Pero levantó una ceja.
—¿Tan obvio es?
Paula asintió con la cabeza mientras sacaba dos tazas del armario.
—Venga, cuéntamelo. ¿Qué quieres?
—Bueno, de acuerdo. Primero, quería darte las gracias por sugerir que fuese a buscar a mi hermana a Francia. Lo pasamos muy bien durante el viaje.
—¿Y?
—Los dos sabemos que las cosas van a cambiar cuando se case, pero me alegro por ella.—¿Se pelearon?
Pedro hizo una mueca.
—Nos peleamos un poco. Por mi padre, como siempre. Y por eso necesito que me apoyes el viernes por la noche, en la cena familiar.
—¿La cena familiar? Pero yo sólo soy la dama de honor.
—No, eres mucho más que eso. Tú conoces a mi hermana desde la universidad. ¿Qué te contó sobre nuestro padre?
Paula se encogió de hombros.
—No mucho, que era contable o algo así. Y que lo habían enviado a la cárcel por un desfalco, pero que ella no lo recordaba. Lo que sí me dijo es que tu madre se divorció y empezó una nueva vida, y que ella y tú sois la única familia que ha tenido.
—Sí, es cierto. Caro tenía diez años cuando pasamos de una mansión al apartamento que te enseñé el otro día, sobre el taller mecánico. Yo tuve que dejar el colegio, perdí a mis amigos, a mis profesores... todo lo que conocía. Y algo más, algo mucho más importante. Yo pensaba que mi padre era el mejor hombre del mundo y me equivoqué. Resultó ser un sinvergüenza, un delincuente —Pedro sacudió la cabeza—. Y ni siquiera era un buen delincuente, así que tampoco estaba a la altura de los otros chicos del barrio porque se supone que la policía no debe pillarte. Lucy no sabe qué clase de hombre era porque mi madre no le contó toda la verdad. Le hizo creer que no era el canalla que la prensa y el juez decían que era, sólo alguien que había cometido un error. Pero no es cierto, era un borracho, Pau. Un borracho que se gastaba el dinero de su familia en los casinos. Y el dinero que no tenía porque no era suyo, sino de la empresa. Yo tardé mucho tiempo en darme cuenta de la verdad.
—No tenía ni idea, lo siento.
—Caro no tenía edad para saber nada de eso.
—¿Por qué me lo cuentas, Pedro? —le preguntó ella apoyándose en la encimera—. ¿Por qué ahora?
—Mi padre salió de la cárcel hace tres años, pero mi madre y yo decidimos no contárselo a Caro porque su buen corazón podría haber causado muchos problemas. De modo que ella creía que seguía en prisión. Hasta hoy. Parece que mi padre ha estado viviendo en Sudáfrica, pero leía los periódicos británicos y vió el anuncio de la boda de mi hermana...
—¿Y quiere asistir?
—Por lo visto, ha decidido que tiene derecho a asistir. Como si fuéramos a recibirlo con los brazos abiertos —Pedro se pasó una mano por el pelo, nervioso.
El dolor del niño que había perdido a su padre, su vida, su futuro. Todo estaba en ese gesto.
—¿Entonces va a venir a Londres?
—Ya está aquí. Caro ha hablado con él después de comer y estaba contentísima... ¿Te lo puedes creer? Se alegra porque mi padre quiere ir a su boda. Tanto que lo ha invitado a la cena familiar del viernes —Pedro dejó escapar un largo suspiro—. Yo quiero estar allí, pero no sé si puedo estrechar la mano de ese hombre. Y si no voy, le rompería el corazón a mi hermana.
—¿Y cómo puedo ayudar yo?
—Ven a la cena el viernes. Sé mi acompañante.
—¿Tu acompañante? ¿Y no pensará tu familia que somos novios o algo así? ¿Y la chica con la que ibas a ir a la boda?
—No voy a ir con ninguna chica —dijo él, sorprendido—. Debes de tener una pobre opinión de mí si crees que estoy tonteando contigo mientras tengo una novia en algún sitio.
¿Tonteando con ella? Paula tuvo que rogarle a su corazón que no se hiciera ilusiones.
—Pero en la lista de invitados dice «Pedro Alfonso y acompañante».
Suspirando, Pedro sacó una agenda Pilot del bolsillo.
—Me paso ocho meses al año viajando de un país a otro para supervisar construcciones y el resto del tiempo trabajando en Nueva York para generar más trabajo. No me queda mucho tiempo libre para tener una vida social. No estoy casado, ni prometido ni tengo novia. Ésta es mi agenda para el resto del año, puedes echarle un vistazo si quieres.
—No me hace falta, tonto —sonrió Paula—. Pero eres un hombre muy guapo, simpático, rico... Me sorprende que no salgas con nadie.
—Gracias —se rió Pedro—. Pero en tu invitación dice lo mismo: «Paula Chaves y acompañante». Y, a menos que tengas un novio secreto, me parece que los dos estamos en el mismo barco. Tú eres una chica guapísima, inteligente, trabajadora... y sigues soltera. De modo que soy un hombre afortunado. ¿Irás conmigo a la cena del viernes? Por favor, dí que sí.
Haciendo un enorme esfuerzo, Paula consiguió no echarse en sus brazos.
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