Pedro no podía saber que a Paula le sudaban las manos no por el calor sino por cómo estaba acariciando su palma con un dedo. Si fuese la novia, pensaba ella, eso sería algo normal. Como sería normal salir a cenar o a la ópera, por ejemplo.Pero no estaban saliendo juntos. Sólo era un gesto amable hacia la dama de honor de su hermana. Sólo podía ser eso.De modo que, ¿Por qué no disfrutar el momento? Aquellos serían los recuerdos que guardaría durante los próximos meses, cuando Pedro y Caro hubieran vuelto a sus emocionantes vidas al otro lado del océano y ella no fuera más que un rostro en las fotografías de la boda. En unos días habría vuelto a su vida normal. Y eso era lo que quería, ¿No?
—¡Cuidado!
Un ciclista había tenido que girar bruscamente para no atropellar a un peatón y Pedro, por instinto, se colocó delante de Paula. El repentino movimiento la dejó sin aire y tardó un momento en darse cuenta de que estaba cara a cara con él, los brazos masculinos alrededor de su cintura, su mano sobre la pechera de la camisa blanca. El exquisito aroma a after shave, desodorante y ropa limpia se mezclaba con el aire cálido de la noche... y algo más. Algo único, Pedro Alfonso. Su calor, su olor. Sentía tal atracción que tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos. Una atracción tal que hacía que separarse fuera casi doloroso.El efecto era tan embriagador que, sin darse cuenta, se inclinó hacia delante para apoyar la frente en su pecho. Aquél era su sueño, su fantasía. Durante unos preciosos segundos, podía fingir que era como las demás chicas que paseaban por allí con sus novios. Creer que a aquel hombre le importaba, que la había elegido a ella, que quería estar con ella. Su amante. Que la cicatríz de su pecho no existía.¡La cicatríz! El corazón de Paula empezó a latir con tanta fuerza que, de repente, sintió náuseas y tuvo que respirar profundamente para mantenerse en pie. No iba a marearse delante de Pedro.Aunque no hubiese caído al suelo, porque él la sujetaba por la cintura. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que un hombre la abrazó así... Pero no podía ser. ¿Por qué había aceptado ir a dar un paseo con él? Pedro volvería a Nueva York en unos días y ella estaría donde siempre. Sola.
—¿Te has hecho daño?
—No, no, estoy bien —suspiró ella—. Pero te he manchado la camisa de colorete. Lo siento.
Pedro sonrió, mirando su rostro de lado a lado, como buscando algo.
—No pasa nada. Y tú sigues estando preciosa. Ah, pero parece que tenemos público...
—¿Qué? —Paula giró la cabeza y vió a un grupo de hombres sentados frente a un café levantando el pulgar en señal de aprobación. Riendo, corrieron por la plaza para alejarse de los indiscretos espectadores.
—Su carroza la espera, señorita.
Pedro abrió la puerta del deportivo de color verde oscuro y no pudo resistir el impulso de admirar el trasero de Paula mientras subía al asiento, con las rodillas juntas, inclinando elegantemente la cabeza... Ah, había hecho eso antes. La falda se levantó un poco, dejando al descubierto unas piernas estupendas que no podía dejar de mirar. Él era un hombre de piernas, siempre lo había sido. Y las de Paula eran fabulosas.
—Es un coche de la empresa. Espero que te guste.
—Si, claro... pero tengo que estar en la pastelería antes de medianoche y no me gustaría que este cochazo se convirtiera en una calabaza.
—¿Y yo? —se rió Pedro—. No me sienta nada bien convertirme en rana.
—Cierto, no sería muy agradable.
Paula esperó hasta que estuvieron saliendo del aparcamiento para volver a hablar:
—Sabrás que tu horrible secreto ha quedado al descubierto.
—¿Qué secreto? Tengo tantos...
—Me refería a tu propensión a comprar coches carísimos, señor Alfonso, presidente de Haywood y Alfonso.
—Sí, me gustan los coches buenos.
—Pero no bebes alcohol. O, al menos, yo no te he visto beber. Y parece que las mujeres no se te dan mal, de modo que sólo nos queda una cuestión: ¿Sabes cantar?
Pedro soltó una carcajada.
—Ni siquiera en la ducha. Nunca. Yo era el único chico del colegio al que no le dejaban participar en el coro. Aunque me dejaban tocar un instrumento en la función de Navidad.
—¿Qué tocabas?
—El triángulo.
—¿En serio?
—No, la guitarra, con un grupo de amigos —se rió él—. Y nos imaginábamos ya como la nueva banda de moda. El hecho de que sólo supiéramos tocar una canción no tenía la menor importancia, el caso era ligar con las chicas.
Paula soltó una carcajada.
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