jueves, 5 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 4

—No,  no,  por  favor,  perdona,  es  que  ha  sido  un  día  muy  largo.  Vamos  a  empezar otra vez, ¿Eh? ¿Qué tal un refresco? Puede que me quede algo de zumo. ¿O prefieres limonada?

—Gracias, pero no. Sigo preguntándome qué es lo que te hace tanta gracia.

—¿Has  visto  alguna  vez  esos  concursos  en  televisión?  Ya  sabes,  de  ésos  en  los  que  la  gente  se  presenta  a  un  casting  para  demostrar  lo  que  saben  hacer:  bailar,  cantar, hacer malabarismos...

—No tengo tiempo para ver la televisión, pero sí, sé a qué te refieres. ¿Qué tiene eso que ver?

—La  última  vez  que  Caro  estuvo  en  Londres,  decidimos  presentarnos  al  concurso  “Chicas  con  talento”.  Ella  mostraría  sus  famosas  habilidades  artísticas  mientras yo dejaría asombrados a los jueces haciendo un soufflé en directo.

—No te entiendo.

—Era  una  broma,  hombre,  al  final  no  lo  hicimos.  Lo  que  quiero  decir  es  que  haber elegido ser repostera no significa que haya dejado el cerebro en la puerta, con mi  documentación  —Paula sonrió—.  Relájate,  Pedro.  Caro ha  contratado  a  una  organizadora de bodas. Lo único que yo tengo que hacer es mantenerme en contacto con ella todos los días.

—Perdona, no quería insultarte.


—No me siento insultada. Y ahora que hemos aclarado el asunto, ¿Por qué no te comes el strudel? Parece que te hace falta. ¿Un día muy largo?

Pedro, que no entendía nada, asintió con la cabeza.

—Sí,  la  verdad  es  que  ha  sido  un  día  muy  largo.  Y  seguro  que  esto  está  riquísimo, pero yo no como tartas.

Paula se encogió de hombros.

—No es una tarta, es un estrudel, un pastel de manzana. Y lo he hecho yo en este mismo horno a primera hora de la mañana.

—¿Lo has hecho tú?

—Es  la  especialidad  de  la  casa.  Y  nadie  sale  de  esta  cocina  sin  probar  mi  strudel. Incluyéndote a tí, Pedro Alfonso.

Paula se inclinó hacia delante para mirarlo a los ojos. Carolina Alfonso era una de las pocas  personas  a  las  que  había  querido  tener  a  su  lado  en  el  hospital  y  no  tenía  intención de decepcionarla en algo tan simple como organizar una boda. Pero   lo   último   que   necesitaba era un  hermano mayor  cuestionando   su   capacidad. Aunque  el  hermano  oliese  a  cuero  y  a  colonia  cara...  y  pareciese  el  modelo  de  una revista. En  otro  momento  de  su  vida  incluso  podría  haber  dicho  que  era  irresistible.  Pero no iba a decirlo.

Él estaba mirándola con un brillo en los ojos que podría ser de burla, pero que parecía  más  bien  de  frustración.  Seguramente  porque  no  le  había  comunicado  los  planes de la boda para que se hiciera cargo. Los  días  siguientes  iban  a  ser  duros.  Aunque  odiaba  admitirlo,  estaría  bien  tener  a  alguien  a  quien  pudiera  llamar  en  caso  de  emergencia.  Mientras  quedase  claro quién llevaba el bastón de mando, naturalmente.

—Podrías echarme una mano con un par de cosas. Claro que a lo mejor no hace falta.  Todo  depende  de  lo  que  hagas  en  los  próximos  cinco  minutos  —dijo  Paula,  mirando el strudel—. ¿Qué piensas hacer, Pedro?

Luego  respiró  un  profundo  aroma  a  hombre  y  a  desodorante,  un  contraste  curioso con el perfume de los frutos secos y el azúcar de su cocina.No  podía  moverse.  Había  algo  eléctrico  en  los  centímetros  que  los  separaban,  como si dos poderosos imanes se sintieran atraídos.De  modo  que  aquél  era  el  famoso  Pedro Alfonso,  el  presidente  de  Haywood  y  Alfonso .A  aquella  distancia  podía  sentir  la  energía  y  la  fuerza  del  hombre  cuya  inmobiliaria tenía sedes en ciudades de toda Gran Bretaña y la Costa Este de Estados Unidos.Y él lo sabía.Era  el  tipo  de  hombre  acostumbrado  a  entrar  en  un  restaurante  y  tener  a  los  camareros chocándose unos con otros para darle la mejor mesa.«Bueno, pues esta vez no, guapo». Pero  lo  salvó  la  campana...  o  más  bien  el  móvil  de  Paula,  que  sonó  un  par  de  veces antes de que mirase la pantalla con gesto de enfado.Y, unos segundos después, cuando se volvió hacia él con cara de susto, Pedro se irguió, sorprendido.

—Sí, claro... sí, puedo estar ahí en veinte minutos. Gracias.

Dejando  escapar  un  suspiro,  Paula se  quitó  el  delantal,  bajo  el  que  llevaba  una  camiseta azul de manga corta.

—¿Recuerdas  a  la  organizadora  de  bodas  que  contrató  Caro?  ¿La  que  tiene  clientes tan famosos?

—Sí, claro.

—Pues se ha marchado a Antigua.

—¿Qué?

—Se  ha  escapado  con  el  novio  de  una  de  sus  clientas...  que  tenía  que  casarse mañana.  Voy  a  su  oficina  ahora  mismo  para  buscar  toda  la  documentación  sobre  la  boda de Caro. ¿Quieres venir conmigo?


Había sabido  que  algo  así  iba  a  pasar.  No,  peor,  era  enteramente  culpa  suya,  pensó Pedro. Había dejado  que  una  organizadora  de  bodas  a  la  que  no  conocía  de  nada  se  encargase  de  un  proyecto  tan  importante  como  la  boda  de  su  única  hermana.  ¿Qué  más   daba   que  estuviera   en   Nueva   York, a punto de cerrar un  contrato importantísimo? La familia era lo primero. Le había prometido a su madre, antes de que se fuera a Francia, que él cuidaría de su hermana.Y la había decepcionado;No,  eso  no  iba  a  pasar.  Él  era  un  empresario  famoso  y  tenía  un  equipo  en  Nueva York que podría tomar el primer avión si hiciera falta. El sonido de un claxon interrumpió los pensamientos de Pedro, que se apartó el cuello de la camisa. De repente tenía calor y se acercó a la puerta para buscar algo de aire  fresco.  Quizá  debería  haber  probado  el  famoso  strudel  de  Paula.  No  le  habría  pasado nada. Incluso podría haberle gustado. Y seguramente, Carolina le diría que debía ser más amable con su amiga. Pero Paula Chaves no era la chica que él había esperado.

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