jueves, 26 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 28

Pero levantó una ceja.

—¿Tan obvio es?

Paula asintió con la cabeza mientras sacaba dos tazas del armario.

—Venga, cuéntamelo. ¿Qué quieres?

—Bueno,  de  acuerdo.  Primero,  quería  darte  las  gracias  por  sugerir  que  fuese  a  buscar a mi hermana a Francia. Lo pasamos muy bien durante el viaje.

—¿Y?

—Los dos sabemos que las cosas van a cambiar cuando se case, pero me alegro por ella.—¿Se pelearon?

Pedro hizo una mueca.

—Nos peleamos un poco. Por mi padre, como siempre. Y por eso necesito que me apoyes el viernes por la noche, en la cena familiar.

—¿La cena familiar? Pero yo sólo soy la dama de honor.

—No, eres mucho más que eso. Tú conoces a mi hermana desde la universidad. ¿Qué te contó sobre nuestro padre?

Paula  se encogió de hombros.

—No  mucho,  que  era  contable  o  algo  así.  Y  que  lo  habían  enviado  a  la  cárcel  por un desfalco, pero que ella no lo recordaba. Lo que sí me dijo es que tu madre se divorció y empezó una nueva vida, y que ella y tú sois la única familia que ha tenido.

—Sí,  es  cierto.  Caro tenía  diez  años  cuando  pasamos  de  una  mansión  al  apartamento que te enseñé el otro día, sobre el taller mecánico. Yo tuve que dejar el colegio, perdí a mis amigos, a mis profesores... todo lo que conocía. Y algo más, algo mucho más importante. Yo pensaba que mi padre era el mejor hombre del mundo y me  equivoqué.  Resultó  ser  un  sinvergüenza,  un  delincuente  —Pedro sacudió  la  cabeza—. Y ni siquiera era un buen delincuente, así que tampoco estaba a la altura de los otros chicos del barrio porque se supone que la policía no debe pillarte. Lucy no sabe  qué  clase  de  hombre  era  porque  mi  madre  no  le  contó  toda  la  verdad.  Le  hizo  creer  que  no  era  el  canalla  que  la  prensa  y  el  juez  decían  que  era,  sólo  alguien  que  había  cometido  un  error.  Pero  no  es  cierto,  era  un  borracho,  Pau.  Un  borracho  que  se gastaba el dinero de su familia en los casinos. Y el dinero que no tenía porque no era suyo, sino de la empresa. Yo tardé mucho tiempo en darme cuenta de la verdad.

—No tenía ni idea, lo siento.

—Caro  no tenía edad para saber nada de eso.

—¿Por qué me  lo  cuentas,  Pedro?   —le   preguntó   ella   apoyándose   en   la   encimera—. ¿Por qué ahora?

—Mi padre salió de la cárcel hace tres años, pero mi madre y yo decidimos no contárselo a Caro porque su buen corazón podría haber causado muchos problemas. De  modo  que  ella  creía  que  seguía  en  prisión.  Hasta  hoy.  Parece  que  mi  padre  ha  estado  viviendo  en  Sudáfrica,  pero  leía  los  periódicos  británicos  y  vió  el  anuncio  de  la boda de mi hermana...

—¿Y quiere asistir?

—Por  lo  visto,  ha  decidido  que  tiene  derecho  a  asistir.  Como  si  fuéramos  a  recibirlo con los brazos abiertos —Pedro se pasó una mano por el pelo, nervioso.

El dolor del niño que había perdido a su padre, su vida, su futuro. Todo estaba en ese gesto.

—¿Entonces va a venir a Londres?

—Ya   está   aquí.   Caro ha   hablado   con   él   después   de   comer   y   estaba   contentísima...  ¿Te  lo  puedes  creer?  Se  alegra  porque  mi  padre  quiere  ir  a  su  boda.  Tanto que lo ha invitado a la cena familiar del viernes —Pedro dejó escapar un largo suspiro—. Yo quiero estar allí, pero no sé si puedo estrechar la mano de ese hombre. Y si no voy, le rompería el corazón a mi hermana.

—¿Y cómo puedo ayudar yo?

—Ven a la cena el viernes. Sé mi acompañante.

—¿Tu acompañante? ¿Y no pensará tu familia que somos novios o algo así? ¿Y la chica con la que ibas a ir a la boda?

—No voy  a  ir con  ninguna  chica  —dijo  él,  sorprendido—.  Debes  de  tener  una  pobre  opinión  de  mí  si  crees  que  estoy  tonteando  contigo  mientras  tengo  una  novia  en algún sitio.

¿Tonteando  con  ella?  Paula tuvo  que  rogarle  a  su  corazón  que  no  se  hiciera ilusiones.

—Pero en la lista de invitados dice «Pedro Alfonso y acompañante».

Suspirando, Pedro sacó una agenda Pilot del bolsillo.

—Me  paso  ocho  meses  al  año  viajando  de  un  país  a  otro  para  supervisar  construcciones  y  el  resto  del  tiempo  trabajando  en  Nueva  York  para  generar  más  trabajo.  No  me  queda  mucho  tiempo  libre  para  tener  una  vida  social.  No  estoy  casado, ni prometido ni tengo novia. Ésta es mi agenda para el resto del año,  puedes echarle un vistazo si quieres.

—No  me  hace  falta,  tonto  —sonrió  Paula—.  Pero  eres  un  hombre  muy  guapo,  simpático, rico... Me sorprende que no salgas con nadie.

—Gracias —se  rió  Pedro—.  Pero  en  tu  invitación  dice  lo  mismo:  «Paula Chaves y  acompañante».  Y,  a  menos  que  tengas  un  novio  secreto,  me  parece  que  los  dos  estamos en el mismo barco. Tú eres una chica guapísima, inteligente, trabajadora... y sigues soltera. De modo que soy un hombre afortunado. ¿Irás conmigo a la cena del viernes? Por favor, dí que sí.

Haciendo un enorme esfuerzo, Paula consiguió no echarse en sus brazos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario