jueves, 22 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 26

El futuro de Nicolás estaba en juego y carecía de las habilidades para asegurarse su protección. ¿Qué clase de madre era? La antigua voz interior le dijo que era una fracasada y estuvo a punto de creerla, pero golpeó la mesa con las manos y apartó la silla. No se trataba de tener habilidades ni inteligencia. Simplemente estaba cansada y estresada. Además, el contrato no era sobre Nicolás, sino sobre los derechos de ella y los de Pedro. Pasó las hojas hasta llegar a la última y se centró en un apartado corto en el que se declaraba que ella no obtendría nada de la fortuna de Pedro si se divorciaban. Experimentó un gran alivio. Eso era lo importante. El resto era jerga legal. De todos modos, debía ser precavida y conseguir que un abogado leyera aquello antes de firmarlo.  En realidad, lo que debería hacer era salir corriendo en vez de considerar la posibilidad de casarse con Pedro Alfonso. Incluso aunque el matrimonio fuera de conveniencia y prácticamente fueran dos desconocidos, él podría volver su mundo del revés. Pero no se trataba de ella, sino de Nicolás, que tenía derecho a sus dos progenitores, que no se merecía que lucharan por él en una disputa legal, al que quería tanto que no podía soportar la idea de que Pedro se lo quitara. No tenía abogado para que leyera el documento, pero no importaba. No tenía elección. Con el corazón dolorido, tomó la pluma de él y buscó la última página. Paula Chaves. Un documento tan pomposo se merecía su nombre completo. Pero en vez de escribirlo con seguridad, le temblaba tanto la mano que parecía la firma de un adolescente inexperto tratando de hacerse pasar por otro. La pluma cayó sobre el escritorio. Paula se levantó lentamente, rígida como una anciana y con el corazón destrozado.



Un sonido apagado llamó la atención de Pedro. Alzó la cabeza, agradecido ante algo que lo distrajera del papeleo. Llevaba unos días en que le resultaba extremadamente difícil concentrarse en los negocios, lo cual era comprensible, pues acababa de enterarse de que tenía un hijo y pronto tendría esposa. Experimentó placer al pensar en Nicolás y, lo cual era más sorprendente, ante la idea de que Paula pronto sería su mujer. Dos años de celibato le habían afilado la libido, lo cual explicaba su reacción. También el recuerdo que había recuperado de ella tumbada en la cama lo excitaba enormemente. Desde el accidente, su impulso sexual había estado aletargado. Al principio no se había preocupado, pues todas sus energías, físicas y mentales, estaban dirigidas a recuperarse. Después, durante meses, había tenido que sacar la empresa familiar a flote. Pero, conforme pasaba el tiempo, se dio cuenta de que algo fundamental había cambiado. A pesar de las tentaciones que lo rodeaban, carecía de energía para salir con una chica guapa, y mucho menos para llevársela a la cama. Siempre había sido un buen amante, aunque exigente. Ser célibe durante veintidós meses era algo que nunca le había sucedido. Por eso, no era de extrañar que se inquietara por esos meses perdidos, por si había algo en ellos que hubiera disminuido su impulso sexual y debilitado su masculinidad. No se había confesado ni siquiera a sí mismo la ansiedad que experimentaba al pensar que el cambio fuera permanente. Pero todo volvía a funcionar correctamente. La entrepierna le dolía constantemente al tratar de apagar los lujuriosos deseos que le producía Paula. Volvió a oír el ruido. Se dió la vuelta y vió a Nicolás, que se revolvía en los brazos de su madre. Ella se había negado a que la tripulación del avión se llevara al niño, por lo que dormían juntos. Pedro observó los vigorosos movimientos de su hijo y volvió a experimentar la misma sensación maravillosa que lo había invadido al tenerlo en brazos por primera vez. La idea de tener un hijo lo seguía dejando anonadado. Lo miró y el niño dejó de moverse.

-Ba -dijo Nicolás-. Ba, ba, ba.

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