Después estaba Candela, sonriendo de oreja a oreja y guapísima. Y Nicolás, aplaudiendo y llamándola desde los brazos de la niñera. Paula se inclinó y lo abrazó. Se volvieron a oír murmullos y sintió como si le clavaran un puñal en la espalda. Se volvió y vió a Diana, sonriéndole con frialdad, la persona que había tratado de separarla de Pedro. ¿Cómo reaccionaría si supiera, que, a pesar de aquella farsa, eran prácticamente dos desconocidos?, ¿Que la ceremonia era una parodia cruel de la que ella había soñado en otro tiempo? Su momentáneo placer se evaporó al darse de bruces con la realidad. Y, por último, no pudo hacer caso omiso por más tiempo del hombre alto que se hallaba frente a ella, que irradiaba impaciencia por todos los poros de su piel.
Paula apretó el ramo mientras luchaba contra el impulso de salir corriendo. El extendió la mano y ella sintió un cosquilleo en la piel. No había escapatoria. Como una autómata, ella dió un paso hacia delante y Pedro le agarró la mano, lo que le hizo sentir la energía inevitable que siempre le provocaba el contacto de su piel. Pero ni siquiera eso consiguió derretir el hielo de su corazón. Si se casaran por otros motivos... Se sintió desolada. Si Pedro recordara el pasado, aunque fuera sólo un poco de lo que habían compartido... Pero sólo ella recordaba la gloria y el dolor, el compañerismo y el éxtasis que había hecho que su relación fuera única. Lo miró a los ojos y se quedó sin aliento al comprobar la intensidad que había en ellos. Trató de respirar sin conseguirlo. Comenzaron a temblarle las piernas y experimentó un atisbo de esperanza ante lo que había visto en su expresión, que casi le hacía creer... El cura comenzó a hablar e instantáneamente, como si hubiera descendido el telón en un escenario, el rostro masculino se quedó sin expresión. ¿Se lo había imaginado? ¿Deseaba tanto creer que él sentía algo que se había inventado esa mirada? La débil esperanza se deshizo en su pecho. Lo que habían compartido estaba muerto y, en su lugar, ella había accedido a representar aquella farsa. Mientras se volvía hacia el cura, su instinto le dijo que estaba cometiendo un terrible error. Pero, por el bien de su hijo, seguiría adelante. Horas después, muerta de fatiga, fue incapaz de oponerse cuando Alessandro la tomó en brazos frente a los invitados.
—No hay necesidad de proseguir la farsa —le susurró ella—. Las piernas me funcionan perfectamente.
—No se trata de una farsa —murmuró él mientras caminaba por el césped rodeado de aplausos—. En Italia, los hombres llevan en brazos a sus esposas al traspasar el umbral.
Paula observó la distancia que los separaba de la mansión y no dijo nada.
-Podrías tratar de sonreír —añadió él—. La gente espera que la novia esté contenta.
Ella mostró los dientes, más en una mueca que en una sonrisa. Tenía los nervios destrozados de fingir que era una novia feliz.
-No soy actriz —le dijo, totalmente afectada por su abrazo y haciendo esfuerzos para no rodearle el cuello con los brazos y apoyar la cabeza en su pecho—. Ya puedes bajarme. Hemos cruzado el umbral.
Él no contestó y se dirigió a la escalera central, que subió a toda prisa. Paula oyó vagamente más aplausos y risas de los empleados reunidos en el vestíbulo, pero nada consiguió distraerla de la mirada inescrutable de Pedro, que giró a la derecha al final de la escalen.
-Mi habitación está a la izquierda —le dijo ella con una voz que le resultó irreconocible. Unió las manos con fuerza y el corazón comenzó a latirle muy deprisa.
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