Pedro reconocía que era fácil ser despreciativo cuando no se había experimentado la sensualidad que proyectaba aquella mujer. Su boca incitaba al pecado. Sus labios prometían momentos apasionados a todos aquellos afortunados que pudieran saborearlos. A medida que se apiadaba de su amigo, aumentaba su desprecio por la mujer que había empleado la sensualidad como arma.
–No la entretendré demasiado, señorita Chaves. ¿Le importaría sentarse de nuevo?
Puesto que no era una opción, Paula obedeció y se fijó en la mirada crítica y poco amistosa que seguía cada uno de sus movimientos.
–La señorita Chaves ha viajado en tren toda la noche. Debe de estar muy cansada –comentó el concejal local antes de tomar asiento.
–Nos está viendo en el mejor momento. El invierno aquí es muy largo.
De su comentario se deducía que él pensaba que ella se pondría a llorar en cuanto comenzara a nevar. ¡Y eso se lo decía un forastero!
–¿Ha vivido aquí mucho tiempo, señor Alfonso?
Paula se percató de que los miembros del comité se miraban divertidos. ¿Por qué les parecía tan gracioso lo que había dicho?
–Toda mi vida.
La única mujer que había en el comité fue la que explicó la broma.
–Los Alfonso Zolezzi llevan muchísimo tiempo siendo generosos benefactores de la comunidad, y Pedro dedica un tiempo de su apretada agenda para ejercer como miembro del consejo escolar.
Paula se percató de que él esbozaba una sonrisa, pero no la miraba. Su voz era grave y dulce a la vez pero no tenía ningún acento escocés a pesar de que pertenecía a la familia Alfonso Zolezzi.
Bajó la vista. Suponiendo que consiguiera el trabajo, ¿Eso significaba que tendría que trabajar con él? La idea hizo que se le acelerara el corazón. Con suerte, toda su implicación en la escuela no era más que firmar los cheques. Al ver que él volvía a dirigirse a ella, se esforzó para no estremecerse.
–Cuénteme, ¿cuánto tiempo lleva enseñando?
–Cinco, no, cuatro...
Su intensa mirada provocó que se sonrojara, una de las maldiciones de su condición de pelirroja.
–Cinco años y medio –contestó al fin.
Pedro apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia ella. La voracidad que ocultaba su sonrisa hizo que Paula se sintiera como Caperucita Roja. Aunque aquel hombre hacía que el lobo pareciera benévolo.
jueves, 29 de noviembre de 2018
Culpable: Capítulo 3
Al ver que llevaba un elegante traje gris que realzaba su cuerpo musculoso, ella sintió un cosquilleo de deseo en el estómago y miró hacia otro lado, fijándose en que sus dedos estaban blancos a causa de la fuerza con la que agarraba el picaporte. Tenía que recuperar el control. El ambiente había cambiado.
Pedro había entrado en la sala y, al ver a una bella mujer, se había sentido fuertemente atraído por ella. El sentimiento era tan intenso que ni siquiera disminuyó cuando, al reconocerla, la rabia lo invadió por dentro. Había estado a punto de enfrentarse a ella allí mismo, delante de todos los miembros del comité Por desgracia, no había sido capaz de controlar la testosterona que provocaba un fuerte calor en su entrepierna. Pero, desde la adolescencia, había aprendido a controlar a sus hormonas, impidiendo que gobernaran su vida. En su opinión, un hombre no podía controlar ninguna situación a menos que pudiera controlarse a sí mismo. Y a Pedro le gustaba mantener el control. Tenía dos cosas claras: aquella mujer no tenía autoridad moral para ser profesora y, sin embargo, se había ganado la simpatía del comité. Era cierto que, si la hubiese conocido por primera vez, quizá no habría adivinado que tras esa cara angelical se escondía una arpía de primera clase. Pero a pesar de saber lo que aquella mujer era capaz de hacer, debía hacer un esfuerzo para que no le afectara la intensa mirada de sus ojos azules. No permitiría que la semilla de la duda germinara en su interior, y estaba seguro de que podría convencer a los otros miembros del comité de que bajo aquel vestido de bibliotecaria sexy, y detrás de aquella sonrisa, estaba la persona equivocada para el puesto de trabajo que ofrecían. Sin embargo, sería completamente imparcial y le daría la oportunidad de que ella misma lo demostrara. Se sentó tras la larga mesa y se fijó en su cabello brillante.
La última vez que la vió, lo que le llamó la atención no fue el color de su pelo sino lo que estaba haciendo: besar en público y de manera apasionada a su mejor amigo, un hombre casado. A pesar de todo, Pedro recordaba que el color de su cabello era rojizo. Fernando siempre se había sentido atraído por las pelirrojas pero se había casado con una rubia y, a pesar de que aquella mujer había intentado destrozar su matrimonio, seguía casado con ella. Continuó observando el rostro de la mujer que había estado a punto de destrozar el matrimonio de su amigo y sintió que un fuerte deseo se apoderaba de él. Sabía que su reacción era la respuesta primitiva de un hombre hacia una bella mujer. Fernando no se había percatado de ello, pero es que su amigo siempre había sido un romántico y frecuentemente confundía el sexo con el amor. La noche en cuestión, Fernando lo había seguido fuera del restaurante, alcanzándolo justo cuando estaba a punto de meterse en el coche.
–No es lo que crees.
Pedro no contestó a su amigo. No era quién para dar la aprobación que su amigo Fernando estaba buscando.
–No le dirás nada a Laura, ¿Verdad? Está bien, lo siento, sé que no se lo contarías.
Pedro cerró la puerta de un golpe y se volvió hacia su amigo. ¿Cómo un hombre tan inteligente podía ser tan estúpido?
–Alguien se lo contará. No habéis sido nada discretos.
–Lo sé, lo sé, pero es el cumpleaños de Martina y quería llevarla a un sitio agradable. Es una mujer increíble y muy bella...
Al parecer, a Fernando no se le había ocurrido que a su amante le vendría bien que su mujer lo descubriera y lo obligara a tomar una elección. Ella debía de estar muy segura de sí misma. Pedro se cruzó de brazos y se apoyó en el coche. Tuvo que contenerse para no agarrar a su amigo por el cuello y preguntarle a qué diablos estaba jugando, pero Fernando decidió confesarse y contárselo todo. Reconocía muy bien la situación que le había descrito su amigo. La mujer no solo sabía lo que hacer dentro de un dormitorio sino que sabía cómo manipular a un hombre aprovechando sus puntos débiles. Había halagado a Fernando, y así había conseguido despertar su instinto protector. Estaba seguro de que ella refinaría esa técnica con el paso de los años y de que, quizá, se convertiría en una experta como su madre, a la que había visto recorrer Europa dejando a su paso a una larga lista de hombres con el corazón roto.
–¿Qué habrías hecho tú si fueras yo?
El comentario enfadó a Pedro, puesto que no era capaz de imaginarse en una situación similar. Para empezar, no tenía intención de casarse nunca, aunque comprendía que algunos hombres estaban hechos para el matrimonio y que Paul era uno de ellos.
–Yo no soy tú. Creía que Laura y tú eran felices.
–Lo somos.
–¿Y la quieres?
–Quiero a las dos, claro que sí, pero Martina es tan... Ella me necesita. Si rompiera con ella, se moriría. ¡Me ama!
Pedro había entrado en la sala y, al ver a una bella mujer, se había sentido fuertemente atraído por ella. El sentimiento era tan intenso que ni siquiera disminuyó cuando, al reconocerla, la rabia lo invadió por dentro. Había estado a punto de enfrentarse a ella allí mismo, delante de todos los miembros del comité Por desgracia, no había sido capaz de controlar la testosterona que provocaba un fuerte calor en su entrepierna. Pero, desde la adolescencia, había aprendido a controlar a sus hormonas, impidiendo que gobernaran su vida. En su opinión, un hombre no podía controlar ninguna situación a menos que pudiera controlarse a sí mismo. Y a Pedro le gustaba mantener el control. Tenía dos cosas claras: aquella mujer no tenía autoridad moral para ser profesora y, sin embargo, se había ganado la simpatía del comité. Era cierto que, si la hubiese conocido por primera vez, quizá no habría adivinado que tras esa cara angelical se escondía una arpía de primera clase. Pero a pesar de saber lo que aquella mujer era capaz de hacer, debía hacer un esfuerzo para que no le afectara la intensa mirada de sus ojos azules. No permitiría que la semilla de la duda germinara en su interior, y estaba seguro de que podría convencer a los otros miembros del comité de que bajo aquel vestido de bibliotecaria sexy, y detrás de aquella sonrisa, estaba la persona equivocada para el puesto de trabajo que ofrecían. Sin embargo, sería completamente imparcial y le daría la oportunidad de que ella misma lo demostrara. Se sentó tras la larga mesa y se fijó en su cabello brillante.
La última vez que la vió, lo que le llamó la atención no fue el color de su pelo sino lo que estaba haciendo: besar en público y de manera apasionada a su mejor amigo, un hombre casado. A pesar de todo, Pedro recordaba que el color de su cabello era rojizo. Fernando siempre se había sentido atraído por las pelirrojas pero se había casado con una rubia y, a pesar de que aquella mujer había intentado destrozar su matrimonio, seguía casado con ella. Continuó observando el rostro de la mujer que había estado a punto de destrozar el matrimonio de su amigo y sintió que un fuerte deseo se apoderaba de él. Sabía que su reacción era la respuesta primitiva de un hombre hacia una bella mujer. Fernando no se había percatado de ello, pero es que su amigo siempre había sido un romántico y frecuentemente confundía el sexo con el amor. La noche en cuestión, Fernando lo había seguido fuera del restaurante, alcanzándolo justo cuando estaba a punto de meterse en el coche.
–No es lo que crees.
Pedro no contestó a su amigo. No era quién para dar la aprobación que su amigo Fernando estaba buscando.
–No le dirás nada a Laura, ¿Verdad? Está bien, lo siento, sé que no se lo contarías.
Pedro cerró la puerta de un golpe y se volvió hacia su amigo. ¿Cómo un hombre tan inteligente podía ser tan estúpido?
–Alguien se lo contará. No habéis sido nada discretos.
–Lo sé, lo sé, pero es el cumpleaños de Martina y quería llevarla a un sitio agradable. Es una mujer increíble y muy bella...
Al parecer, a Fernando no se le había ocurrido que a su amante le vendría bien que su mujer lo descubriera y lo obligara a tomar una elección. Ella debía de estar muy segura de sí misma. Pedro se cruzó de brazos y se apoyó en el coche. Tuvo que contenerse para no agarrar a su amigo por el cuello y preguntarle a qué diablos estaba jugando, pero Fernando decidió confesarse y contárselo todo. Reconocía muy bien la situación que le había descrito su amigo. La mujer no solo sabía lo que hacer dentro de un dormitorio sino que sabía cómo manipular a un hombre aprovechando sus puntos débiles. Había halagado a Fernando, y así había conseguido despertar su instinto protector. Estaba seguro de que ella refinaría esa técnica con el paso de los años y de que, quizá, se convertiría en una experta como su madre, a la que había visto recorrer Europa dejando a su paso a una larga lista de hombres con el corazón roto.
–¿Qué habrías hecho tú si fueras yo?
El comentario enfadó a Pedro, puesto que no era capaz de imaginarse en una situación similar. Para empezar, no tenía intención de casarse nunca, aunque comprendía que algunos hombres estaban hechos para el matrimonio y que Paul era uno de ellos.
–Yo no soy tú. Creía que Laura y tú eran felices.
–Lo somos.
–¿Y la quieres?
–Quiero a las dos, claro que sí, pero Martina es tan... Ella me necesita. Si rompiera con ella, se moriría. ¡Me ama!
Culpable: Capítulo 2
Paula se había puesto en pie, justo en el momento en el que alguien llamó a la puerta, provocando que el entrevistador dejara la frase incompleta. Ella tuvo que contenerse para no suspirar al ver al hombre que había entrado. Debía de tener unos treinta años, era alto, musculoso y tremendamente atractivo. Tenía una sonrisa sensual, largas pestañas y facciones marcadas. El cabello negro alborotado y los zapatos manchados de barro.
Paula no pudo oír lo que él le decía a los miembros del comité, pero sí percibió el aura de pura masculinidad que proyectaba. ¡Habría sido imposible no hacerlo! La acusada sexualidad que desprendía aquel hombre se entremezclaba con un potente halo de autoridad. ¿Era posible que fuera el miembro del comité al que habían disculpado por su ausencia? Si así era, Paula se alegraba de que hubiera llegado tarde, puesto que le costaba sostenerle la mirada sin sonrojarse. ¡Y lo peor de todo era que el ardor que la invadía no solo se manifestaba en sus mejillas! La probabilidad de que hubiera podido aguantar toda la entrevista sin quedar en ridículo era escasa. Estaba inquieta, posiblemente debido al estrés acumulado por la entrevista y el largo viaje hasta el norte. Fuera lo que fuera, nunca había experimentado una reacción como aquella ante ningún hombre. Incluso sentía un cosquilleo en el cuero cabelludo. Asombrada por su reacción, entrelazó los dedos y apretó las manos con fuerza para intentar controlarse. Él miró hacia otro lado por unos instantes y cuando volvió a mirarla, ella se estremeció. Desde luego, la intención de aquella mirada no era cautivarla.
Durante un instante, ella pensó que aquellos ojos de color de acero mostraban un destello de apreciación, pero enseguida se percató de que no era así y tuvo que esforzarse para recuperar la compostura cuando el presidente del comité hizo las presentaciones necesarias.
–Pedro, esta es la señorita Chaves, nuestra última candidata, aunque no por ello menos cualificada.
Paula puso una cálida sonrisa de aprobación.
–Hay té y galletas en el despacho. La señora Sinclair se ocupará de usted –el presidente se echó a un lado para permitir que Anna saliera de la sala y se volvió para hablar con el hombre alto de piel aceitunada y nombre de origen italiano–. La señorita Chaves se ausentará unos minutos mientras nosotros... Ah, señorita Chaves, este es Pedro Alfonso. Él es el motivo por el que la escuela disfruta de la buena relación con los negocios locales que usted tanto alabó.
Paula estaba tan aturdida que ni siquiera recordaba el comentario que había hecho al respecto.
–Señor Alfonso –contestó tratando de aparentar tranquilidad a pesar de que él la miró de forma penetrante.
–Paula también estaba impresionada por nuestro enfoque ecológico.
Paula tenía la mano en el picaporte de la puerta pero se detuvo al oír que decía:
–Gracias a la previsión y generosidad de Pedro, la escuela no solo produce suficiente electricidad para autoabastecerse sino que también vende el sobrante a la red. Hubo un momento en que se hablaba de tener que cerrar la escuela, igual que ha pasado con muchas otras, antes de que Pedro se interesara por ella de manera personal.
Se hizo una pausa y Paula supo que esperaban una respuesta. Asintió y dijo:
–Yo también tengo interés personal.
La mujer del comité habló en voz alta:
–¿Y cómo está la pequeña Valentina? La hemos echado de menos, Zolezzi.
–Aburrida.
Al parecer, el señor Alfonso, ¿O era Zolezzi?, era padre. Supuestamente, la niña iría acompañada de una madre que sería tan glamurosa como su padre. ¿Gente adinerada que se había ganado el corazón de los lugareños? A pesar de su cinismo, también contemplaba que sus motivos hubieran sido puramente altruistas. En cualquier caso, sabía que había muchas escuelas pequeñas al borde del cierre que habrían envidiado al pueblo su rico benefactor. Y era una lástima que lo necesitaran.
–Señorita Chaves –Pedro Alfonso dió un paso hacia Paula y ella agarró el picaporte con fuerza–. Debo disculparme por mi retraso. No parecía sincero, y su sonrisa no era muy convincente. Paula tenía la sensación de que no le caía bien a ese hombre. Contestó con una sonrisa forzada y, momentos después, él le preguntó:–¿Le importa que le haga algunas preguntas personales? –
«Como por ejemplo si ha destrozado algún matrimonio recientemente...». Por supuesto, él sabía la respuesta. Las mujeres como ella no solían cambiar, e iban por la vida dejando una estela de destrucción.
–Por supuesto que no –mintió Paula mientras Pedro se quitaba el abrigo que llevaba.
Paula no pudo oír lo que él le decía a los miembros del comité, pero sí percibió el aura de pura masculinidad que proyectaba. ¡Habría sido imposible no hacerlo! La acusada sexualidad que desprendía aquel hombre se entremezclaba con un potente halo de autoridad. ¿Era posible que fuera el miembro del comité al que habían disculpado por su ausencia? Si así era, Paula se alegraba de que hubiera llegado tarde, puesto que le costaba sostenerle la mirada sin sonrojarse. ¡Y lo peor de todo era que el ardor que la invadía no solo se manifestaba en sus mejillas! La probabilidad de que hubiera podido aguantar toda la entrevista sin quedar en ridículo era escasa. Estaba inquieta, posiblemente debido al estrés acumulado por la entrevista y el largo viaje hasta el norte. Fuera lo que fuera, nunca había experimentado una reacción como aquella ante ningún hombre. Incluso sentía un cosquilleo en el cuero cabelludo. Asombrada por su reacción, entrelazó los dedos y apretó las manos con fuerza para intentar controlarse. Él miró hacia otro lado por unos instantes y cuando volvió a mirarla, ella se estremeció. Desde luego, la intención de aquella mirada no era cautivarla.
Durante un instante, ella pensó que aquellos ojos de color de acero mostraban un destello de apreciación, pero enseguida se percató de que no era así y tuvo que esforzarse para recuperar la compostura cuando el presidente del comité hizo las presentaciones necesarias.
–Pedro, esta es la señorita Chaves, nuestra última candidata, aunque no por ello menos cualificada.
Paula puso una cálida sonrisa de aprobación.
–Hay té y galletas en el despacho. La señora Sinclair se ocupará de usted –el presidente se echó a un lado para permitir que Anna saliera de la sala y se volvió para hablar con el hombre alto de piel aceitunada y nombre de origen italiano–. La señorita Chaves se ausentará unos minutos mientras nosotros... Ah, señorita Chaves, este es Pedro Alfonso. Él es el motivo por el que la escuela disfruta de la buena relación con los negocios locales que usted tanto alabó.
Paula estaba tan aturdida que ni siquiera recordaba el comentario que había hecho al respecto.
–Señor Alfonso –contestó tratando de aparentar tranquilidad a pesar de que él la miró de forma penetrante.
–Paula también estaba impresionada por nuestro enfoque ecológico.
Paula tenía la mano en el picaporte de la puerta pero se detuvo al oír que decía:
–Gracias a la previsión y generosidad de Pedro, la escuela no solo produce suficiente electricidad para autoabastecerse sino que también vende el sobrante a la red. Hubo un momento en que se hablaba de tener que cerrar la escuela, igual que ha pasado con muchas otras, antes de que Pedro se interesara por ella de manera personal.
Se hizo una pausa y Paula supo que esperaban una respuesta. Asintió y dijo:
–Yo también tengo interés personal.
La mujer del comité habló en voz alta:
–¿Y cómo está la pequeña Valentina? La hemos echado de menos, Zolezzi.
–Aburrida.
Al parecer, el señor Alfonso, ¿O era Zolezzi?, era padre. Supuestamente, la niña iría acompañada de una madre que sería tan glamurosa como su padre. ¿Gente adinerada que se había ganado el corazón de los lugareños? A pesar de su cinismo, también contemplaba que sus motivos hubieran sido puramente altruistas. En cualquier caso, sabía que había muchas escuelas pequeñas al borde del cierre que habrían envidiado al pueblo su rico benefactor. Y era una lástima que lo necesitaran.
–Señorita Chaves –Pedro Alfonso dió un paso hacia Paula y ella agarró el picaporte con fuerza–. Debo disculparme por mi retraso. No parecía sincero, y su sonrisa no era muy convincente. Paula tenía la sensación de que no le caía bien a ese hombre. Contestó con una sonrisa forzada y, momentos después, él le preguntó:–¿Le importa que le haga algunas preguntas personales? –
«Como por ejemplo si ha destrozado algún matrimonio recientemente...». Por supuesto, él sabía la respuesta. Las mujeres como ella no solían cambiar, e iban por la vida dejando una estela de destrucción.
–Por supuesto que no –mintió Paula mientras Pedro se quitaba el abrigo que llevaba.
Culpable: Capítulo 1
Si fuera cierto que la perfección se consigue con la práctica, la sonrisa de Paula habría transmitido la mezcla justa de seguridad y deferencia. Sin embargo, mientras exponía su opinión acerca de los cambios recientes que se habían llevado a cabo en el programa de educación primaria, su corazón latía con fuerza bajo la chaqueta de lana de color rosa que llevaba. Trató de hablar con seguridad, alzó la barbilla e intentó relajarse. Al fin y al cabo, solo era un trabajo. ¿Solo un trabajo? ¿A quién pretendía engañar? Aquel trabajo era importante para ella, y se había percatado de ello cuando tuvo que elegir entre asistir a la entrevista para trabajar en una escuela local de renombre, que estaba a poca distancia de su casa, y donde sabía que tenía muchas posibilidades, o a la entrevista para conseguir una plaza en una escuela remota que se encontraba en la costa del noroeste de Escocia, un trabajo para el que nunca se habría presentado si no hubiese leído un artículo en la sala de espera del dentista. En realidad, deseaba ese trabajo más de lo que había deseado nada en mucho tiempo.
–Por supuesto queremos que los jóvenes se conviertan en personas cultas pero la disciplina es importante, ¿No cree, señorita Chaves?
Paula asintió.
–Por supuesto –se dirigió a la mujer que le había hecho la pregunta antes de mirar al resto del comité–, pero creo que en un ambiente en el que los niños se sientan valorados y en el que se les ayude a desarrollar su potencial, la disciplina no suele ser un problema. Al menos, esa ha sido mi experiencia en el aula.
El hombre calvo que estaba sentado a su derecha miró el papel que tenía delante.
–¿Y únicamente tiene experiencia en colegios urbanos? –sonrió a sus compañeros del comité–. Usted no está acostumbrada a una comunidad rural como esta, ¿Verdad?
Anna, que esperaba que le hicieran esa pregunta, se relajó y asintió. Sus amigos y familiares ya le habían hecho la misma observación, insinuando que en menos de un mes habría perdido las ganas de vivir en ese desierto cultural. Curiosamente, las personas que no le habían dado una opinión negativa habían sido aquellas que odiaban la idea más que nadie. Si su tía Juana y su tío Gerardo, cuya única hija se había ido a vivir a Canadá, se hubieran echado las manos a la cabeza al oír que la sobrina a la que siempre habían tratado como a una hija también iba a marcharse, habría sido comprensible, pero no, la pareja la había apoyado como siempre.
–Es cierto, pero...
–Aquí pone que tiene buenos conocimientos de galés.
–Hace mucho que no lo practico pero viví en Harris hasta los ocho años. Mi padre era veterinario. Me mudé a Londres tras el fallecimiento de mis padres –Paula no recordaba el terrible accidente del que había salido ilesa. La gente decía que había sido un milagro, pero ella creía que los milagros eran algo mejor–. Vivir y trabajar en las Highlands será regresar a mis orígenes, algo que siempre he deseado hacer.
La convicción de que su vida, si no su corazón helado, pertenecía a las Highlands, había hecho que ignorara los consejos y presentara la solicitud para la plaza de profesora en la pequeña escuela de primaria de una zona aislada de la costa noroeste de Escocia. A pesar de que se había separado de Marcos, y que la boda había sido fallida, ¡no estaba huyendo! Apretó los dientes, alzó la mandíbula y trató de no pensar en ello. Marcos, el hombre al que ella nunca había conseguido convencer para ir de vacaciones a un lugar sin sol y arena, y mucho menos al norte del país, se habría desconcertado con su decisión, pero su desconcierto ya no era un factor a tener en cuenta. Ella era un ser libre y les deseaba, a él y a su modelo de ropa interior, toda la felicidad que merecían, y, si eso incluía que la mujer rubia y delgada ganara unos cuantos kilos de peso, ¡mucho mejor! A pesar de que Paula ya no estaba destrozada por la separación, seguía siendo humana. Demostraría que podía hacerlo, pero primero tenía que conseguir el trabajo. Se concentró para mantener una actitud positiva, confiando en que fuera suficiente para convencer al comité de que le dieran una oportunidad.
