Hubo un tiempo en el que habían sido muy parecidas: trabajadoras y alegres, contentas de volver a casa para pasar el resto del día con la persona a la que querían o cenando fuera con los amigos.¿Cuándo fue la última vez que ella había cenado con sus amigas? Qué curioso que hubiera dado por sentado todo eso entonces, pensando que nada iba a cambiar nunca. Qué equivocada estaba. Cuando el teléfono volvió a sonar, vaciló un momento. Tenía demasiadas cosas que hacer y le apetecería tomarse un café en la puerta de la pastelería. Maldito fuese Pedro por hacerla ver todo lo que se estaba perdiendo.Claro que ella no podía perder ningún pedido...
—Pastelería Chaves.
—Hola, Pastelería Chaves.
Su tonto corazón dió un vuelco dentro de su pecho. ¡Era él!Había pasado el domingo, lunes y martes pegada al teléfono, pero allí estaba. El hombre que se había convertido en un personaje fijo en sus sueños.«Respira», se dijo a sí misma. «Tranquila».
—Buenos días, señor Alfonso. ¿Qué tal se ve el cielo desde su lujoso ático?
—No lo sé, señorita Chaves. Pero desde aquí, en la acera, se ve estupendo. ¿Qué haces?
—Trabajar —contestó ella—. Ahora mismo, batir claras de huevo. Tengo que hacer tres merengues de limón para una chef amiga mía que se ha puesto enferma. ¿Y qué haces tú, planear una fusión comercial o reformar algún otro edificio?
Al otro lado del teléfono sonó una risita.
—En realidad, esperaba que te reunieras conmigo, Caro y Tamara para comer juntos antes de irse de compras. Invito yo. ¿Te apetece?
Esa invitación la dejó tan sorprendida que estuvo a punto de tirar el cuenco con las claras de huevo. Tenía una hora para terminar el trabajo y media hora más para ducharse y cambiarse de ropa. A lo mejor encontraba un hueco para comer con sus amigos...
—Cuéntame más.
—¿Te acuerdas de Javier Brooks, el propietario de Noodles y Strudels?
—Sí, claro.
—Pues me ha invitado a la inauguración de su primer café en Inglaterra. ¿Cómo puedo ir a tal evento sin llevar del brazo a la mejor repostera de Londres? ¿Qué dices? ¿Te arriesgas a ser vista en público conmigo?
—¿Cómo puedo resistir la tentación? —se rió Paula—. Trato hecho.
—Francisco irá a buscarte a la tienda. Y, por cierto...
—¿Sí?
—Javier Brooks parece creer que tú y yo somos novios y sería una pena desilusionarlo. ¿No te parece?
—¿Javier Brooks estará allí en persona? —le preguntó Paula. Cuando no hubo respuesta, miró el teléfono, perpleja—. ¿Pedro?
Pero Pedro había colgado y ella se dejó caer sobre una silla, sorprendida. ¿Cómo lo hacía aquel hombre? ¿Y por qué de repente sentía el deseo de reír a carcajadas?
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