—Siento haberte hecho esperar, pero Javier es muy apasionado sobre su negocio —Paula le apretó el brazo a Pedro—. Y dice maravillas de tí.
—En ese caso, estás perdonada. Pero tu castigo por dejarme solo es ir a dar un paseo conmigo. ¿Te importa?
—No, en absoluto. Me apetece.
Claro que le apetecía. Hacía una noche estupenda y Pedro Alfonso estaba más rico que el pan. Su traicionero corazón aún no se había recuperado de la sonrisa que le dedicó al ganar la supuesta «clase maestra» de repostería, pero era muy agradable caminar con él del brazo, charlando como si fueran viejos amigos.
—Me han dicho que Caro y tú van a ir de compras el miércoles y estaba pensando en alertar a todos los grandes almacenes de Londres.
—Yo estoy deseando —se rió Paula—. Las mujeres trabajadoras no solemos tener un día libre. Siempre es trabajo, trabajo y trabajo.
—Oh, sí, la alegría de tener las manos llenas de masa todo el día. Por cierto, estás guapísima.
—Gracias. Tú tampoco estás mal.
Pedro se alisó cómicamente la pajarita mientras se abrían paso entre la multitud que paseaba por Covent Garden.
—¿Este esmoquin de nada? Lo he encontrado en el fondo del armario y he decidido ponerme guapo para la prensa.
Paula soltó una carcajada.
—¿Has hablado con el otro fotógrafo, por cierto?
—Sí. Afortunadamente, está dispuesto a hacer las fotografías de la boda de Caro porque le debe un favor al primero —contestó Pedro—. ¿Puedo hacer una sugerencia, señorita Chaves? A menos que estés desesperada por volver a casa, creo que podríamos alargar el paseo.
—Muy bien. ¿Adónde vamos?
—Mira al otro lado de la calle... ¿Qué ves?
Paula miró la plaza cubierta de Covent Garden y las columnas de un edificio de piedra.
—¿Me llevas al teatro de la Ópera?
—Ahora mismo no, pero quizá otro día. Caro y yo solíamos venir todas las Navidades cuando éramos niños para ver El cascanueces, La cenicienta o El lago de los cisnes.
—Vaya, eso sí que es una sorpresa, señor Alfonso. Pensé que a los niños había que llevarlos a rastras al ballet.
—Es que nuestra madre sabía todo lo que había detrás de cada ballet: la historia de los compositores, los cotilleos, los estrenos originales. Por eso era una profesora excelente. No sólo veníamos encantados, le rogábamos que nos trajera. Los tres nos poníamos nuestras mejores galas y bebíamos limonada en el entreacto. Era mejor que el día de Navidad.
Algo en su tono de voz hizo que Paula lo mirase, sorprendida. Allí estaba el joven Pedro, tan lleno de sueños y esperanzas...Pero su rostro se había ensombrecido. Los tres, no los cuatro. Carolina, Pedro y su madre. No había mencionado a su padre en absoluto. Por lo poco que Carolina le había contado, sabía que su padre acabó en la cárcel cuando ella tenía diez años, de modo que Pedro debía de tener unos catorce.
—Son unos recuerdos preciosos —murmuró, apretando su mano—. ¿Ves mucho a Caro y a tu madre? Bueno, ya sé que Caro pasa la mitad del tiempo en Nueva York...
—Mi madre suele ir a Nueva York un par de veces al año. Ha vuelto a casarse y vive en Francia, me imagino que ya lo sabes.
—Sí, claro. ¿Y a Caro? ¿La ves fuera del trabajo?
—No, qué va. O yo estoy de viaje o ella está trabajando en algún proyecto con Mike. En realidad, llevan la oficina por mí.
—Tengo una idea —dijo Paula entonces—. Puedes decirme que me meta en mis propios asuntos, pero verás: el sábado se va a casar tu única hermana...
—¿No me digas?
—Ahora mismo está en Francia y no llegará a Londres hasta el martes por la noche, pero si fueras a Francia a buscarla, podríais estar juntos un par de días, los dos solos. No sé, como la última oportunidad para que recordéis viejos tiempos antes de que se convierta en la señora de Pablo Fernandez. Tu madre y el resto de la familia pueden venir el jueves, como teníais pensado. ¿Qué te parece?
Pedro la miró a los ojos durante unos segundos antes de preguntar en voz baja:
—¿Te gusta La Bohème? Había pensado que podríamos ir a verla.
Paula dejó escapar un suspiro.
—Es mi ópera favorita.
—Entonces compraré entradas para la semana que viene.
—¿La semana que viene? ¿Pero no tienes que volver a Nueva York?
—Creo que hay un pequeño cambio de planes —sonrió Pedro—. Puede que vaya a Francia a buscar a mi hermana, así que estaré aquí unos días más... si puedes soportarme.
Y después de eso siguieron caminando de la mano, en silencio, como si eso fuera algo que hicieran todos los días.
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