–Muy bien, señorita Chaves, muchas gracias por haber venido. ¿Hay alguna cosa que quiera preguntarnos?
Paula, que tenía pensada una lista de preguntas prácticas e inteligentes para un momento como ese, negó con la cabeza.
–Entonces, si no le importa esperar en la sala de profesores un momento... Aunque creo que no soy el único que piensa que nos ha impresionado...
–Por supuesto queremos que los jóvenes se conviertan en personas cultas pero la disciplina es importante, ¿No cree, señorita Chaves?
Paula asintió.
–Por supuesto –se dirigió a la mujer que le había hecho la pregunta antes de mirar al resto del comité–, pero creo que en un ambiente en el que los niños se sientan valorados y en el que se les ayude a desarrollar su potencial, la disciplina no suele ser un problema. Al menos, esa ha sido mi experiencia en el aula.
El hombre calvo que estaba sentado a su derecha miró el papel que tenía delante.
–¿Y únicamente tiene experiencia en colegios urbanos? –sonrió a sus compañeros del comité–. Usted no está acostumbrada a una comunidad rural como esta, ¿Verdad?
Anna, que esperaba que le hicieran esa pregunta, se relajó y asintió. Sus amigos y familiares ya le habían hecho la misma observación, insinuando que en menos de un mes habría perdido las ganas de vivir en ese desierto cultural. Curiosamente, las personas que no le habían dado una opinión negativa habían sido aquellas que odiaban la idea más que nadie. Si su tía Juana y su tío Gerardo, cuya única hija se había ido a vivir a Canadá, se hubieran echado las manos a la cabeza al oír que la sobrina a la que siempre habían tratado como a una hija también iba a marcharse, habría sido comprensible, pero no, la pareja la había apoyado como siempre.
–Es cierto, pero...
–Aquí pone que tiene buenos conocimientos de galés.
–Hace mucho que no lo practico pero viví en Harris hasta los ocho años. Mi padre era veterinario. Me mudé a Londres tras el fallecimiento de mis padres –Paula no recordaba el terrible accidente del que había salido ilesa. La gente decía que había sido un milagro, pero ella creía que los milagros eran algo mejor–. Vivir y trabajar en las Highlands será regresar a mis orígenes, algo que siempre he deseado hacer.
La convicción de que su vida, si no su corazón helado, pertenecía a las Highlands, había hecho que ignorara los consejos y presentara la solicitud para la plaza de profesora en la pequeña escuela de primaria de una zona aislada de la costa noroeste de Escocia. A pesar de que se había separado de Marcos, y que la boda había sido fallida, ¡no estaba huyendo! Apretó los dientes, alzó la mandíbula y trató de no pensar en ello. Marcos, el hombre al que ella nunca había conseguido convencer para ir de vacaciones a un lugar sin sol y arena, y mucho menos al norte del país, se habría desconcertado con su decisión, pero su desconcierto ya no era un factor a tener en cuenta. Ella era un ser libre y les deseaba, a él y a su modelo de ropa interior, toda la felicidad que merecían, y, si eso incluía que la mujer rubia y delgada ganara unos cuantos kilos de peso, ¡mucho mejor! A pesar de que Paula ya no estaba destrozada por la separación, seguía siendo humana. Demostraría que podía hacerlo, pero primero tenía que conseguir el trabajo. Se concentró para mantener una actitud positiva, confiando en que fuera suficiente para convencer al comité de que le dieran una oportunidad.
–Muy bien, señorita Chaves, muchas gracias por haber venido. ¿Hay alguna cosa que quiera preguntarnos?
Paula, que tenía pensada una lista de preguntas prácticas e inteligentes para un momento como ese, negó con la cabeza.
–Entonces, si no le importa esperar en la sala de profesores un momento... Aunque creo que no soy el único que piensa que nos ha impresionado...
Culpable: Sinopsis
Tenía que recibir lecciones de pasión… Paula estaba a punto de conseguir el trabajo de sus sueños cuando se lo arrebataron todo. Y solo había un hombre al que se podía culpar. Pedro Alfonso, un antiguo piloto de carreras, creía que Paula era la mujer que estuvo a punto de terminar con el matrimonio de su mejor amigo. Pero, cuando ella llegó a la preciosa finca que Pedro tenía en Escocia para trabajar como empleada de su hermana, él experimentó una atracción que no había sentido en años. Pronto, empezó a cuestionarse la idea que tenía de ella. Porque, bajo la insolente actitud de Paula, había una inocencia irresistible que Pedro no podía dejar sin explorar…
martes, 27 de noviembre de 2018
No Quiero Perderte: Epílogo
–Casi sospecho que intentas mantenerme alejada de nuestra casa –Paula miro a su marido con suspicacia.
Después de casi seis meses de matrimonio él todavía la intrigaba en ocasiones. Habían estado paseando por San Francisco toda la tarde, desde el Presidio, a través de Fisherman´s Wharf, y él seguía encontrando nuevos lugares para ir.
–¿Yo? Sólo pretendía comprarte un par de pendientes. ¿Es un delito? –Pedro la miró divertido.
–Ya me has comprado un vestido nuevo, un par de zapatos, lencería provocativa y medias de seda con liga de encaje. Cualquiera pensaría que intentas vestirme para una ocasión especial.
–Me gusta ir de compras a veces. El negocio ha ido tan bien últimamente que ¿por qué no disfrutar de los beneficios?
–Agradezco la generosidad, y estoy muy orgullosa de tu éxito, pero estoy preparada para volver a casa –en su nueva casa quedaban muchas cosas por hacer pero ya se había convertido en un santuario para ellos. En lo alto de una colina, con un jardín pequeño y una vista incomparable de la bahía, prometía ser el lugar perfecto cuando terminaran la reforma.
–Bueno, si insistes –Pedro sonrió de forma misteriosa.
Paula se detuvo de golpe.
–¿Me das permiso para ir a casa?
–Claro, ¿Por qué no? –sonrió–. Podemos ir y relajarnos con una copa de vino. Mañana es domingo.
–Uf –Paula se recolocó una bolsa en el hombro. Pedro llevaba las otras tres–. Empezaba a pensar que me ibas a hacer caminar todo el fin de semana por la ciudad.
–Pero primero una cosa. Tenemos que pasar por mi oficina de camino.
Paula suspiró.
–Sabía que habría algo más.
–He olvidado un papel importante –el brillo de su mirada la hizo sospechar–. Pero no te preocupes, tomaremos un taxi.
Pedro le dijo al taxista que esperara en la puerta del edificio donde tenía la oficina en la tercera planta. Una vez dentro, Paula se sorprendió al encontrar una botella de champán enfriándose en una cubitera.
–¿Quién ha puesto esto aquí? –tocó las gotas de agua que escurrían por el cubo–. Está helado.
–¿Y qué más da? –Pedro abrió la botella y sirvió dos copas–. Bebamos.
Paula miró a su alrededor. Todo lo demás parecía igual. Aceptó la copa y bebió un sorbo.
–Mmm, está delicioso.
–Estoy de acuerdo. Es lo que recomienda el médico después de un largo día de compras. Ahora, cámbiate de ropa.
–Estás muy mandón de repente. ¿Qué pasa?
Pedro se encogió de hombros.
–Llevaré las bolsas a la sala de conferencias para que tengas un poco de intimidad –agarró las bolsas y las llevó.
–¿Intimidad? –Paula frunció el ceño–. Estamos casados.
–Lo sé. Dímelo si necesitas ayuda con la lencería –con una pícara sonrisa, cerró la puerta y la dejó a solas con las compras.
Paula salió luciendo su vestido nuevo de color verde y él puso una gran sonrisa.
–Me habría quedado mejor con unos pendientes, pero no está mal.
–¡Pero bueno! –ella puso las manos en sus caderas–. ¿Qué pasa? ¿El taxi sigue esperándonos abajo? Si es así, vamos a tomarlo antes de que se vaya. No estoy segura de que pueda caminar ni dos pasos con estos zapatos.
–Entonces, vamos –Pedro la agarró del brazo y la guió escaleras abajo.
A pesar de que Paula le hizo un interrogatorio durante el trayecto a casa, no consiguió que le contara nada. Se detuvieron frente a la casa y ella no vio nada sospechoso.
–¿Por qué voy tan elegantemente vestida?
–¿Y por qué no? –Pedro pagó al taxista–. Vamos dentro a relajarnos –subió los escalones hasta la puerta y ella lo siguió–. Uy, me he olvidado la llave. ¿Tienes la tuya?
–Claro –frunció el ceño y buscó la llave en el bolso.
Pedro nunca se olvidaba ni perdía nada. Eso hacía que ella sospechara aún más. Metió la llave en la cerradura y la giró. Al empujar la puerta, un haz de luz la deslumbró y después vió que el salón de su casa estaba lleno de gente.
–¡Sorpresa!
Paula podía haberse caído por los escalones si Pedro no hubiera estado detrás para sujetarla.
–Es la celebración de nuestra boda –le susurró al oído–. Algunos meses más tarde, pero más vale tarde que nunca.
–Oh, Pedro –las lágrimas se agolparon en sus ojos al ver a sus amigas del instituto y de la universidad.
¡Incluso estaban su antigua niñera y compañeros de la guardería! Toda la gente que habría invitado a la boda si hubiese tenido tiempo de anunciarles que se iba a casar. Su padre dió un paso adelante y la besó en la mejilla.
–Estás preciosa, cariño.
–Gracias. Todo es culpa de Pedro –se secó una lágrima y levantó la vista–. ¡Las paredes están pintadas!
Pedro y ella habían estado pintando, emplasteciendo, lijando y barnizando durante varios fines de semana. Él había insistido en hacer casi todo el trabajo y no permitió que ella pagara por nada. Como resultado, la reforma parecía que iba a tardar una década en terminarse. De pronto, todo parecía perfecto.
Pedro la abrazó y dijo:
–Hoy he traído a un equipo. Quince chicos en total. Me prometieron que terminarían todo en una tarde, y parece que han cumplido con su palabra –guió a Paula hasta el salón, donde las paredes tenían un color amarillo pálido tal y como ella quería.
–Es precioso.
Saludaron a los amigos y hablaron, rieron, bebieron y comieron. Después, bailaron en la terraza hasta que sol empezó a salir por el horizonte. Pedro la agarró y la volteó. Después la abrazó con fuerza.
–¿Me perdonas por haberte tenido toda la tarde desconcertada?
–Te perdono, mi amor. Te perdono por todo.
La risa y las lágrimas se mezclaron en un beso apasionado que los trasladó a su mundo particular.
FIN
Después de casi seis meses de matrimonio él todavía la intrigaba en ocasiones. Habían estado paseando por San Francisco toda la tarde, desde el Presidio, a través de Fisherman´s Wharf, y él seguía encontrando nuevos lugares para ir.
–¿Yo? Sólo pretendía comprarte un par de pendientes. ¿Es un delito? –Pedro la miró divertido.
–Ya me has comprado un vestido nuevo, un par de zapatos, lencería provocativa y medias de seda con liga de encaje. Cualquiera pensaría que intentas vestirme para una ocasión especial.
–Me gusta ir de compras a veces. El negocio ha ido tan bien últimamente que ¿por qué no disfrutar de los beneficios?
–Agradezco la generosidad, y estoy muy orgullosa de tu éxito, pero estoy preparada para volver a casa –en su nueva casa quedaban muchas cosas por hacer pero ya se había convertido en un santuario para ellos. En lo alto de una colina, con un jardín pequeño y una vista incomparable de la bahía, prometía ser el lugar perfecto cuando terminaran la reforma.
–Bueno, si insistes –Pedro sonrió de forma misteriosa.
Paula se detuvo de golpe.
–¿Me das permiso para ir a casa?
–Claro, ¿Por qué no? –sonrió–. Podemos ir y relajarnos con una copa de vino. Mañana es domingo.
–Uf –Paula se recolocó una bolsa en el hombro. Pedro llevaba las otras tres–. Empezaba a pensar que me ibas a hacer caminar todo el fin de semana por la ciudad.
–Pero primero una cosa. Tenemos que pasar por mi oficina de camino.
Paula suspiró.
–Sabía que habría algo más.
–He olvidado un papel importante –el brillo de su mirada la hizo sospechar–. Pero no te preocupes, tomaremos un taxi.
Pedro le dijo al taxista que esperara en la puerta del edificio donde tenía la oficina en la tercera planta. Una vez dentro, Paula se sorprendió al encontrar una botella de champán enfriándose en una cubitera.
–¿Quién ha puesto esto aquí? –tocó las gotas de agua que escurrían por el cubo–. Está helado.
–¿Y qué más da? –Pedro abrió la botella y sirvió dos copas–. Bebamos.
Paula miró a su alrededor. Todo lo demás parecía igual. Aceptó la copa y bebió un sorbo.
–Mmm, está delicioso.
–Estoy de acuerdo. Es lo que recomienda el médico después de un largo día de compras. Ahora, cámbiate de ropa.
–Estás muy mandón de repente. ¿Qué pasa?
Pedro se encogió de hombros.
–Llevaré las bolsas a la sala de conferencias para que tengas un poco de intimidad –agarró las bolsas y las llevó.
–¿Intimidad? –Paula frunció el ceño–. Estamos casados.
–Lo sé. Dímelo si necesitas ayuda con la lencería –con una pícara sonrisa, cerró la puerta y la dejó a solas con las compras.
Paula salió luciendo su vestido nuevo de color verde y él puso una gran sonrisa.
–Me habría quedado mejor con unos pendientes, pero no está mal.
–¡Pero bueno! –ella puso las manos en sus caderas–. ¿Qué pasa? ¿El taxi sigue esperándonos abajo? Si es así, vamos a tomarlo antes de que se vaya. No estoy segura de que pueda caminar ni dos pasos con estos zapatos.
–Entonces, vamos –Pedro la agarró del brazo y la guió escaleras abajo.
A pesar de que Paula le hizo un interrogatorio durante el trayecto a casa, no consiguió que le contara nada. Se detuvieron frente a la casa y ella no vio nada sospechoso.
–¿Por qué voy tan elegantemente vestida?
–¿Y por qué no? –Pedro pagó al taxista–. Vamos dentro a relajarnos –subió los escalones hasta la puerta y ella lo siguió–. Uy, me he olvidado la llave. ¿Tienes la tuya?
–Claro –frunció el ceño y buscó la llave en el bolso.
Pedro nunca se olvidaba ni perdía nada. Eso hacía que ella sospechara aún más. Metió la llave en la cerradura y la giró. Al empujar la puerta, un haz de luz la deslumbró y después vió que el salón de su casa estaba lleno de gente.
–¡Sorpresa!
Paula podía haberse caído por los escalones si Pedro no hubiera estado detrás para sujetarla.
–Es la celebración de nuestra boda –le susurró al oído–. Algunos meses más tarde, pero más vale tarde que nunca.
–Oh, Pedro –las lágrimas se agolparon en sus ojos al ver a sus amigas del instituto y de la universidad.
¡Incluso estaban su antigua niñera y compañeros de la guardería! Toda la gente que habría invitado a la boda si hubiese tenido tiempo de anunciarles que se iba a casar. Su padre dió un paso adelante y la besó en la mejilla.
–Estás preciosa, cariño.
–Gracias. Todo es culpa de Pedro –se secó una lágrima y levantó la vista–. ¡Las paredes están pintadas!
Pedro y ella habían estado pintando, emplasteciendo, lijando y barnizando durante varios fines de semana. Él había insistido en hacer casi todo el trabajo y no permitió que ella pagara por nada. Como resultado, la reforma parecía que iba a tardar una década en terminarse. De pronto, todo parecía perfecto.
Pedro la abrazó y dijo:
–Hoy he traído a un equipo. Quince chicos en total. Me prometieron que terminarían todo en una tarde, y parece que han cumplido con su palabra –guió a Paula hasta el salón, donde las paredes tenían un color amarillo pálido tal y como ella quería.
–Es precioso.
Saludaron a los amigos y hablaron, rieron, bebieron y comieron. Después, bailaron en la terraza hasta que sol empezó a salir por el horizonte. Pedro la agarró y la volteó. Después la abrazó con fuerza.
–¿Me perdonas por haberte tenido toda la tarde desconcertada?
–Te perdono, mi amor. Te perdono por todo.
La risa y las lágrimas se mezclaron en un beso apasionado que los trasladó a su mundo particular.
FIN
No Quiero Perderte: Capítulo 44
–Me habían hecho propuestas, papá. Varias. Algunas de hombres que apenas conocía. Cuando uno tiene dinero hay todo tipo de gente que quiere casarse contigo para poder poner las manos en él. Si hubiese querido que alguien se casara conmigo por dinero, podría haberlo hecho por mí misma –respiró hondo–. Estaba esperando para casarme con alguien que quisiera casarse conmigo sin que quisiera mi dinero. Alguien que estuviera interesado en mí.
Miguel miró a Pedro y volvió a mirar a Paula.
–Imagino que el valiente gesto del señor Alfonso de tirarme el millón de dólares a la cara, te demuestra que es un hombre de ese calibre.
–Eso ayudó. Nunca sabremos qué habría pasado si no le hubieras ofrecido el dinero, pero al menos sé que él me quiere al margen del dinero –Paula dió un paso hacia Miguel.
–Papá… –le agarró una de las manos–. Quiero creer que tu intención era buena. Que querías que me casara con un buen hombre y fuera feliz. No te culpo por tratar de manipular la situación, puesto que así es como acostumbras a hacer las cosas –tragó saliva–. Pero por favor, en el futuro, deja que tome mis propias elecciones en la vida como yo quiera.
Miguel asintió con el rostro nublado por la emoción.
–Haré lo que pueda. Aunque no me resultará fácil –puso una irónica sonrisa–. Como ya sabes, estoy acostumbrado a dirigir el cotarro.
–Bueno, Pedro y yo dirigiremos nuestra vida a partir de ahora. Estaremos encantados de que nos apoyes, pero también nos gustaría solucionar las cosas por nosotros mismos.
–Comprendido –su expresión era una mezcla de ternura y orgullo.
Era evidente que respetaba a Paula por haberse enfrentado a él. Pedro se aclaró la garganta. Había llegado el momento de que él hablara.
–Pido disculpas por mi papel en todo esto. Debería haber rechazado tu oferta desde el primer momento. Eso me lo decía mi instinto pero, igual que tú, veía cierta simetría en la propuesta. Quizá sea que los hombres tendemos a convertir cualquier situación en un asunto de negocios. En cualquier caso, me arrepiento de haberle hecho daño a Pau, sobre todo porque desde el primer momento supe que era la mujer adecuada para mí, con dinero o sin él.
Miró a Paula y vió que las lágrimas inundaban su mirada. Notó una fuerte presión en el pecho y se contuvo para no estrecharla entre sus brazos.
–Para demostrárselo, tendré que pasar el resto de mi vida con ella.
–Tengo la sensación de que se lo vas a demostrar muy bien –Miguel se acercó a él y agarró la mano de Pedro entre las suyas–. Me caíste bien desde el primer momento. Aunque he de reconocer que he cambiado de opinión en alguna ocasión –arqueó una ceja–, pero mantengo mi opinión inicial acerca de que serás un esposo excelente para mi hija. Les deseo un matrimonio feliz y duradero. Más duradero que los pocos años que compartí con la madre de Pau. Nunca conocí a otra mujer que mereciera la pena.
Paula comenzó a llorar.
–Oh, papá. Yo también echo de menos a mamá todavía. Nunca hablabas de ella.
–Me temo que todavía me hace mucho daño –acarició el brazo de Paula–. Un amor así sólo aparece una vez en la vida. Soy afortunado por haberlo disfrutado cuando lo hice –miró a Pedro–. Confío en ustedes para que me den nietos, por supuesto.
–Lo imaginábamos –Pedro le guiñó un ojo a Paula–. Pero nosotros elegiremos los nombres.
–¿Paula te ha contado lo de la tradición familiar?
–Me temo que sí, y pretendemos crear nuestras propias tradiciones –se le ocurrió una idea–. Me gustaría invitarlos a cenar para celebrar el nuevo comienzo para todos.
–Estupendo –contestó Paula con una amplia sonrisa.
Pedro se volvió hacia Miguel.
–Muy bien –Miguel arqueó una ceja–. ¿Pero estás seguro de poder permitírtelo? Los Chaves tenemos gustos muy caros.
–Yo no –se quejó Paula–. Nuestro restaurante tailandés favorito no es nada caro. Estoy segura de que a tí también te gustaría, papá, si te atrevieras a probarlo.
–Quizá es hora de que amplíe mis horizontes.
–Entonces, vamos –Pedro rodeó a Paula con el brazo.
Ella sonrió y lo abrazó también.
–Y esta vez vamos a permanecer todos juntos. Sin secretos ni sorpresas.
–Lo prometo –Pedro bajó la cabeza para besarla.
El aroma de su piel se apoderó de él, provocando que deseara tenerla entre sus brazos para siempre. Miguel se aclaró la garganta e interrumpió el momento romántico.
–Guarden los cariños para luego, chicos.
–De acuerdo, papá. Haremos lo posible. Hemos estado separados casi una semana, así que tenemos que recuperar el tiempo perdido.
–Estoy seguro de que lo harán.
–Sí, lo haremos –Pedro miró a Paula a los ojos–. Tenemos toda una vida por delante para disfrutar el uno del otro.
Cuando Miguel se adelantó para abrir la puerta, oyeron que decía:
–Sin duda. Pero sinceramente creo que merezco un poco de respeto.
Pero ellos estaban demasiado ocupados besándose como para contestar.
Miguel miró a Pedro y volvió a mirar a Paula.
–Imagino que el valiente gesto del señor Alfonso de tirarme el millón de dólares a la cara, te demuestra que es un hombre de ese calibre.
–Eso ayudó. Nunca sabremos qué habría pasado si no le hubieras ofrecido el dinero, pero al menos sé que él me quiere al margen del dinero –Paula dió un paso hacia Miguel.
–Papá… –le agarró una de las manos–. Quiero creer que tu intención era buena. Que querías que me casara con un buen hombre y fuera feliz. No te culpo por tratar de manipular la situación, puesto que así es como acostumbras a hacer las cosas –tragó saliva–. Pero por favor, en el futuro, deja que tome mis propias elecciones en la vida como yo quiera.
Miguel asintió con el rostro nublado por la emoción.
–Haré lo que pueda. Aunque no me resultará fácil –puso una irónica sonrisa–. Como ya sabes, estoy acostumbrado a dirigir el cotarro.
–Bueno, Pedro y yo dirigiremos nuestra vida a partir de ahora. Estaremos encantados de que nos apoyes, pero también nos gustaría solucionar las cosas por nosotros mismos.
–Comprendido –su expresión era una mezcla de ternura y orgullo.
Era evidente que respetaba a Paula por haberse enfrentado a él. Pedro se aclaró la garganta. Había llegado el momento de que él hablara.
–Pido disculpas por mi papel en todo esto. Debería haber rechazado tu oferta desde el primer momento. Eso me lo decía mi instinto pero, igual que tú, veía cierta simetría en la propuesta. Quizá sea que los hombres tendemos a convertir cualquier situación en un asunto de negocios. En cualquier caso, me arrepiento de haberle hecho daño a Pau, sobre todo porque desde el primer momento supe que era la mujer adecuada para mí, con dinero o sin él.
Miró a Paula y vió que las lágrimas inundaban su mirada. Notó una fuerte presión en el pecho y se contuvo para no estrecharla entre sus brazos.
