—Sí, tienes razón. ¿Alguna idea, Fran?
—Retirarnos a una zona segura y volver el lunes, cuando esas chicas estén quejándose a sus peluqueros.
—No, imposible —dijo Pedro—. La boda de Caro es dentro de siete días. Ustedes dos quedense aquí, yo voy a ver qué puedo hacer.
—Un momento —lo interrumpió Paula—. Esas chicas te comerían vivo. Sabrás que esto es siempre culpa de los hombres, ¿Verdad? Ese novio que secuestró a Mariana es quien tiene la culpa de todo. Habría que estar embarazada de nueve meses para poder atravesar esa cola de gente...
Pedro la miró de arriba abajo, desde las cómodas zapatillas de deporte al pelo, antes de asentir con la cabeza.
—Embarazada, ¿Eh? No es mala idea. Podría funcionar.
—Casi me da miedo preguntar.
—¿Fran, tienes algún almohadón en el maletero? —preguntó Pedro.
—Sí, me parece que tengo más de uno.
—Estupendo. Señorita Chaves...
—Paula.
—Paula, ya sé que acabamos de conocernos, pero estamos a punto de convertirnos en futuros padres. ¿Qué te parece?
Ella lo miró, horrorizada.
—¿No querrás decir...?
El hombre que estaba sentado a su lado se limitó a sonreír. Y ahora podía entender por qué cualquier chica en un radio de cincuenta metros le diría que sí a todo. Paula cerró los ojos. Le había prometido a Carolina que haría cualquier cosa para ayudarla con su boda y lo haría porque era su mejor amiga y porque le debía mucho.Pero había otra razón por la que esa boda tenía que ser un éxito...Aquélla podría ser su primera tarta nupcial, pero no sería la última. Mariana ya se había puesto en contacto con ella para otras bodas y sabía que Carolina se lo había contado a todas sus amigas. Ya tenía pedidos para ocho tartas más... pero sólo si la boda de Carolina era un éxito.Necesitaba el negocio.Y necesitaba que aquel día fuera maravilloso para sus amigos.Necesitaba aquellos planes de boda.Y por eso, se encontró a sí misma preguntando:
—¿Cuántos almohadones, dos o tres?
Cuando Pedro abrió la puerta del coche, Paula comenzó una interpretación digna de un Oscar. Y aunque no llevaba un elegante vestido de noche sino un pantalón de cuadros y una camiseta azul marino que escondía dos almohadones, parecía decidida a hacer el papel de su vida.Y Pedro también. Por eso le pasó un brazo por la cintura. Pero eso la distrajo tanto que ella subió los escalones de la entrada sin darse cuenta. Juntos, atravesaron un largo corredor lleno de ansiosas mujeres, todas intentando ser escuchadas, sus gritos compitiendo en decibelios. El ruido era atronador. Paula le apretó la mano a Pedro, la señal para que colocase uno de los almohadones que empezaba a salirse de la cinturilla del pantalón.
—Vamos a hacer un trato —le dijo al oído—. Si puedo convencer a Carla para que me dé la caja, dejaré que me ayudes con la boda. Pero con una condición: tú harás el trabajo, no tu ayudante ni tu secretaria. Tú sólito.
—Yo sólito, ¿Eh?
—¿Trato hecho?
Un apretón si es que sí, dos apretones si la respuesta es no. El camino de vuelta al coche estaba obstruido por una señora mayor y su hija, las dos llorando.No podía dar marcha atrás. De modo que apretó una vez. Sin soltar su mano, Paula lo llevó hacia el mostrador, donde la pobre recepcionista intentaba controlar el caos. Afortunadamente, los almohadones y la ancha camiseta habían creado el efecto de un embarazo de ocho meses.
—Me he enterado de la desaparición de Mariana, pero mi prometido y yo nos casamos el fin de semana que viene —le dijo, mirando a Pedro con una sonrisa de adoración—. Es nuestra última oportunidad antes de que nazca Valentina, así que espero que entienda que tengo una cita urgente con Carla en... —Paula miró su reloj—, cinco minutos.
Antes de que la recepcionista pudiera contestar, se dirigió a la oficina tirando de un avergonzado Pedro y, sin molestarse en llamar a la puerta, entró directamente. Una mujer de mediana edad y traje de chaqueta rosa estaba frente a un escritorio, con la cara entre las manos. La mesa estaba cubierta de notas amarillas, el teléfono desconectado. A su lado había una botella de jerez y un vaso... y en la botella no quedaba mucho líquido.
—Hola, Carla. ¿Te acuerdas de mí?
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