Ella le golpeó las manos para que las retirara mientras trataba de escapar y tropezaba con un zapato. Su autoestima se había hecho añicos. Trató de bajarse la falda con manos temblorosas. No veía con claridad.
-Deja que te ayude.
—¡No! —se dio la vuelta para mirarlo mientras extendía los brazos para que no se le acercara.
A pesar de que Pedro tenía carmín en la cara y la camisa abierta, parecía poderoso y tranquilo, y más sexy de lo que le debería estar permitido a un hombre. Pero Paula se fijó en cómo le subía y bajaba el pecho, cómo le sobresalían los tendones del cuello y se le habían tensado los músculos de la cara. Estaba colorado y respiraba con dificultad: pruebas de pura lujuria animal. Eso era lo único que siempre había sentido por ella. ¿Cuándo aprendería? Se dió asco. Sentía un peso tan grande en el corazón que respirar era una agonía. Pero fue peor darse cuenta de lo que había hecho. Un beso... un beso y había comenzado a tirarle de la camisa, desesperada por sentir su cuerpo contra el de él, incitándola a hacerla suya. Había provocado su propia degradación. Y le había vuelto a demostrar que era un consumado seductor, lo cual no era ninguna excusa, pues tenía que haber podido resistirse. ¿Dónde estaba su autoestima?
—No me toques —susurró ella mientras se bajaba la falda. De forma involuntaria se le tensaron los músculos internos. Su traicionero cuerpo seguía dispuesto a ser tomado. Saberlo eliminó los últimos restos de su orgullo.
-Va bene. Como quieras —el brillo salvaje de sus ojos era una advertencia de que no estaba dispuesto a que lo siguiera contrariando durante mucho tiempo—. De momento, vamos a hablar.
Paula sintió que la garganta le ardía y desvió la vista, incapaz de seguir soportando su mirada escrutadora. Comenzó a andar lentamente. Él no la siguió, sino que se quedó donde estaba, con los brazos en jarras, como si estuviera esperando a que ella entrara en razón.
—Tenemos que hablar, Paula.
De ninguna manera. Ya habían hablado bastante por una noche. Se dio cuenta de que tenía la blusa abierta y se le veía el sujetador. ¿Cómo había sido? Se la abrochó y lanzó una mirada acusadora a Pedro, pero éste no dijo nada y se limitó a cruzar los brazos. A pesar de su inmovilidad, Paula no pudo librarse de la impresión de que sólo esperaba para abalanzarse sobre ella. ¿Tendría la suficiente determinación para detenerlo la próxima vez?
-No voy a quedarme para que me vuelvas a atacar.
—¡Atacarte! Ni en sueños. Te morías por que te tocara.
Sus palabras arrogantes fueron la gota que hizo rebosar el vaso, porque eran ciertas. Ella era débil y nada la protegería de él, nada salvo marcarse un farol.
-Sentía curiosidad, eso es todo. Además, hacía tiempo que no...
—¿Te has estado reservando, cara?
El tono de su voz le urgía a asentir y a declarar que no había habido nadie más después de él. ¿No estaría encantado? Paula se sintió llena de furia, de ira ante el hombre que le había arrebatado la inocencia, el amor y la confianza y que creía que podía volver a tenerla simplemente chasqueando los dedos.
-No —mintió y apartó la mirada.
La tenía subyugada. ¿Qué sería necesario para que dejara de perseguirla? La desesperación la llevó a soltar lo primero que se le ocurrió.
-He discutido con mi novio y...
—¿Tu novio? —gritó él—. ¿Lo echabas de menos? ¡No me irás a decir que estabas pensando en él hace un momento!
—¿Por qué no?
-No te creo.
Pero había sembrado en él la semilla de la duda, lo cual era evidente por su repentina palidez. Paula experimentó una leve sensación de triunfo. Tal vez pudiera finalmente protegerse de él.
-Puede creer lo que quiera, conde Alfonso.
-No uses el título conmigo —le espetó él—. No soy un desconocido —al ver que ella no respondía sino que daba algunos pasos más hacia el vestíbulo, añadió en tono de desaprobación—: No pensarás salir con ese aspecto.
Estaba despeinada, descalza y medio vestida. Tenía los labios hinchados por la intensidad de la pasión compartida y los pezones se le notaban desvergonzadamente a través de la blusa. Cualquiera que la viera sabría lo que había hecho. Tenía que elegir: o salir de forma ignominiosa de la suite con aspecto de libertina o hablar con Pedro. Antes de que él pudiera dar un paso, le dijo:
-Ya verás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario