, sólo era una desconocida que tenía algo que él deseaba. Tuvo ganas de abrazar a su hijo y de esconderlo de Pedro y sus exigencias. Pero no había escapatoria.

—Prefiero que esto quede entre nosotros, Paula —su voz la sobresaltó—. Una batalla legal sería, para mí, el último recurso.

¿Y qué esperaba? ¿Que le estuviera agradecida? -¡Qué consuelo! Me siento mucho mejor. Él la agarró por los hombros. Ella se resistió, pero acabó por darse la vuelta. ¿Era compasión lo que había en su mirada? Paula parpadeó y la ilusión desapareció. Pedro nunca se echaría atrás.

—Apareces en nuestras vidas y crees que puedes llevarte por delante a todo el mundo como si sólo tú supieras lo que es mejor. Pero tus exigencias son vergonzosas. No tienes derecho a...

—Tengo el derecho que me da ser su padre —le interrumpió él con frialdad—. Recuerda que ya no eres la única que puede decidir cómo se va a criar nuestro hijo.

Aquellas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre su indignación y le recordaron lo vulnerable que era.

—Te propongo que nos casemos —prosiguió él— y te ofrezco una posición, riqueza y una vida cómoda. Y un hogar para nuestro hijo. Crecerá con los dos en un hogar estable y seguro. ¿Qué objeciones tienes a eso?

-Pero no nos queremos ¿Cómo vamos a...?

-Tenemos la mejor razón para casarnos, que es criar a nuestro hijo. No hay razón más válida.

«Excepto el amor», pensó Paula, pero desechó la idea porque hacía dos años que había dejado de creer en él. Sin embargo, no pudo evitar sentirse consternada ante la forma tan práctica de Pedro de hablar de boda por el bien de su hijo. Tal vez la aristocracia estuviera acostumbrada a los matrimonios de conveniencia, concertados por motivos familiares o económicos. Pero ¿cómo iba a casarse con un hombre al que no quería? ¿Con alguien que había traicionado su confianza?

—A no ser que tengas una relación con alguien de aquí.

Paula vaciló y se sintió tentada de aferrarse a aquella excusa. Pero no podía mentirle. Ya lo había intentado al decirle que tenía novio, pero había sido incapaz de fingir durante mucho tiempo. Negó con la cabeza y dió un paso hacia atrás para alejarse de él. ¿Tenía idea Pedro de lo mucho que la distraía al invadir su espacio vital irradiando energía? Se le ponía la carne de gallina sólo por estar tan cerca de él.

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