-De todos modos había decidido marcharme —después de enterarse de lo de él con Candela, el velo se le cayó de los ojos y supo que tenía que irse—. Pero me acusaste de tener una aventura, de traicionar tu confianza —lo irónico de la situación había sido risible, pero ella no había tenido menos ganas de reírse en su vida.
—¿Una aventura? ¿Con quién? —todo su rostro expresaba desaprobación.
—Con Stefano Manzoni. Es...
-Sé quién es. Menudas compañías te buscas.
—Al principio me pareció agradable —hasta que él se negó a aceptar sus negativas. Era otro macho italiano que no soportaba el rechazo. Aunque, para ser justos, ella nunca se había sentido en peligro con Pedro—. Creí que, al ser primo de tu princesa Candela, sería totalmente respetable.
-No es mi Candela —dijo él con los labios apretados.
-Lo que tú digas. Ahora tengo que bañar a Nicolás —le temblaban los músculos de fatiga. Se sentía como un trapo—. Te agradecería que te marcharas —no podía soportarlo más.
Su aparición había hecho aflorar emociones que creía haber dominado, que la ponían en peligro. Necesitaba estar sola. No quería derrumbarse en su presencia. Con la cabeza muy alta, se dirigió con paso vacilante hacia la puerta para acompañarlo. Nicolás se soltó de sus brazos inesperadamente tratando de lanzarse sobre Pedro.
—¡Nico! —Paula trató de agarrarlo.
El cansancio le desapareció debido al efecto de la adrenalina en la sangre, pero era demasiado tarde.
-No pasa nada. Ya lo tengo.
Ella no supo cómo Pedro había llegado tan deprisa, pero había agarrado al niño antes de que tocara el suelo. El corazón de Paula recuperó el ritmo normal sólo cuando vio que su hijo estaba sano y salvo en las manos de Pedro, que lo mantenía a la mayor distancia posible de su cuerpo. ¿Como si no quisiera tocarlo o como alguien que carecía de experiencia con niños pequeños? Ella vaciló sin saber a qué carta quedarse. En ese momento, Nicolás agarró el brazo de Pedro como si quisiera trepar por él. Se miraron a los ojos, y el niño hizo pucheros al ver la cara tan seria del hombre que tenía enfrente. Al final, como el sol que sale de detrás de una nube, sonrió. Se le iluminó la cara y comenzó a dar palmadas en el brazo de Pedro. «¡Increíble!», pensó Paula. A su hijo le caía bien alguien que no lo quería. Trató de no pensar en aquella imagen del niño en brazos de su padre. Sería la única vez, por lo que era ridículo ponerse sentimental. Se apresuró hacia ellos con los brazos extendidos.
-Ya lo agarro yo.
Pedro ni siquiera volvió la cabeza. Se hallaba muy ocupado mirando a Nicolás, y ni se inmutó cuando las palmadas en su brazo se transformaron en golpes, a medida que el niño se impacientaba por su falta de respuesta.
-Pedro—dijo ella con voz ronca. La intensidad con la que miraba a Leo le puso un nudo en el estómago.
-Haré que se realicen las pruebas necesarias lo más pronto posible. Alguien te llamará mañana para darte los detalles.
-¿Qué pruebas?
Él ni siquiera se volvió para contestarla, sino que acercó ligeramente a Nicolás hacia sí, lo cual provocó un gorjeo de aprobación y un emocionado parloteo por parte del niño. Paula observó que Nicolás acariciaba la mandíbula de su padre con las dos manos, y se sintió emocionada al ver a su hijo con el hombre al que había querido. Si las circunstancias hubieran sido distintas...
-Pruebas de ADN. No pretenderás que me limite a aceptar tu palabra de que es mi hijo.
Paula había luchado para que él reconociera a su hijo antes de abandonarse a la desesperación, pero, de pronto, sintió miedo ante su repentino interés y ante lo que pudiera significar. Nicolás era suyo. Sin embargo, si Pedro decidía que quería estar con él... Se refugió en una explosión de ira.
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