-Muy bien. Entonces no tienes motivos para rechazar la propuesta.
-Pero ¿Y si...? —Paula se mordió la lengua, furiosa por haber comenzado a expresar lo que pensaba y por estar escuchando los extraños razonamientos de Pedro. Debía de estar loca.
—¿Y si...? —susurró él.
Ella se estremeció cuando su cálido aliento le acarició la mejilla. Permaneció callada durante unos instantes, pero siguió hablando contra su voluntad.
—¿Y si conoces a una mujer y la quieres y deseas casarte con ella?
Incluso en aquellos momentos, curada del amor que había sentido por él, ante la idea de que estuviera con otra mujer le formó un nudo en el estómago.
-Eso no sucederá —dijo él con total seguridad.
-Eso no lo sabes.
La hermosa y sensual boca de Pedro se curvó en una sonrisa sin alegría.
—Tengo la certeza absoluta —afirmó con expresión cínica—. El amor es una falacia inventada para los crédulos. Sólo un estúpido puede creer que está enamorado, y sería doblemente estúpido si se casara por ello.
Paula miró con los ojos muy abiertos al hombre a quien en otro tiempo creía conocer. Entonces era considerado, ingenioso, civilizado y, sobre todo, apasionado, el amante con el que toda mujer soñaría y con el que creería poder ser feliz para siempre. Ella se había dado cuenta de que ocultaba algo, de su reserva a pesar de la intimidad que había entre ellos, una sensación de soledad que ella no había podido traspasar y que se intensificó cuando el padre de Pedro murió y él se encerró en sí mismo y se dedicó a los negocios. Pero le sorprendió descubrir la dura coraza de escepticismo que cubría su encanto exterior. Aquella coraza hacía que pareciera vacío. ¿Había sido siempre así? ¿O era el resultado del trauma que había sufrido? Sintió pesar y una compasión involuntaria por aquel hombre que parecía tener tanto y sentir tan poco. Experimentó la absurda necesidad de tocarlo. ¿Para qué? ¿Para consolarlo? ¿Para mostrarle compasión, amor? ¡No! Se quedó anonadada ante la profundidad de sus sentimientos hacia él. Bajó la mano, que había comenzado a levantar.
-Casarse es un deber —continuó él sin percatarse de su reacción—. Nunca me casaré por amor —lo dijo con tal desprecio que ella se estremeció.
Paula se preguntó con amargura cómo denominaría él su interés por otras mujeres. Aunque estuvieran casados, las habría. A Pedro le gustaba el sexo. No iba a prescindir de él por casarse con una mujer a la que no amaba. No tendría escrúpulos en perseguir a las que le gustaran.
-Creo en el matrimonio para toda la vida —afirmó él interrumpiendo sus pensamientos—. Una vez casados, no nos divorciaremos.
-Eso es cadena perpetua.
-No te resultará tan difícil, Paula, créeme —dijo él con cierta dulzura.
Paula cerró los ojos para combatir la debilidad que experimentaba. Le estaba hablando de dinero, lujo, una posición, eso era todo; no de emociones, que tanto despreciaba.
—¿No te preocupa que yo me enamore de otro y me quiera divorciar?
Se hizo un tenso silencio mientras el desagrado de Pedro vibraba entre ambos.
-No habrá divorcio —dijo con firmeza—. En cuanto a que creas que puedes enamorarte...
Le alzó la barbilla con brusquedad. Ella sintió que se hundía en la verde profundidad de sus ojos. Se estremeció de excitación cuando el se inclinó hacia ella. Pero no iba a hacer el ridículo de nuevo. Si él creía que la iba a seducir otra vez, podía esperar sentado. Furiosa, se soltó de su mano.
-No te preocupes —le dijo en voz fría y desdeñosa—. No existe el riesgo de que me enamore de nadie —estaba curada de por vida.
-Muy bien. Entonces estamos de acuerdo.
-Un momento. No he dicho que...
—Te dejo para que leas el contrato. Hay cosas que arreglar —la traspasó con la mirada—. Piensa lo que te he dicho, Paula. Volveré para que me des una respuesta.
Aunque no quería, Paula se acercó al elegante escritorio. Las hojas repletas de palabras se mofaban de ella, lo cual demostraba la superioridad de la posición de él, de sus abogados y de su dinero. No iba a examinar el asunto de casarse. El miedo le encogió el estómago, y cerró los puños. Pedro no podía obligarla. Se jactaba de que el juez le daría la custodia cuando lo más probable era que se estuviera marcando un farol sobre lo de ir a los tribunales. No iría a... Recordó sus ojos como dagas. Lo haría, claro que sí con tal de conseguir a su hijo. ¿Cómo era posible que hubiera pensado que Pedro se avendría a una paternidad a medias? Agarró los papeles, se puso las gafas y comenzó a leerlos. Al llegar a la tercera página, sintió pánico. Llevaba veinte minutos concentrándose desesperadamente y seguía habiendo partes del texto que no entendía Estaba exhausta tras tantas noches de insomnio y emocionalmente agotada. Incluso en sus mejores momentos, debido a la dislexia que padecía, un texto como aquél le resultaría difícil. Pero en aquel momento... Se mordió los labios mientras trataba de contener las lágrimas.
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