Mientras estaba en la acera, Paula salió corriendo de la pastelería con una caja de pasteles.
—Vamos a necesitar un buen soborno y no me refiero a un montón de billetes. Ah, por cierto, hay un autobús al otro lado de la calle que nos llevará a la oficina de Mariana en quince minutos.
—La última vez que viajé en autobús tenía quince años. No hace falta —dijo él.
Paula miró el brillante Rolls Royce gris que se encontraba estacionado frente a la tienda.
—Vaya, un cliente. Y no me quedan tartas de chocolate —se lamentó—. Espera un momento... yo he visto antes este coche.
—Le pedí a Francisco que viniera a buscarme a la pastelería —suspiró Pedro—. Dame la caja...
—¡Francisco!
Pedro observó, asombrado, cómo Paula prácticamente le tiraba la caja para abrazar a su chófer como si fuera un viejo amigo.Y sintió unos absurdos celos. ¿De dónde había salido eso? Él no era celoso. Especialmente cuando se trataba de una mujer a la que había conocido diez minutos antes. Sin embargo, tuvo que fingir indiferencia mientras abría la puerta del coche para meter la caja de pasteles.
—O sea, que es aquí donde te escondes —Francisco sacudió la cabeza—. ¡Lo has conseguido, cariño! Carolina debería habérmelo contado.
—Puedes venir cuando quieras, Fran. Y también puedes comer todos los pasteles que te apetezca.
Estaba sonriendo y esa sonrisa provocaba una sorprendente y fascinante transformación. Ya no era sólo una chica mona, sino la clase de mujer que merecía una segunda mirada. Incluso una tercera, pensó Pedro. Bajo el fluorescente de la cocina se había dado cuenta de que era la clase de chica que estaba guapa hasta sin maquillaje, pero en la calle su piel parecíatransparente en contraste con sus brillantes ojos verdes. Aunque fue su sonrisa lo que le causó el mayor impacto. Aquella versión de Paula era totalmente impactante.¿Y cuándo fue la última vez que una chica lo miró con el afecto con el que ella estaba mirando a Francisco?Ahora que lo pensaba: ¿Cuándo había sido la última vez que salió con alguien que no fuera una colega? A lo mejor, si tuviese tiempo, podría persuadirla para que le sonriera a él como estaba sonriendo a Francisco, pero no tenía tiempo. Tenía una semana para organizar la boda de su hermana antes de volver a Nueva York y nada iba a interponerse en su camino.
—Veo que se conocen.
—Sí, hace mucho —sonrió el chófer—. Estás guapísima, Pau. ¿Cómo va todo?
—Bien, muy bien. La verdad es que nunca me ha ido mejor —contestó ella en voz baja, como si estuviera protegiendo a Francisco de alguna verdad desagradable.
El hombre se volvió hacia Pedro.
—Conozco un restaurante italiano estupendo. ¿Qué tal si cenamos juntos?
—No, de eso nada, Fran —se rió Paula—. La organizadora de la boda de Caro se ha escapado con uno de los novios y nos ha dejado tirados. Tenemos que ir a su oficina ahora mismo.
—Muy bien, suban al coche. Tú también, jefe. Sé dónde está la oficina y conozco un atajo.
Paula iba a subir al coche pero, en su prisa, chocó con Pedro, que la sujetó por la cintura. La mujer que se escondía bajo aquella camiseta era fuerte y cálida. Y aunque debería haberla soltado inmediatamente, no lo hizo. Paula abrió la boca para decir algo...Y la porción de cerebro de Pedro responsable de los pensamientos sensatos olvidó que estaban en medio de la calle, con peatones pasando a un lado y a otro. El aroma de su cuerpo y de su ropa: vainilla, chocolate y pan, se combinaba con el sonido de su respiración bloqueando el ruido del tráfico.No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que, por fin, pudo apartar la mano de su cintura y dar un paso atrás.
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