–Para demostrárselo, tendré que pasar el resto de mi vida con ella.
–Tengo la sensación de que se lo vas a demostrar muy bien –Miguel se acercó a él y agarró la mano de Pedro entre las suyas–. Me caíste bien desde el primer momento. Aunque he de reconocer que he cambiado de opinión en alguna ocasión –arqueó una ceja–, pero mantengo mi opinión inicial acerca de que serás un esposo excelente para mi hija. Les deseo un matrimonio feliz y duradero. Más duradero que los pocos años que compartí con la madre de Pau. Nunca conocí a otra mujer que mereciera la pena.
Paula comenzó a llorar.
–Oh, papá. Yo también echo de menos a mamá todavía. Nunca hablabas de ella.
–Me temo que todavía me hace mucho daño –acarició el brazo de Paula–. Un amor así sólo aparece una vez en la vida. Soy afortunado por haberlo disfrutado cuando lo hice –miró a Pedro–. Confío en ustedes para que me den nietos, por supuesto.
–Lo imaginábamos –Pedro le guiñó un ojo a Paula–. Pero nosotros elegiremos los nombres.
–¿Paula te ha contado lo de la tradición familiar?
–Me temo que sí, y pretendemos crear nuestras propias tradiciones –se le ocurrió una idea–. Me gustaría invitarlos a cenar para celebrar el nuevo comienzo para todos.
–Estupendo –contestó Paula con una amplia sonrisa.
Pedro se volvió hacia Miguel.
–Muy bien –Miguel arqueó una ceja–. ¿Pero estás seguro de poder permitírtelo? Los Chaves tenemos gustos muy caros.
–Yo no –se quejó Paula–. Nuestro restaurante tailandés favorito no es nada caro. Estoy segura de que a tí también te gustaría, papá, si te atrevieras a probarlo.
–Quizá es hora de que amplíe mis horizontes.
–Entonces, vamos –Pedro rodeó a Paula con el brazo.
Ella sonrió y lo abrazó también.
–Y esta vez vamos a permanecer todos juntos. Sin secretos ni sorpresas.
–Lo prometo –Pedro bajó la cabeza para besarla.
El aroma de su piel se apoderó de él, provocando que deseara tenerla entre sus brazos para siempre. Miguel se aclaró la garganta e interrumpió el momento romántico.
–Guarden los cariños para luego, chicos.
–De acuerdo, papá. Haremos lo posible. Hemos estado separados casi una semana, así que tenemos que recuperar el tiempo perdido.
–Estoy seguro de que lo harán.
–Sí, lo haremos –Pedro miró a Paula a los ojos–. Tenemos toda una vida por delante para disfrutar el uno del otro.
Cuando Miguel se adelantó para abrir la puerta, oyeron que decía:
–Sin duda. Pero sinceramente creo que merezco un poco de respeto.
Pero ellos estaban demasiado ocupados besándose como para contestar.
No Quiero Perderte: Capítulo 43
–Lo ves. No lo necesitabas. Lo único que necesitabas era confiar en tí mismo.
–Y tenerte a mi lado.
–Literal y figuradamente –permanecieron piel con piel sobre la cama–. Y creo recordar que estábamos en medio de algo antes de que me interrumpieran.
–Te pido disculpas por la interrupción –Pedro la besó en el cuello–. A partir de ahora, el placer irá antes que los negocios, al menos por hoy. Te quiero. Y estoy loco por tí.
–Ya lo veo –susurró ella contra su cuello–. Yo también estoy loca por tí. He de estarlo para aceptar estar contigo después de todo lo que ha pasado.
–Te compensaré por ello –le mordisqueó el cuello–. Empezando ahora mismo.
La acarició y la besó mientras ella se retorcía en la cama. Cuando estaba a punto de gemir por la intensidad del deseo, Pedro la penetró, despacio y con cuidado.
–Bienvenido a casa –susurró ella–. Te he echado de menos.
–No vuelvas a dejarme –Pedro ocultó el rostro contra el cuello de Paula–. No podría soportarlo.
–Yo tampoco –susurró ella–. Quizá podríamos quedarnos aquí para siempre.
Se movieron al unísono, disfrutando de sus cuerpos hasta que el sol se ocultó. Entonces, descansaron un rato para cenar algo antes de continuar dándose placer.
Pasaron dos días antes de que decidieran regresar a San Francisco.
–Supongo que la flexibilidad horaria es una de las ventajas de tener tu propio negocio –dijo Paula mientras metía la maleta en el coche–. Puedes tomarte días libres cuando quieras.
–Siempre que estés conmigo –Pedro la besó y cerró el maletero–. Odio que tengamos que volver en dos coches. Iré detrás de tí todo el camino.
Ella se rió.
–Parece que me estás retando a que te dé esquinazo.
–Inténtalo. Esta vez no permitiré que pase. Además, necesito que tomes las fotos de mi nuevo cliente.
–Bueno, si es por un compromiso profesional tendré que comportarme.
Pedro frunció el ceño.
–No has vuelto a ponerte el anillo de boda.
–¿Eso hace que sea mala esposa?
–Indudablemente. Pero puesto que la última vez te presioné para que te los pusieras, te daré los anillos para que hagas lo que quieras con ellos –metió la mano en el bolsillo y sacó los dos anillos.
–Quiero ponérmelos –dijo ella con convicción–. Me alegro de ser tu esposa y quiero que todo el mundo lo sepa –se puso los anillos y se mordió el labio–. Tengo que hablar con mi padre. Quizá pensaba que intentaba ayudarme, pero no está bien que se haya entrometido así.
–Quizá no nos hubiésemos conocido si no hubiera pasado esto.
–Lo sé, pero me trata como a una niña. ¿Por qué no podía habernos presentado y esperado a ver qué pasaba? –entornó los ojos–. ¿O habrías estado menos interesado sin el incentivo inicial?
–No –Pedro la miró fijamente–. Supe que tenías algo especial desde el momento en que bailé contigo.
Paula puso una amplia sonrisa.
–La sensación fue mutua.
–Y tienes razón. Tu padre no debería inmiscuirse en tu vida. Eres una mujer adulta. Iremos a verlo esta misma tarde.
Paula tragó saliva.
–No tenemos que enfrentarnos a él…
–Sí. Tienes que hacerlo. Y yo también. Ha de saber que lo que hizo estuvo mal. Que no debería meterse en la vida de los demás. ¿Quién sabe lo que podría intentar en otra ocasión? Intentará dirigir nuestro matrimonio desde su despacho.
Paula se mordió el labio.
–Tienes razón. Tiene muy claro cómo deberían hacerse las cosas. Intentará elegir nuestra vajilla y exigirá que nuestros hijos tengan el nombre de los antepasados de mi familia. Es una tradición familiar. Yo me llamo así por Paula Chaves MacBride, nacida en 1651. Hemos de detenerlo antes de que insista en que llamemos Miguel a nuestro hijo.
Pedro sonrió.
–Eso es un asunto muy serio. Vamos a ello.
Una vez en la ciudad, dejaron las cosas en casa y se dirigieron a la mansión de los Chaves. Pedro quería ir allí antes de que Paula se pusiera nerviosa y se echara atrás. Llamaron al ama de llaves y confirmaron que su padre estaba en casa, trabajando en el estudio. Paula le dijo que no le dijera nada acerca de la visita.
–Estará muy enfadado por lo de la prensa –dijo Paula mientras subían los escalones hasta la mansión.
–Se recuperará –Pedro le acarició la espalda–. Sé fuerte.
Lidia, el ama de llaves, abrazó a Paula y estuvo a punto de llorar de felicidad al verla.
–Estábamos tan preocupados. Los periódicos decían que habías desaparecido –miró a Pedro–. Has de tener más cuidado con Paula.
–Tranquila, lo haré –dijo él.
Lidia le dedicó una sonrisa y los guió al piso de arriba. Paula llamó a la puerta del despacho de Miguel Chaves y entró con la barbilla bien alta cuando él dijo:
–Adelante.
–Hola, papa –Pedro notó que Paula dudaba un instante.
–Has regresado –Miguel frunció el ceño, se puso en pie y rodeó el escritorio–. Me alegro de que estés bien –miró a Pedro y éste se forzó para permanecer callado.
Ella miró a su padre fijamente.
–¿Por qué necesitabas pagar a alguien para que se casara conmigo?
–Quería verte cómodamente asentada.
–¿Y creías que eso no sucedería nunca sin un incentivo económico? –Paula ladeó la cabeza.
–Tienes veintinueve años. Empezaba a preocuparme.
–De que me convirtiera en una vergüenza para tí. De que la gente comentara que Paula Chaves se estaba haciendo mayor y que nadie quería casarse con ella.
–Por supuesto que no. Yo… –su padre se quedó sin habla por un momento.
–Y tenerte a mi lado.
–Literal y figuradamente –permanecieron piel con piel sobre la cama–. Y creo recordar que estábamos en medio de algo antes de que me interrumpieran.
–Te pido disculpas por la interrupción –Pedro la besó en el cuello–. A partir de ahora, el placer irá antes que los negocios, al menos por hoy. Te quiero. Y estoy loco por tí.
–Ya lo veo –susurró ella contra su cuello–. Yo también estoy loca por tí. He de estarlo para aceptar estar contigo después de todo lo que ha pasado.
–Te compensaré por ello –le mordisqueó el cuello–. Empezando ahora mismo.
La acarició y la besó mientras ella se retorcía en la cama. Cuando estaba a punto de gemir por la intensidad del deseo, Pedro la penetró, despacio y con cuidado.
–Bienvenido a casa –susurró ella–. Te he echado de menos.
–No vuelvas a dejarme –Pedro ocultó el rostro contra el cuello de Paula–. No podría soportarlo.
–Yo tampoco –susurró ella–. Quizá podríamos quedarnos aquí para siempre.
Se movieron al unísono, disfrutando de sus cuerpos hasta que el sol se ocultó. Entonces, descansaron un rato para cenar algo antes de continuar dándose placer.
Pasaron dos días antes de que decidieran regresar a San Francisco.
–Supongo que la flexibilidad horaria es una de las ventajas de tener tu propio negocio –dijo Paula mientras metía la maleta en el coche–. Puedes tomarte días libres cuando quieras.
–Siempre que estés conmigo –Pedro la besó y cerró el maletero–. Odio que tengamos que volver en dos coches. Iré detrás de tí todo el camino.
Ella se rió.
–Parece que me estás retando a que te dé esquinazo.
–Inténtalo. Esta vez no permitiré que pase. Además, necesito que tomes las fotos de mi nuevo cliente.
–Bueno, si es por un compromiso profesional tendré que comportarme.
Pedro frunció el ceño.
–No has vuelto a ponerte el anillo de boda.
–¿Eso hace que sea mala esposa?
–Indudablemente. Pero puesto que la última vez te presioné para que te los pusieras, te daré los anillos para que hagas lo que quieras con ellos –metió la mano en el bolsillo y sacó los dos anillos.
–Quiero ponérmelos –dijo ella con convicción–. Me alegro de ser tu esposa y quiero que todo el mundo lo sepa –se puso los anillos y se mordió el labio–. Tengo que hablar con mi padre. Quizá pensaba que intentaba ayudarme, pero no está bien que se haya entrometido así.
–Quizá no nos hubiésemos conocido si no hubiera pasado esto.
–Lo sé, pero me trata como a una niña. ¿Por qué no podía habernos presentado y esperado a ver qué pasaba? –entornó los ojos–. ¿O habrías estado menos interesado sin el incentivo inicial?
–No –Pedro la miró fijamente–. Supe que tenías algo especial desde el momento en que bailé contigo.
Paula puso una amplia sonrisa.
–La sensación fue mutua.
–Y tienes razón. Tu padre no debería inmiscuirse en tu vida. Eres una mujer adulta. Iremos a verlo esta misma tarde.
Paula tragó saliva.
–No tenemos que enfrentarnos a él…
–Sí. Tienes que hacerlo. Y yo también. Ha de saber que lo que hizo estuvo mal. Que no debería meterse en la vida de los demás. ¿Quién sabe lo que podría intentar en otra ocasión? Intentará dirigir nuestro matrimonio desde su despacho.
Paula se mordió el labio.
–Tienes razón. Tiene muy claro cómo deberían hacerse las cosas. Intentará elegir nuestra vajilla y exigirá que nuestros hijos tengan el nombre de los antepasados de mi familia. Es una tradición familiar. Yo me llamo así por Paula Chaves MacBride, nacida en 1651. Hemos de detenerlo antes de que insista en que llamemos Miguel a nuestro hijo.
Pedro sonrió.
–Eso es un asunto muy serio. Vamos a ello.
Una vez en la ciudad, dejaron las cosas en casa y se dirigieron a la mansión de los Chaves. Pedro quería ir allí antes de que Paula se pusiera nerviosa y se echara atrás. Llamaron al ama de llaves y confirmaron que su padre estaba en casa, trabajando en el estudio. Paula le dijo que no le dijera nada acerca de la visita.
–Estará muy enfadado por lo de la prensa –dijo Paula mientras subían los escalones hasta la mansión.
–Se recuperará –Pedro le acarició la espalda–. Sé fuerte.
Lidia, el ama de llaves, abrazó a Paula y estuvo a punto de llorar de felicidad al verla.
–Estábamos tan preocupados. Los periódicos decían que habías desaparecido –miró a Pedro–. Has de tener más cuidado con Paula.
–Tranquila, lo haré –dijo él.
Lidia le dedicó una sonrisa y los guió al piso de arriba. Paula llamó a la puerta del despacho de Miguel Chaves y entró con la barbilla bien alta cuando él dijo:
–Adelante.
–Hola, papa –Pedro notó que Paula dudaba un instante.
–Has regresado –Miguel frunció el ceño, se puso en pie y rodeó el escritorio–. Me alegro de que estés bien –miró a Pedro y éste se forzó para permanecer callado.
Ella miró a su padre fijamente.
–¿Por qué necesitabas pagar a alguien para que se casara conmigo?
–Quería verte cómodamente asentada.
–¿Y creías que eso no sucedería nunca sin un incentivo económico? –Paula ladeó la cabeza.
–Tienes veintinueve años. Empezaba a preocuparme.
–De que me convirtiera en una vergüenza para tí. De que la gente comentara que Paula Chaves se estaba haciendo mayor y que nadie quería casarse con ella.
–Por supuesto que no. Yo… –su padre se quedó sin habla por un momento.
No Quiero Perderte: Capítulo 42
Paula suspiró.
–Sé lo que quieres decir. Yo nunca me había planteado dejar la casa en la que me crié. Siempre había sido mi santuario, el lugar donde cultivé mis recuerdos felices e incluso donde me escondía del mundo. Cuando te conocí, eso ya no me importaba. Sólo quería estar contigo, vivir contigo y compartirlo todo.
Paula llevó la mano hasta el botón de los pantalones de Pedro y lo desabrochó antes de bajarle la cremallera. Pedro le desabrochó el sujetador y se lo quitó para cubrirle los senos con la boca. La sentó en la cama y la acarició con la lengua hasta que su piel ardía de excitación. Ella le quitó los pantalones y, juntos, terminaron de desnudarse. Él gimió de placer al sentir sus senos presionados contra su torso. Estaba muy excitado y su miembro erecto rozaba el muslo de Paula, provocando que ella también se excitara. Estaban besándose de manera apasionada y él estaba tumbando a Paula sobre la cama cuando sonó su teléfono.
–Oh, no –dijo Pedro–. Voy a ignorarlo.
–Podría ser importante –dijo Paula–. Tienes un negocio en marcha.
–O podría ser la prensa –Pedro puso una mueca–. Especulando acerca de tu paradero.
–La heredera desaparecida –se rió ella–. Supongo que podríamos decirles que me has encontrado. Aunque me gusta ser misteriosa.
–Pues ya está –la estrechó contra su cuerpo–. Olvídate del resto del mundo. Nada importa más que tú y yo.
El teléfono dejó de sonar y Pedro rodeó a Paula por la cintura. Ella se acurrucó contra su cuerpo.
Entonces, llamaron de nuevo por teléfono.
–¿Cómo voy a contestar en estas condiciones?
–Si no contestas, puede que nunca dejes de estar en esas condiciones –Paula se fijó en su miembro erecto–. Podría contestarlo por tí –dijo ella–, pero estos días no quiero contestar tu teléfono.
Pedro arqueó una ceja.
–Prefiero que lo contestes mientras estoy aquí para que podamos hablar. No quiero que vuelvas a disgustarte y a marcharte de mi lado cuando menos me lo espere.
–Bueno, si lo pones así… –Paula se agachó y buscó el teléfono en el pantalón de Pedro.
Con el corazón acelerado, contestó: Una voz femenina habló al otro lado de la línea.
–Hola, llamo de parte de Lazer Designs. Necesitamos la dirección para poder enviar el contrato.
–Un momento –Paula se lo contó a Pedro.
–Dales la del departamento.
Paula les dió la dirección.
–Estupendo, y si puede decirle que nos gustaría contratar todo el paquete, fotografías, radio y televisión.
–Se lo diré. Gracias –se volvió hacia Pedro–. Lazer Designs quiere el paquete completo.
–¡Sí! –exclamó él con alegría–. Les conté mi situación acerca de que había devuelto el dinero y que tenía que reducir el ritmo con el que iba a comenzar el negocio. También les conté que tenía que dejar el alquiler de mi oficina, y por eso han llamado para pedir la dirección. Supongo que de todos modos han decidido seguir conmigo.
–Saben que eres el mejor –dijo Paula con orgullo.
–Con ese contrato podré continuar adelante a todo tren. Es una empresa de muebles que tiene tiendas en las quince ciudades más grandes. Me mantendrán ocupado y podré financiar otros proyectos durante al menos seis meses –se volvió hacia ella con una sonrisa–. Y todo sin un centavo de tu padre.
–Sé lo que quieres decir. Yo nunca me había planteado dejar la casa en la que me crié. Siempre había sido mi santuario, el lugar donde cultivé mis recuerdos felices e incluso donde me escondía del mundo. Cuando te conocí, eso ya no me importaba. Sólo quería estar contigo, vivir contigo y compartirlo todo.
Paula llevó la mano hasta el botón de los pantalones de Pedro y lo desabrochó antes de bajarle la cremallera. Pedro le desabrochó el sujetador y se lo quitó para cubrirle los senos con la boca. La sentó en la cama y la acarició con la lengua hasta que su piel ardía de excitación. Ella le quitó los pantalones y, juntos, terminaron de desnudarse. Él gimió de placer al sentir sus senos presionados contra su torso. Estaba muy excitado y su miembro erecto rozaba el muslo de Paula, provocando que ella también se excitara. Estaban besándose de manera apasionada y él estaba tumbando a Paula sobre la cama cuando sonó su teléfono.
–Oh, no –dijo Pedro–. Voy a ignorarlo.
–Podría ser importante –dijo Paula–. Tienes un negocio en marcha.
–O podría ser la prensa –Pedro puso una mueca–. Especulando acerca de tu paradero.
–La heredera desaparecida –se rió ella–. Supongo que podríamos decirles que me has encontrado. Aunque me gusta ser misteriosa.
–Pues ya está –la estrechó contra su cuerpo–. Olvídate del resto del mundo. Nada importa más que tú y yo.
El teléfono dejó de sonar y Pedro rodeó a Paula por la cintura. Ella se acurrucó contra su cuerpo.
Entonces, llamaron de nuevo por teléfono.
–¿Cómo voy a contestar en estas condiciones?
–Si no contestas, puede que nunca dejes de estar en esas condiciones –Paula se fijó en su miembro erecto–. Podría contestarlo por tí –dijo ella–, pero estos días no quiero contestar tu teléfono.
Pedro arqueó una ceja.
–Prefiero que lo contestes mientras estoy aquí para que podamos hablar. No quiero que vuelvas a disgustarte y a marcharte de mi lado cuando menos me lo espere.
–Bueno, si lo pones así… –Paula se agachó y buscó el teléfono en el pantalón de Pedro.
Con el corazón acelerado, contestó: Una voz femenina habló al otro lado de la línea.
–Hola, llamo de parte de Lazer Designs. Necesitamos la dirección para poder enviar el contrato.
–Un momento –Paula se lo contó a Pedro.
–Dales la del departamento.
Paula les dió la dirección.
–Estupendo, y si puede decirle que nos gustaría contratar todo el paquete, fotografías, radio y televisión.
–Se lo diré. Gracias –se volvió hacia Pedro–. Lazer Designs quiere el paquete completo.
–¡Sí! –exclamó él con alegría–. Les conté mi situación acerca de que había devuelto el dinero y que tenía que reducir el ritmo con el que iba a comenzar el negocio. También les conté que tenía que dejar el alquiler de mi oficina, y por eso han llamado para pedir la dirección. Supongo que de todos modos han decidido seguir conmigo.
–Saben que eres el mejor –dijo Paula con orgullo.
–Con ese contrato podré continuar adelante a todo tren. Es una empresa de muebles que tiene tiendas en las quince ciudades más grandes. Me mantendrán ocupado y podré financiar otros proyectos durante al menos seis meses –se volvió hacia ella con una sonrisa–. Y todo sin un centavo de tu padre.
No Quiero Perderte: Capítulo 41
–El rodaje de fotos fue muy divertido –«aunque me estuviera volviendo loca tratando de disimular mi dolor».
–Todo lo que hicimos juntos fue divertido. Ir a tomar café y caminar por el parque, o quedarnos en la cama viendo salir el sol. Quiero ver salir el sol contigo, Paula. Mañana y todos los días de mi vida. Si me dieras otra oportunidad.
–Siento haber tirado al suelo el anillo de tu abuela.
–No pasa nada. Lo tengo –metió la mano en el bolsillo–. Y me encantaría que te lo volvieras a poner.
Ella se fijó en que él todavía llevaba su alianza. Pedro se dió cuenta de que ella le miraba la mano izquierda.
–Nunca me lo he quitado. Sé que nuestro matrimonio comenzó de una manera extraña, Pau, pero sigo creyendo en nosotros. Creo de corazón que estamos hechos para estar juntos.
–¿Estás diciendo que mi padre era adivino? –no pudo evitar bromear.
–Puede que lo sea. En el mundo de las finanzas lo llaman el gurú. Quizá tenga poderes para hacer algo más que adivinar en qué negocio debe invertir.
–Ha debido quedarse horrorizado con los medios de comunicación.
–Estoy seguro de ello –se encogió de hombros–. Pero no me importa. Sólo quería encontrarte. Siento si la prensa te ha avergonzado, pero quería que todo el mundo supiera que te estaba buscando.
–Has sido muy listo al enviarme el periódico para ablandarme el corazón.
Él frunció el ceño.
–No te envié el periódico. Sólo vine hasta aquí y me acerqué a tu puerta.
–¿Cómo sabías que estaba aquí?
Pedro tragó saliva.
–Marcela.
–¡Le pedí que guardara el secreto! Claro que eso fue antes de descubrir que tenía un lado oscuro. No puedo creer que te lo haya contado.
–Le dí lástima. Y le estoy muy agradecido.
–Ha debido ser ella la que envió el periódico. Cometí el error de decirle en qué pueblo estaría. Parecía muy interesada en que volviéramos juntos. ¿Por qué puede ser?
–Quizá piensa que somos perfectos el uno para el otro –la miró fijamente–. Y no sería la única.
Paula se fijó en su rostro lleno de deseo y esperanza.
–Perfectos el uno para el otro. Eso es mucho decir. Aunque es cierto que encajamos muy bien. Algunas piezas del puzzle están un poco astilladas, pero supongo que podríamos encajarlas bien.
–Se me ocurren maneras muy creativas de hacerlo –dijo él con una sonrisa.
–Estoy segura de ello –arqueó una ceja–. Promesas, promesas –el deseo se apoderó de ella. Estar cerca de aquel hombre era peligroso. Pero era un tipo de peligro al que no quería resistirse.
Dió un paso adelante. Gavin la miró como si quisiera devorarla. Incluso sin maquillaje estaba sexy e irresistible.
–¿Puedo tocarte? –preguntó con la voz entrecortada.
–Está bien.
De pronto, Pedro posó los labios en los de ella y Paula lo abrazó como si no fuera a soltarlo nunca. Los días de soledad y sufrimiento desaparecieron mientras se acurrucaba entre sus brazos. Pedro la devoró besándola de manera apasionada, como un hombre hambriento. Sus dedos le acariciaron el cabello y las curvas de su cuerpo mientras la abrazaba con fuerza. Cuando se separaron, ambos estaban jadeando.
–Nunca me he sentido tan mal en mi vida como en los días que he pasado sin tí –dijo Pedro–. Sabía que estaba loco por tí, pero no sabía cuánto hasta que te perdí.
–Todavía me da vueltas la cabeza –Paula apoyó la mejilla en el hombro de Gavin–. Todo ha sucedido tan deprisa desde que nos conocimos. He estado tan feliz y tan triste en tan poco tiempo…
–Creo que es hora de ir más despacio y saborear el momento –le agarró una mano y se la besó–. En la cama.
Paula se rió.
–Me gusta cómo piensas –señaló con la cabeza hacia el dormitorio donde momentos antes se había estado escondiendo de él.
Atravesaron la casa mientras Pedro le desabrochaba los botones de la camisa de cuadros. El deseo oscurecía su mirada mientras le retiraba la camisa y dejaba al descubierto su sujetador más feo.
–Estás preciosa. Y tus ojos son mucho más bonitos sin las lentillas verdes. Son más cálidos y… –suspiró–. Me gustas tal y como eres, al natural.
Le acarició la piel como si fuera una pieza de arte delicada. Paula sentía mucho calor. Bajo la mirada de Pedro se sentía muy guapa. Toda la vida se había sentido poco atractiva, hasta que lo conoció a él. Bajo su mirada se había convertido en una mujer segura de sí misma, consciente de su atractivo. Durante unos días, todo eso se había desvanecido. Sí, había mantenido la confianza en sí misma como persona independiente, capaz de cuidar de sí misma y de sobrevivir sin nadie que la cuidara. Pero con las manos de Pedro acariciándole los senos y el vientre, se convirtió de nuevo en la mujer deseable que él había despertado. Pedro tenía cara de cansado pero la pasión llenaba su mirada. Ella metió la mano bajo su camiseta para sentir el calor de su piel.
–Pensaba que no volvería a hacer esto nunca más –se le encogió el corazón–.
–No podía contemplar esa opción –Pedro llevó la mano hasta la cinturilla de su pantalón de chándal–. Nuestra cama estaba tan fría y vacía sin tí. Sólo podía pensar en encontrarte y llevarte a casa.
–Ya me has encontrado.
–Pero de pronto, llevarte a casa no me parece tan urgente –la besuqueó en el cuello–. Porque en donde tú estés me sentiré como en casa.
–Todo lo que hicimos juntos fue divertido. Ir a tomar café y caminar por el parque, o quedarnos en la cama viendo salir el sol. Quiero ver salir el sol contigo, Paula. Mañana y todos los días de mi vida. Si me dieras otra oportunidad.
–Siento haber tirado al suelo el anillo de tu abuela.
–No pasa nada. Lo tengo –metió la mano en el bolsillo–. Y me encantaría que te lo volvieras a poner.
Ella se fijó en que él todavía llevaba su alianza. Pedro se dió cuenta de que ella le miraba la mano izquierda.
–Nunca me lo he quitado. Sé que nuestro matrimonio comenzó de una manera extraña, Pau, pero sigo creyendo en nosotros. Creo de corazón que estamos hechos para estar juntos.
–¿Estás diciendo que mi padre era adivino? –no pudo evitar bromear.
–Puede que lo sea. En el mundo de las finanzas lo llaman el gurú. Quizá tenga poderes para hacer algo más que adivinar en qué negocio debe invertir.
–Ha debido quedarse horrorizado con los medios de comunicación.
–Estoy seguro de ello –se encogió de hombros–. Pero no me importa. Sólo quería encontrarte. Siento si la prensa te ha avergonzado, pero quería que todo el mundo supiera que te estaba buscando.
–Has sido muy listo al enviarme el periódico para ablandarme el corazón.
Él frunció el ceño.
–No te envié el periódico. Sólo vine hasta aquí y me acerqué a tu puerta.
–¿Cómo sabías que estaba aquí?
Pedro tragó saliva.
–Marcela.
–¡Le pedí que guardara el secreto! Claro que eso fue antes de descubrir que tenía un lado oscuro. No puedo creer que te lo haya contado.
–Le dí lástima. Y le estoy muy agradecido.
–Ha debido ser ella la que envió el periódico. Cometí el error de decirle en qué pueblo estaría. Parecía muy interesada en que volviéramos juntos. ¿Por qué puede ser?
–Quizá piensa que somos perfectos el uno para el otro –la miró fijamente–. Y no sería la única.
Paula se fijó en su rostro lleno de deseo y esperanza.
–Perfectos el uno para el otro. Eso es mucho decir. Aunque es cierto que encajamos muy bien. Algunas piezas del puzzle están un poco astilladas, pero supongo que podríamos encajarlas bien.
–Se me ocurren maneras muy creativas de hacerlo –dijo él con una sonrisa.
–Estoy segura de ello –arqueó una ceja–. Promesas, promesas –el deseo se apoderó de ella. Estar cerca de aquel hombre era peligroso. Pero era un tipo de peligro al que no quería resistirse.
Dió un paso adelante. Gavin la miró como si quisiera devorarla. Incluso sin maquillaje estaba sexy e irresistible.
–¿Puedo tocarte? –preguntó con la voz entrecortada.
–Está bien.
De pronto, Pedro posó los labios en los de ella y Paula lo abrazó como si no fuera a soltarlo nunca. Los días de soledad y sufrimiento desaparecieron mientras se acurrucaba entre sus brazos. Pedro la devoró besándola de manera apasionada, como un hombre hambriento. Sus dedos le acariciaron el cabello y las curvas de su cuerpo mientras la abrazaba con fuerza. Cuando se separaron, ambos estaban jadeando.
–Nunca me he sentido tan mal en mi vida como en los días que he pasado sin tí –dijo Pedro–. Sabía que estaba loco por tí, pero no sabía cuánto hasta que te perdí.
–Todavía me da vueltas la cabeza –Paula apoyó la mejilla en el hombro de Gavin–. Todo ha sucedido tan deprisa desde que nos conocimos. He estado tan feliz y tan triste en tan poco tiempo…
–Creo que es hora de ir más despacio y saborear el momento –le agarró una mano y se la besó–. En la cama.
Paula se rió.
–Me gusta cómo piensas –señaló con la cabeza hacia el dormitorio donde momentos antes se había estado escondiendo de él.
Atravesaron la casa mientras Pedro le desabrochaba los botones de la camisa de cuadros. El deseo oscurecía su mirada mientras le retiraba la camisa y dejaba al descubierto su sujetador más feo.
–Estás preciosa. Y tus ojos son mucho más bonitos sin las lentillas verdes. Son más cálidos y… –suspiró–. Me gustas tal y como eres, al natural.
Le acarició la piel como si fuera una pieza de arte delicada. Paula sentía mucho calor. Bajo la mirada de Pedro se sentía muy guapa. Toda la vida se había sentido poco atractiva, hasta que lo conoció a él. Bajo su mirada se había convertido en una mujer segura de sí misma, consciente de su atractivo. Durante unos días, todo eso se había desvanecido. Sí, había mantenido la confianza en sí misma como persona independiente, capaz de cuidar de sí misma y de sobrevivir sin nadie que la cuidara. Pero con las manos de Pedro acariciándole los senos y el vientre, se convirtió de nuevo en la mujer deseable que él había despertado. Pedro tenía cara de cansado pero la pasión llenaba su mirada. Ella metió la mano bajo su camiseta para sentir el calor de su piel.
–Pensaba que no volvería a hacer esto nunca más –se le encogió el corazón–.
–No podía contemplar esa opción –Pedro llevó la mano hasta la cinturilla de su pantalón de chándal–. Nuestra cama estaba tan fría y vacía sin tí. Sólo podía pensar en encontrarte y llevarte a casa.
–Ya me has encontrado.
–Pero de pronto, llevarte a casa no me parece tan urgente –la besuqueó en el cuello–. Porque en donde tú estés me sentiré como en casa.
jueves, 22 de noviembre de 2018
No Quiero Perderte: Capítulo 40
Paula arqueó una ceja.
–De algún modo, eso es cierto. Apuesto a que mi padre te habría exigido que se lo devolvieras.
–Puede ser. No lo quiero. Nunca aceptaré dinero de él, o de otra persona, a menos que me lo haya ganado de forma honesta –su expresión sincera provocó que a Paula se le encogiera el corazón–. Me he avergonzado de mí desde que me percaté del daño que te había hecho. Fui idiota, y sólo espero que puedas perdonarme de corazón.
–Ni siquiera sé dónde tengo mi corazón. Ha sido una semana muy estresante.
–Para mí también. He sido un desdichado sin tenerte a mi lado.
–Oh, vamos –soltó una carcajada–. Seguro que has estado demasiado ocupado con tus negocios como para llorar por mí.
–He estado muy ocupado corriendo de un lado a otro para tratar de encontrarte como para pensar en los negocios. Empezaba a pensar que te habías ido al extranjero. Es mucho más difícil encontrar a una heredera que a alguien que tiene un trabajo normal al que tiene que acudir por obligación.
Ella suspiró.
–Sí, pobre niña rica que no ha dejado de llorar en su lujoso escondite de Napa Valley. Supongo que es normal que la prensa se riera de mí.
–Nadie se ha reído de tí, pero muchos estaban preocupados. He recibido llamadas de todas partes del mundo, y algunas nada agradables. Tienes muchos amigos.
–¿Yo?
–Sin duda. Un chico de Colombia estaba tan enfadado que pensé que iba a amenazarme.
Ella sonrió.
–Nicolás. Estuvimos juntos en el grupo de teatro de la universidad. Es un encanto.
–Y una chica de Nueva York me regañó muchísimo y me dijo que era un canalla.
Ella se rió.
–Esa es Nadia. Es muy lanzada.
–Y tu tía Celina… –suspiró–. Ella tampoco se queda corta con las palabras.
–Así que no puedes esperar para llamarlas y decirles que no se preocupen, que me has encontrado y que todo está bien.
–La verdad es que no me importan nada –la miró fijamente–. La única que me importa eres tú –movió las manos en los bolsillos como si estuviera deseando sacarlas–. Eres la persona más importante del mundo para mí.
Ali se movió entre las piernas de Paula.
–Ten cuidado, estás poniendo celosa a mi gata. No creo que vaya a dejarte pasar.
Pedro miró al animal.
–Vamos, Ali, dame un respiro.
Ali movió el rabo y se metió en la casa.
–Hmm. Esa respuesta podría interpretarse de muchas maneras.
–Creo que quería decir: entra.
–Eso o: piérdete –sonrió Paula.
–Supongo que no podría culparla por pensar eso último, pero espero que tú seas más comprensiva –se miró las manos– Y quizá dejes que saque las manos de los bolsillos.
–Está bien, pero ten cuidado dónde las pones.
–Me comportaré. Aunque te advierto que están desesperadas por acariciarte.
Paula se mordió el labio inferior para disimular su sonrisa.
–Yo también te he echado de menos un poco.
–¿Sólo un poco?
Ella juntó el dedo índice con el pulgar.
–Quizá todo esto.
–Yo te he echado tanto de menos que todavía me duele, a pesar de que estoy aquí contigo.
–Puedo darte una aspirina.
–Un abrazo sería mejor –su sonrisa cautivadora la hizo sonreír.
–Será mejor que pases. No quiero que los vecinos te vean merodeando.
Pedro miró por encima del hombro. No había ninguna casa a la vista.
–Buena idea. Puede que haya moros en la costa.
–No queremos que le cuenten nada a la prensa –le ardía el cuerpo de pensarlo.
La presencia de Pedro hacía que la habitación pareciera pequeña. Él olía de maravilla, a aire fresco mezclado con una pizca de sudor. A ella le gustaba hacerlo sudar.
–Supongo que esperas que te perdone.
Él la miró a los ojos.
–No te pediré tal cosa. Prefiero continuar hacia delante. Te quiero, Pau. Sé que puede que no lo creas después de lo que ha pasado, pero perderte ha servido para asegurarme aún más de ello. Te necesito igual que necesito respirar. Los días no tienen sentido sin ti. Ni siquiera el trabajo me parece interesante si no puedo compartirlo contigo.
Paula respiró hondo.
–De algún modo, eso es cierto. Apuesto a que mi padre te habría exigido que se lo devolvieras.
–Puede ser. No lo quiero. Nunca aceptaré dinero de él, o de otra persona, a menos que me lo haya ganado de forma honesta –su expresión sincera provocó que a Paula se le encogiera el corazón–. Me he avergonzado de mí desde que me percaté del daño que te había hecho. Fui idiota, y sólo espero que puedas perdonarme de corazón.
–Ni siquiera sé dónde tengo mi corazón. Ha sido una semana muy estresante.
–Para mí también. He sido un desdichado sin tenerte a mi lado.
–Oh, vamos –soltó una carcajada–. Seguro que has estado demasiado ocupado con tus negocios como para llorar por mí.
–He estado muy ocupado corriendo de un lado a otro para tratar de encontrarte como para pensar en los negocios. Empezaba a pensar que te habías ido al extranjero. Es mucho más difícil encontrar a una heredera que a alguien que tiene un trabajo normal al que tiene que acudir por obligación.
Ella suspiró.
–Sí, pobre niña rica que no ha dejado de llorar en su lujoso escondite de Napa Valley. Supongo que es normal que la prensa se riera de mí.
–Nadie se ha reído de tí, pero muchos estaban preocupados. He recibido llamadas de todas partes del mundo, y algunas nada agradables. Tienes muchos amigos.
–¿Yo?
–Sin duda. Un chico de Colombia estaba tan enfadado que pensé que iba a amenazarme.
Ella sonrió.
–Nicolás. Estuvimos juntos en el grupo de teatro de la universidad. Es un encanto.
–Y una chica de Nueva York me regañó muchísimo y me dijo que era un canalla.
Ella se rió.
–Esa es Nadia. Es muy lanzada.
–Y tu tía Celina… –suspiró–. Ella tampoco se queda corta con las palabras.
–Así que no puedes esperar para llamarlas y decirles que no se preocupen, que me has encontrado y que todo está bien.
–La verdad es que no me importan nada –la miró fijamente–. La única que me importa eres tú –movió las manos en los bolsillos como si estuviera deseando sacarlas–. Eres la persona más importante del mundo para mí.
Ali se movió entre las piernas de Paula.
–Ten cuidado, estás poniendo celosa a mi gata. No creo que vaya a dejarte pasar.
Pedro miró al animal.
–Vamos, Ali, dame un respiro.
Ali movió el rabo y se metió en la casa.
–Hmm. Esa respuesta podría interpretarse de muchas maneras.
–Creo que quería decir: entra.
–Eso o: piérdete –sonrió Paula.
–Supongo que no podría culparla por pensar eso último, pero espero que tú seas más comprensiva –se miró las manos– Y quizá dejes que saque las manos de los bolsillos.
–Está bien, pero ten cuidado dónde las pones.
–Me comportaré. Aunque te advierto que están desesperadas por acariciarte.
Paula se mordió el labio inferior para disimular su sonrisa.
–Yo también te he echado de menos un poco.
–¿Sólo un poco?
Ella juntó el dedo índice con el pulgar.
–Quizá todo esto.
–Yo te he echado tanto de menos que todavía me duele, a pesar de que estoy aquí contigo.
–Puedo darte una aspirina.
–Un abrazo sería mejor –su sonrisa cautivadora la hizo sonreír.
–Será mejor que pases. No quiero que los vecinos te vean merodeando.
Pedro miró por encima del hombro. No había ninguna casa a la vista.
–Buena idea. Puede que haya moros en la costa.
–No queremos que le cuenten nada a la prensa –le ardía el cuerpo de pensarlo.
La presencia de Pedro hacía que la habitación pareciera pequeña. Él olía de maravilla, a aire fresco mezclado con una pizca de sudor. A ella le gustaba hacerlo sudar.
–Supongo que esperas que te perdone.
Él la miró a los ojos.
–No te pediré tal cosa. Prefiero continuar hacia delante. Te quiero, Pau. Sé que puede que no lo creas después de lo que ha pasado, pero perderte ha servido para asegurarme aún más de ello. Te necesito igual que necesito respirar. Los días no tienen sentido sin ti. Ni siquiera el trabajo me parece interesante si no puedo compartirlo contigo.
Paula respiró hondo.
No Quiero Perderte: Capítulo 39
Paula sintió que se le encogía el corazón. Entonces recordó que había llorado, que estaba despeinada, que llevaba una camisa de cuadros que había encontrado en un armario, un pantalón de chándal y unos calentadores.
–No creo que vaya a gustarte lo que te vas a encontrar.
–Créeme, si eres tú, me gustará.
–No estoy arreglada.
–Mejor. Tanto glamour era un poco agotador –se rió.
Paula se acercó despacio a la puerta y cuando agarró el pomo dudó un instante. Pedro estaba allí, al otro lado. Podía ver su silueta a través del cristal opaco y casi sentir el calor de su piel.
–Abriré si prometes no tocarme.
Temía el poder que él tenía sobre ella. Era demasiado atractivo y encantador y podría convencer a cualquiera de todo lo que se propusiera.
–No sacaré las manos de los bolsillos. ¿Te parece bien?
Paula tragó saliva y contestó.
–Sí –giró el pomo despacio, movió la llave y abrió.
Pedro llevaba una camiseta blanca que resaltaba la musculatura de su torso. Tenía las manos en los bolsillos de su pantalón oscuro. Ella se fijó en su rostro y en su boca sensual. Sus ojos grises brillaban. Su cabello oscuro estaba alborotado. Y estaba más atractivo que nunca. El deseo de lanzarse a sus brazos era desbordante… Pero lo resistió.
–Mi padre y tú tramaron todo esto antes de que ni siquiera me conocieras, ¿Verdad?
–Cierto –dijo él, bajando la vista.
–¿A quién se le ocurrió?
Pedro respiró hondo.
–Me temo que a él. Al principio pensaba que estaba bromeando. Me lo presentaron en la gala y estuvimos hablando sobre mis ambiciones. Entonces, me hizo un montón de preguntas sobre mí… De dónde era, dónde había estudiado, cuál era mi meta en la vida…
–Sin duda estaba asegurándose de que tus orígenes no mancharían el nombre de la familia Chaves.
Él esbozó una sonrisa.
–Sin duda. Creo que le gustó que descendiera de una familia de generales de la armada.
–Los Chaves eran gente belicosa. Hay quien dice que todavía lo son –contuvo una sonrisa–. ¿Así que te preguntó si te casarías conmigo por ese dinero?
–Sí. Como te dije, pensé que estaba bromeando. Después nos presentó y nos llevamos bien. Cuando tu padre y yo volvimos a hablar aquella noche, me aseguró que hablaba en serio y que yo tendría asegurado un buen comienzo.
–¿Tienes idea de lo humillante que esto es para mí?
–Ahora me doy cuenta de que me equivoqué completamente, pero en ese momento… No sé, me parecía algo de la vieja escuela. Del estilo de tu padre.
–Una especie de dote –Paula entornó los ojos.
–Sí. Algo así. Supongo que la idea de tener todo ese dinero para comenzar mi negocio hizo que no valorara otros aspectos de la situación –suspiró–. Lo siento mucho. De veras.
–No lo hagas. No eres el único hombre que se habría sentido tentado de casarse conmigo por un millón de dólares. Supongo que debería sentirme afortunada porque, al menos, mi padre escogió a uno atractivo.
–Lo tomaré como un cumplido –dijo él, medio sonriendo.
–Oh, vamos, ya sabes que eres muy atractivo. Por eso estabas tan seguro de que te saldría bien. Debes de tener montones de mujeres dispuestas a comer de tu mano.
Pedro se miró las manos que tenía en los bolsillos.
–Ahora no.
–Déjalas ahí. Esas manos son peligrosas –se cruzó de brazos–. Pero me alegro de oír la verdad. Estoy segura de que te sorprendiste cuando me conociste. Probablemente esperabas que fuera una rubia con un vestido negro ceñido.
–Me alegro de que no lo seas. Prefiero a las morenas con curvas.
Paula sintió que se le aceleraba el corazón.
–¿De veras pensaste aquella noche que te saldría bien?
–No pensé demasiado. Simplemente disfruté del baile y quería verte otra vez.
–Te diste mucha prisa. Me volviste loca.
–No eras la única que estaba volviéndose loca. Enseguida supe que eras especial.
Ella tragó saliva.
–Prefiero la verdad.
–Es la verdad. Aunque no sé cómo hacer que te la creas después de todo lo que ha pasado. Lo único que puedo decir es que he devuelto el dinero porque me he dado cuenta de que no significa nada si tú no estás a mi lado.
–¿Y tu negocio? ¿Tendrás que cerrarlo?
Él se encogió de hombros.
–Es posible, pero no disfrutaría de él si para ello tenía que perderte.
–No creo que vaya a gustarte lo que te vas a encontrar.
–Créeme, si eres tú, me gustará.
–No estoy arreglada.
–Mejor. Tanto glamour era un poco agotador –se rió.
Paula se acercó despacio a la puerta y cuando agarró el pomo dudó un instante. Pedro estaba allí, al otro lado. Podía ver su silueta a través del cristal opaco y casi sentir el calor de su piel.
–Abriré si prometes no tocarme.
Temía el poder que él tenía sobre ella. Era demasiado atractivo y encantador y podría convencer a cualquiera de todo lo que se propusiera.
–No sacaré las manos de los bolsillos. ¿Te parece bien?
Paula tragó saliva y contestó.
–Sí –giró el pomo despacio, movió la llave y abrió.
Pedro llevaba una camiseta blanca que resaltaba la musculatura de su torso. Tenía las manos en los bolsillos de su pantalón oscuro. Ella se fijó en su rostro y en su boca sensual. Sus ojos grises brillaban. Su cabello oscuro estaba alborotado. Y estaba más atractivo que nunca. El deseo de lanzarse a sus brazos era desbordante… Pero lo resistió.
–Mi padre y tú tramaron todo esto antes de que ni siquiera me conocieras, ¿Verdad?
–Cierto –dijo él, bajando la vista.
–¿A quién se le ocurrió?
Pedro respiró hondo.
–Me temo que a él. Al principio pensaba que estaba bromeando. Me lo presentaron en la gala y estuvimos hablando sobre mis ambiciones. Entonces, me hizo un montón de preguntas sobre mí… De dónde era, dónde había estudiado, cuál era mi meta en la vida…
–Sin duda estaba asegurándose de que tus orígenes no mancharían el nombre de la familia Chaves.
Él esbozó una sonrisa.
–Sin duda. Creo que le gustó que descendiera de una familia de generales de la armada.
–Los Chaves eran gente belicosa. Hay quien dice que todavía lo son –contuvo una sonrisa–. ¿Así que te preguntó si te casarías conmigo por ese dinero?
–Sí. Como te dije, pensé que estaba bromeando. Después nos presentó y nos llevamos bien. Cuando tu padre y yo volvimos a hablar aquella noche, me aseguró que hablaba en serio y que yo tendría asegurado un buen comienzo.
–¿Tienes idea de lo humillante que esto es para mí?
–Ahora me doy cuenta de que me equivoqué completamente, pero en ese momento… No sé, me parecía algo de la vieja escuela. Del estilo de tu padre.
–Una especie de dote –Paula entornó los ojos.
–Sí. Algo así. Supongo que la idea de tener todo ese dinero para comenzar mi negocio hizo que no valorara otros aspectos de la situación –suspiró–. Lo siento mucho. De veras.
–No lo hagas. No eres el único hombre que se habría sentido tentado de casarse conmigo por un millón de dólares. Supongo que debería sentirme afortunada porque, al menos, mi padre escogió a uno atractivo.
–Lo tomaré como un cumplido –dijo él, medio sonriendo.
–Oh, vamos, ya sabes que eres muy atractivo. Por eso estabas tan seguro de que te saldría bien. Debes de tener montones de mujeres dispuestas a comer de tu mano.
Pedro se miró las manos que tenía en los bolsillos.
–Ahora no.
–Déjalas ahí. Esas manos son peligrosas –se cruzó de brazos–. Pero me alegro de oír la verdad. Estoy segura de que te sorprendiste cuando me conociste. Probablemente esperabas que fuera una rubia con un vestido negro ceñido.
–Me alegro de que no lo seas. Prefiero a las morenas con curvas.
Paula sintió que se le aceleraba el corazón.
–¿De veras pensaste aquella noche que te saldría bien?
–No pensé demasiado. Simplemente disfruté del baile y quería verte otra vez.
–Te diste mucha prisa. Me volviste loca.
–No eras la única que estaba volviéndose loca. Enseguida supe que eras especial.
Ella tragó saliva.
–Prefiero la verdad.
–Es la verdad. Aunque no sé cómo hacer que te la creas después de todo lo que ha pasado. Lo único que puedo decir es que he devuelto el dinero porque me he dado cuenta de que no significa nada si tú no estás a mi lado.
–¿Y tu negocio? ¿Tendrás que cerrarlo?
Él se encogió de hombros.
–Es posible, pero no disfrutaría de él si para ello tenía que perderte.
No Quiero Perderte: Capítulo 38
Bueno, y quizá ocasionalmente tras cerrar una importante operación financiera. Desde luego, no en un artículo que hablaba de que había pagado dinero para casar a su hija. Paula se habría reído, pero las lágrimas no paraban de rodar por sus mejillas. Ali se restregó contra su pierna y ella se agachó para acariciarla. Entonces, vió la nota que se había caído al suelo.
–No quiero ver la televisión, Ali. Sería peor. ¿Por qué no pueden dejarme en paz?
Paula se dirigió hacia una pequeña habitación donde había una televisión.
–Debo de ser masoquista. O idiota –dijo en voz alta mientras la encendía–. Estoy segura de que están pasando cosas más interesantes por el mundo aparte de que una heredera infeliz se haya escapado.
En el primer canal había anuncios publicitarios, en el segundo, un campeonato local y en el tercero un anuncio de anillos de circonita.
–¿Lo ves? Tengo un sentido exagerado acerca de lo importante que soy. Nadie se preocupa por mí.
«Excepto Pedro», pensó.
–Él el que menos –comentó en voz alta.
Entonces, se le ocurrió una idea. ¿La habría llevado él el periódico? ¿A quién más le iba a importar que recibiera el mensaje? Quizá estuviera allí fuera, escondido entre los viñedos, preparado para acercarse a ella y convencerla de que regresara a su cama. Nunca. Se cruzó de brazos. No volvería a acercarse a Pedro Alfonso.
Mientras el anuncio de los anillos continuaba en la pantalla, ella se preguntó si el anillo que Pedro le había regalado lo habría heredado de su abuela en realidad o lo habría comprado por televisión. Cuando uno se casaba con alguien por dinero, no tenía sentido regalarle nada valioso. Sin embargo, era un anillo bonito. Recordó cómo lo había tirado al suelo del restaurante, entre las migas. No podía creer que hubiera tenido valor de hacer aquello. ¡Y sin planificar! Estaba demasiado enfadada y ni siquiera pensó en el numerito que estaba montando. Probablemente tenía tanta culpa como él de que los periódicos hubieran publicado la historia. La oferta de anillos continuó con la de un aspirador. Y después comenzaron las noticias. «¡Apágalas!», pensó, pero no se movió.
–La heredera Paula Chaves sigue en paradero desaparecido, cinco días después de la dolorosa ruptura con su marido –en la pantalla apareció una foto horrible de ella.
¿Y por qué siempre tenían que referirse a ella como la heredera, y no como la fotógrafa Paula Chaves, o la ciudadana…? De pronto, Pedro apareció en la pantalla, igual de atractivo que siempre y vestido con un traje oscuro. Ella no pudo evitar suspirar.
–Sí –dijo Pedro junto al micrófono–. Estoy preocupado. Lleva fuera casi una semana. Nadie sabe nada de ella, por supuesto que estoy preocupado.
–¿Cree que es más vulnerable por el hecho de que sea una heredera?
Pedro parecía confuso.
–¿Cree que pueden haberla secuestrado? –preguntó el periodista.
–No creo, pero… –frunció el ceño–. Supongo que no podemos aventurar nada hasta que regrese. Por eso estoy tan desesperado por saber dónde está –se pasó la mano por el cabello–. Paula, por favor, estés donde estés, llámame. No sé qué hacer sin tí. Eres todo para mí.
La imagen se difuminó y se convirtió en un reportaje sobre pingüinos en el zoo. Paula permaneció mirando boquiabierta al televisor. Tenía la sensación de que Pedro hablaba en serio. Notó que su corazón se aceleraba y parecía que estaba a punto de estallar.
–¡No dejes que te haga esto! –exclamó en voz alta.
Pero ¿Y si de verdad pensaba que la habían secuestrado? No quería que se preocupara por ella. A lo mejor debía llamarlo y dejarle un mensaje en el contestador.
Un mensaje en el contestador. Así era como había comenzado todo aquello. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado?
Cuando llamaron al timbre se sobresaltó. No podía abrir con el rostro lleno de lágrimas. Aunque fuera el cartero, podía haber visto las noticias. No podría salir ni a comprar huevos sin que todo el mundo la mirara. Apagó el televisor. Llamaron de nuevo a la puerta, con insistencia.
–Vete –susurró.
–Paula–una voz grave invadió la estancia.
Era Pedro. Paula sintió que le flaqueaban las piernas.«No hables. Él no puede verte. Se marchará». Pero en el fondo deseaba abrir la puerta.
–Pau, ¿Estás ahí? Soy Pedro.
Ella cerró los ojos y trató de no respirar.
–Te echo muchísimo de menos. No he podido dormir desde que te fuiste.
Ella tampoco había dormido apenas. Le resultaba difícil dormir sola cuando estaba acostumbrada a tener a un hombre musculoso a su lado.
–He devuelto el dinero.
Ella alzó la barbilla. ¿Sería verdad?
–No lo quería. No puedo creer que lo aceptara. Estaba tan obsesionado con la idea de montar mi propia agencia que ni siquiera pensé en lo que significaría para tí.
–Porque pensabas que no lo descubriría –dijo ella, antes de poder contenerse.
–¡Estás ahí! –movió la manilla de la puerta–. Déjame entrar, por favor. Tengo que disculparme por miles de cosas.
–¿Y si no quiero oír tus disculpas? –dijo ella, conteniéndose para no abrir la puerta y lanzarse a sus brazos.
–Me alegro de que estés bien.
Paula no pudo contenerse más y se acercó a la puerta. A través de los cristales opacos podía ver la silueta de Pedro. Se detuvo un instante. Si abría la puerta y lo miraba, dejaría de pensar con claridad.
–¿Mi padre te pidió que le devolvieras el dinero?
–No. Me exigió que hiciera lo posible por recuperarte. No es un hombre que se plantee la opción de fracasar.
–Supongo que por eso estás aquí, entonces.
–¡No! Estoy aquí porque quiero que vuelvas a mi lado. Te necesito, Pau. Nunca imaginé que pudiera depender tanto de otra persona para ser feliz. Desde que te marchaste he sido un desdichado. Por favor, abre la puerta. No creo que pueda sobrevivir ni un instante más sin ver tu rostro.
–No quiero ver la televisión, Ali. Sería peor. ¿Por qué no pueden dejarme en paz?
Paula se dirigió hacia una pequeña habitación donde había una televisión.
–Debo de ser masoquista. O idiota –dijo en voz alta mientras la encendía–. Estoy segura de que están pasando cosas más interesantes por el mundo aparte de que una heredera infeliz se haya escapado.
En el primer canal había anuncios publicitarios, en el segundo, un campeonato local y en el tercero un anuncio de anillos de circonita.
–¿Lo ves? Tengo un sentido exagerado acerca de lo importante que soy. Nadie se preocupa por mí.
«Excepto Pedro», pensó.
–Él el que menos –comentó en voz alta.
Entonces, se le ocurrió una idea. ¿La habría llevado él el periódico? ¿A quién más le iba a importar que recibiera el mensaje? Quizá estuviera allí fuera, escondido entre los viñedos, preparado para acercarse a ella y convencerla de que regresara a su cama. Nunca. Se cruzó de brazos. No volvería a acercarse a Pedro Alfonso.
Mientras el anuncio de los anillos continuaba en la pantalla, ella se preguntó si el anillo que Pedro le había regalado lo habría heredado de su abuela en realidad o lo habría comprado por televisión. Cuando uno se casaba con alguien por dinero, no tenía sentido regalarle nada valioso. Sin embargo, era un anillo bonito. Recordó cómo lo había tirado al suelo del restaurante, entre las migas. No podía creer que hubiera tenido valor de hacer aquello. ¡Y sin planificar! Estaba demasiado enfadada y ni siquiera pensó en el numerito que estaba montando. Probablemente tenía tanta culpa como él de que los periódicos hubieran publicado la historia. La oferta de anillos continuó con la de un aspirador. Y después comenzaron las noticias. «¡Apágalas!», pensó, pero no se movió.
–La heredera Paula Chaves sigue en paradero desaparecido, cinco días después de la dolorosa ruptura con su marido –en la pantalla apareció una foto horrible de ella.
¿Y por qué siempre tenían que referirse a ella como la heredera, y no como la fotógrafa Paula Chaves, o la ciudadana…? De pronto, Pedro apareció en la pantalla, igual de atractivo que siempre y vestido con un traje oscuro. Ella no pudo evitar suspirar.
–Sí –dijo Pedro junto al micrófono–. Estoy preocupado. Lleva fuera casi una semana. Nadie sabe nada de ella, por supuesto que estoy preocupado.
–¿Cree que es más vulnerable por el hecho de que sea una heredera?
Pedro parecía confuso.
–¿Cree que pueden haberla secuestrado? –preguntó el periodista.
–No creo, pero… –frunció el ceño–. Supongo que no podemos aventurar nada hasta que regrese. Por eso estoy tan desesperado por saber dónde está –se pasó la mano por el cabello–. Paula, por favor, estés donde estés, llámame. No sé qué hacer sin tí. Eres todo para mí.
La imagen se difuminó y se convirtió en un reportaje sobre pingüinos en el zoo. Paula permaneció mirando boquiabierta al televisor. Tenía la sensación de que Pedro hablaba en serio. Notó que su corazón se aceleraba y parecía que estaba a punto de estallar.
–¡No dejes que te haga esto! –exclamó en voz alta.
Pero ¿Y si de verdad pensaba que la habían secuestrado? No quería que se preocupara por ella. A lo mejor debía llamarlo y dejarle un mensaje en el contestador.
Un mensaje en el contestador. Así era como había comenzado todo aquello. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado?
Cuando llamaron al timbre se sobresaltó. No podía abrir con el rostro lleno de lágrimas. Aunque fuera el cartero, podía haber visto las noticias. No podría salir ni a comprar huevos sin que todo el mundo la mirara. Apagó el televisor. Llamaron de nuevo a la puerta, con insistencia.
–Vete –susurró.
–Paula–una voz grave invadió la estancia.
Era Pedro. Paula sintió que le flaqueaban las piernas.«No hables. Él no puede verte. Se marchará». Pero en el fondo deseaba abrir la puerta.
–Pau, ¿Estás ahí? Soy Pedro.
Ella cerró los ojos y trató de no respirar.
–Te echo muchísimo de menos. No he podido dormir desde que te fuiste.
Ella tampoco había dormido apenas. Le resultaba difícil dormir sola cuando estaba acostumbrada a tener a un hombre musculoso a su lado.
–He devuelto el dinero.
Ella alzó la barbilla. ¿Sería verdad?
–No lo quería. No puedo creer que lo aceptara. Estaba tan obsesionado con la idea de montar mi propia agencia que ni siquiera pensé en lo que significaría para tí.
–Porque pensabas que no lo descubriría –dijo ella, antes de poder contenerse.
–¡Estás ahí! –movió la manilla de la puerta–. Déjame entrar, por favor. Tengo que disculparme por miles de cosas.
–¿Y si no quiero oír tus disculpas? –dijo ella, conteniéndose para no abrir la puerta y lanzarse a sus brazos.
–Me alegro de que estés bien.
Paula no pudo contenerse más y se acercó a la puerta. A través de los cristales opacos podía ver la silueta de Pedro. Se detuvo un instante. Si abría la puerta y lo miraba, dejaría de pensar con claridad.
–¿Mi padre te pidió que le devolvieras el dinero?
–No. Me exigió que hiciera lo posible por recuperarte. No es un hombre que se plantee la opción de fracasar.
–Supongo que por eso estás aquí, entonces.
–¡No! Estoy aquí porque quiero que vuelvas a mi lado. Te necesito, Pau. Nunca imaginé que pudiera depender tanto de otra persona para ser feliz. Desde que te marchaste he sido un desdichado. Por favor, abre la puerta. No creo que pueda sobrevivir ni un instante más sin ver tu rostro.
No Quiero Perderte: Capítulo 37
A Paula le dolían ligeramente los músculos desde que había llegado a Napa. Quizá porque pasaba mucha parte del día caminando por las montañas, tratando de no pensar en cierto hombre. Faith se estiró en la cama junto a ella.
–Buenos días, cariño –acarició al gato.
El sol se filtraba por la persiana de la ventana e iluminaba las paredes de la bonita habitación. Hacía años que no iba por allí, pero, por supuesto, cuidaban la casa en su ausencia, como el resto de las propiedades de la familia. A su madre le encantaba ir allí los veranos cuando ella era pequeña y a menudo iban allí a ver los viñedos. Por lo que ella recordaba, su padre nunca había estado allí, ni siquiera una vez. Era una de las más de treinta propiedades de la familia, y él apenas era consciente de su existencia. Eso la convertía en un buen lugar para esconderse. Pero a pesar de que hacía un tiempo maravilloso, de que los alrededores eran preciosos y de que había toda la paz que alguien podía desear, se sentía horrible. Y todo por culpa de Pedro Alfonso.
Oyó un ruido en la otra habitación. Como un golpetazo. Salió de la cama y fue a ver qué pasaba. En la alfombrilla de la puerta de la cocina había un paquete. ¿Correo? No le había contado a nadie que iba a ir allí. Excepto a Marcela, pero ella no iba a enviarle cartas. Quizá la gente se había percatado de que había alguien viviendo en la casa y la habían incluido en la lista de correo del vecindario. Era el sobre de plástico de una conocida mensajería. Lo abrió y encontró un periódico doblado. En la portada había una nota pegada que decía: Pon las noticias de la televisión. Paula frunció el ceño. Despegó la nota de la portada y leyó el gran titular:
TE QUIERO. VUELVE CONMIGO.
Sintió un nudo en el estómago y un montón de mariposas revoloteando en él. «No te dejes llevar». Paula se regañó después de ver las letras borrosas del titular del periódico. «No es como si Pedro estuviera hablando contigo». Aun así, se volvió para buscar las gafas con una mezcla de miedo y esperanza. Cuando las encontró en la mesilla de noche, le temblaban las manos. Se las puso y miró la portada, boquiabierta. San Francisco está revolucionado con la desaparición de Paula Chaves, una heredera recién casada. ¿Desaparición? Parecía que le hubiera sucedido algo malo. ¿Estaría Pedro metido en un lío? Nadie la ha visto desde el pasado jueves, cuando se marchó después de decirle a su marido que había descubierto que le habían pagado para que se casara con ella. ¿Cómo se habían enterado?
Al parecer el padre de Paula estaba tan decidido a buscarle un buen esposo a su hija que pagó un millón de dólares al joven ejecutivo para que se casara con ella.
Paula se estremeció. Ya era bastante malo lo que le había sucedido como para que se enterara todo el mundo. Las lágrimas afloraron a sus ojos. ¿Quién sería tan cruel como para mostrarle aquello? Entonces recordó la nota en la que le decían que encendiera la televisión para ver las noticias. Cierto impulso interior le decía que no lo hiciera. ¿También quería ver cómo se mofaban de ella en la televisión? Miró de nuevo el periódico.
"Desde que se marchó, Pedro, el esposo de Paula está destrozado. Y desesperado por encontrar a su esposa se ha dirigido a los periódicos en busca de ayuda".
Paula se quedó boquiabierta y cerró el periódico. Por supuesto que estaba destrozado. No quería perder el millón de dólares, así que tenía que encontrarla y convencerla de que volviera a su lado antes de que su padre le pidiera el dinero. Respiró hondo y tiró el periódico al suelo.
El titular:
TE QUIERO. VUELVE CONMIGO
Se veía de manera distinta bajo la perspectiva de que hubiera un montón de dinero de por medio. La mayor parte de la gente se mostraría públicamente por un millón de dólares y, evidentemente, Pedro no era distinto a los demás. Su padre debía de estar clamando al cielo. Odiaba la publicidad. Era de los que pensaban que el nombre de un hombre sólo debía aparecer en los periódicos tres veces en su vida, en el anuncio de su nacimiento, en el anuncio de su boda y en la esquela de su muerte.
–Buenos días, cariño –acarició al gato.
El sol se filtraba por la persiana de la ventana e iluminaba las paredes de la bonita habitación. Hacía años que no iba por allí, pero, por supuesto, cuidaban la casa en su ausencia, como el resto de las propiedades de la familia. A su madre le encantaba ir allí los veranos cuando ella era pequeña y a menudo iban allí a ver los viñedos. Por lo que ella recordaba, su padre nunca había estado allí, ni siquiera una vez. Era una de las más de treinta propiedades de la familia, y él apenas era consciente de su existencia. Eso la convertía en un buen lugar para esconderse. Pero a pesar de que hacía un tiempo maravilloso, de que los alrededores eran preciosos y de que había toda la paz que alguien podía desear, se sentía horrible. Y todo por culpa de Pedro Alfonso.
Oyó un ruido en la otra habitación. Como un golpetazo. Salió de la cama y fue a ver qué pasaba. En la alfombrilla de la puerta de la cocina había un paquete. ¿Correo? No le había contado a nadie que iba a ir allí. Excepto a Marcela, pero ella no iba a enviarle cartas. Quizá la gente se había percatado de que había alguien viviendo en la casa y la habían incluido en la lista de correo del vecindario. Era el sobre de plástico de una conocida mensajería. Lo abrió y encontró un periódico doblado. En la portada había una nota pegada que decía: Pon las noticias de la televisión. Paula frunció el ceño. Despegó la nota de la portada y leyó el gran titular:
TE QUIERO. VUELVE CONMIGO.
Sintió un nudo en el estómago y un montón de mariposas revoloteando en él. «No te dejes llevar». Paula se regañó después de ver las letras borrosas del titular del periódico. «No es como si Pedro estuviera hablando contigo». Aun así, se volvió para buscar las gafas con una mezcla de miedo y esperanza. Cuando las encontró en la mesilla de noche, le temblaban las manos. Se las puso y miró la portada, boquiabierta. San Francisco está revolucionado con la desaparición de Paula Chaves, una heredera recién casada. ¿Desaparición? Parecía que le hubiera sucedido algo malo. ¿Estaría Pedro metido en un lío? Nadie la ha visto desde el pasado jueves, cuando se marchó después de decirle a su marido que había descubierto que le habían pagado para que se casara con ella. ¿Cómo se habían enterado?
Al parecer el padre de Paula estaba tan decidido a buscarle un buen esposo a su hija que pagó un millón de dólares al joven ejecutivo para que se casara con ella.
Paula se estremeció. Ya era bastante malo lo que le había sucedido como para que se enterara todo el mundo. Las lágrimas afloraron a sus ojos. ¿Quién sería tan cruel como para mostrarle aquello? Entonces recordó la nota en la que le decían que encendiera la televisión para ver las noticias. Cierto impulso interior le decía que no lo hiciera. ¿También quería ver cómo se mofaban de ella en la televisión? Miró de nuevo el periódico.
"Desde que se marchó, Pedro, el esposo de Paula está destrozado. Y desesperado por encontrar a su esposa se ha dirigido a los periódicos en busca de ayuda".
Paula se quedó boquiabierta y cerró el periódico. Por supuesto que estaba destrozado. No quería perder el millón de dólares, así que tenía que encontrarla y convencerla de que volviera a su lado antes de que su padre le pidiera el dinero. Respiró hondo y tiró el periódico al suelo.
El titular:
TE QUIERO. VUELVE CONMIGO
Se veía de manera distinta bajo la perspectiva de que hubiera un montón de dinero de por medio. La mayor parte de la gente se mostraría públicamente por un millón de dólares y, evidentemente, Pedro no era distinto a los demás. Su padre debía de estar clamando al cielo. Odiaba la publicidad. Era de los que pensaban que el nombre de un hombre sólo debía aparecer en los periódicos tres veces en su vida, en el anuncio de su nacimiento, en el anuncio de su boda y en la esquela de su muerte.
martes, 20 de noviembre de 2018
No Quiero Perderte: Capítulo 36
Pero no la encontraba. Había desaparecido entre la neblina de la costa. Pedro había llamado a todo el mundo que conocía y a algunas personas que no conocía. Tras cuatro días, empezaba a desesperarse. Matías Darking, un amigo de la universidad, era editor en un periódico local. Fue a verlo por si había oído algún rumor al respecto. Matías tuvo el valor de echarse a reír.
–¿Tu esposa ha huido y estás llamando a la prensa para averiguar dónde está? ¿No se supone que debería ser al revés? ¿Y si mañana te saco en los titulares? Es un día de pocas noticias, ya sabes.
–Sólo quiero saber dónde está. He hablado con todo el mundo. Estoy muy preocupado, Matías.
–¿Crees que podría saltar desde el Golden Gate Bridge?
–No, es demasiado sensata para eso –¿Por qué a la gente le parecía divertido?–. La quiero, Mati. Ella no lo sabe y necesito decírselo.
–¿Te has casado con ella sin decirle que la querías?
–Por supuesto que se lo he dicho, pero no me cree. Piensa que me he casado con ella por dinero.
–Algo que sería comprensible. ¿Te haces idea de la fortuna que tienen los Chaves?
–No me importa que sean ricos. No me importa nada excepto recuperarla. Ni siquiera me importa la maldita agencia que estado planeando durante toda mi vida. Lo echaría todo por la borda con tal de tenerla a mi lado, y no bromeo.
La idea lo sorprendió. El sueño de toda la vida no era nada comparado con la idea de pasar el resto de sus días sin Paula. Sólo llevaba fuera cuatro días. Cuatro mañanas sin su sonrisa. Cuatro tardes sin sus besos. Cuatro noches sin sentir sus brazos alrededor del cuerpo. No podría soportarlo mucho más tiempo.
–Estás loco por ella.
–He contratado a un detective, he llamado a todos lo que creo que pueden conocerla, y he ido a visitar a sus parientes. La he buscado por sus lugares favoritos de la ciudad, pero ha desaparecido. Nadie tiene ni idea de dónde está –suspiró y miró a su amigo–. Haría cualquier cosa por recuperarla, Mati.
–¿Cualquier cosa? –preguntó Matías con curiosidad.
–Cualquier cosa.
TE QUIERO. VUELVE CONMIGO.
Las letras mayúsculas de la portada del San Francisco Examiner se veían en todos los quioscos de la ciudad. Pedro sentía una mezcla de vergüenza y emoción mientras caminaba por una calle concurrida. Había recibido la llamada de un famoso programa de televisión que quería que contara su historia. Para su sorpresa, aceptó rápidamente. Había hecho la entrevista aquella mañana.
–Sí, me temo que sí acepté dinero del padre de mi esposa. Lo consideraba una inversión para mi nuevo negocio –se aclaró la garganta y miró el micrófono que llevaba enganchado a la corbata. Los focos habían hecho que rompiera a sudar y las tres cámaras que lo enfocaban no ayudaban demasiado.
–Sin embargo, no le contaste nada a tu esposa –la rubia periodista se inclinó hacia él de forma que sus pestañas casi le rozaron la mejilla.
–No, nunca se lo dije. Y en eso es en lo que me equivoqué. Es mi esposa y deberíamos confiar el uno en el otro en todos los aspectos.
–Y cuando lo descubrió se sintió muy dolida.
–Estaba destrozada. Después de enterarse de lo del dinero, decidió que sólo me había casado con ella por eso, y que no me importaba nada.
–¿Es cierto?
Pedro enderezó los hombros.
–Nada más lejos de la verdad. Quiero a Paula. Me cautivó desde el primer momento en que la ví. Es una mujer divertida, encantadora, inteligente, dulce y con talento, y quiero compartir el resto de mi vida con ella.
–Hablas como un hombre enamorado –la voz del hombre que ayudaba a presentar el programa llamó la atención de Pedro–. ¿Y es cierto que has devuelto el dinero?
–Sí. Cada centavo –se llenó de orgullo.
El día anterior había ordenado la transferencia para devolver el dinero. Había tenido que emplear gran parte de sus ahorros para cubrir el dinero que ya se había gastado en la agencia. También le había enviado a Miguel Chaves una nota personal, disculpándose por el papel que desempeñaba en aquella conspiración y por la subsiguiente publicidad. Aunque, en realidad, pensaba que aquel hombre se merecía todo aquello.
–Soy un hombre lo suficiente trabajador y ambicioso como para mantener a Paula sin ayuda. Eso lo sé ahora. Independientemente de que pueda montar mi propia agencia o tenga que trabajar para otra persona, seguiré ofreciendo lo mejor a mis clientes. Desde que la conocí, he cambiado mi perspectiva de todo. El trabajo sigue siendo importante para mí, pero he descubierto la alegría de tener una compañera. Nunca he sido tan feliz en mi vida como lo he sido durante las últimas semanas con ella. La echo muchísimo de menos.
–Eres adorable –la presentadora le dio una palmadita en la pierna–. Me casaría contigo si no te hubiera pescado esa chica afortunada –se volvió hacia una de las tres cámaras que los enfocaba–. Paula, volverás con él, ¿Verdad?
Pero no había vuelto.
–¿Tu esposa ha huido y estás llamando a la prensa para averiguar dónde está? ¿No se supone que debería ser al revés? ¿Y si mañana te saco en los titulares? Es un día de pocas noticias, ya sabes.
–Sólo quiero saber dónde está. He hablado con todo el mundo. Estoy muy preocupado, Matías.
–¿Crees que podría saltar desde el Golden Gate Bridge?
–No, es demasiado sensata para eso –¿Por qué a la gente le parecía divertido?–. La quiero, Mati. Ella no lo sabe y necesito decírselo.
–¿Te has casado con ella sin decirle que la querías?
–Por supuesto que se lo he dicho, pero no me cree. Piensa que me he casado con ella por dinero.
–Algo que sería comprensible. ¿Te haces idea de la fortuna que tienen los Chaves?
–No me importa que sean ricos. No me importa nada excepto recuperarla. Ni siquiera me importa la maldita agencia que estado planeando durante toda mi vida. Lo echaría todo por la borda con tal de tenerla a mi lado, y no bromeo.
La idea lo sorprendió. El sueño de toda la vida no era nada comparado con la idea de pasar el resto de sus días sin Paula. Sólo llevaba fuera cuatro días. Cuatro mañanas sin su sonrisa. Cuatro tardes sin sus besos. Cuatro noches sin sentir sus brazos alrededor del cuerpo. No podría soportarlo mucho más tiempo.
–Estás loco por ella.
–He contratado a un detective, he llamado a todos lo que creo que pueden conocerla, y he ido a visitar a sus parientes. La he buscado por sus lugares favoritos de la ciudad, pero ha desaparecido. Nadie tiene ni idea de dónde está –suspiró y miró a su amigo–. Haría cualquier cosa por recuperarla, Mati.
–¿Cualquier cosa? –preguntó Matías con curiosidad.
–Cualquier cosa.
TE QUIERO. VUELVE CONMIGO.
Las letras mayúsculas de la portada del San Francisco Examiner se veían en todos los quioscos de la ciudad. Pedro sentía una mezcla de vergüenza y emoción mientras caminaba por una calle concurrida. Había recibido la llamada de un famoso programa de televisión que quería que contara su historia. Para su sorpresa, aceptó rápidamente. Había hecho la entrevista aquella mañana.
–Sí, me temo que sí acepté dinero del padre de mi esposa. Lo consideraba una inversión para mi nuevo negocio –se aclaró la garganta y miró el micrófono que llevaba enganchado a la corbata. Los focos habían hecho que rompiera a sudar y las tres cámaras que lo enfocaban no ayudaban demasiado.
–Sin embargo, no le contaste nada a tu esposa –la rubia periodista se inclinó hacia él de forma que sus pestañas casi le rozaron la mejilla.
–No, nunca se lo dije. Y en eso es en lo que me equivoqué. Es mi esposa y deberíamos confiar el uno en el otro en todos los aspectos.
–Y cuando lo descubrió se sintió muy dolida.
–Estaba destrozada. Después de enterarse de lo del dinero, decidió que sólo me había casado con ella por eso, y que no me importaba nada.
–¿Es cierto?
Pedro enderezó los hombros.
–Nada más lejos de la verdad. Quiero a Paula. Me cautivó desde el primer momento en que la ví. Es una mujer divertida, encantadora, inteligente, dulce y con talento, y quiero compartir el resto de mi vida con ella.
–Hablas como un hombre enamorado –la voz del hombre que ayudaba a presentar el programa llamó la atención de Pedro–. ¿Y es cierto que has devuelto el dinero?
–Sí. Cada centavo –se llenó de orgullo.
El día anterior había ordenado la transferencia para devolver el dinero. Había tenido que emplear gran parte de sus ahorros para cubrir el dinero que ya se había gastado en la agencia. También le había enviado a Miguel Chaves una nota personal, disculpándose por el papel que desempeñaba en aquella conspiración y por la subsiguiente publicidad. Aunque, en realidad, pensaba que aquel hombre se merecía todo aquello.
–Soy un hombre lo suficiente trabajador y ambicioso como para mantener a Paula sin ayuda. Eso lo sé ahora. Independientemente de que pueda montar mi propia agencia o tenga que trabajar para otra persona, seguiré ofreciendo lo mejor a mis clientes. Desde que la conocí, he cambiado mi perspectiva de todo. El trabajo sigue siendo importante para mí, pero he descubierto la alegría de tener una compañera. Nunca he sido tan feliz en mi vida como lo he sido durante las últimas semanas con ella. La echo muchísimo de menos.
–Eres adorable –la presentadora le dio una palmadita en la pierna–. Me casaría contigo si no te hubiera pescado esa chica afortunada –se volvió hacia una de las tres cámaras que los enfocaba–. Paula, volverás con él, ¿Verdad?
Pero no había vuelto.
No Quiero Perderte: Capítulo 35
Pedro estacionó el coche en la misma calle de la casa de la familia Chaves. Se fijó en que había luz en las ventanas del piso de abajo, pero en las de arriba, donde antes vivía Paula, todo estaba oscuro. Pero quizá estuviera abajo hablando con su padre. Se acercó a la puerta de la mansión. Estaba nerviosísimo y no podía quitarse de la mente las ganas que tenía de abrazarla. Deseaba explicarle que no era tan malo como ella pensaba, que de veras estaba interesado en ella y no en el dinero. Se abrió la puerta y se sorprendió al ver a Miguel Chaves vestido con esmoquin.
–Ah, Pedro–lo hizo pasar–. ¿Qué tal con Paula?
O sea que no lo sabía.
–Me temo que no muy bien –Pedro se enderezó–. Ha descubierto lo de nuestro trato.
–¿Y se ha disgustado? –Miguel lo guió hasta el recibidor principal–. Estoy seguro de que se recuperará pronto.
Pedro respiró hondo. La actitud de aquel hombre lo irritaba. Entonces, se enfadó consigo mismo. ¿No había asumido también que la encontraría y la convencería de que cambiara de opinión enseguida? Y ni siquiera había sido capaz de encontrarla. El pánico se apoderó de él.
–¿Está aquí?
–¿Aquí? –Miguel arqueó una ceja–. Por supuesto que no. Vive contigo. Pensaba que estaba cómodamente instalada en tu palacio de cristal.
Pedro frunció el ceño al oír la extraña referencia a su apartamento. Era evidente que aquellos que poseían mansiones miraban con desdén a aquellos que no las poseían, aunque supieran que eran millonarios.
–Estábamos cenando en Iago´s y me contó que había descubierto la verdad y se marchó. Estaba muy disgustada –Pedro se metió las manos en los bolsillos. De pronto, odiaba estar allí perdiendo el tiempo. Paula podía haberse marchado a cualquier sitio.
Miguel lo miró fijamente.
–¿Se marchó de Iago´s? Espero que no montara ningún numerito.
–Me tiró los anillos –Pedro se lo dijo con satisfacción. El comentario de Miguel era demasiado–. Después, se marchó de allí.
–La gente debió de ver la escena.
–Estoy seguro.
–Correrán rumores. El nombre de la familia saldrá en prensa.
Santo cielo. ¿Cómo había podido sobrevivir Paula con aquel hombre durante los veintinueve años de su vida?
–Esperaba que estuviera en el apartamento, pero se ha marchado y se ha llevado los gatos. Pensé que podría estar aquí.
–Pues no está. Y si regresa no será bienvenida. Una mujer casada debe de estar con su marido. Debes de encontrarla enseguida, antes de que comience el escándalo.
–Lo estoy intentando. ¿Tienes idea de dónde puede haber ido? –la idea de que Paula estuviera en cualquier sitio, enfadada y dolida, era como una herida abierta–. ¿Dónde suele acudir para escapar?
–Paula nunca se va a ningún sitio –Miguel se terminó una copa de whisky–. Se queda con sus gatos o se entretiene con las obras benéficas. Por eso tuve que ir yo a buscarle marido. Tiene casi treinta años y la gente comenzaba a rumorear.
–Paula es una mujer muy especial –contestó Pedro indignado ante el comentario que aquel hombre había hecho de la mujer a la que amaba. Sí, amaba, No había otra palabra para describir la poderosa emoción que sentía.
–Encuéntrala y soluciona el problema antes de que la prensa se entere. Puedo imaginar lo que dirán si la gente supiera que he pagado para que se casen con mi hija.
–Aunque lo hicieras –Pedro se puso furioso.
Tenía ganas de tirarle el millón de dólares a la cara. Pero no era el momento. Tenía que encontrar a Paula antes de que se fuera demasiado lejos. Con los medios ilimitados de los que disponía, podía tomar un avión a cualquier parte del mundo.
–Te llamaré cuando la encuentre –se volvió y se dirigió hacia la puerta.
–Será mejor que la encuentres esta noche. Si mañana veo algo de esto en los periódicos…
–¿Qué? –Pedro se volvió y lo fulminó con la mirada–. Paula es quien importa en todo esto. Está disgustada, y con motivo. Ha sido culpa mía y tengo intención de solucionarlo.
Si es que podía encontrarla.
–Ah, Pedro–lo hizo pasar–. ¿Qué tal con Paula?
O sea que no lo sabía.
–Me temo que no muy bien –Pedro se enderezó–. Ha descubierto lo de nuestro trato.
–¿Y se ha disgustado? –Miguel lo guió hasta el recibidor principal–. Estoy seguro de que se recuperará pronto.
Pedro respiró hondo. La actitud de aquel hombre lo irritaba. Entonces, se enfadó consigo mismo. ¿No había asumido también que la encontraría y la convencería de que cambiara de opinión enseguida? Y ni siquiera había sido capaz de encontrarla. El pánico se apoderó de él.
–¿Está aquí?
–¿Aquí? –Miguel arqueó una ceja–. Por supuesto que no. Vive contigo. Pensaba que estaba cómodamente instalada en tu palacio de cristal.
Pedro frunció el ceño al oír la extraña referencia a su apartamento. Era evidente que aquellos que poseían mansiones miraban con desdén a aquellos que no las poseían, aunque supieran que eran millonarios.
–Estábamos cenando en Iago´s y me contó que había descubierto la verdad y se marchó. Estaba muy disgustada –Pedro se metió las manos en los bolsillos. De pronto, odiaba estar allí perdiendo el tiempo. Paula podía haberse marchado a cualquier sitio.
Miguel lo miró fijamente.
–¿Se marchó de Iago´s? Espero que no montara ningún numerito.
–Me tiró los anillos –Pedro se lo dijo con satisfacción. El comentario de Miguel era demasiado–. Después, se marchó de allí.
–La gente debió de ver la escena.
–Estoy seguro.
–Correrán rumores. El nombre de la familia saldrá en prensa.
Santo cielo. ¿Cómo había podido sobrevivir Paula con aquel hombre durante los veintinueve años de su vida?
–Esperaba que estuviera en el apartamento, pero se ha marchado y se ha llevado los gatos. Pensé que podría estar aquí.
–Pues no está. Y si regresa no será bienvenida. Una mujer casada debe de estar con su marido. Debes de encontrarla enseguida, antes de que comience el escándalo.
–Lo estoy intentando. ¿Tienes idea de dónde puede haber ido? –la idea de que Paula estuviera en cualquier sitio, enfadada y dolida, era como una herida abierta–. ¿Dónde suele acudir para escapar?
–Paula nunca se va a ningún sitio –Miguel se terminó una copa de whisky–. Se queda con sus gatos o se entretiene con las obras benéficas. Por eso tuve que ir yo a buscarle marido. Tiene casi treinta años y la gente comenzaba a rumorear.
–Paula es una mujer muy especial –contestó Pedro indignado ante el comentario que aquel hombre había hecho de la mujer a la que amaba. Sí, amaba, No había otra palabra para describir la poderosa emoción que sentía.
–Encuéntrala y soluciona el problema antes de que la prensa se entere. Puedo imaginar lo que dirán si la gente supiera que he pagado para que se casen con mi hija.
–Aunque lo hicieras –Pedro se puso furioso.
Tenía ganas de tirarle el millón de dólares a la cara. Pero no era el momento. Tenía que encontrar a Paula antes de que se fuera demasiado lejos. Con los medios ilimitados de los que disponía, podía tomar un avión a cualquier parte del mundo.
–Te llamaré cuando la encuentre –se volvió y se dirigió hacia la puerta.
–Será mejor que la encuentres esta noche. Si mañana veo algo de esto en los periódicos…
–¿Qué? –Pedro se volvió y lo fulminó con la mirada–. Paula es quien importa en todo esto. Está disgustada, y con motivo. Ha sido culpa mía y tengo intención de solucionarlo.
Si es que podía encontrarla.
No Quiero Perderte: Capítulo 34
Paula conducía despacio por la autopista y la lluvia caía en el cristal cuando sonó su teléfono. Era probable que fuera Pedro. No pensaba contestar. Dejó que siguiera sonando y que saltara el buzón de voz. Entonces, comenzó a sonar de nuevo. Y una vez más saltó el buzón de voz. Pero continuaron llamando y Ali comenzó a maullar a modo de protesta.
–Tranquila, cariño. Pararé para decirle a ese cretino que deje de molestarnos –se detuvo en una gasolinera y contestó la llamada.
–Deja de llamarme, no quiero…
–Paula, soy yo, Marcela.
–¿Qué quieres? –preguntó con tono tenso. La idea de que Marcela fuera una traidora hacía que viera a su amiga de un modo completamente diferente. ¿Vas a decirle a Pedro dónde voy?
Paula le había contado a Marcela cuál era su plan después de la fiesta. Antes de descubrir la verdad acerca de ella.
–Sigo pensando que deberías replanteártelo todo –dijo Marcela–. ¿Cuándo pensabas marcharte?
–Ya me he ido. Estoy en la carretera.
–¿Vas hacia Napa?
–Me arrepiento de haberte contado mi plan desde que me he enterado de que eres una espía.
–¿Qué?
–No finjas que eres inocente. El detective de Brock te ha descubierto.
Elle se quedó en silencio.
–Y me pregunto si Pedro te pidió que me hicieras cambiar de imagen para que quedara mejor a su lado cuando se casara conmigo por dinero.
–Él no tuvo nada que ver con eso. Lo prometo. Estoy de acuerdo en que fue un poco interesado por su parte aceptar dinero de tu padre, pero es un hombre, ya sabes.
–Pues no lo necesito. Hasta ahora me ha ido muy bien sin un hombre a mi lado. Y también me voy a quitar estas malditas lentillas verdes –se quitó la del ojo izquierdo y la tiró al asiento de atrás.
De pronto, lo veía todo nublado y conducir así podía ser peligroso. Abrió la guantera y sacó su par de gafas de repuesto. Se quitó la segunda lentilla y la tiró al suelo antes de ponerse las gafas.
–Creo que las mejoras que he hecho en mi vida últimamente no han servido de nada. ¿Y en qué estabas pensando cuando te liaste con Antonio Maddox? Bastante contraproducente es que fuera tu jefe pero, ¿Que además lo espiaras?
–Es complicado –susurró Marcela–. Ojalá pudiera explicártelo, pero…
–Ahórratelo. Ya tengo bastante con mis problemas –se acarició el cabello–. Lo peor de todo es que me siento culpable –no podía evitar compartir sus sentimientos con Marcela.
–¿Por qué?
–Porque voy a arruinar el sueño de Pedro de montar su propia agencia. Mi padre le pedirá que le devuelva el dinero.
–No me preocuparía mucho por Pedro. Pondrá los pies en la tierra. Las personas inteligentes siempre lo hacen.
–Pareces experta en el tema.
–Confía en mí, lo soy. ¿Qué vas a hacer?
–Ni idea –y aunque lo supiera no se lo contaría a Marcela. Creía que había encontrado a una buena a miga y resultaba que era peor que su propio marido. Marido. Vaya palabra.
–Lo primero que voy a hacer es anular el matrimonio. No creo que sea la primera novia de California que se levanta un día preguntándose cómo ha podido casarse con un hombre así.
–Sigo pensando que te equivocas si vas a dejar a Pedro.
–Marcela, lo que más he temido desde que era pequeña era que un hombre se casara conmigo por dinero. No es algo que pueda perdonar.
–Supongo que todos tenemos nuestras pequeñas cosas.
–Tienes muchísima razón.
–Pero no te olvides de ponerte mascarilla en el pelo –dijo Marcela con una pizca de humor–. ¿A que se nota la diferencia?
–Admito que sí. ¿Pero me ha hecho más feliz? –soltó una risita–. Creo que estaba mejor con el pelo seco. Por cierto, tengo que seguir mi camino y dar de comer a mis gatos.
Colgó el teléfono antes de que Marcela pudiera protestar y lo apagó. Pedro no la había llamado. Probablemente no le importaba lo bastante como para que fuera a buscarla. Era posible que estuviera tratando de ver cómo podía salvar su dinero, puesto que eso era lo que quería en realidad. Habría ido a casa de su padre y estaría intentando darle la vuelta a la tortilla. Y quizá hasta le funcionara el plan. A su padre siempre le había importado más el dinero que ella. Se secó una lágrima que corría por su mejilla y limpio las gafas empañadas antes de regresar a la carretera. Al menos en Napa estaría alejada de todos y todo, y podría pensar qué hacer después. Quizá se mudara de San Francisco. Todo el mundo se reiría de ella una vez que se corriera la voz. Antes ya le parecía bastante malo ser una sosa heredera. Pero ser la mujer que había sido engañada por un cazafortunas era más de lo que podía soportar. Quizá se fuera a vivir a las montañas como una ermitaña. Los ermitaños podían tener gatos, ¿No?
–Tranquila, cariño. Pararé para decirle a ese cretino que deje de molestarnos –se detuvo en una gasolinera y contestó la llamada.
–Deja de llamarme, no quiero…
–Paula, soy yo, Marcela.
–¿Qué quieres? –preguntó con tono tenso. La idea de que Marcela fuera una traidora hacía que viera a su amiga de un modo completamente diferente. ¿Vas a decirle a Pedro dónde voy?
Paula le había contado a Marcela cuál era su plan después de la fiesta. Antes de descubrir la verdad acerca de ella.
–Sigo pensando que deberías replanteártelo todo –dijo Marcela–. ¿Cuándo pensabas marcharte?
–Ya me he ido. Estoy en la carretera.
–¿Vas hacia Napa?
–Me arrepiento de haberte contado mi plan desde que me he enterado de que eres una espía.
–¿Qué?
–No finjas que eres inocente. El detective de Brock te ha descubierto.
Elle se quedó en silencio.
–Y me pregunto si Pedro te pidió que me hicieras cambiar de imagen para que quedara mejor a su lado cuando se casara conmigo por dinero.
–Él no tuvo nada que ver con eso. Lo prometo. Estoy de acuerdo en que fue un poco interesado por su parte aceptar dinero de tu padre, pero es un hombre, ya sabes.
–Pues no lo necesito. Hasta ahora me ha ido muy bien sin un hombre a mi lado. Y también me voy a quitar estas malditas lentillas verdes –se quitó la del ojo izquierdo y la tiró al asiento de atrás.
De pronto, lo veía todo nublado y conducir así podía ser peligroso. Abrió la guantera y sacó su par de gafas de repuesto. Se quitó la segunda lentilla y la tiró al suelo antes de ponerse las gafas.
–Creo que las mejoras que he hecho en mi vida últimamente no han servido de nada. ¿Y en qué estabas pensando cuando te liaste con Antonio Maddox? Bastante contraproducente es que fuera tu jefe pero, ¿Que además lo espiaras?
–Es complicado –susurró Marcela–. Ojalá pudiera explicártelo, pero…
–Ahórratelo. Ya tengo bastante con mis problemas –se acarició el cabello–. Lo peor de todo es que me siento culpable –no podía evitar compartir sus sentimientos con Marcela.
–¿Por qué?
–Porque voy a arruinar el sueño de Pedro de montar su propia agencia. Mi padre le pedirá que le devuelva el dinero.
–No me preocuparía mucho por Pedro. Pondrá los pies en la tierra. Las personas inteligentes siempre lo hacen.
–Pareces experta en el tema.
–Confía en mí, lo soy. ¿Qué vas a hacer?
–Ni idea –y aunque lo supiera no se lo contaría a Marcela. Creía que había encontrado a una buena a miga y resultaba que era peor que su propio marido. Marido. Vaya palabra.
–Lo primero que voy a hacer es anular el matrimonio. No creo que sea la primera novia de California que se levanta un día preguntándose cómo ha podido casarse con un hombre así.
–Sigo pensando que te equivocas si vas a dejar a Pedro.
–Marcela, lo que más he temido desde que era pequeña era que un hombre se casara conmigo por dinero. No es algo que pueda perdonar.
–Supongo que todos tenemos nuestras pequeñas cosas.
–Tienes muchísima razón.
–Pero no te olvides de ponerte mascarilla en el pelo –dijo Marcela con una pizca de humor–. ¿A que se nota la diferencia?
–Admito que sí. ¿Pero me ha hecho más feliz? –soltó una risita–. Creo que estaba mejor con el pelo seco. Por cierto, tengo que seguir mi camino y dar de comer a mis gatos.
Colgó el teléfono antes de que Marcela pudiera protestar y lo apagó. Pedro no la había llamado. Probablemente no le importaba lo bastante como para que fuera a buscarla. Era posible que estuviera tratando de ver cómo podía salvar su dinero, puesto que eso era lo que quería en realidad. Habría ido a casa de su padre y estaría intentando darle la vuelta a la tortilla. Y quizá hasta le funcionara el plan. A su padre siempre le había importado más el dinero que ella. Se secó una lágrima que corría por su mejilla y limpio las gafas empañadas antes de regresar a la carretera. Al menos en Napa estaría alejada de todos y todo, y podría pensar qué hacer después. Quizá se mudara de San Francisco. Todo el mundo se reiría de ella una vez que se corriera la voz. Antes ya le parecía bastante malo ser una sosa heredera. Pero ser la mujer que había sido engañada por un cazafortunas era más de lo que podía soportar. Quizá se fuera a vivir a las montañas como una ermitaña. Los ermitaños podían tener gatos, ¿No?
No Quiero Perderte: Capítulo 33
Pedro miró los anillos mientras rebotaban en la mesa y caían al suelo. Después, se agachó para recogerlos. Las palabras de Paula reverberaban en su cabeza. Encontró el anillo de diamantes que su abuela le había dejado y se levantó, aliviado.
–Paula…
Se había marchado. Miró por el restaurante pero no la encontró. Se puso en pie con el anillo guardado en la mano.
–¿Puedo ayudarlo, señor? –un camarero se acercó deprisa.
–¿Dónde se ha ido?
–¿Su acompañante?
–¡Sí!
–Me temo que no la he visto –se acercó–. Quizá esté en el lavabo.
Pedro frunció el ceño.
–No creo. Será mejor que pague la cuenta.
–Los entrantes no tardarán, señor.
–No, pero tengo que irme –la gente lo miraba y él sacó tres billetes de cincuenta dólares del bolsillo.
De pronto, se acordó del otro anillo y se agachó para buscarlo. La alianza de oro grabada con las iniciales de ambos estaba junto a la pata de la mesa. Lo recogió y lo guardó en un bolsillo.
–¿Hay algún problema, señor? –el maître se acercó a él.
–No, ninguno. Sólo que me ha surgido un imprevisto –se aclaró la garganta y le entregó los billetes–. Quédese el cambio.
Una vez en la calle, miró a ambos lados. No había ni rastro de Paula. Una sensación de angustia lo invadió por dentro. ¿Por qué se había disgustado tanto? ¿Era tan grave que él hubiera aceptado dinero de su padre? Se pasó la mano por el cabello. Por supuesto que era grave. Paula pensaba que se había casado con ella sólo por el dinero. Se sentía culpable y avergonzado. ¿Cómo reaccionaría el padre de Paula? Pedro se preguntaba si Miguel Chaves sabía que ella lo había descubierto. A lo mejor él podría convencerla para que no provocara un escándalo. No sería bueno para ninguno. Y si ella rompía el matrimonio, Chaves podía pedirle que le devolviera el millón de dólares.
Pedro se detuvo en medio de la calle. Un coche pasó casi rozándolo y se subió a la acera. Ya se había gastado parte del dinero en el alquiler de la nueva oficina. Y había dado un depósito para reformar la sala de conferencias. Ni siquiera tenía el dinero para devolverlo. Se dirigió hacia el apartamento caminando. No había llevado el coche al restaurante porque no quedaba demasiado lejos. A Paula y a él les gustaba regresar paseando después de ir a cenar. Ella sabía muchas cosas de la arquitectura y la historia de la ciudad y siempre le mostraba cosas interesantes en las que él no había reparado. La ciudad había cobrado vida para él desde que la había conocido. Sintió un fuerte remordimiento. Era terrible que ella se hubiese enterado de esa manera. Podía imaginarla escuchando el mensaje. Debía de haberse quedado destrozada. Si pudiera encontrarla y explicarle que estaba interesado en ella y no en el dinero.
El ascensor que lo llevaría hasta su apartamento subía demasiado despacio. ¿Y si ella ya se había marchado? Tendría que ir a buscarla a casa de su padre y no le hacía ninguna gracia tener que ver a aquel hombre si ya se había desatado el escándalo. La encontraría, le diría que la amaba de verdad y que todo saldría bien. O eso esperaba. Llamó a la puerta de apartamento. Al fin y al cabo también era su casa y no quería interrumpirla si estaba llorando. No obtuvo respuesta. Sacó la llave y abrió la puerta.
–¿Paula?
El departamento estaba a oscuras. Encendió la luz y esperó a que aparecieran los gatos, pero no fue así.
–¿Faith? ¿Ali? ¿Dónde están?
Pedro sintió mucho miedo. Los gatos tampoco estaban en la casa. Paula no podía haber tenido tiempo de pasar a buscarlos así que debía de habérselos llevado con ella desde un principio. Se dirigió a su armario y lo abrió. Para su sorpresa descubrió que todavía estaba lleno de ropa, casi toda nueva y con la etiqueta puesta. Así que no se había marchado para siempre. A menos que hubiera decidido abandonar su nuevo aspecto también. Se dirigió al garaje. Tenía que ir a la mansión de los Chaves y recuperar a Paula. Y tenía que llegar antes de que el padre de Paula se enterara por otra persona de la discusión que habían tenido en público.
–Paula…
Se había marchado. Miró por el restaurante pero no la encontró. Se puso en pie con el anillo guardado en la mano.
–¿Puedo ayudarlo, señor? –un camarero se acercó deprisa.
–¿Dónde se ha ido?
–¿Su acompañante?
–¡Sí!
–Me temo que no la he visto –se acercó–. Quizá esté en el lavabo.
Pedro frunció el ceño.
–No creo. Será mejor que pague la cuenta.
–Los entrantes no tardarán, señor.
–No, pero tengo que irme –la gente lo miraba y él sacó tres billetes de cincuenta dólares del bolsillo.
De pronto, se acordó del otro anillo y se agachó para buscarlo. La alianza de oro grabada con las iniciales de ambos estaba junto a la pata de la mesa. Lo recogió y lo guardó en un bolsillo.
–¿Hay algún problema, señor? –el maître se acercó a él.
–No, ninguno. Sólo que me ha surgido un imprevisto –se aclaró la garganta y le entregó los billetes–. Quédese el cambio.
Una vez en la calle, miró a ambos lados. No había ni rastro de Paula. Una sensación de angustia lo invadió por dentro. ¿Por qué se había disgustado tanto? ¿Era tan grave que él hubiera aceptado dinero de su padre? Se pasó la mano por el cabello. Por supuesto que era grave. Paula pensaba que se había casado con ella sólo por el dinero. Se sentía culpable y avergonzado. ¿Cómo reaccionaría el padre de Paula? Pedro se preguntaba si Miguel Chaves sabía que ella lo había descubierto. A lo mejor él podría convencerla para que no provocara un escándalo. No sería bueno para ninguno. Y si ella rompía el matrimonio, Chaves podía pedirle que le devolviera el millón de dólares.
Pedro se detuvo en medio de la calle. Un coche pasó casi rozándolo y se subió a la acera. Ya se había gastado parte del dinero en el alquiler de la nueva oficina. Y había dado un depósito para reformar la sala de conferencias. Ni siquiera tenía el dinero para devolverlo. Se dirigió hacia el apartamento caminando. No había llevado el coche al restaurante porque no quedaba demasiado lejos. A Paula y a él les gustaba regresar paseando después de ir a cenar. Ella sabía muchas cosas de la arquitectura y la historia de la ciudad y siempre le mostraba cosas interesantes en las que él no había reparado. La ciudad había cobrado vida para él desde que la había conocido. Sintió un fuerte remordimiento. Era terrible que ella se hubiese enterado de esa manera. Podía imaginarla escuchando el mensaje. Debía de haberse quedado destrozada. Si pudiera encontrarla y explicarle que estaba interesado en ella y no en el dinero.
El ascensor que lo llevaría hasta su apartamento subía demasiado despacio. ¿Y si ella ya se había marchado? Tendría que ir a buscarla a casa de su padre y no le hacía ninguna gracia tener que ver a aquel hombre si ya se había desatado el escándalo. La encontraría, le diría que la amaba de verdad y que todo saldría bien. O eso esperaba. Llamó a la puerta de apartamento. Al fin y al cabo también era su casa y no quería interrumpirla si estaba llorando. No obtuvo respuesta. Sacó la llave y abrió la puerta.
–¿Paula?
El departamento estaba a oscuras. Encendió la luz y esperó a que aparecieran los gatos, pero no fue así.
–¿Faith? ¿Ali? ¿Dónde están?
Pedro sintió mucho miedo. Los gatos tampoco estaban en la casa. Paula no podía haber tenido tiempo de pasar a buscarlos así que debía de habérselos llevado con ella desde un principio. Se dirigió a su armario y lo abrió. Para su sorpresa descubrió que todavía estaba lleno de ropa, casi toda nueva y con la etiqueta puesta. Así que no se había marchado para siempre. A menos que hubiera decidido abandonar su nuevo aspecto también. Se dirigió al garaje. Tenía que ir a la mansión de los Chaves y recuperar a Paula. Y tenía que llegar antes de que el padre de Paula se enterara por otra persona de la discusión que habían tenido en público.
jueves, 15 de noviembre de 2018
No Quiero Perderte: Capítulo 32
–No me mientas –alzó la voz–. Oí lo que dijo. Estaba sorprendido por el hecho de que hubieras podido seducirme en tan poco tiempo. Normalmente soy más sensata que eso –se quitó el anillo de compromiso y el de boda–. He tenido muchos hombres interesados por mi dinero y fingiendo interés por mí, así que suelo detectarlos a una milla de distancia. Tú eras diferente. Y mucho más atractivo, por otro lado.
Lo miró un instante y pensó que podía haber besado y fotografiado aquel rostro durante toda su vida, si no hubiese sido el rostro de un traidor.
–Soy diferente. No estoy interesado en tu dinero.
–Pero lo aceptaste, ¿No es así?
–El dinero de tu padre. Sí, lo acepté. Porque quería montar mi negocio. Llevaba mucho tiempo esperando y había sufrido varios contratiempos que me impidieron hacerlo hasta que tu padre me ofreció la oportunidad…
–De aprovechar la oferta y llevarte a su hija solterona –pestañeó para contener las lágrimas–. Ahora sé por qué tenías tanta prisa por casarte. Por qué no querías un noviazgo largo que se anunciara en los periódicos, o una boda de verdad. Nada de eso te importaba porque no se trataba de nosotros. Sólo se trataba de dinero. Bueno, pues no estoy dispuesta a que me vendan, ni siquiera por un millón de dólares –su voz sobresalió del murmullo que había en el elegante restaurante cuando se levantó y le tiró los anillos a Pedro. Rebotaron en el mantel y desaparecieron mientras su silla se caía al suelo.
Paula corrió hacia la puerta, chocándose con una mesa y tambaleándose sobre sus zapatos de tacón. Jadeando, y con lágrimas en las mejillas, corrió por las escaleras de emergencia hasta que llegó a la calle. Pedro no salió tras ella. ¿Esperaba que hubiera corrido tras ella para convencerla de que todo había sido un gran error? Su romance de cuento de hadas era una farsa y su sueño nunca volvería a convertirse en realidad. Cuando llegó a la calle estaba prácticamente oscuro. Se dirigió a su coche y buscó las llaves en el bolso. Le temblaban las manos, pero Ali y Faith la saludaron con un maullido.
–Estoy aquí. Nos escaparemos juntas.
Se sentó en el asiento de cuero y arrancó el motor. Cuando se dirigió hacia la autopista, sintió que se le encogía el corazón. Había terminado. Con un poco de suerte no volvería a ver a Pedro nunca más. Quizá, incluso llegara a olvidarlo algún día. No. Nunca lo olvidaría. ¿Cómo iba a olvidar a alguien que la había engañado para comprometerse con ella? ¿Cómo iba a olvidar la seguridad de sus abrazos? ¿El poderoso roce de sus dedos contra la piel o la pasión de sus besos?
–¡Maldito sea! –golpeó el volante con el puño.
¿Por qué tenía que haberle dado placeres que nunca podría tener? Debía pagar por ello. Y lo haría. Aunque se formara un gran escándalo. Su padre le pediría que le devolviera el dinero. No iba a pagar un millón de dólares por un matrimonio que había durado menos de un mes. Miguel Chaves era un inversor demasiado astuto para eso. No. Pedro tendría que devolverlo todo, arruinaría su negocio y tendría que suplicarle a Antonio Maddox para que lo contratara de nuevo. Un sentimiento de culpa se apoderó de ella. En el fondo, deseaba que él tuviera éxito y fuera feliz. ¿Y por qué no? Era así de idiota. Soltó un gritó de angustia, repartiendo su dolor por el aire. Había sido estúpida al pensar que alguien podía llegar a amarla por ser como era.
Lo miró un instante y pensó que podía haber besado y fotografiado aquel rostro durante toda su vida, si no hubiese sido el rostro de un traidor.
–Soy diferente. No estoy interesado en tu dinero.
–Pero lo aceptaste, ¿No es así?
–El dinero de tu padre. Sí, lo acepté. Porque quería montar mi negocio. Llevaba mucho tiempo esperando y había sufrido varios contratiempos que me impidieron hacerlo hasta que tu padre me ofreció la oportunidad…
–De aprovechar la oferta y llevarte a su hija solterona –pestañeó para contener las lágrimas–. Ahora sé por qué tenías tanta prisa por casarte. Por qué no querías un noviazgo largo que se anunciara en los periódicos, o una boda de verdad. Nada de eso te importaba porque no se trataba de nosotros. Sólo se trataba de dinero. Bueno, pues no estoy dispuesta a que me vendan, ni siquiera por un millón de dólares –su voz sobresalió del murmullo que había en el elegante restaurante cuando se levantó y le tiró los anillos a Pedro. Rebotaron en el mantel y desaparecieron mientras su silla se caía al suelo.
Paula corrió hacia la puerta, chocándose con una mesa y tambaleándose sobre sus zapatos de tacón. Jadeando, y con lágrimas en las mejillas, corrió por las escaleras de emergencia hasta que llegó a la calle. Pedro no salió tras ella. ¿Esperaba que hubiera corrido tras ella para convencerla de que todo había sido un gran error? Su romance de cuento de hadas era una farsa y su sueño nunca volvería a convertirse en realidad. Cuando llegó a la calle estaba prácticamente oscuro. Se dirigió a su coche y buscó las llaves en el bolso. Le temblaban las manos, pero Ali y Faith la saludaron con un maullido.
–Estoy aquí. Nos escaparemos juntas.
Se sentó en el asiento de cuero y arrancó el motor. Cuando se dirigió hacia la autopista, sintió que se le encogía el corazón. Había terminado. Con un poco de suerte no volvería a ver a Pedro nunca más. Quizá, incluso llegara a olvidarlo algún día. No. Nunca lo olvidaría. ¿Cómo iba a olvidar a alguien que la había engañado para comprometerse con ella? ¿Cómo iba a olvidar la seguridad de sus abrazos? ¿El poderoso roce de sus dedos contra la piel o la pasión de sus besos?
–¡Maldito sea! –golpeó el volante con el puño.
¿Por qué tenía que haberle dado placeres que nunca podría tener? Debía pagar por ello. Y lo haría. Aunque se formara un gran escándalo. Su padre le pediría que le devolviera el dinero. No iba a pagar un millón de dólares por un matrimonio que había durado menos de un mes. Miguel Chaves era un inversor demasiado astuto para eso. No. Pedro tendría que devolverlo todo, arruinaría su negocio y tendría que suplicarle a Antonio Maddox para que lo contratara de nuevo. Un sentimiento de culpa se apoderó de ella. En el fondo, deseaba que él tuviera éxito y fuera feliz. ¿Y por qué no? Era así de idiota. Soltó un gritó de angustia, repartiendo su dolor por el aire. Había sido estúpida al pensar que alguien podía llegar a amarla por ser como era.
No Quiero Perderte: Capítulo 31
–Me entrenaron desde muy joven –como heredera, había aprendido a conversar con todo el mundo, desde los miembros de la realeza hasta los empleados–. A veces viene bien.
–Y estabas tan tranquila, incluso a pesar de que sabíamos que sólo teníamos un día para el rodaje.
–Sabía que lo terminaríamos.
–Ojalá hubiera más fotógrafos como tú –sonrió y levantó la copa.
¿Por qué tenía que ser tan atractivo? La sonrisa que puso Paula debía de haber sido falsa, pero no lo era. No podía evitarlo. Pedro era muy tentador.
–¿Para contratarlos a ellos en lugar de a mí? –ella arqueó una ceja y le guiñó un ojo.
–¿Por qué iba a hacer tal cosa si todo puede quedar en familia? –le agarró la mano–. ¿No te parece perfecto?
–Sí, demasiado perfecto.
La mirada de Pedro brillaba con entusiasmo, por su nuevo negocio, no por la pasión que sentía por ella. Todo era demasiado bonito para ser real. Porque, por supuesto, no lo era.
El camarero les sirvió los aperitivos. Paula agarró el tenedor pero no tenía hambre. «Ahora. Díselo ahora». Pero ¿Cómo iba a decírselo si él sonreía con cara de felicidad? Era ella la que solía calmar los ánimos y los problemas de los demás. Prefería consolar y hacer que todo el mundo se sintiera bien, aunque fuese a su costa. Era Paula, la chica buena con la que siempre se podía contar. O al menos, así solía ser. Antes de que sus sueños se convirtieran en realidad y quedaran destrozados de la manera más cruel y dolorosa posible en menos de una semana. Se le puso un fuerte dolor en el pecho que hizo que entrara en acción.
–Pedro, ¿Cuándo supiste que te habías enamorado de mí?
–Hmm, interesante pregunta.
–¿Fue cuando me viste por primera vez, con aquel vestido gris, sin maquillaje y el cabello alborotado? –lo miró tranquila–. ¿Cuando estaba tan nerviosa que apenas podía hablar?
–No, no creo que fuera entonces.
–¿Y por qué me sacaste a bailar?
–¿Por qué no?
–Bueno… –tragó saliva–, es que los hombres sólo me sacan a bailar cuando están interesados en mi dinero –lo miró muy seria–. Estoy acostumbrada a eso. De algún modo, contigo parecía distinto.
–Porque era distinto. Me siento atraído por tí, no por tu riqueza –bebió un sorbo de champán–. Me atraes por cómo eres.
El dolor que sentía Paula se hizo más intenso. ¿Cómo podía mantener esa expresión tranquila cuando la estaba mintiendo?
–Pero te sientes mas atraído por mí desde que cambié de imagen.
–No diría tal cosa –sonrió–. Bueno, puede que sí. Estás tremenda cuando te arreglas, Pau.
–Ahora lo sé. Aunque todo el mérito es de Marcela. Fue ella la que me transformó como si fuese mi hada madrina. E incluso al final conseguí un príncipe también.
Pedro frunció el ceño.
–¿Marcela te transformó? ¿Y cuál era su intención? Desde que Antonio me contó que era la espía, sé que busca algo más de lo que aparenta. Debes de tener cuidado con ella. A saber qué intenta sacar de tí. No le has dado ninguna información financiera, ¿Verdad?
–Por supuesto que no –«no, no queremos que ponga las manos sobre tu dinero». Las lágrimas inundaron sus ojos, pero consiguió contenerlas. Ya tendría tiempo para llorar más tarde–. Pero me cae bien. Y confío en ella. Soy una persona confiada o, al menos, solía serlo –le tembló la voz.
–¿Has perdido la confianza en ella?
–En ella no, en otra persona.
Pedro frunció el ceño.
–¿En quién? –se inclinó hacia delante–. Dímelo y lo solucionaremos. No quiero que nadie te haga daño –la miró fijamente a los ojos.
–En tí.
Las palabras salieron de su boca y permanecieron en el aire unos instantes. Pedro frunció el ceño.
–No lo comprendo.
–¿No? A lo mejor lo comprendes mejor si te menciono cierto número con seis ceros.
Pedro dejó el tenedor sobre la mesa, continuó mirándola fijamente y se pasó la mano por el cabello.
–Oí un mensaje que mi padre te dejó en el contestador agradeciéndote que te hubieras casado conmigo, a cambio de una cifra importante, por supuesto, ya que nadie querría quedarse a mi lado a cambio de nada.
–Él me ofreció ayuda para iniciar mi negocio. Simplemente es una inversión por su parte.
–Y estabas tan tranquila, incluso a pesar de que sabíamos que sólo teníamos un día para el rodaje.
–Sabía que lo terminaríamos.
–Ojalá hubiera más fotógrafos como tú –sonrió y levantó la copa.
¿Por qué tenía que ser tan atractivo? La sonrisa que puso Paula debía de haber sido falsa, pero no lo era. No podía evitarlo. Pedro era muy tentador.
–¿Para contratarlos a ellos en lugar de a mí? –ella arqueó una ceja y le guiñó un ojo.
–¿Por qué iba a hacer tal cosa si todo puede quedar en familia? –le agarró la mano–. ¿No te parece perfecto?
–Sí, demasiado perfecto.
La mirada de Pedro brillaba con entusiasmo, por su nuevo negocio, no por la pasión que sentía por ella. Todo era demasiado bonito para ser real. Porque, por supuesto, no lo era.
El camarero les sirvió los aperitivos. Paula agarró el tenedor pero no tenía hambre. «Ahora. Díselo ahora». Pero ¿Cómo iba a decírselo si él sonreía con cara de felicidad? Era ella la que solía calmar los ánimos y los problemas de los demás. Prefería consolar y hacer que todo el mundo se sintiera bien, aunque fuese a su costa. Era Paula, la chica buena con la que siempre se podía contar. O al menos, así solía ser. Antes de que sus sueños se convirtieran en realidad y quedaran destrozados de la manera más cruel y dolorosa posible en menos de una semana. Se le puso un fuerte dolor en el pecho que hizo que entrara en acción.
–Pedro, ¿Cuándo supiste que te habías enamorado de mí?
–Hmm, interesante pregunta.
–¿Fue cuando me viste por primera vez, con aquel vestido gris, sin maquillaje y el cabello alborotado? –lo miró tranquila–. ¿Cuando estaba tan nerviosa que apenas podía hablar?
–No, no creo que fuera entonces.
–¿Y por qué me sacaste a bailar?
–¿Por qué no?
–Bueno… –tragó saliva–, es que los hombres sólo me sacan a bailar cuando están interesados en mi dinero –lo miró muy seria–. Estoy acostumbrada a eso. De algún modo, contigo parecía distinto.
–Porque era distinto. Me siento atraído por tí, no por tu riqueza –bebió un sorbo de champán–. Me atraes por cómo eres.
El dolor que sentía Paula se hizo más intenso. ¿Cómo podía mantener esa expresión tranquila cuando la estaba mintiendo?
–Pero te sientes mas atraído por mí desde que cambié de imagen.
–No diría tal cosa –sonrió–. Bueno, puede que sí. Estás tremenda cuando te arreglas, Pau.
–Ahora lo sé. Aunque todo el mérito es de Marcela. Fue ella la que me transformó como si fuese mi hada madrina. E incluso al final conseguí un príncipe también.
Pedro frunció el ceño.
–¿Marcela te transformó? ¿Y cuál era su intención? Desde que Antonio me contó que era la espía, sé que busca algo más de lo que aparenta. Debes de tener cuidado con ella. A saber qué intenta sacar de tí. No le has dado ninguna información financiera, ¿Verdad?
–Por supuesto que no –«no, no queremos que ponga las manos sobre tu dinero». Las lágrimas inundaron sus ojos, pero consiguió contenerlas. Ya tendría tiempo para llorar más tarde–. Pero me cae bien. Y confío en ella. Soy una persona confiada o, al menos, solía serlo –le tembló la voz.
–¿Has perdido la confianza en ella?
–En ella no, en otra persona.
Pedro frunció el ceño.
–¿En quién? –se inclinó hacia delante–. Dímelo y lo solucionaremos. No quiero que nadie te haga daño –la miró fijamente a los ojos.
–En tí.
Las palabras salieron de su boca y permanecieron en el aire unos instantes. Pedro frunció el ceño.
–No lo comprendo.
–¿No? A lo mejor lo comprendes mejor si te menciono cierto número con seis ceros.
Pedro dejó el tenedor sobre la mesa, continuó mirándola fijamente y se pasó la mano por el cabello.
–Oí un mensaje que mi padre te dejó en el contestador agradeciéndote que te hubieras casado conmigo, a cambio de una cifra importante, por supuesto, ya que nadie querría quedarse a mi lado a cambio de nada.
–Él me ofreció ayuda para iniciar mi negocio. Simplemente es una inversión por su parte.
No Quiero Perderte: Capítulo 30
–¡Les han encantado las fotos! –exclamó Pedro mientras caminaban por Market Street después del rodaje.
–Sí. Parecían muy contentos –dijo ella con una sonrisa.
–Tendrías que considerar la posibilidad de dedicarte a la fotografía publicitaria –la estrechó contra su cuerpo. Iban caminando abrazados, como si fueran un matrimonio feliz.
–Puede que lo haga –«Pero no contigo».
–Parecía que lo estabas disfrutando de verdad. Hiciste un trabajo estupendo diciéndoles a los modelos cómo conseguir el aspecto perfecto. Eso no es fácil.
–Ha sido divertido. Podría imaginarme trabajando para revistas.
–Creo que esto merece una cena de celebración, así que he reservado en mi restaurante favorito, Lago´s.
Lago´s era un restaurante elegante que Bree había oído mencionar a su padre.
–¿Y por qué no? Parece el lugar perfecto para que vaya a cenar el presidente de una gran compañía de publicidad.
–Eso es lo que pensaba –la sonrisa de Pedro estuvo a punto de conseguir que ella cambiara de opinión respecto a su decisión.
Entonces, las palabras que había oído en el mensaje del contestador resonaron en su cabeza. Un millón de los grandes. Eso era en lo que consistía su relación amorosa. Había llegado el momento de poner en marcha su plan.
–Tengo que pasar por casa para cambiarme.
–Está bien, tenemos cuarenta y cinco minutos. Suponía que querrías pasar por casa. Eres tan elegante.
Paula sintió pánico al darse cuenta de que necesitaba que él no estuviera en la casa para poder recoger sus cosas y meter a los gatos en las cajas.
–Pedro, ¿Me harías el favor y pasarías a recoger una caja de fotos a casa de mi padre mientras me cambio? –eso le llevaría unos cuarenta y cinco minutos y así no podría pasar por su casa–. Dame la dirección del restaurante. Nos veremos allí.
–Claro. Toma –sacó una caja de cerillas del bolsillo y se la dió.
Paula miró la dirección. Podría estacionar en el estacionamiento público que había cerca de
allí. Respiró hondo y dijo:
–Es una caja de plástico azul que está a la izquierda de mi escritorio. No puedo creer que me la haya dejado –en realidad no necesitaba la caja para nada, pero era su oportunidad para planificar su huida.
Y podía ser que Pedro se encontrara con su padre y se felicitaran mutuamente… Justo antes de que ella sacara a la luz su plan conspirador.
Pedro entró detrás de ella en el restaurante más elegante de la ciudad. Todas las mesas estaban decoradas con flores y los clientes iban muy elegantemente vestidos. La luz del atardecer entraba por los ventanales con vistas al agua. Él la guió hasta la mesa que tenía la mejor vista de todas, en un pequeño balcón que sobresalía sobre la bahía.
–Debes de conocer a alguien para haber conseguido esta mesa –susurró ella.
–Sólo quiero lo mejor para mi bella esposa.
Paula sintió un nudo en el estómago. Aquel lugar de ambiente refinado no era el lugar para montar un numerito. Quizá debería esperar a llegar a casa antes de enfrentarse a él. No, lo tenía todo planeado. El coche cargado y los gatos esperándola en sus jaulas, junto a la medicina de Ali y la comida especial de Faith. ¿De veras podía hacer aquello? ¿Marcharse sin más? El pánico se apoderaba de ella por momentos. Respiró hondo, provocando que sus senos se hincharan bajo el vestido verde que había elegido para la ocasión. Quería que Pedro la recordara muy guapa antes de poner en marcha su plan.
Pedro le retiró la silla para que se sentara. Ella se acomodó y se colocó la servilleta en el regazo. El camarero les sirvió una copa de champán y les explicó las recomendaciones del menú.
–Hoy has estado fantástica –Pedro la miró a los ojos con ternura. Te has comportado con mucha naturalidad con los clientes. Hay gente que se pone muy nerviosa con ellos.
–Sí. Parecían muy contentos –dijo ella con una sonrisa.
–Tendrías que considerar la posibilidad de dedicarte a la fotografía publicitaria –la estrechó contra su cuerpo. Iban caminando abrazados, como si fueran un matrimonio feliz.
–Puede que lo haga –«Pero no contigo».
–Parecía que lo estabas disfrutando de verdad. Hiciste un trabajo estupendo diciéndoles a los modelos cómo conseguir el aspecto perfecto. Eso no es fácil.
–Ha sido divertido. Podría imaginarme trabajando para revistas.
–Creo que esto merece una cena de celebración, así que he reservado en mi restaurante favorito, Lago´s.
Lago´s era un restaurante elegante que Bree había oído mencionar a su padre.
–¿Y por qué no? Parece el lugar perfecto para que vaya a cenar el presidente de una gran compañía de publicidad.
–Eso es lo que pensaba –la sonrisa de Pedro estuvo a punto de conseguir que ella cambiara de opinión respecto a su decisión.
Entonces, las palabras que había oído en el mensaje del contestador resonaron en su cabeza. Un millón de los grandes. Eso era en lo que consistía su relación amorosa. Había llegado el momento de poner en marcha su plan.
–Tengo que pasar por casa para cambiarme.
–Está bien, tenemos cuarenta y cinco minutos. Suponía que querrías pasar por casa. Eres tan elegante.
Paula sintió pánico al darse cuenta de que necesitaba que él no estuviera en la casa para poder recoger sus cosas y meter a los gatos en las cajas.
–Pedro, ¿Me harías el favor y pasarías a recoger una caja de fotos a casa de mi padre mientras me cambio? –eso le llevaría unos cuarenta y cinco minutos y así no podría pasar por su casa–. Dame la dirección del restaurante. Nos veremos allí.
–Claro. Toma –sacó una caja de cerillas del bolsillo y se la dió.
Paula miró la dirección. Podría estacionar en el estacionamiento público que había cerca de
allí. Respiró hondo y dijo:
–Es una caja de plástico azul que está a la izquierda de mi escritorio. No puedo creer que me la haya dejado –en realidad no necesitaba la caja para nada, pero era su oportunidad para planificar su huida.
Y podía ser que Pedro se encontrara con su padre y se felicitaran mutuamente… Justo antes de que ella sacara a la luz su plan conspirador.
Pedro entró detrás de ella en el restaurante más elegante de la ciudad. Todas las mesas estaban decoradas con flores y los clientes iban muy elegantemente vestidos. La luz del atardecer entraba por los ventanales con vistas al agua. Él la guió hasta la mesa que tenía la mejor vista de todas, en un pequeño balcón que sobresalía sobre la bahía.
–Debes de conocer a alguien para haber conseguido esta mesa –susurró ella.
–Sólo quiero lo mejor para mi bella esposa.
Paula sintió un nudo en el estómago. Aquel lugar de ambiente refinado no era el lugar para montar un numerito. Quizá debería esperar a llegar a casa antes de enfrentarse a él. No, lo tenía todo planeado. El coche cargado y los gatos esperándola en sus jaulas, junto a la medicina de Ali y la comida especial de Faith. ¿De veras podía hacer aquello? ¿Marcharse sin más? El pánico se apoderaba de ella por momentos. Respiró hondo, provocando que sus senos se hincharan bajo el vestido verde que había elegido para la ocasión. Quería que Pedro la recordara muy guapa antes de poner en marcha su plan.
Pedro le retiró la silla para que se sentara. Ella se acomodó y se colocó la servilleta en el regazo. El camarero les sirvió una copa de champán y les explicó las recomendaciones del menú.
–Hoy has estado fantástica –Pedro la miró a los ojos con ternura. Te has comportado con mucha naturalidad con los clientes. Hay gente que se pone muy nerviosa con ellos.
No Quiero Perderte: Capítulo 29
Carlos Jewelers. Probablemente era el joyero más famoso de la zona de Bay. Su joyería era el tipo de lugar al que su padre iría a comprar unos gemelos. Y eran conocidos por sus llamativas campañas publicitarias. Pero ¿Pedro quería que trabajara o que simplemente hiciera unas fotos de forma gratuita? Ella decidió ponerlo a prueba.
–Soy fotógrafa profesional. Tendrías que pagarme –sonrió.
Pedro se quedó un poco sorprendido, pero la agarró de las manos y se las apretó.
–Por supuesto que te pagaré. Diez mil dólares por día de rodaje y otros mil por cada hora de trabajo después de las cinco. Es la tarifa más alta de Maddox.
–Entonces lo haré –una sonrisa inundó su rostro.
¿Cómo no iba a entusiasmarse con una oportunidad así? Sería divertido. Algo nuevo e inesperado para añadir a su carpeta y, quizá, una nueva dirección para su carrera fotográfica.
–Somos un gran equipo, cariño –dijo Pedro tras besarla en la boca.
A Paula se le encogió el corazón. Sólo eran un equipo mientras ella pudiera continuar con la farsa del matrimonio feliz. Él dejaría de sonreír en cuanto ella provocara un escándalo pidiéndole el divorcio. Se levantó y se dirigió al baño porque estaba al borde de las lágrimas. Lo peor era que odiaba la idea de hacerle daño, de destrozar sus sueños igual que él había destrozado los de ella. Se limpió el maquillaje con un pañuelo de papel y respiró hondo. «Se supone que tienes que vengarte, ¿Recuerdas?».
Paula sonrió con entusiasmo mientras Pedro recibía a los clientes en el estudio de fotografía que habían alquilado para el día. El equipo de Carlos lo formaba un hombre y una mujer. Eran jóvenes y modernos. Le habían enviado a Paula algunas fotos de las piezas y ella les había devuelto los bocetos con sus ideas, que les habían encantado. Había dos modelos sentados al otro lado del estudio, preparadas para ponerse las joyas y vestidas con la ropa negra que Paula había pedido prestada en su tienda favorita. La encargada de la tienda había estado encantada de ayudarla, quizá porque les había comprado montones de ropa para mejorar su nueva imagen.
La nueva secretaria de Pedro les ofreció té, café y limonada casera, mientras comentaban las ideas de Paula. Ella se sentía relajada y totalmente profesional. Tener a Pedro a su lado, sonriente y seguro de sí mismo, no le hacía daño. ¿Por qué diablos tenía que estar tan contento? ¿Y por qué no iba a estarlo? Su sueño se estaba haciendo realidad. Era difícil no compartir su entusiasmo y ella tenía que recordarse continuamente que no era más que un títere de su juego. Preparó a las modelos con la ayuda de una peluquera profesional y de una maquilladora y tomó las fotos. Los resultados fueron fantásticos, sobre todo unas copias en blanco y negro que sacó en papel en lugar de en imagen digital.
–Es un genio. ¿De dónde la has sacado? –el hombre del equipo de Carlos le dió una palmadita a Pedro en la espalda mientras miraban las fotos en un ordenador portátil.
–Soy un hombre muy afortunado. Es mi esposa –sonrió a Paula.
Ella sonrió radiante durante un instante, antes de recordar por qué era su esposa… Para que él pudiera estar allí, recibiendo de sus clientes palmaditas en la espalda. Hubiera sido mejor que no lo hubiese descubierto nunca, ya que en aquellos momentos se sentiría verdaderamente feliz y disfrutando de su trabajo como fotógrafa profesional junto al amor de su vida. Maldita venganza. No podía vivir más tiempo aquella mentira. Había llegado el momento de decirle a Pedro que sabía la verdad.
–Soy fotógrafa profesional. Tendrías que pagarme –sonrió.
Pedro se quedó un poco sorprendido, pero la agarró de las manos y se las apretó.
–Por supuesto que te pagaré. Diez mil dólares por día de rodaje y otros mil por cada hora de trabajo después de las cinco. Es la tarifa más alta de Maddox.
–Entonces lo haré –una sonrisa inundó su rostro.
¿Cómo no iba a entusiasmarse con una oportunidad así? Sería divertido. Algo nuevo e inesperado para añadir a su carpeta y, quizá, una nueva dirección para su carrera fotográfica.
–Somos un gran equipo, cariño –dijo Pedro tras besarla en la boca.
A Paula se le encogió el corazón. Sólo eran un equipo mientras ella pudiera continuar con la farsa del matrimonio feliz. Él dejaría de sonreír en cuanto ella provocara un escándalo pidiéndole el divorcio. Se levantó y se dirigió al baño porque estaba al borde de las lágrimas. Lo peor era que odiaba la idea de hacerle daño, de destrozar sus sueños igual que él había destrozado los de ella. Se limpió el maquillaje con un pañuelo de papel y respiró hondo. «Se supone que tienes que vengarte, ¿Recuerdas?».
Paula sonrió con entusiasmo mientras Pedro recibía a los clientes en el estudio de fotografía que habían alquilado para el día. El equipo de Carlos lo formaba un hombre y una mujer. Eran jóvenes y modernos. Le habían enviado a Paula algunas fotos de las piezas y ella les había devuelto los bocetos con sus ideas, que les habían encantado. Había dos modelos sentados al otro lado del estudio, preparadas para ponerse las joyas y vestidas con la ropa negra que Paula había pedido prestada en su tienda favorita. La encargada de la tienda había estado encantada de ayudarla, quizá porque les había comprado montones de ropa para mejorar su nueva imagen.
La nueva secretaria de Pedro les ofreció té, café y limonada casera, mientras comentaban las ideas de Paula. Ella se sentía relajada y totalmente profesional. Tener a Pedro a su lado, sonriente y seguro de sí mismo, no le hacía daño. ¿Por qué diablos tenía que estar tan contento? ¿Y por qué no iba a estarlo? Su sueño se estaba haciendo realidad. Era difícil no compartir su entusiasmo y ella tenía que recordarse continuamente que no era más que un títere de su juego. Preparó a las modelos con la ayuda de una peluquera profesional y de una maquilladora y tomó las fotos. Los resultados fueron fantásticos, sobre todo unas copias en blanco y negro que sacó en papel en lugar de en imagen digital.
–Es un genio. ¿De dónde la has sacado? –el hombre del equipo de Carlos le dió una palmadita a Pedro en la espalda mientras miraban las fotos en un ordenador portátil.
–Soy un hombre muy afortunado. Es mi esposa –sonrió a Paula.
Ella sonrió radiante durante un instante, antes de recordar por qué era su esposa… Para que él pudiera estar allí, recibiendo de sus clientes palmaditas en la espalda. Hubiera sido mejor que no lo hubiese descubierto nunca, ya que en aquellos momentos se sentiría verdaderamente feliz y disfrutando de su trabajo como fotógrafa profesional junto al amor de su vida. Maldita venganza. No podía vivir más tiempo aquella mentira. Había llegado el momento de decirle a Pedro que sabía la verdad.
martes, 13 de noviembre de 2018
No Quiero Perderte: Capítulo 28
Paula estaba caminando de un lado a otro del departamento cuando Pedro llegó a casa, poco antes de la medianoche. Marcela había intentado consolarla y convencerla de que Pedro merecía una segunda oportunidad, pero en aquellos momentos ella estaba demasiado dolida como para intentar cualquier otra cosa que no fuera sobrevivir a la noche.
–Hola, Pau–Pedro cerró la puerta.
–Hola, Pedro–dijo con voz temblorosa, forzando una sonrisa–. ¿Qué tal el resto de la fiesta?
Él frunció el ceño.
–Muy interesante. ¿De qué has hablado con Marcela cuando se marcharon?
Paula se quedó de piedra. ¿Marcela le había contado a Pedro que ella sabía que había hecho un trato con su padre?
–Te lo pregunto porque Antonio ha descubierto que Marcela es el espía de Maddox –dejó la chaqueta sobre una silla y se dirigió al dormitorio.
–¿Qué? –preguntó Paula.
El puzzle de su nueva vida se estaba rompiendo y ni siquiera tenía todas las piezas.
–Antonio tenía a un detective trabajando en la empresa. Ha estado vigilando y siguiendo a los empleados desde hace semanas, haciéndose pasar por un ejecutivo de cuentas. Un pésimo ejecutivo de cuentas, he de añadir. Yo no podía comprender por qué Antonio no lo despedía –sacó un refresco de la nevera y lo abrió–. ¿Quieres uno?
–No. ¿Marcela es una sinvergüenza?
–No sé si ha incumplido la ley pero, sin duda, ha perdido la confianza de Antonio.
–Pero ellos… –sintió que se sonrojaba. Quizá Pedro no sabía nada acerca de la relación íntima que mantenían.
–Están liados. También me lo ha contado él. Quizá ella lo planeó así para que él no sospechara.
Paula se dirigió al sofá y se sentó.
–¿Te ha intentado sonsacar alguna información? –preguntó Pedro, acercándose a ella.
–¿Marcela? No creo. ¿Qué tipo de información iba a querer?
–Sobre las cuentas de Maddox, supongo.
–No sé nada acerca de eso. ¿Cómo iba a saberlo yo?
Él se volvió y paseó por la habitación.
–¿Podría ser que ella quisiera información acerca de mi nueva agencia? También le haré la competencia a Golden Gate. ¿Te ha preguntado algo acerca de mis planes?
–No pero, si lo hubiera hecho, tampoco habría podido contarle nada –dijo con cierta amargura. Él no le había contado ningún plan hasta que no tenía asegurados los fondos para llevarlos a cabo gracias a su matrimonio con ella.
–Cierto –se pasó la mano por el cabello oscuro, provocando que a Paula se excitara–. ¿De qué han estado hablando?
–Cosas de chicas –«sobre tí»–. Nada que tenga que ver con el trabajo.
–Supongo que ya es algo –bebió un trago de soda–. Vamos a dejar de lado toda esta intriga y a hablar de cosas importantes.
Paula se quedó quieta, preguntándose a qué se refería.
–Lo primero, no nos hemos besado desde que he entrado por la puerta –se acercó a ella, la tomó en brazos para voltearla y la besó de manera ardiente en los labios.
Cuando la soltó, estaba sonriendo. Paula se movió para que la dejara en el suelo. Tenía el corazón acelerado y la respiración entrecortada. ¿Cómo podía seguir excitándose cuando estaba con él? Sus pezones se pusieron erectos y un fuerte calor se asentó en su entrepierna. Se sentía intranquila y sin aliento. Y todo por un hombre al que no le importaba ni una pizca. Él la dejó en el suelo con cuidado.
–La buena noticia es que ya tengo a mi primer cliente. He recibido la llamada mientras estaba en la fiesta. Carlos Jewelers quiere que haga una campaña para ellos que se publicará en las mejores revistas.
–¡Eso es fantástico! –Paula no pudo evitar entusiasmarse. ¿Cómo podía alegrarse por él después de todo lo que se había enterado?–. Has trabajado muy duro para ello –casarse con una extraña era un duro trabajo, después de todo.
–Y me gustaría que tú fueras la fotógrafa.
–Bromeas.
–Ni una pizca. He visto tu trabajo y sé que tienes un gran talento.
Paula pestañeó. ¿De veras admiraba su fotografía o era parte de la actuación? No se arriesgaría a arruinar el trabajo de su primer cliente si pensara que su trabajo no era impecable. A menos que el cliente no existiera y aquello no fuera más que una excusa para halagarla.
–Hola, Pau–Pedro cerró la puerta.
–Hola, Pedro–dijo con voz temblorosa, forzando una sonrisa–. ¿Qué tal el resto de la fiesta?
Él frunció el ceño.
–Muy interesante. ¿De qué has hablado con Marcela cuando se marcharon?
Paula se quedó de piedra. ¿Marcela le había contado a Pedro que ella sabía que había hecho un trato con su padre?
–Te lo pregunto porque Antonio ha descubierto que Marcela es el espía de Maddox –dejó la chaqueta sobre una silla y se dirigió al dormitorio.
–¿Qué? –preguntó Paula.
El puzzle de su nueva vida se estaba rompiendo y ni siquiera tenía todas las piezas.
–Antonio tenía a un detective trabajando en la empresa. Ha estado vigilando y siguiendo a los empleados desde hace semanas, haciéndose pasar por un ejecutivo de cuentas. Un pésimo ejecutivo de cuentas, he de añadir. Yo no podía comprender por qué Antonio no lo despedía –sacó un refresco de la nevera y lo abrió–. ¿Quieres uno?
–No. ¿Marcela es una sinvergüenza?
–No sé si ha incumplido la ley pero, sin duda, ha perdido la confianza de Antonio.
–Pero ellos… –sintió que se sonrojaba. Quizá Pedro no sabía nada acerca de la relación íntima que mantenían.
–Están liados. También me lo ha contado él. Quizá ella lo planeó así para que él no sospechara.
Paula se dirigió al sofá y se sentó.
–¿Te ha intentado sonsacar alguna información? –preguntó Pedro, acercándose a ella.
–¿Marcela? No creo. ¿Qué tipo de información iba a querer?
–Sobre las cuentas de Maddox, supongo.
–No sé nada acerca de eso. ¿Cómo iba a saberlo yo?
Él se volvió y paseó por la habitación.
–¿Podría ser que ella quisiera información acerca de mi nueva agencia? También le haré la competencia a Golden Gate. ¿Te ha preguntado algo acerca de mis planes?
–No pero, si lo hubiera hecho, tampoco habría podido contarle nada –dijo con cierta amargura. Él no le había contado ningún plan hasta que no tenía asegurados los fondos para llevarlos a cabo gracias a su matrimonio con ella.
–Cierto –se pasó la mano por el cabello oscuro, provocando que a Paula se excitara–. ¿De qué han estado hablando?
–Cosas de chicas –«sobre tí»–. Nada que tenga que ver con el trabajo.
–Supongo que ya es algo –bebió un trago de soda–. Vamos a dejar de lado toda esta intriga y a hablar de cosas importantes.
Paula se quedó quieta, preguntándose a qué se refería.
–Lo primero, no nos hemos besado desde que he entrado por la puerta –se acercó a ella, la tomó en brazos para voltearla y la besó de manera ardiente en los labios.
Cuando la soltó, estaba sonriendo. Paula se movió para que la dejara en el suelo. Tenía el corazón acelerado y la respiración entrecortada. ¿Cómo podía seguir excitándose cuando estaba con él? Sus pezones se pusieron erectos y un fuerte calor se asentó en su entrepierna. Se sentía intranquila y sin aliento. Y todo por un hombre al que no le importaba ni una pizca. Él la dejó en el suelo con cuidado.
–La buena noticia es que ya tengo a mi primer cliente. He recibido la llamada mientras estaba en la fiesta. Carlos Jewelers quiere que haga una campaña para ellos que se publicará en las mejores revistas.
–¡Eso es fantástico! –Paula no pudo evitar entusiasmarse. ¿Cómo podía alegrarse por él después de todo lo que se había enterado?–. Has trabajado muy duro para ello –casarse con una extraña era un duro trabajo, después de todo.
–Y me gustaría que tú fueras la fotógrafa.
–Bromeas.
–Ni una pizca. He visto tu trabajo y sé que tienes un gran talento.
Paula pestañeó. ¿De veras admiraba su fotografía o era parte de la actuación? No se arriesgaría a arruinar el trabajo de su primer cliente si pensara que su trabajo no era impecable. A menos que el cliente no existiera y aquello no fuera más que una excusa para halagarla.
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