jueves, 29 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 33

—Te dejo descansar —le dijo y salió sin esperar respuesta y sin ver la angustia
en los ojos de ella.

Paula inspiró profundamente y se detuvo antes de entrar en la iglesia. Las voces de los fotógrafos y de los espectadores la ponían nerviosa y le recordaban que se casaba con uno de los hombres más ricos de Italia. Sólo la presencia de los miembros de seguridad de Pedro mantenía a raya a la muchedumbre. Deseó haber aceptado la sugerencia de Pedro de que uno de sus primos la acompañara hasta el altar, pero había mantenido una débil esperanza de que fuera su padre quien lo hiciera. Aunque no se trataba de un matrimonio por amor, sería para siempre en beneficio de Nicolás y porque Pedro nunca la dejaría marchar. La ceremonia cambiaría su vida de forma definitiva. Apretó los labios al tiempo que se alisaba la falda de seda. Incluso después de tantos años, el rechazo de su padre le causaba el mismo dolor. Recordó su etapa escolar en la que su rendimiento académico no había estado a la altura de las expectativas paternas. Tenía que haber sabido que su padre no acudiría a la boda y que sus hermanos tenían buenas razones para no hacerlo, a pesar de que Pedro se había ofrecido a pagarles el viaje. Tenían mucho trabajo y le habían prometido que la visitarían más adelante, cuando las cosas estuvieran más calmadas.

—¿Está lista, signorina? —Bruno interrumpió sus pensamientos—. ¿Le pasa algo?

¡Todo! Se iba a casar con el hombre al que había adorado no por amor, sino para conservar a su hijo; no había amigos que la acompañaran; se sentía perdida al tener que incorporarse a un mundo aristocrático en el que nunca encajaría; y lo peor del asunto era que, a pesar de todo lo que había pasado, se temía que todavía sentía algo por Pedro. Estar con él le había hecho revivir muchos recuerdos. Y lo que le había contado Candela, que él no la había traicionado, que no le había sido infiel, había despertado en ella unas emociones que creía haber erradicado. Aunque él no la quisiera, era el mismo hombre del que se había enamorado unos años antes; más impaciente e implacable, pero tan carismático y enigmático como antes, y no un mentiroso y un traidor como había creído cuando lo dejó. Se sentía culpable por haber creído lo peor de él. Su propia inseguridad la había predispuesto a dudar de él. Los remordimientos dieron paso al deseo y quiso que aquel matrimonio fuera de verdad, por amor, no por conveniencia. ¡No! Pedro no buscaba amor ni ella tampoco.

-Perdone, Bruno —Paula le sonrió, temblorosa—. Estoy haciendo acopio de energía. Es un poco abrumador.

—Todo saldrá bien, signorina, ya lo verá. El conde cuidará de usted.

Como lo había hecho de los preparativos de la boda, con una eficacia implacable que no admitía demoras. Ella era simplemente un elemento más de la lista: una esposa, una madre para su hijo. Reprimió una risa histérica.

-Claro que lo hará, Bruno. Gracias.

Ella era más fuerte que todo aquello y no iba a compadecerse de sí misma. Lo hacía por Nicolás, tenía que centrarse en eso. Echó los hombros hacia atrás y entró por la puerta que le sujetaba Bruno. El volumen de la música se elevó y cesaron los murmullos. Se dio cuenta de que un montón de caras se volvían a mirarla. Recorrió la multitud con la mirada, en vez de mirar hacia el final debla nave, donde se hallaba Pedro esperando a convertida en su esposa. Sentía una opresión en el pecho, pero las miradas ajenas la obligaron a continuar. Todos eran desconocidos para ella, amigos de Pedro que sin duda estarían evaluándola para ver si estaba a la altura de sus expectativas. Paula alzó la barbilla pues sabía que, por lo menos, estaba vestida para la ocasión. Candela había realizado un trabajo soberbio al hacerle un vestido austero, pero suntuoso, que hacía que pareciera incluso elegante. Al pasar, oyó los susurros, vió la envidia en los ojos de las mujeres y experimentó una sensación placentera. Y de pronto, allí estaban las tres primas de Pedro, a las que había conocido dos días antes, con sus esposos e hijos, que le sonreían abiertamente y le hacían gestos de asentimiento con la cabeza. De repente, no se sintió tan sola.

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