jueves, 8 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 11

Pedro estaba en la terraza de la suite mirando la calle y a las personas que iban a trabajar. Era la hora punta de la mañana, y él ya llevaba trabajando varias horas. Solía empezar temprano y acabar tarde. Pero esa mañana... Se pasó una mano por el pelo, enfadado. Había dormido incluso menos de lo habitual, acosado por sueños tentadores de miembros entrelazados con los suyos, de ojos azules que lo invitaban a la satisfacción sexual. Cada vez que se había despertado, sudando, jadeante y totalmente excitado, lo había hecho porque, en el sueño, Paula huía en vez de permitirles la satisfacción que ambos anhelaban. Se pasó la mano por la cara recién afeitada. Incluso en sueños, ella se negaba. No podía creerse que se hubiera marchado, sobre todo después de percibir el deseo que había en ella, tan devorador como el suyo. Era un milagro que la ropa de ambos no se hubiera desintegrado debido al ardor de su pasión. ¿Sería una táctica para provocarlo, para hacer que quisiera más y después dejarlo lleno de deseo? ¿Qué esperaba ganar con ello? Negó con la cabeza. Ninguna mujer era tan buena actriz. Además, él se sabía todos los trucos que empleaban las mujeres que se dedicaban a maquinar, y Paula no había fingido la excitación. De ninguna manera: a él lo había deseado. Entonces, ¿Por qué lo negó? Tenía que haberse tomado las cosas con calma en vez de dar rienda suelta a su deseo.

La noche anterior no había actuado racionalmente. La había asustado. Se leía la desesperación en sus ojos mientras retrocedía hacia la puerta, e incluso le pareció que le brillaban en exceso. Sintió una punzada de remordimiento yfrunció el ceño. Su equipo de seguridad le había asegurado que ella había llegado a casa sana y salva, sin darse cuenta de que la seguían. Pero se sentía culpable: había huido por su culpa. Se volvió a pasar la mano por la cara. No recordaba haber actuado antes de forma tan irreflexiva. ¿Se había comportado con ella siempre así? La pregunta lo fascinaba, pero desconocer la respuesta le ponía furioso. Estaba muy cerca, pero las respuestas continuaban siéndole esquivas.

El sonido del teléfono móvil interrumpió sus pensamientos. Era Bruno, el jefe de seguridad, para informarle de los movimientos de Paula aquella mañana. Pedro le dió una orden y, quitándose el teléfono de la oreja, esperó a que llegara la imagen que Bruno le enviaba. Ahí estaba. Paula con el traje oscuro que ya conocía. Pero lo que le llamó la atención fue el bulto que llevaba en los brazos: un bebé. ¡Paula tenía un hijo! Pedro se quedó sin respiración mientras miraba la imagen, incrédulo. ¿De quién era? ¿Del novio del que se había separado? ¿De otro hombre? ¿De un amante duradero o de uno pasajero? Sus turbulentos pensamientos le produjeron dolor al principio, pero, después, experimentó otra emoción que amenazaba con ahogarlo: furia, ira porque ella hubiera estado con otro hombre. No le importaba cómo o por qué ellos dos se hubieran separado porque todos sus instintos le decían que Paula le pertenecía. ¿No había quedado claro después de la noche anterior? La intensidad de su pasión convertía en insignificante cualquier otra relación. Había ido a buscar respuestas, pero se había dado cuenta de que no le bastaban. También la quería durante el tiempo que la atracción entre ellos durara. Verla cómo llevaba en brazos al hijo de otro lo quemaba por dentro, y eso hubiera debido curarlo de la lujuria. Pero, en lugar de ello, experimentó lan irrefrenable necesidad de descubrir la identidad del padre y destrozarle la cara.

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