jueves, 5 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 2

El quiosco donde había comprado su primera revista de automóviles seguía allí, pero la ferretería donde le arreglaban las ruedas de la bicicleta se había convertido en una elegante inmobiliaria.Y la ironía lo hizo sonreír.Sus  colegas  de  profesión  se  habían  reído  cuando  quiso  comprar  locales  en  esa  zona de Londres. «Ahí no hay beneficios, amigo». Bueno, pues había demostrado que no tenían razón. Pero  era  una  tienda  en  concreto  lo  que  le  interesaba:  la  Pastelería  Chaves,  que  llamaba la atención en la fila de edificios de ladrillo con su cartel azul y blanco.¿Cuántas  veces  había  pegado  él  la  cara  contra  el  escaparate  para  mirar  los  pasteles que eran como objetos de otro planeta para un niño sin dinero?Una  niña  pasó  a  su  lado  en  un  triciclo,  seguida  de  un  hombre  de  su  edad.  Se  parecía tanto a su hermana Carolina cuando era pequeña, que Pedro tuvo que sonreír. El pelo rubio, los ojos azules y una sonrisa que podía derretir el corazón más duro. Levantó los hombros, intentando liberar la tensión.Tal vez estar allí fuera un error. Había demasiados fantasmas en esa calle.Sólo  una  persona  podría  haberlo  convencido  para  que  volviera  a  aquella  zona  de la ciudad.

—Tardarás cinco minutos en saludar a Paula Chaves—le había dicho su hermana, Carolina—.  Sólo  quiero  que  compruebes  que  no  está  agotada  con  la  organización  de  la  boda.  La  pobre  ya  tiene  suficiente  con  hacer  la  tarta  nupcial  y  tú  vas  a  estar  en  Londres de todas maneras...

Sí,  claro,  iba  a  estar  en  Londres.  Pero  había  trabajado  noventa  horas  aquella  semana  y  lo  último  que  deseaba  era  tener  que  hablar  con  la  dama  de  honor  sobre  tartas nupciales cuando ya estaba pagando a la organizadora de bodas más cara de la ciudad.Él ganaba el dinero y Lucy y su madre se lo gastaban. ¿Pero cómo podía negarles nada? Carolina era  la  única  chica  que  podía  hacer  con  él  lo  que  quisiera  y,  por  eso,  en  lugar  de  ir  desde  el  aeropuerto  de  Heathrow  a  su  departamento  para  ponerse  en  contacto con la oficina de Nueva York, tenía que ir a una pastelería para charlar con la dama de honor y mejor amiga de su hermana. Pero  era  hora  de  comprobar  si  Carolina había  hecho  bien  confiando  en  su  amiga  Paula Chaves...Una  campanita  sonó  sobre  su  cabeza  mientras  sujetaba  la  puerta  para  una  pareja mayor que salía de la pastelería en ese momento.De  inmediato  respiró  el  aroma  a  vainilla  y  especias,  mezclado  con  el  olor  a  azúcar  quemado  y  pan  recién  hecho.  El  efecto  era  muy  poderoso,  muy  hogareño,  comparado  con  el  humo  de  Londres  al  otro  lado  del  cristal.  Pero  cuando  respiró  profundamente,  notó  además  otro  perfume,  no  el  de  las  flores  que  llevaba  en  la mano. ¿Rosas, naranjas?Pedro miró con ojos de constructor las paredes lisas y las estanterías de madera clara. Nada que ver con el papel marrón y las viejas estanterías de la Pastelería Edler que  él  recordaba.  Los  viejos  carteles  habían  sido  reemplazados  por  paredes  limpias,  pintadas en una paleta de colores suaves. El efecto era moderno, estiloso, interesante. El pan, de muchas clases, estaba colocado en estanterías separadas por paneles, pero  eran  los  pasteles  y  las  tartas  que  se  hallaban  bajo  el  mostrador  lo  que  más  llamaba la atención. La mayoría de las bandejas estaban ya vacías. Una cortina azul marino se abrió entonces y miró los ojos castaños de una adolescente  con  un  delantal  azul  sobre  una  camiseta  blanca.  Una  chapita  decía  que  estaba mirando a una tal Laura.

—Hola, guapo. ¿Son para mí?

Pedro,  sorprendido,  miró  el  ramo  de  flores  que  llevaba  en  la  mano.  Aquello  sí  que era una atención informal al cliente.

—No, lo siento, estoy buscando a Paula Chaves.

—¡Jefa! Aquí hay un chico muy guapo que pregunta por tí.

—¡Dile que pase, por favor!

—Paula está  en  la  parte  de  atrás  —sonrió  Laura—.  Y  si  necesitas  algo,  yo  estaré  aquí.

 —Gracias —percatándose de  que  la  chica  estaba  mirándole  descaradamente  el  trasero,  atravesó la cortina... Para encontrarse con el caos.

El horno de la pastelería estaba hecho un desastre. Había chocolate y azúcar de colores sobre todas las superficies. Y él odiaba el azúcar.La  única  repostera  a  la  que  había  conocido  en  su  vida  era  la  cocinera  del  internado, una señora de mediana edad con la constitución de un luchador de sumo que,  debido  a  su  amplio  busto,  era  una  fuente  de  constante  asombro  para  los  adolescentes sobrecargados de hormonas. Aunque sabía cómo manejar un rodillo de amasar. Pero  la  chica  que  tenía  delante  era  delgada  y  más  bien  bajita,  con  unos  pantalones de cuadros y lo que alguna vez había sido un delantal azul. Mechones de pelo castaño escapaban de un pañuelo azul y blanco, llamando la atención sobre un rostro ovalado y una boca de labios generosos.Tenía  el  delantal,  el  pantalón  y  los  brazos  manchados  de  chocolate,  como  los  platos que estaba lavando en aquel momento. ¿En qué lío lo había metido Carolina?

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