—No, no, por favor, perdona, es que ha sido un día muy largo. Vamos a empezar otra vez, ¿Eh? ¿Qué tal un refresco? Puede que me quede algo de zumo. ¿O prefieres limonada?
—Gracias, pero no. Sigo preguntándome qué es lo que te hace tanta gracia.
—¿Has visto alguna vez esos concursos en televisión? Ya sabes, de ésos en los que la gente se presenta a un casting para demostrar lo que saben hacer: bailar, cantar, hacer malabarismos...
—No tengo tiempo para ver la televisión, pero sí, sé a qué te refieres. ¿Qué tiene eso que ver?
—La última vez que Caro estuvo en Londres, decidimos presentarnos al concurso “Chicas con talento”. Ella mostraría sus famosas habilidades artísticas mientras yo dejaría asombrados a los jueces haciendo un soufflé en directo.
—No te entiendo.
—Era una broma, hombre, al final no lo hicimos. Lo que quiero decir es que haber elegido ser repostera no significa que haya dejado el cerebro en la puerta, con mi documentación —Paula sonrió—. Relájate, Pedro. Caro ha contratado a una organizadora de bodas. Lo único que yo tengo que hacer es mantenerme en contacto con ella todos los días.
—Perdona, no quería insultarte.
—No me siento insultada. Y ahora que hemos aclarado el asunto, ¿Por qué no te comes el strudel? Parece que te hace falta. ¿Un día muy largo?
Pedro, que no entendía nada, asintió con la cabeza.
—Sí, la verdad es que ha sido un día muy largo. Y seguro que esto está riquísimo, pero yo no como tartas.
Paula se encogió de hombros.
—No es una tarta, es un estrudel, un pastel de manzana. Y lo he hecho yo en este mismo horno a primera hora de la mañana.
—¿Lo has hecho tú?
—Es la especialidad de la casa. Y nadie sale de esta cocina sin probar mi strudel. Incluyéndote a tí, Pedro Alfonso.
Paula se inclinó hacia delante para mirarlo a los ojos. Carolina Alfonso era una de las pocas personas a las que había querido tener a su lado en el hospital y no tenía intención de decepcionarla en algo tan simple como organizar una boda. Pero lo último que necesitaba era un hermano mayor cuestionando su capacidad. Aunque el hermano oliese a cuero y a colonia cara... y pareciese el modelo de una revista. En otro momento de su vida incluso podría haber dicho que era irresistible. Pero no iba a decirlo.
Él estaba mirándola con un brillo en los ojos que podría ser de burla, pero que parecía más bien de frustración. Seguramente porque no le había comunicado los planes de la boda para que se hiciera cargo. Los días siguientes iban a ser duros. Aunque odiaba admitirlo, estaría bien tener a alguien a quien pudiera llamar en caso de emergencia. Mientras quedase claro quién llevaba el bastón de mando, naturalmente.
—Podrías echarme una mano con un par de cosas. Claro que a lo mejor no hace falta. Todo depende de lo que hagas en los próximos cinco minutos —dijo Paula, mirando el strudel—. ¿Qué piensas hacer, Pedro?
Luego respiró un profundo aroma a hombre y a desodorante, un contraste curioso con el perfume de los frutos secos y el azúcar de su cocina.No podía moverse. Había algo eléctrico en los centímetros que los separaban, como si dos poderosos imanes se sintieran atraídos.De modo que aquél era el famoso Pedro Alfonso, el presidente de Haywood y Alfonso .A aquella distancia podía sentir la energía y la fuerza del hombre cuya inmobiliaria tenía sedes en ciudades de toda Gran Bretaña y la Costa Este de Estados Unidos.Y él lo sabía.Era el tipo de hombre acostumbrado a entrar en un restaurante y tener a los camareros chocándose unos con otros para darle la mejor mesa.«Bueno, pues esta vez no, guapo». Pero lo salvó la campana... o más bien el móvil de Paula, que sonó un par de veces antes de que mirase la pantalla con gesto de enfado.Y, unos segundos después, cuando se volvió hacia él con cara de susto, Pedro se irguió, sorprendido.
—Sí, claro... sí, puedo estar ahí en veinte minutos. Gracias.
Dejando escapar un suspiro, Paula se quitó el delantal, bajo el que llevaba una camiseta azul de manga corta.
—¿Recuerdas a la organizadora de bodas que contrató Caro? ¿La que tiene clientes tan famosos?
—Sí, claro.
—Pues se ha marchado a Antigua.
—¿Qué?
—Se ha escapado con el novio de una de sus clientas... que tenía que casarse mañana. Voy a su oficina ahora mismo para buscar toda la documentación sobre la boda de Caro. ¿Quieres venir conmigo?
Había sabido que algo así iba a pasar. No, peor, era enteramente culpa suya, pensó Pedro. Había dejado que una organizadora de bodas a la que no conocía de nada se encargase de un proyecto tan importante como la boda de su única hermana. ¿Qué más daba que estuviera en Nueva York, a punto de cerrar un contrato importantísimo? La familia era lo primero. Le había prometido a su madre, antes de que se fuera a Francia, que él cuidaría de su hermana.Y la había decepcionado;No, eso no iba a pasar. Él era un empresario famoso y tenía un equipo en Nueva York que podría tomar el primer avión si hiciera falta. El sonido de un claxon interrumpió los pensamientos de Pedro, que se apartó el cuello de la camisa. De repente tenía calor y se acercó a la puerta para buscar algo de aire fresco. Quizá debería haber probado el famoso strudel de Paula. No le habría pasado nada. Incluso podría haberle gustado. Y seguramente, Carolina le diría que debía ser más amable con su amiga. Pero Paula Chaves no era la chica que él había esperado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario